¡Cuántas veces hemos quedado sorprendidos al escuchar las palabras que constituyen el título de este editorial!
Pablo, en una de sus cartas al joven ministro Timoteo, lo exhorta a precaverse de los peligros del parcialismo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos. que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad”
Una iglesia dividida, con sus miembros en controversia, acusa, muchas veces, la falta de habilidad de un pastor que no sabe desempeñar su ministerio con equidad y espíritu imparcial.
Cierta vez un pastor se hizo cargo de una iglesia en la cual había dos grupos en conflicto. En ambos bandos había miembros influyentes. El pastor, como dirigente espiritual, estaba en condiciones excepcionales para intentar una reconciliación entre los litigantes. Sin embargo, por sincero que haya sido al actuar como lo hizo, reveló carencia de espíritu conciliador al manifestar simpatía hacia uno de los grupos en pugna y al hostilizar al opositor. Como resultado, los ánimos se caldearon, el conflicto se intensificó, y el pastor, con una mayoría de los miembros, logró eliminar de los registros de la iglesia a la facción considerada rebelde. Al ser excluidos sin derecho a ser escuchados, formaron una escuela sabática que se reunía en una casa particular. Al cabo de unos años, esa iglesia tuvo un nuevo pastor, y su primera preocupación fue recibir en la comunidad de la iglesia a aquellos que habían sido separados. El error quedó subsanado, sin embargo la causa de Dios sufrió por ese desventurado acontecimiento, el cual b’ en pudo haberse evitado.
Si el pastor desea tener influencia sobre la grey, debe precaverse de los peligros que resultan del favoritismo. El apóstol Pablo preguntaba muy oportunamente: “El que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (2 Tim. 3:5). Cuando un hijo es favorecido por su padre, más que sus hermanos, se convierte en causa de constantes perturbaciones y luchas en el hogar. Igual cosa ocurre en la iglesia cuando el pastor obra con parcialidad, favoreciendo a uno y perjudicando a otros.
En casi todas las iglesias existen diferencias de opiniones y de ideas entre los miembros, las cuales con frecuencia suscitan controversias y divisiones. En algunos lugares existen problemas antiguos que dormitan como carbones casi apagados, y a los cuales cualquier soplo puede avivar y hacer arder.
¡Cuán sensato debe ser el pastor en su tarea de conciliación! Tiene la responsabilidad de unir a los grupos en litigio y apagar las llamas de intolerancia e incomprensión.
John R. Steelman consiguió notable fama al lograr armonizar un 87 por ciento de los conflictos laborales ocurridos en los Estados Unidos en el transcurso de siete años. Interrogado sobre el secreto de su éxito, respondió:
“No traté de resolver yo las contiendas de los grupos en litigio, sino que los induje a resolverlas ellos mismos. A nadie se puede obligar a hacer una cosa. Nuestro deber consiste en unirnos con ellos y pedirles que se unan entre sí.
“Diríjanse los pensamientos de los litigantes hacia un punto en el cual armonicen, y el acuerdo surgirá luego. Entre los hombres no existe un conflicto para el cual no se pueda hallar un común acuerdo. Procúrese encontrarlo” (David Guy Powers, Live a New Life, pág.68).
Es evidente que los malos entendidos que separan a los miembros de nuestras iglesias no pueden compararse con los graves conflictos laborales, sin embargo es posible aplicar el mismo principio para solucionarlos.
El fiel pastor se esforzará siempre por quitar todas las discordias, promoviendo en su lugar la armonía, la unidad y la cooperación.
Las luchas intestinas, las controversias y los problemas, ocasionan más daño a la causa de Dios que la oposición sistemática de los adversarios del Evangelio. Por eso David exaltó la belleza del compañerismo y la colaboración cristianos: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”
Podría contemplar durante horas sin cansarme una impresora en funcionamiento^ Hay miles de piezas pequeñas, cilindros, palancas, rodillos y otros accesorios que trabajan juntos, cada uno en su sitio correspondiente. La máquina, con movimiento uniforme y armonioso traga montones de hojas de papel, arrojándolas impresas en forma de diarios y libros.
Con la iglesia debe ocurrir como con la imprenta. Hasta que se asiente la unidad del conjunto, la actuación del pastor juega un papel preponderante en la orientación del comportamiento de los miembros.
Que Dios nos inspire en nuestro ministerio para que, eliminando divergencias y conciliando los espíritus, sepamos sumar las fuerzas de la iglesia, conduciendo a los feligreses como un ejército unido en la lucha contra los poderes confederados del mal.