Carlos,[1] pastor ordenado de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, perdió su derecho a fungir como pastor a causa de una caída moral. Todavía es adventista del séptimo día y no demuestra ninguna animosidad contra la iglesia o los dirigentes que vieron conveniente pedirle sus credenciales. Reconoce libremente que la administración de la iglesia tenía la responsabilidad de hacer lo que hizo.

            Sin embargo, lo que entristece a este ex ministro, a su familia y a quienes lo conocen de cerca, es que nadie se comunicó directamente con él en todo el proceso y que desde entonces nadie ha tenido ningún contacto personal con él.

            “Nadie me ha ministrado”, dice Carlos, “ni en oración ni abriendo la Palabra conmigo”.

El alto costo

            El adulterio nunca es un pecado privado, y la infidelidad pastoral tiene incluso efectos de más largo alcance. Estos afectan no solamente el llamado del pastor y la iglesia, sino a su esposa y su familia, la otra parte en el episodio y su familia, y algunos que ni siquiera asisten a la iglesia.

            El adulterio es un pecado que la Biblia toma muy en serio. La Escritura dice que llegar a ser “una sola carne” con cualquier otra persona que no sea la esposa es un pecado contra el propio cuerpo (1 Cor. 6:18). Es probable que cualquier ministro sincero del evangelio que cae no sienta más que dolor, tristeza, humillación y devastación. Algunos creen que una persona tal debiera recibir una doble penalidad por su infidelidad.

            ¡Si tan sólo pudieran ser testigos de la persona afectada, su esposa y sus hijos durante las horas de agonía! ¡Si tan sólo pudieran ver la pena que reduce a un pastor una vez efectivo al llanto durante días y hasta semanas y meses! Este es el cuadro de uno que reconoce que su ministerio se ha ido para siempre y que su vida nunca será la misma.

            También es devastador para la esposa del pastor. La vida cambia completamente. Los sueños se desvanecen. El costo es bastante alto para el matrimonio, para los hijos, para la congregación, e incluso para algunos que no pertenecen a la iglesia.

El procedimiento normal

            Conocer la mejor manera de tratar a un pastor en tales circunstancias nunca es fácil para los administradores, compañeros de trabajo, y otros que son afectados. Por lo general, se toman algunas medidas para minimizar la herida de la iglesia, la congregación, el pastor y su familia.

            Actualmente nuestra iglesia sigue un procedimiento que incluye por lo general una investigación del caso, pedir la renuncia del ministro, negociación de un arreglo financiero final, ayuda pastoral para la congregación, y ministrar a la persona que se involucró con el pastor y las familias afectadas.

Puntos de vista diferentes

            La Escritura no prohíbe ni aprueba claramente la restauración al ministerio evangélico de un ministro que ha caído. Es posible que sea por esto que hay tanta divergencia de opiniones sobre el asunto entre las iglesias. Muchos razonan que la persona que ha traicionado una confianza tan sagrada pierde automáticamente su derecho al ministerio. Concluyen que el ministerio de un pastor hallado culpable de adulterio ha terminado para siempre.

            Otro grupo sostiene que la Biblia no contiene una prohibición específica y que el único pecado imperdonable es el de rechazar al Espíritu Santo. Arguyen que la Biblia cita varios casos de hombres que cayeron en adulterio, y sin embargo Dios los perdonó y los usó poderosamente. De aquí que dar una segunda oportunidad a los ministros moralmente caídos es bíblico.

            Luego hay otros que arguyen que las circunstancias de cada situación deben investigarse cuidadosamente. Consideran que ciertas “caídas” requieren un período adecuado de recuperación y que cada caso merece ser considerado con oración para determinar si el individuo puede ser restaurado o no. Por ejemplo: ¿Cuál es la actitud del ministro? ¿Cuánto tiempo tomó para arrepentirse? ¿Cuánto tiempo duró el problema? ¿Cuántas personas se involucraron?

Calificaciones escriturarias

            Los requisitos para los pastores están claramente especificados en Tito y en 1 de Timoteo. El pastor debe ser “irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción, con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?), no un neófito… También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera” (1 Tim. 3:2-7).

            Los creyentes en la restauración podrían muy bien argüir que Dios odia todo pecado (no sólo el adulterio). Si Dios odia el pecado del orgullo, y si los ministros están inflados de orgullo, ¿no deberían ser descalificados del mismo modo que el pastor adúltero?

            Tim LaHaye hace la siguiente pregunta: “¿Si nuestro Señor fuera a decir a todo ministro que le niega la restauración a un colega caído después de la disciplina, ‘el que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra él’, ¿quién quedaría para oponerse?’’[2]

Personas caídas que Dios usó

            La lista bíblica de aquellos que tenían pocos defectos es muy breve: Enoc, Isaías, Daniel y José se encuentran entre los más notables. Pero ¿qué acerca de personajes como Pedro, Juan, Jonás, David, Sansón, Moisés, Abrahán, y otros por el estilo? Aunque eran culpables de muchos pecados, Dios los aceptó y los usó. Eso no significa que hemos de justificar el adulterio, la fornicación, el asesinato, la desobediencia, o la negación del Señor. Lo que queremos decir es que Dios perdona al pecador arrepentido.

            El ministerio más productivo de David ocurrió después de su arrepentimiento por el pecado cometido contra Betsabé y Urías. Fue después de esta trágica experiencia que David escribió algunos de sus salmos más conmovedores. El período posterior de su vida fue testigo de la consolidación del reino y la preparación para la construcción del templo.

Restaurar a los caídos

Dos puntos debemos enfatizar:

  1. Como denominación necesitamos un reglamento o procedimiento bien pensado para ayudar a reconstruir las vidas de los ministros que han errado, sus esposas, y sus familias. Algunos consideran que han sido tratados con bondad y justicia. Pero otros están desilusionados, angustiados, y en algunos casos, han naufragado en la fe.
  2. Nuestra iglesia debe establecer un procedimiento en el cual nuestra posición sobre la disciplina se mantenga. Pero esa disciplina debiera tener, hasta donde sea posible, un efecto positivo sobre la vida moral y espiritual de los pastores, quizá hasta el punto donde, en algunos casos, sean equipados una vez más para el ministerio.

            Sin excepción, los pastores caídos necesitan perdón y rehabilitación espiritual. Gálatas 6:1 nos recuerda que los creyentes cristianos y la iglesia son responsables por el proceso de restauración. Dios perdona a los pecadores, y la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7).

            El perdón es una experiencia instantánea, pero la restauración espiritual es un proceso; toma tiempo. En términos prácticos, debiera comenzar ayudando a los pastores caídos a reconstruir sus vidas espirituales, sus matrimonios, y sus familias. Debería incluir también su comunión en la familia de la iglesia. Finalmente, depende las circunstancias del caso, bien podría extenderse a la restauración del ministerio pastoral.

            Una iglesia invitó a un “pastor restaurado” para ser su ministro. Fue totalmente honesto con respecto a su pasado. Ellos respondieron: “Si usted es una persona quebrantada, entonces tenemos un lugar para usted, porque nosotros somos una congregación de gente quebrantada”.

            Tim LaHaye recomienda una “comisión de restauración” pequeña y cuidadosamente seleccionada.[3] Los miembros de la comisión deben ser personas de integridad. Deben ser objetivos, compasivos, y en ningún modo antagónicos al concepto de restauración o al pastor. Debieran ser espiritualmente maduros, y calificados para:

  1. Evaluar la autenticidad del arrepentimiento, la confesión y la reconsagración a Dios de parte del pastor.
  2. Ayudar a reconstruir la vida espiritual, el matrimonio y la familia del pastor caído.
  3. Ayudar a la congregación a trabajar a pesar de su herida, desilusión, chasco e ira.
  4. Evaluar el progreso del pastor y exigirle responsabilidad.
  5. Considerar preocupaciones relacionadas, como encontrar ocupaciones alternativas y la posible necesidad de traslado.
  6. Ofrecerle un ministerio redentivo y de consejería estrictamente personal y permanente.
  7. Determinar si el pastor podría reasumir responsabilidades pastorales y cuándo debería hacerlo.

            Estas sugerencias no son, de ningún modo, completas. Pero debemos considerar seriamente el asunto de la restauración de un ministro “caído”. El procedimiento que se sugiere en este artículo de punto de vista está preñado de riesgos y posibilidades de fracasos. Pero creo que vale la pena afrontarlos.

Sobre el autor: es un pastor que vive en Nueva Gales del Sur, Australia.


Referencias:

[1] No es el verdadero nombre.

[2] Tim LaHaye, If Ministers Fall, Can They Be Restored? (Grand Rapids, Mích.: Zondervan Pub. House, 1990), pág. 109.

[3] Id., págs 97,169.