La obra del médico consiste en preservar la vida y en evitar la muerte. Como la paga del pecado es la muerte y el don de Dios es la vida eterna mediante Jesucristo, la obra del ministro del Evangelio está muy relacionada con la del médico. En efecto, cada poseedor de una Biblia debe ser en cierto sentido un distribuidor de remedios espirituales que conducen a la vida, a la salud y a la felicidad. Las prescripciones que aparecen en la Biblia han sido dadas por Dios para utilizarlas en el mantenimiento de la vida. Todo predicador del Evangelio, en su calidad de médico espiritual, tiene el privilegio sagrado de trabajar por la salud mental y espiritual de su pueblo. Donde no haya evidencias de las características cristianas y las actitudes que son el fruto del Espíritu —amor, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, humildad, temperancia—, el verdadero pastor procurará con diligencia hacer que esos dones formen parte de la experiencia de sus feligreses. La vida de la iglesia, el progreso de la obra de Dios y el compañerismo de los creyentes dependen de la manifestación de los dones mencionados en las vidas de los miembros.
Nuestro Padre celestial nos proporciona, sin dinero y sin precio, los remedios necesarios para la curación de la mente y el espíritu, pero es la responsabilidad del pastor, el médico del espíritu, administrar los medicamentos apropiados para cualquier problema o dificultad que pueda presentarse. El pastor, además de conocer los pastos donde se alimenta su rebaño, también debe conocer en forma individual a cada uno de sus miembros y estar enterado de su condición espiritual. No se contentará con las apariencias. A menudo la conversación revela las necesidades espirituales de una persona, “porque de la abundancia del corazón habla la boca’ (Mat. 12:34). Así como al árbol se lo conoce por sus frutos, al corazón se lo conoce por sus palabras. Las palabras vanas y ociosas, como microbios bajo el microscopio del médico, le revelan al pastor la existencia de alguna clase de desorden interior.
Con frecuencia se da el caso de miembros de la iglesia que no se dan cuenta de lo que acontece en sus vidas. El pastor, como su médico espiritual, es responsable ante Dios de hacer todo lo posible para ayudarlos a alcanzar la salud espiritual. Aunque parezca difícil de seguirlo, el consejo divino que se les da, es: “Considera atentamente el aspecto de tus ovejas; pon tu corazón a tus rebaños” (Prov. 27:23). Los pastores que no se preocupan, siempre se sorprenderán ante los trágicos fracasos experimentados por algunos de sus miembros. No pasaba lo mismo con Jesús. El observaba a Pedro, y sabía de antemano lo que le sucedería. De modo que cuando sucedió, no se asombró ni se enojó, sino que estuvo preparado para ayudarlo. Ya había estado orando para que la fe de Pedro no faltara en el momento de la prueba (Luc. 22:32-34). Un médico observa atentamente a sus pacientes, en busca de los síntomas que le ayudarán a comprender cada caso. Hace diferencia entre los síntomas y las causas de la enfermedad, y se esfuerza por hacer desaparecer estas últimas.
Únicamente los pastores que han experimentado una completa conversión pueden ser los verdaderos sanadores del espíritu. La siguiente declaración tiene una importancia capital: “Como en el agua rostro corresponde a rostro, así el corazón de un hombre a otro” (Prov. 27:19, VM). Esa reflexión se da sólo cuando el agua está limpia y clara e iluminada por el sol; así también, únicamente un corazón limpio y convertido puede reflejar la luz del Evangelio, el rayo del amor de Dios para satisfacer las necesidades de los corazones angustiados.
Un pastor-médico se esforzará por hacer que cada sermón sea un agente de curación. Observará atentamente las expresiones de sus oyentes y oirá con interés las observaciones que hagan. Pesará cuidadosamente las reacciones de su grey ante la verdad revelada. Como médico del alma, llevará sus descubrimientos al laboratorio de la oración y a los rayos X de la Palabra de Dios. Buscará de rodillas la luz del cielo hasta hallar la solución y el remedio. Siempre debe recordar que el propósito de sus investigaciones y descubrimientos no es colocarlo por juez, sino obtener los’ elementos de juicio necesarios para administrar el remedio adecuado. Su único blanco es lograr que Jesús los sane (Mat. 13:15). Siempre coloca a sus miembros-pacientes en relación con el poder del gran Médico. Jesucristo.
Los colaboradores del médico espiritual
El pastor verdadero sabrá ignorar los chismes y los rumores y también aceptar las indicaciones de los miembros que desean colaborar, tal como el médico recibe los informes de las enfermeras y los ayudantes. El pastor- médico no siempre llegará a las mismas conclusiones que obtienen sus miembros, pero puede educarlos en integridad, para que puedan ayudarlo a vigilar a las almas y orar por ellas. Ellos pueden, por su amor y confianza, animar a los que están en dificultades. Este servicio motivado por la caridad cristiana con frecuencia puede actuar como un principio de solución para problemas que parecían desesperados. El espíritu de amor y servicio transforma a la iglesia de juzgado en hospital espiritual. Los colaboradores del pastor deben ser adiestrados y probados antes de obrar por sí mismos (1 Tim. 3:10). Así como todo el organismo trabaja por su bienestar y acude en ayuda de un órgano enfermo, también una iglesia sana, en tiempo de necesidad y enfermedad realiza la curación del cuerpo en amor al trabajar con eficiencia cada una de sus partes (Efe. 4:15, 16).
Problemas del diagnóstico espiritual
Una de las mayores lecciones que deben aprender los miembros de iglesia se deriva del juicio emitido acerca de la vida espiritual de los demás, “porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo” (Rom. 2:1). Cuando Pedro pensó que los demás discípulos no amaban a Jesús tanto como él (Juan 21:15), y que todos, excepto él, podían escandalizarse, no logró percatarse de que era él quien estaba más expuesto a ese problema.
Cuando el pastor trata con sus pacientes espirituales debe esforzarse por hablarles a la conciencia. Jesús siempre se dirigía a la conciencia: “Oyendo, pues, ellos, redargüidos de la conciencia, salíanse uno a uno” (Juan 8:9). La conciencia obra en forma individual. El pastor, después de predicar a la congregación, buscará a la persona que evidencie una respuesta de su conciencia. Cuando la conciencia trata de persuadir o convencer, la persona generalmente lo revela mediante sus palabras o actos, que así expresan los pensamientos interiores que la acusan o excusan, según sea el caso (Rom. 2:15).
Un observador superficial podría fácilmente formarse una idea equivocada de una persona en quien se opera el proceso descrito. Sus promesas le podrán parecer poco dignas de confianza. Puede criticar a otros y apartarse del servicio de Dios como le sucedió una vez a Pedro (Juan 21:3). De manera que es sumamente importante comprender este proceso que se lleva a cabo en el alma de la persona escogida por el Señor. ¡Cuán importante es que tal persona encuentre un pastor comprensivo y no un fariseo que critique y condene a esa alma que lucha por la superación!
Jesús no vino “a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento” (Luc. 5:32). El pastor-médico necesita ánimo y consagración para imitar a Jesús en su trato con personas como Zaqueo o la mujer pecadora, a fin de conducirlas a la salvación. Dentro y fuera de la iglesia habrá fariseos que piensen, y aun que lo digan en voz alta, lo que pensaron del Señor: “Este —si fuera un verdadero obrero de Dios o un predicador consagrado— conocería quién y cuál es la mujer [o el hombre] que le toca, que es pecadora” (Luc. 7:39). A éstos habrá que responderles: “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10); y esta obra les ha sido encomendada a los pastores adventistas, que son los representantes de Jesús. Dios necesita a hombres y mujeres cristianos para que se hagan amigos de los publicanos y los pecadores (Mat. 11:19). Los fariseos llenos de justicia propia sin duda continuarán creyendo que son demasiado buenos para bautizarse y añadirse a semejante grupo de personas (Luc. 7:30). Los portadores de la sabiduría humana, desafortunadamente, evitan a las almas que son tentadas y vencidas por Satanás, y como el sacerdote y el levita de la parábola, pasan sin detenerse junto al caído. Sin embargo, el pastor-médico obrará como lo hizo el buen samaritano, y tratará de imitar a Cristo, el único Médico verdadero.
Calificaciones esenciales para el pastor evangelista
El médico espiritual debe comprender que es un colaborador de Jesús. Debe ser fiel a los principios de la justicia y sin embargo, estar dispuesto a recibir a los que han caído en el pecado. Debe proseguir su obra de salvar a los pecadores, a pesar de la crítica. Tal vez se vea en la necesidad de decir como David: “En pago de mi amor me han sido adversarios” (Sal. 109:4). Podrá decir: “Yo en muy poco tengo el ser juzgado de vosotros, o de juicio humano; y ni aun yo me juzgo” (1 Cor. 4:3). Sabe que “el que me juzga, el Señor es” (vers. 4), y procura regir su conducta en vista de ese pensamiento. El obrero debe ser fuerte con la fortaleza de la justificación por el Señor, así como el médico se justifica y respalda con su diploma concedido por la universidad y el gobierno.
Igual que el médico, interfiere en la vida del paciente, y no éste en la suya. Así como el médico tiene en su mano el destino temporal de una persona para vida o para muerte, también el médico espiritual tiene en sus manos, bajo Dios, el destino eterno de su pueblo., Lo que él, por la gracia de Dios, desate aquí en la tierra, recibirá el reconocimiento del cielo (Mat. 18:18).
Únicamente los obreros que conozcan por experiencia la verdad de la justificación por la fe en Jesús podrán ser los agentes espirituales del poder sanador del gran Médico. Hace años la sierva del Señor dijo qua había iglesias enteras que perecían por la falta de esta verdad. La iglesia alcanzará la victoria final cuando se cubra con la justicia de Cristo. El pastor-médico debe estar seguro de que su experiencia personal contiene estos puntos básicos.
El conocimiento de la dependencia del hombre de su Dios es esencial para el éxito del pastor-médico, porque “No puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado del cielo”
(Juan 3:27). Los miembros de la iglesia no son capaces de curarse a sí mismos, así como el enfermo que busca la ayuda profesional no puede remediar su propio mal. Cuando se trata de lograr la madurez espiritual, el hombre es impotente para lograrla por sus medios. No hay duda de que hay muchos miembros con almas anhelosas y corazones hambrientos que no han sido alimentados por palabras de vida presentadas por sus pastores, y no han experimentado la curación que Jesús ofrece. Algunos de ellos son adventistas de nombre y por su doctrina, y sin embargo permanecen dolientes, como el joven a quien los discípulos no pudieron curar. El informe que su padre le dió a Jesús fué: “Y le he presentado a tus discípulos, y no le han podido sanar” (Mat. 17:16). Curarlo, fué una cosa sencilla para Jesús. Pero, ¿no obramos nosotros con tanta falta de fe y de oración como obraron los discípulos en aquella ocasión? Los médicos espirituales de hoy bien podrían hacer una pregunta parecida a la que formularon esos discípulos de antaño: “¿Por qué nosotros no lo pudimos echar fuera?” Y la respuesta todavía puede ser la misma: “Por vuestra incredulidad”.
En la iglesia surgen muchos problemas debido a nuestra “incredulidad”. Desafortunadamente, con mucha frecuencia tenemos demasiado poco tiempo para dedicarlo a los semejantes —no tenemos tiempo para llorar “con los que lloran” (Rom. 12:15), para llevar las cargas de los débiles, y edificarnos unos a otros con ternura y amor cristianos. Hay demasiado poco compañerismo entre la hermandad de la iglesia. Esta clase de compañerismo era una realidad en los días de Pablo. Los ancianos eran tratados como padres, y las ancianas como madres (1 Tim. 5:1). Los corazones de aquellos primeros obreros anhelaban el bienestar espiritual de los miembros. Pablo exclamó: “Hijitos míos, que vuelvo otra vez a estar de parto por vosotros, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gál. 4:19). Esta clase de compañerismo y preocupación por los semejantes resulta anacrónica para algunos. Sin embargo, las apostasías cobran cierto impulso debido a la actitud fría y exclusivista de algunos dirigentes que se dejan absorber indebidamente por su trabajo. Por otra parte, debe elegirse “la buena voluntad” antes que “la plata y el oro” (Prov. 22:1, VM).