Al emprender nuestro ministerio sentimos que podemos conquistar el mundo, y comenzamos un torbellino de actividades para demostrarlo. Más tarde en nuestro ministerio, sentimos que el mundo nos ha conquistado, y nuestro nivel de productividad comienza a demostrarlo.

¿Cómo podemos evitar llegar a ser simplemente otro número estadístico entre los fracasos de los pastores? Si fuera un administrador, ¿cómo podría infundir nueva vida en el pastor que ha llegado a paralizarse con la inactividad? El consejo que aquí se ofrece es valioso.

Durante los primeros años de su ministerio, el joven pastor tiende a ser un trabajador infatigable. Su productividad avergüenza a los pastores inactivos. Sus iglesias aman y aprecian profundamente al joven dínamo mientras dirige, casi solo, su programa activo y creativo. Por varios años mantiene este vigoroso programa estimulado por sus superiores, recompensado por sus congregaciones, y lamentado por su esposa y su familia.

Pero a mediados de su vida lo golpea la crisis. Tal vez su salud se quebranta, su cuerpo no es capaz de mantener el ritmo de su estilo de vida agitado y compulsivo. Tal vez su descuidada esposa amenaza con abandonarlo o sus hijos se rebelan, cansados de ser ciudadanos de tercera clase. O tal vez el estrés y la tensión de su adicción al trabajo lo derrumba, y su sistema de control emocional se descompone. Entonces comienza a evaluar su vida por las cosas que no ha hecho todavía, y que tal vez nunca hará. Cualquiera sea la forma en que ocurra la crisis, comienza a darse cuenta de que la ambición y la hiperactividad han sido una pobre medida de su éxito. Se hace algunas preguntas dolorosas: ¿De qué vale haber hecho todo esto si pierdo lo que es realmente importante en la vida -mi salud, mi familia y mi seguridad eterna? ¿Qué demuestra todo este éxito? ¿Estoy a punto de ser otra estadística de mortalidad entre los fracasos de los religiosos?

Al tratar con el problema del pastor no productivo, comenzamos con la suposición de que en su mayor parte el pastor improductivo se hace, no nace. Admitimos que puede haber algunos que no son adecuados para el ministerio porque tal vez percibieron la profesión ministerial como un retiro cómodo de las responsabilidades y el trabajo agotador. Son perezosos. O tal vez vieron a la iglesia como una sombrilla institucional que prometía la seguridad máxima para un mínimo de inversión personal. Sin embargo, la mayor parte de los que entran, y permanecen, en el ministerio han tenido motivaciones más elevadas que éstas.

Hay más en un pastor no productivo de lo que alcanza a ver la ansiosa congregación. La visitación errática, los sermones pobres, la administración inadecuada y la apatía general a menudo esconden un problema más profundo. Su falta de motivación a menudo no es el resultado directo de su espiritualidad menguante, de su egoísmo, de su desvío teológico, de su deslealtad a la iglesia, o de su falsa vocación. Por lo tanto, los remedios comunes que se han recomendado y aplicado en lo pasado tratan sólo los síntomas del problema, pero dejan sin tocar la causa fundamental. En realidad, la presión administrativa, la incomprensión o el descuido sirven solamente para agravar una situación ya delicada. El proceso por el cual el pastor llega a ser inactivo, e ineficaz es, en muchos aspectos, como el proceso del agotamiento total. El agotamiento total en el trabajo atraviesa cuatro etapas. Etapa 1: entusiasmo. Inicialmente el individuo comienza a trabajar con grandes esperanzas y expectativas. Etapa 2: estancamiento. Gradualmente el individuo llega a ser ineficaz (no hace las cosas correctas) e incompetente (no hace las cosas correctamente). Etapa 3: frustración. Experimenta confusión e intenso chasco al ver que su entusiasmo se ha desperdiciado, las expectativas han sido distorsionadas y las esperanzas frustradas. La ira que siente en ese momento puede proveer la energía para un cambio creativo que resulte en un entusiasmo nuevo y más realista, o hacer que sus energías se pierdan dejando al pastor en la apatía. Etapa 4: apatía. Finalmente, en una actitud de desafiante aceptación, el individuo abandona la esperanza y llega a ser improductivo, cínico e inactivo.

La improductividad y el ciclo de la vida pastoral

Para comprender mejor el problema de la improductividad tenemos que percibir las ansiedades peculiares que experimenta el pastor durante un “ciclo de vida pastoral” normal.

El comienzo. Las etapas del agotamiento total pueden estar en operación a través de’ todo el ciclo de vida pastoral, pero tal vez se sienten más durante los primeros años. El período que se extiende desde la culminación de su preparación ministerial hasta pocos años después de su ordenación son los años de mayor tensión, ya que son un período de grandes ajustes.

El aspirante joven a menudo comienza su ministerio con gran expectativa y con entusiasmo, dispuesto al sacrificio y al servicio. Sin embargo, durante los primeros meses de su ministerio hace la transición de estudiante a maestro/pastor, y de joven a adulto. La expectación de una carrera de la vida choca con el temor a lo desconocido al comenzar a reevaluar sus expectativas poco realistas. El gozo del reciente éxito académico se atempera por la terrible percepción de que no lo sabe todo y tal vez tenga serias deficiencias en sus habilidades. El alivio de haber finalmente llegado al lugar de su vocación se atempera por el sentimiento de pérdida, soledad y aislamiento, habiendo abandonado la comodidad y seguridad de los amigos, el hogar y un ambiente que le era familiar. El joven aspirante lucha con sentimientos de duda, inseguridad y soledad, y aun pone en duda su vocación para el ministerio.

Las experiencias del aspirantazgo servirán para generar desilusión, ansiedad, temor y escepticismo, o para nutrir esperanzas, éxitos y realizaciones. El estudio de Leiffer[1] demuestra que los pastores más jóvenes tienden a ser más radicales y orientados hacia la acción que los ministros mayores. Este fenómeno a menudo resulta en frustración y conflicto en cuanto al papel del ministro y de la iglesia porque pareciera que ninguno de ellos son los agentes de cambio, sino que más bien están fijos como baluartes contra éste. El entusiasmo del joven pastor se enfría por la aparente rigidez y frialdad de los demás.

Al sentirse frustrado, desilusionado y enojado, el joven pastor se ve reducido a una condición de estática ineficiencia. Entonces busca maneras de dejar el ministerio en forma respetable o investiga alternativas para una vocación espiritual diferente. Las mudanzas continuas, la educación superior en la especialización para ministerial, y el desvío de la energía hacia proyectos especiales pueden proveer alternativas respetables.

El predicador a mitad de su carrera. La edad madura puede ser caracterizada como un período de desilusión y de escudriñamiento del alma, al llegar el pastor a detestar su compulsividad, así como a todos aquellos que han manipulado esta característica y lo han recompensado por ella. El verdadero gozo y la satisfacción se agotan mientras el pastor tiende a ocupar más tiempo en actividades que le gustan menos, y que considera menos importantes, y pasa relativamente poco tiempo en las actividades que le gustan más y considera más importantes.[2] Comienza a darse cuenta de que el estar siempre ocupado y el éxito pueden ser dos criterios diferentes, aunque a menudo confundidos, por los cuales medir su efectividad en el ministerio.

Si él y su familia sobreviven a la crisis de su vida media, hay tres alternativas posibles. Puede descubrir un criterio nuevo y más realista con el cual medir su efectividad pastoral que el de estar siempre ocupado y, consecuentemente, poner en marcha un estilo más equilibrado de vida y de trabajo. Sin embargo, como reacción a su actividad compulsiva previa no es poco recuente que un pastor invierta completamente sus esquemas de conducta. Puede dedicarse a los pasatiempos, a la televisión, a los deportes u otras actividades “de escape” con casi tanta devoción como la que dedicaba antes al trabajo, mientras reduce al mínimo todas las responsabilidades pastorales excepto las esenciales. Da la impresión de no tener motivación ni interés en su profesión mientras demuestra considerable entusiasmo por sus actividades sustitutivas. Finalmente, puede escaparse abandonando su profesión y tal vez aun su fe. Al hacerlo, puede pensar que ha resuelto la causa del problema, pero muy a menudo simplemente ha cambiado de problema.

El pastor que envejece. Frecuentemente, a medida que pasan los años, la nube de frustración y desesperación se posa sobre el ministro que, sensible a los cambios en las necesidades de la iglesia y del mundo a su alrededor se da cuenta de que estas necesidades requieren nuevas habilidades y capacidades. Se da cuenta de que ya no es tan eficaz como lo fue una vez. Se siente atrapado. Por un lado, teme meterse, no sea que exponga su falta de adecuación, pero por otro lado siente que poner al día sus habilidades no sería práctico. Muchos que han dominado las habilidades necesarias para su ministerio efectivo durante generaciones previas se sienten insuficientes ante las singulares demandas de la década de 1980. Les faltan las habilidades de asesoramiento familiar y ministerio juvenil. Tales pastores se sienten impotentes mientras ven cómo las familias se disuelven y los jóvenes salen en fila por la puerta de atrás de la iglesia. La tarea de alcanzar a la sociedad poscristiana, secular y tecnológica exige un nuevo vocabulario y un conjunto muy diferente de habilidades de evangelización. Y así se sienten impotentes mientras las iglesias por las cuales trabajaron mucho disminuyen en cantidad de miembros.

Además, los problemas de salud y la falta de energía pueden también limitar su capacidad de trabajar al ritmo que una vez tenía. No es que sea perezoso o tenga malas intenciones, sino que más bien es ineficaz por no poder poner al día sus habilidades para afrontar las necesidades de una sociedad rápidamente cambiante. En consecuencia, en lugar de que sus muchos años de conducción espiritual lleguen al clímax cerca de su época de jubilación, puede encontrar que está simplemente pasando el tiempo mientras su ministerio se desinfla.

Los rasgos de personalidad y la improductividad

Los factores de la personalidad son tanto aprendidos como heredados, y estas características generalmente tienden a predisponer a los individuos para ciertas profesiones. Los siguientes tipos de personalidad se asocian a menudo con los que escogen las profesiones religiosas, pero a veces traen consigo los efectos negativos del estrés.

El sensible. Los que son llamados al ministerio a menudo poseen cualidades que constituyen su mayor fuerza y debilidad. La sensibilidad es un ejemplo de esas cualidades. En el ejercicio diario de su ministerio, el pastor debe ser sensible a las necesidades y conflictos personales de los individuos en su congregación. Su interés, su capacidad para nutrir y su empatía proveen una base para su ministerio personal. Sin sensibilidad no puede haber compasión, y sin compasión no puede haber un ministerio cristiano efectivo.

Sin embargo, esta misma cualidad puede también hacer que el pastor vulnerable a la ofensa. La incomprensión con los dirigentes de la iglesia, las desigualdades e injusticias en la administración de los reglamentos, la crítica personal y las pequeñas luchas eclesiásticas proveen el monto mayor de ofensas que a menudo se transforman en resentimiento.

A través de los años el individuo sensible puede permitir que estas experiencias emocionales ¿olorosas agoten su compasión. Puede llegar a ser frío, crítico, cínico y aislado y su efectividad interpersonal prácticamente queda destruida. Permite que su sensibilidad herida sabotee efectivamente su capacidad de ser sensible para con los demás.

El idealista enojado/herido. En un estudio de pastores luteranos esta caracterización fue la más frecuente de todas para los pastores (22%) y sus esposas (15%). “Tienden a ser amables, extravertidos y ansiosos de agradar, y generalmente están interesados en nuevas ideas. Su respuesta al estrés y a la frustración, sin embargo, contiene una mezcla de inmadurez, expresión de hostilidad pobremente controlada y exigencias centradas en sí mismos. Experimentan ataques de mal genio y profieren amenazas que resultan del enojo mal controla; do, aun cuando generalmente hacen grandes esfuerzos para reprimir estas sensaciones agresivas”.[3]

La misma naturaleza de la doctrina cristiana y del ministerio pastoral exige un alto nivel de idealismo. Adecuadamente equilibrado es una cualidad que inspira esperanza y optimismo y, como cualidad de liderazgo, consigue lo mejor de la gente. Sin embargo, el pastor aprende pronto que no todo es como él esperaba que fuera. La iglesia no es tan entusiasta en cuanto a sus blancos como debiera serlo, y los cristianos no siempre se conducen como debieran.

Los sermones, no importa cuán bien concebidos y predicados, no siempre producen los cambios esperados en las vidas de las personas o de la congregación. Los problemas no se evaporan sencillamente con la oración, el estudio bíblico y la testificación. Las grandes ilusiones y las expectativas no realistas, cuando son confrontadas con la realidad, resultan en un chasco, heridas, ira y desilusión. La hostilidad subyacente que resulta es a menudo comunicada en forma no verbal en su tono de voz mientras predica su sermón o se queja de los miembros de la iglesia y de sus dirigentes. Emocionalmente, su ira agota sus cualidades vitales. Espiritualmente, se enfría y se vuelve inactivo. Tales realidades causan una crisis en el temprano ministerio del joven pastor de la cual tal, vez nunca se recupere.

Como una alternativa para volverse más flexible con respecto a sus altas expectativas respecto de la iglesia, algunos simplemente abandonan el ministerio. Wilson, en su estudio de los hombres que abandonan el ministerio, concluye que éstos tienen la tendencia a adoptar una “visión bastante rígida de lo que la iglesia debiera ser”.[4] Entre tanto, otros se mantienen aferrados a sus ideas originales y esconden sus frustraciones y enojos detrás de una eficaz adherencia a las reglas y a las autoridades que los apoyan, justificando así su cruzada idealista contra los que no están de acuerda un ellos y no cooperan.

El indisciplinado. En el ministerio diario se necesita considerable autodisciplina. El pastor es a menudo arrastrado en diferentes direcciones conflictivas. Las demandas que afronta de administrar, estudiar, predicar, aconsejar, enseñar y evangelizar lo dejan fragmentado. Su trabajo nunca está hecho a su entera satisfacción, mucho menos, a la de otros. Entonces reduce sus blancos para hacer sólo lo que se le pide que haga. El éxito se reduce a mantener contenta a la gente. La planificación es reemplazada por las corridas para apagar incendios. Su ministerio es una rueda constante de acción indiscriminada. El gran espectro de las expectativas, los deberes y las demandas lo confunde y lo deja con un sentimiento de estar “siempre atrasado”.

Otros pueden describir a tal persona como perezosa, pero él se defendería rápidamente diciendo que ha hecho montañas de tareas, ha viajado muchos kilómetros y ha mezquinado el sueño. La gente lo ve como inactivo porque no hace nada importante ni tampoco con un sentido de propósito o dirección general.

Cómo ayudar al pastor no productivo

Aunque el pastor debe, en última instancia, aceptar la responsabilidad por sus sentimientos, sus blancos y su conducta, también puede encontrar aceptación y comprensión de aquellos cuya responsabilidad es “pastorear al pastor”. Las siguientes son sugerencias para ayudar al pastor inactivo:

1. Enfoque su liderazgo en las personas en lugar de hacerlo en los productos. La inversión más valiosa de cualquier organización es su gente. Si los que son responsables por el bienestar de los empleados desean evitar contribuir al agotamiento, deben ocuparse de la planificación de largo alcance para ofrecer un liderazgo centrado en las personas, y reemplazar las prioridades materiales con valores humanos y espirituales. Se logra la productividad cuando hay un equilibrio realista ente las necesidades de prosperidad de la organización y el bienestar de la persona. Es un hecho aceptado que la pérdida de productividad puede ser resultado del exceso de trabajo, el aburrimiento, metas no realistas, adiestramiento y supervisión inadecuados, motivación por temor, falta de períodos adecuados de descanso, falta de oportunidad para el crecimiento, para mencionar unos pocos factores.[5]Antes de condenar a los pastores inactivos, los líderes deben hacerse primero Ha pregunta: “¿Qué estamos haciendo o dejando de hacer como contribución al problema?” Cuando una persona funciona mal dentro de un sistema, el sistema mismo tiene que asumir cierta responsabilidad.

La mayoría de los pastores inactivos están agotados, no son supervisados, están abrumados y desanimados. Las tensiones del ministerio los han dejado con sentimientos de cansancio, de culpa, de soledad y de confusión. En consecuencia, huyen al aislamiento y al mundo “seguro” en el que se evita el fracaso al no intentar nada, o se concentran en estar implacablemente ocupados y en una improductividad activa. Los pastores inactivos no necesitan críticas; necesitan comprensión y ayuda para desarrollar percepción propia, estima propia y blancos realistas para una conducta autodirigida.

2. Cree un ambiente positivo de trabajo para el pastor que está bajo su dirección. El agotamiento se presenta en ambientes con fuertes evidencias de temor y de falta de confianza. Jack Gibbs, psicólogo y consultor de administración, ha sugerido que el agotamiento en el trabajo está significativamente ligado con el grado de relaciones personales y de confianza en el trabajo.[6] El temor, sugiere, es el mayor freno para la creatividad y la imaginación. Un ambiente de agotamiento potencial se encuentra donde hay una falta de confianza que se manifiesta por situaciones tales como limitadas oportunidades de crecimiento, exceso de control, obvias estrategias manipulativas de administración, insensibilidad, y falta de delegación. Las organizaciones que exigen una lealtad incondicional al sistema jerárquico, y destacan la alta productividad como opuesta a la efectividad y la realización personales, pueden estar creando el estancamiento paralizante, las peleas internas y la baja productividad que precisamente desean corregir o evitar.

Por otro lado, la confianza elimina el temor y disminuye la tensión. Hace un siglo el conde Benso Cavour, padre de la unificación italiana, diseñó un ambiente nuevo y más creativo presentando la idea de que la persona que confía en otros cometerá menos errores que la persona que desconfía de ellos.

3. Use sistemas de apoyo para manejar conflictos de funciones. Si el pastor ha de ajustarse a los conflictos de funciones que enfrenta, luchar con éxito para descubrir el propósito y el significado de la iglesia y su ministerio, y lograr el crecimiento personal, necesitará supervisión y apoyo durante toda su vida en tres áreas principales de ajuste:

a. Apoyo personal. En la vida adulta, los hombres generalmente encuentran grandes dificultades para establecer amistades íntimas. Por otro lado, el ministerio puede ser una profesión solitaria. Las necesidades de compañerismo no pueden ser atendidas enteramente por la esposa y la familia inmediata. En consecuencia, el pastor debe hacer esfuerzos deliberados para encontrar amistades significativas que atiendan sus necesidades sociales.

b. Apoyo espiritual. Es bien comprendido el efecto de la espiritualidad personal en la efectividad pastoral, pero hay poca conciencia del efecto del ministerio sobre la espiritualidad. El cansancio, la ansiedad, la soledad, el temor y la frustración cobran su precio sobre la vitalidad y frescura espirituales. Para que haya percepción y responsabilidad en este aspecto vital del crecimiento pastoral, cada pastor debe tener un supervisor espiritual con quien pueda compartir las tensiones y ansiedades, y sus planes para el crecimiento espiritual.

c. Apoyo profesional. El crecimiento en las habilidades pastorales es un proceso permanente. Sin embargo, los seminarios, los talleres y las reuniones de obreros ofrecen información, pero muy poca evaluación de la efectividad de una persona en su trabajo. Los pastores necesitan ayuda para clarificar los problemas que tienden a hacer confundir lo que es personal con lo que es profesional. En consecuencia, se necesitan sistemas de apoyo profesional a fin de proveer una oportunidad para la autoevaluación sistemática y el establecimiento de blancos para un crecimiento profesional estructurado, clarificar los problemas personales y los de la iglesia, analizar los casos difíciles en el asesoramiento, establecer metas y evaluar planes, evaluar el culto, los sermones y los estilos de predicación, etc.

Los sistemas de supervisión y apoyo son esenciales durante las etapas de transición cruciales en la vida del pastor. Durante los años tempranos, la vida media y los años posteriores, los pastores tienen necesidades y tareas especiales que, cuando se las ignora, conducen a crisis más bien que al crecimiento y a la madurez. En consecuencia, los pastores se pierden para el ministerio sencillamente porque las tareas de desarrollo fueron ignoradas o la ayuda llegó demasiado tarde. Cada grupo requiere una atención especial y apoyo para poder avanzar a través de los problemas específicos de sus etapas de vida y de trabajo.

En conclusión, aunque este artículo no pretende ser un repaso abarcante del problema, se espera que cada pastor y administrador de la iglesia vuelvan a considerar las tensiones específicas y las crisis de desarrollo del ministerio e intenten formular una respuesta positiva. Al hacerlo, las relaciones intraeclesiásticas se enriquecerán y tanto los objetivos pastorales como los de la organización serán más fáciles de alcanzar.

Sobre el autor: Es profesor del Departamento de Teología en el Colegio Newbold, Bracknell, Inglaterra.


Referencias

[1] Murray H. Leiffer, “Changing Expectations and Ethics in the Professional Ministry”, Oficina de investigaciones Sociales

y Religiosas, Seminario Teológico Garrett, 1969, 189 págs.

[2] Samuel W. Blizzard, “The Minister s Dilemma”, The Christian Century, 73: 508, 509. 1956.

[3] Jean J. Rossi y William J. Filstead, Pastors in Crisis: An Evaluation of the American Lutheran Church. Programa luterano general. Consultores de la conducta, 1977, págs. 40, 41.

[4] Robert L. Wilson, “Dropouts and Potencial Dropouts from Parish Ministry”, Review of Religious Research, 12 (3): 188. 1971

[5] Alee L A Calamidas, “Distress and Burnout Will Kill Productivity”, Pennsylvania State Continuing Education News, 2do trimestre de 1980.

[6] Jack R. Gibb, “Trust”, A New View of Personal and Organizational Development, Los Angeles, The Guild of Tutors Press. 1978.