Pablo y el paradigma ministerial
El nombre del apóstol Pablo ciertamente se destaca entre los primeros líderes de la iglesia cristiana. Luego de convertirse al cristianismo de manera impresionante, el perseguidor pasó a ser perseguido, y todos sus esfuerzos comenzaron a concentrarse en la predicación de las buenas nuevas de salvación en Jesús y en contribuir para que la iglesia pueda triunfar ante las necesidades. Basta considerar el contenido de sus catorce epístolas para certificar esto.
De hecho, Elena de White afirma que Pablo “era uno a quien Cristo había destinado a una obra importantísima, uno que había de ser ‘instrumento escogido’”.[1] Por su parte, Udo Schnelle recuerda que el apóstol “fue, sin duda, el misionero y pensador teológico prominente del cristianismo primitivo”.[2]
Al considerar este currículo, es interesante pensar en las siguientes preguntas: ¿podemos establecer un paradigma ministerial a partir del ejemplo de Pablo? ¿Hasta qué punto podemos considerar el paradigma paulino como parámetro para el ministerio pastoral adventista contemporáneo?
El evangelista
El primer aspecto para considerar es el trabajo de Pablo como evangelista, según se registra en el libro de Hechos y en las epístolas paulinas. Mauro Pesce considera al evangelismo “como actividad primaria del apóstol, que consistía en el anuncio (el querigma) y en el establecimiento de nuevas iglesias”.[3]
La idea misiológica que se deja ver en los relatos es que Pablo, para cumplir la misión, utilizaba estrategias adecuadas a la realidad en la que estaba inserto. En algunas ocasiones, su proclamación y enseñanza tuvieron lugar en ambientes públicos (Hech. 13:14-43; 14:14-18; 17:19; 20:17-38; 22:1-21; 23:1-10; 24:10-21; 26:1-32). En otras, en la privacidad de las casas (Rom. 16:15; Col. 4:15; Fil.2; Hech. 2:46; 1 Cor. 16:19). En síntesis, él se involucraba en el evangelismo público y personal, a semejanza de Jesús. Los evangelios muestran a Cristo en acción, haciendo evangelismo público (Mat. 7:28; 9:36; Mar. 7:31; 10:1; Luc. 5:17; 12:54; Juan 8:2) y personal (Mat. 9:6; 12:10, 15; Mar. 1:29; 2:14,15; Luc. 8:51; 19:5; Juan 3; 4). De esta manera, el apóstol no dudó en poner en práctica los métodos del Maestro.[4]
Además, Pablo no participó de la misión de manera individual, trabajaba junto con la iglesia local y también con un equipo misionero. Hechos muestra que el apóstol acostumbraba a viajar con varios colaboradores. Las epístolas confirman esa práctica. A Filipos, por ejemplo, llegó con un equipo, que parece haber estado compuesto por Timoteo, Lucas y Silas (Hech.16). Tiempo después, al escribir a los filipenses, hizo referencia a Timoteo y Epafrodito (Fil. 2:16-30), y también a Evodia, Síntique y Clemente (4:2, 3) como sus colaboradores.
De hecho, Pablo deja en claro en algunos textos que su ministerio estaba entrelazado con la proclamación del evangelio: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego” (Rom. 1:16). En 1 Corintios 9:16, afirmó: “Pues bien que anuncio el Evangelio, no tengo por qué gloriarme porque me es impuesta obligación; porque ¡ay de mí si no anunciare el Evangelio! (JBS). El término griego traducido como “impuesta” es un verbo medio/pasivo deponente; esto es, un verbo que posee voz media o pasiva, pero con significado activo. Su forma de voz es diferente de su función de voz. Pablo actúa por “obligación”, palabra que puede traducirse también como “necesidad” (RVR). Es decir, algo interior lo impulsaba fuertemente a realizar esta acción que brota de una necesidad intrínseca del apóstol.
De acuerdo con A. T. Robertson, la frase “porque me es impuesta obligación” podría traducirse como “porque me es impuesta necesidad”.[5] De esta manera, Pablo reconocía que la predicación del evangelio era una necesidad personal. En su percepción, no existía la posibilidad de que él hiciera otra cosa ni de recibir recompensa alguna por hacerlo. En resumen, la construcción del versículo evidencia que el propio evangelio es el elemento motivador de Pablo para su compromiso con la misión.
El pastor
El segundo aspecto del paradigma ministerial de Pablo está relacionado con su actividad pastoral. Ese trabajo se caracterizaba por las visitas del apóstol a las iglesias fundadas, por los colaboradores que enviaba a las congregaciones, por sus consejos directos a los dirigentes de las comunidades y también por las cartas que enviaba.[6] De hecho, sus cartas demuestran su cuidado pastoral para con la iglesia. El uso del término merimna sintetiza esta idea. En 2 Corintios 11:28, Pablo dice: “Además de tales cosas externas, está sobre mí la presión cotidiana de la preocupación [merimna] por todas las iglesias”
Uno de los grandes peligros afrontados por los pastores a lo largo de la historia ha sido alimentar motivos oscuros en su ministerio. El ejemplo apostólico es una referencia cuando observamos el amor que Pablo albergaba por el pueblo de Dios, al punto de declarar: “Así que de buena gana gastaré todo lo que tengo, y hasta yo mismo me desgastaré del todo por ustedes” (2 Cor. 12:15). MacDonald comenta: “Aquí tenemos una bella vislumbre de la inagotable búsqueda del apóstol Pablo por el bienestar del pueblo de Dios en Corinto. Él estaba felizmente dispuesto a entregarse en servicio incansable y en sacrificio por sus almas, esto es, por su bienestar espiritual”.[7]
En sus cartas, otro detalle que llama la atención es la manera en que Pablo concluía sus mensajes. El hecho de saludar por nombre a los fieles de las comunidades cristianas evidencia el tipo de relación interpersonal que mantenía con los miembros de las iglesias. Por ejemplo, en Romanos 16, envió saludos directos a personas a las que llamaba colaboradores (16:3, 21), amigo (16:8, NTV), e incluso “madre” (16:13). Al concluir 1 Corintios expresó su sentimiento genuino diciendo: “Mi amor en Cristo Jesús esté con todos vosotros” (16:24). En Hechos 20:28, preocupado por la espiritualidad de los líderes, amonestó: “Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño” (NVI).
Otra actividad importante en la dinámica pastoral de Pablo era la visitación. En Hechos 15:36, el apóstol invitó a Bernabé a visitar a los hermanos que se habían convertido en las campañas evangelizadoras del primer viaje misionero. Observa que no era una visita impensada; la motivación era la preocupación por el bienestar integral de los cristianos, y de manera especial, de los recién convertidos. Esta práctica también se evidencia, por ejemplo, en textos como Gálatas 1:18; 1 Corintios 16:5; y 2 Corintios 12:14.
Por lo tanto, para el apóstol, la relevancia de su ministerio no se resumía simplemente en el “crecimiento numérico o el poder financiero o a la construcción de templos suntuosos”,[8] sino que estaba relacionada con la salud espiritual de la comunidad de la fe, el cuidado de los miembros y el compromiso de todos en la predicación del evangelio. Él era celoso con la iglesia, la doctrina y la evangelización, pero tenía una gran preocupación por el ser humano y sus fragilidades, ansiedades y temores.
El teólogo
El tercer aspecto es la imagen de Pablo como teólogo. La importancia de sus cartas en el Nuevo Testamento le confiere un estatus distinguido, que opaca a los teólogos cristianos que lo siguieron.[9] Expresiones como “corpus paulino”, “teología paulina” o “pensamiento paulino” evidencian la grandeza de este líder cristiano preeminente.
Un análisis histórico de la influencia paulina en la teología es revelador. Por ejemplo, Agustín elaboró sus ideas teológicas a partir de sus reflexiones sobre los escritos de Pablo.[10] El origen de la Reforma Protestante está relacionado con las conclusiones extraídas de las cartas del apóstol. Teólogos influyentes como Karl Barth, Rudolf Bultmann y Emil Brunner se convirtieron en pensadores reconocidos por sus incursiones en las epístolas paulinas.[11] La influencia de los escritos de Pablo para el cristianismo todavía despierta el interés de muchos estudiosos contemporáneos.
La teología paulina se presenta en sus epístolas y está relacionada inseparablemente con el carácter del diálogo que tenía con sus destinatarios y el análisis y la contextualización histórica.[12] Es decir, su teología participaba de una estructura de retroalimentación sistémica con la iglesia. Esto queda evidenciado por las situaciones teológicas abordadas.
Ante un método de interpretación enraizado en la cultura judaica de la época y ante la influencia de diferentes corrientes filosóficas, Pablo se encuentra con el desafío de desarrollar un pensamiento que sistematice el alcance teológico-doctrinal cristiano que prevalezca ante los sistemas concurrentes y los discursos culturalmente predominantes,[13] preservando su fundamentación bíblica.
Su conocimiento teológico es vasto. Lo comprueba su enfoque teológico, amplio y profundo, sin mencionar su comprensión de las corrientes de pensamiento filosóficas de su tiempo. Por ejemplo, en Hechos 17, además de dialogar con representantes del pensamiento epicúreo y estoico, Pablo citó intertextualmente a Aratu, Cleandro y Epiménides.
El apóstol jamás permitió que la teología lo apartara de sus hermanos. A fin de cuentas, “ser teólogo no significaba alejarse del pueblo, sino comprometerse con él”.[14] El enfoque teológico paulino estableció una auténtica confluencia entre los preceptos de la fe cristiana como medios de comprensión individual para la salvación humana, influyendo así en su contexto existencial. De acuerdo con Derek Tidball, el objetivo de la enseñanza teológica de Pablo era “fortalecer a los creyentes, darles más conocimientos sobre su identidad y salvación, darles gran aprecio y confianza por Cristo y su obra, incentivar su unidad como un reflejo del evangelio de reconciliación e instruirlos en la vida ética”.[15]
Conclusión
Según la experiencia de Pablo, el ministerio pastoral se centra en el evangelio y tiene su origen en él. Es cierto que cualquier anacronismo entre el contexto del ministerio paulino y el presente deconstruiría uno de los grandes principios paradigmáticos enseñados por el propio apóstol, el de la contextualización (1 Cor. 9:20-22). Sin embargo, para responder a las preguntas presentadas en la introducción de este artículo, es necesario elaborar otras tres preguntas. ¿Hay una necesidad actual de evangelización? ¿Necesita la sociedad, especialmente la familia de la fe, una atención pastoral marcada por el cuidado y la visitación? ¿Necesitamos teólogos con conocimientos amplios y profundos? Si las respuestas son positivas, entonces es evidente que el paradigma paulino de ministerio pastoral, signado por la evangelización, la preparación teológica y la atención pastoral, es válido en la actualidad.
Sobre el autor: profesor de Teología en la Facultad Adventista de la Amazonia
Referencias
[1] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: ACES, 2009), p. 100.
[2] Udo Schnelle, Teologia do Novo Testamento (Santo André, SP: Academia Cristã, 2010), p. 256.
[3] Mauro Pesce, As Duas Fases da Pregação de Paulo (São Paulo: Loyola, 1996), p. 15.
[4] White, A Ciência do Bom Viver (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2015), p. 143.
[5] A. T. Robertson, Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento (Barcelona: Clie, 2003), p. 443.
[6] Pesce, As Duas Fases da Pregação de Paulo, p. 15.
[7] MacDonald, Comentário Bíblico, p. 845.
[8] Thomas W. Hill, Roberto Fricke, Edgar Baldeón, Gustavo Sánchez, Comentario Bíblico Mundo Hispano: 1 y 2 Corintios (El Paso, TX: Mundo Hispano, 2003), p. 315.
[9] James Dunn, A Teologia do Apóstolo Paulo (São Paulo: Paulus, 2008), p. 27.
[10] Aurélio Agostinho, Confissões (São Paulo: Folha de São Paulo, 2010), p. 106.
[11] Aurélio Agostinho, Confissões (São Paulo: Folha de São Paulo, 2010), p. 106.
[12] Ibíd., p. 37.
[13] Schnelle, Teologia do Novo Testamento, p. 257.
[14] Kevin J. Vanhoozer y Owen Strachan, O Pastor como Teólogo Público: Recuperando uma visão perdida (São Paulo: Vida Nova, 2016), p. 159.
[15] Derek Tidball, Ministério Segundo o Novo Testamento (São Paulo: Cultura Cristã, 2011), p. 139.