En todo periodo de la historia de esta tierra, Dios tuvo hombres a quienes usó como instrumentos.

Les dijo: “Sois mis testigos”. Esos hombres “no fueron infalibles; eran hombres débiles, sujetos a yerro; pero el Señor obró por medio de ellos a medida que se entregaban a su servicio”.[1] La posición de aquellos que han sido llamados por Dios a trabajar en palabra y doctrina para la edificación de su iglesia, está rodeada de grave responsabilidad. Ocupan el lugar de Cristo en la obra de exhortar a hombres y mujeres a reconciliarse con Dios; y únicamente en la medida en que reciban de lo alto sabiduría y poder podrán cumplir con su misión.[2]

Los pastores de Cristo son los guardianes espirituales de la gente confiada a su cuidado; de la fidelidad de estos hombres de Dios depende la seguridad de todos los miembros de la iglesia. ¡Qué responsabilidad solemne recae sobre aquellos que fueron nombrados guardianes del rebaño! Es en este con-texto tan sublime que el profeta Ezequiel nos dice: “A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tu no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tu avisares al impío de su camino para que se aparte de él, … tu libraste tu vida” (Eze. 33:7-9). El pastor, por virtud de su llamado, es la persona clave en la adoración de la iglesia del Dios vivo en estos últimos momentos de la historia del mundo.

El ultimo llamamiento

Es por revelación divina que Juan, el vidente de Patmos, dejó registrado un solemne mensaje para cada uno de los que vivimos en este mundo al atardecer de su historia. Su mensaje es una apelación urgente y de mucho significado para los pastores, líderes espirituales, y miembros de iglesia: “¡Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!” (Apoc. 14:7. El énfasis es nuestro).

La vida, el aliento vital de la iglesia, es la adoración.[3] Jesús lo sabe muy bien y es por esa razón que inspiró al discípulo amado para que llamara nuestra atención a este aspecto clave de nuestra relación con la Divinidad. Es de vital importancia que aumentemos nuestro entendimiento y nuestra experiencia en lo que respecta a la adoración, ya que hay un enemigo que “ha estado trabajando para destruir nuestra fe en el carácter sagrado del culto cristiano”.[4]

La solemne verdad que emana de Apocalipsis 14:7 es que nuestro Redentor “anhela que se le reconozca. Tiene hambre de la simpatía y el amor de aquellos a quienes compró con su propia sangre. Anhela con ternura inefable que vengan a él y tengan vida”.[5] Este deseo y anhelo se puede obtener cuando el pastor, como líder en la adoración, cumple su responsabilidad con seriedad y fidelidad, ayudando a su congregación a desarrollar una mente moldeada para la adoración y así guiarlos a adorar a Aquel que es el Creador del universo. Es aquí donde el pastor, quien ha sido llamado por Dios al santo ministerio, debe hacer la gran diferencia.

Líder en la adoración

Los pastores, por virtud de su llamamiento, son los lideres en el culto. El pastor debería encamar el espíritu de la adoración, demostrar siempre una actitud de adoración, inspirar en otros un sentido de reverencia, y desarrollar las habilidades que lo capaciten para guiar el culto en forma aceptable y atractiva.[6]

¡Qué bendito privilegio! pero ¡qué solemne responsabilidad! Nosotros los pastores, siervos del Señor de los señores, somos la pieza clave en la adoración. Eso es lo que Dios espera de cada uno de sus siervos. ¡Qué privilegio laborar hombro a hombro con nuestro Hacedor!

¡Qué solemne responsabilidad! En una época cuando la mundanalidad en forma muy sutil y decidida va invadiendo nuestras iglesias, y la “falta de una mente moldeada para la adoración”[7] está deteriorando y congelando, en nuestra vida personal la invitación que Dios nos hace en Apocalipsis 14:7, debemos aceptar esta responsabilidad. Es en estas circunstancias que nuestro Hermano mayor nos pide que nos levantemos y guiemos la iglesia como sus verdaderos representantes en esta tierra.

Profeta y sacerdote

En la adoración el pastor representa los oficios de profeta y sacerdote. El profeta era un hombre con el sello religiose, con una gran percepción espiritual y una ardiente devoción a la causa de Dios. El pastor, como el profeta de Dios, debe ser sensible a su Palabra y capaz de relacionar el mensaje divino con los cambios constantes de la humanidad.[8] Debe tener un mensaje y presentarlo a la iglesia. Él es el intérprete de la verdad, el embajador de Cristo, la voz que clama en el desierto,

como centinela es llamado a advertir a los pecadores de los juicios de Dios: “A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestaras de mi parte” (Eze. 33:7).

La misión del pastor debe ser profética y sacerdotal. Como profeta, habla la palabra de Dios a la gente; como sacerdote, habla a Dios e intercede a favor de ellos. Habrá momentos cuando el pastor, así como Moisés, se interpondrá entre Dios y su pueblo para suplicar por aquellos a quienes Dios le dio para cuidar y guiar, al punto de poner su propia vida por su iglesia: “Te ruego que perdones ahora su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito” (Éxo. 32:32. El énfasis es nuestro).

Estas funciones no se ejercen en el vacío. Llegan a ser sin sentido aparte de la gente. La utilidad y la efectividad del pastor dependerán en alto grado de su disposición a “sentarse donde la gente se sienta”. Si el pastor desea guiar a su iglesia a una experiencia de adoración significativa debe conocer a los que la componen.

El gran desafío

El mayor desafío que enfrenta el pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día es: cómo llevar a la gente al altar del Eterno por inspiración, y luego dejar sus pies libres en las avenidas del servicio a sus semejantes.

Entre las muchas demandas de liderazgo que se hacen al pastor, la dirección del culto debería ser reconocida como una de las más importantes. Esta responsabilidad requiere de los más altos poderes del espíritu, del intelecto, de la voluntad, de las emociones y de la imaginación. Con mucha precisión Arthur S. Devan escribe lo siguiente: “El ministro no debería permitirse fallar en su liderazgo del culto, porque esta es su obra fundamental. Si el culto público falla, todas las otras cosas fallarán. Aun las oraciones privadas y el culto no se mantendrán por mucho tiempo si la oración pública falla. La gente ora en la cámara secreta porque primero han orado en la iglesia”.[9]

Los lideres del culto deben adquirir dones artísticos para arreglar y llevar a cabo un servicio de tal modo que sea una grata experiencia en esta tierra y cuando Dios descienda para encontrarse en el culto con su pueblo, ambos puedan ascender hasta que se encuentren en un compañerismo único.[10]

Conclusión

¡Qué bendición que los hombres mortales hayan sido llamados para ser los líderes espirituales de la iglesia del Dios vivo! ¡Qué privilegio cooperar con el Creador del universo en la preparación de un pueblo que le dará la bienvenida al venir en gloria y majestad! ¡Qué responsabilidad ser los pastores de la grey en este tiempo tan solemne de la historia del mundo!

“Procure con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero [pastor] que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15).

Sobre el autor: Una apelación urgente a los pastores, lideres espirituales y miembros de la iglesia.


Referencias

[1] Elena G. de White, Obreros evangélicos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1977), pág. 13.

[2] Ibid.

[3] C. Raymond Holmes, Sing a New Song (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1984), pág. 136.

[4] Elena G. de White, Joyas de los testimonios, tomo 2 (Mountain View, Ca.: Publicaciones Interamericanas, 1971), pág. 198.

[5] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, Ca.: Publicaciones Interamericanas, 1985), pág. 161.

[6] Gaines S. Dobbins, A Ministering Church, tomo 5 (Nashville: Broadman Press, 1962), pig. 116.

[7] Elena G. de White, Testimonies for the Church, tomo 5 (Boise, ID.: Pacific Press, 1948), pág. 499.

[8] Bernard Schaltn, The Church at Worship (Grand Rapids: Baker Book House, 1962), pág. 40.

[9] Arthur S. Devan, Ascent to Zion (New York: The McMillan Co., 1962), pág. 215.

[10] Henry S. Coffin, The Public Worship of God: A Source Book (Philadelphia: The Westminster Press, 1946), pág. 42.