Recuerde: el papel del líder no es definir y resolver problemas, sino concentrar la atención y hacer preguntas, de manera que el grupo de trabajo identifique los problemas y encuentre la solución.

No soy pastora, ni quiero serlo. Ni siquiera entiendo cómo el pastor puede hacer su trabajo con todos los “patrones” que se sientan en los bancos de la iglesia y que lo vigilan, cada uno con su propia idea acerca de cómo debería ejercer el ministerio. Sin duda, la suya es la tarea más difícil, irritante, inspiradora, elevadora, desagradable y estresante del mundo. Sería bueno que nosotros, los que nos sentamos en los bancos, nos detuviéramos un instante para tomar nota de lo que es la profesión del pastor, a fin de tratarlo con el respeto que merece.

Los mejores ejemplos de cómo debe ser un pastor son Moisés y Jesús. Ambos tenían congregaciones díscolas, ambos sirvieron como intermediarios entre el pueblo y Dios, y ambos son conocidos por haber pedido al Señor que los ayudara en su ministerio. Los llamados de ambos fueron espectaculares: para Moisés, fue la zarza ardiente; para Jesús, la paloma que descendió del cielo. A ambos les habló el Altísimo.

Quiere decir que antes de que los pastores lleguen a serlo, Dios les habla; los elige. Ellos no escogen su trabajo. “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto” (2 Cor. 3:4-6).

Repasemos la lista

Al estudiar la Biblia, he descubierto que mi lista de requisitos que debe cumplir un pastor a menudo no coincide con la de Dios. Por ejemplo, yo creía que un buen pastor debía ser también un buen orador. Moisés descubrió que para ser un buen pastor no hacía falta que hablara bien. “Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor!

Nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo de habla y torpe de lengua” (Éxo. 4:10). Pero, el Señor le dijo: “Ahora, pues, ve, y yo estaré en tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (vers. 12).

Incluso en la vida de Jesús hay pocas ocasiones en las que se menciona que predicó a la gente. Eliminé de mi lista eso de que el pastor debe ser bueno para predicar sermones.

Mi hermano me dijo una vez, después de oír hablar a nuestro pastor: “Cuando predica la verdad acerca de Dios, es como un relámpago que toca mi corazón”. Para transmitimos el poder que proviene de la Fuente, el pastor tiene que estar conectado con la Fuente. Jesús lo explicó muy bien: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho” (Juan 12:49, 50).

Moisés y Jesús, al parecer, se movían entre Dios allá arriba y el pueblo aquí abajo. Cuando los israelitas se quejaban, Moisés acudía a Dios y le preguntaba qué debía hacer. Cuando Dios se quejaba de la conducta de los israelitas, intercedía por ellos. “Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos, Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo” (Éxo. 19:7, 8).

La obra pastoral es ciertamente una tarea asombrosa, un constante ir y venir entre Dios y el pueblo. Tomé nota de que los israelitas sabían cuándo Moisés había estado con Dios: su rostro resplandecía tanto, que debía cubrirlo con un velo. Cuando Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan a la cima del monte, “su rostro resplandecía como el sol” (Mat. 17:1-4).

Nosotros, en nuestras congregaciones, a menudo buscamos el resplandor en el rostro de nuestros pastores, como muestra de que han estado con el Señor. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6).

Para que un pastor tenga éxito, debemos ver en él a Dios que sonríe; debemos ver el resplandor de la gloria del Señor en su rostro. Este brillo no significa que el pastor deba ser tan perfecto como el Altísimo, sino que una relación constante, vibrante y eficaz con Dios. Significa que, como Moisés, el Señor habla con él “cara a cara” (Éxo. 33:11).

No deberíamos fijar para el pastor normas más altas que las que nos fijamos a nosotros mismos. Dios nos ha prometido perfección en el cielo. Hasta que lleguemos allí, todos necesitaremos una relación restauradora con Jesús, que se manifiesta cuando no juzgamos al pastor.

La delegación de autoridad

Puedo entender que las diarias tensiones de la tarea del pastor eclipsen el resplandor divino. Me imagino que Moisés muchas veces habrá deseado haber dejado en Egipto a toda esa gente.

Su suegro le dio a Moisés un buen consejo: “No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además, escoge entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo como jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte; y también todo este pueblo irá en paz a su lugar” (Éxo. 18:17-23).

Jesús también distribuyó responsabilidades entre sus doce discípulos.

Un buen pastor delega el trabajo entre la gente y, al hacerlo, confía en que esta lo hará en forma adecuada.

El mejor obsequio que nos puede hacer un pastor es confiar en que nosotros haremos bien la tarea que nos confía.

Lamentablemente, hasta los mejores pastores se enteran pronto de que sus congregaciones son deficientes y limitadas. Cuando nos desanimamos, nos lamentamos y nos quejamos. Nuestros pecados son como serpientes que muerden y nos atormentan. ¿Qué puede hacer el pastor en ese caso?

Las mordeduras de las serpientes

Los israelitas estaban cansados, hambrientos, sedientos y desanimados. Andaban a tropezones por el desierto, sin poder modificar la situación. Se quejaron del Señor y de Moisés. Las serpientes mordieron al pueblo, y muchos israelitas murieron. ¿Qué hizo Moisés? ¿Las mató? ¿Curó las mordeduras? ¿Se fue a otra parte, lejos de las serpientes? ¡No! Vale la pena leer con cuidado Números 21:7 al 9. Primero, “Moisés oró por el pueblo”. ¡Qué pensamiento consolador! Si yo hubiera sido Moisés, es posible que me habría encerrado en mi tienda y los habría dejado afuera con su dilema. Después de todo, esa gente había hablado mal de Dios y de él. Y, a pesar de eso, Moisés oró por ellos.

En esta delicada interacción entre seres humanos, el pastor debe orar para que el amor, la aceptación y el poder de Dios obren, a fin de guiarnos en la senda que conduce a la clase de gente que debemos ser.

A menudo, perdemos la pista al llegar a este punto. Cuando nuestro pastor ve que nos rebelamos contra Dios, es como si las serpientes nos hubieran mordido. Nuestra conducta pecaminosa y egoísta causará nuestra muerte eterna con tanta seguridad como la mordedura de las serpientes mató a tantos israelitas. Pero no es tarea del pastor matar las serpientes ni curar las mordeduras.

La mayor parte de nosotros, los miembros de la congregación del pastor, sabemos cuál es la diferencia entre el bien y el mal. La mayoría de nosotros tiene una fibra sensible que sabe cuándo estamos desilusionando a Dios. Si así no fuera, no seríamos miembros de iglesia.

Dios le dijo a Moisés que fabricara una serpiente de bronce y que la pusiera en una especie de asta de bandera. Todo el que mirara a la serpiente quedaría libre de las consecuencias de la mordedura. Para ayudar a la gente, todo lo que tenía que hacer Moisés era hacer la serpiente y ponerla delante de la gente en el asta.

Jesús también se refirió a esta experiencia. “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15). En lugar de señalar a las serpientes y sus mortales mordeduras, necesitamos que nuestro pastor nos sumerja en el poder de Jesús, para que él nos transforme. Necesitamos que nuestro pastor mantenga firme el asta de la bandera.

En otras palabras, cuando el pastor tiene que enfrentar desórdenes de conducta, no se limita a decimos que los debemos modificar. Nos exhorta, además, a que permitamos que Jesús nos transforme. Toma con una mano la de Jesús -que tiene las cicatrices de los clavos-, mientras le ofrece la otra al feligrés. El pastor es el conducto por medio del cual fluye a nosotros el poder de Jesús capaz de cambiar vidas. ¡Qué solemne responsabilidad es esta, la de mantener firme el asta de la bandera!

Las reglas

Una buena parte de la tarea de Moisés consistía en formular reglas. “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). Dios le dio a Moisés una cantidad de gente a la que se le dijo lo que debía decir y lo que debía pensar por varias generaciones. Su capacidad de gobernarse a sí mismos era limitada. Necesitaban reglas para sobrevivir en el árido desierto. Moisés, incluso, les tuvo que decir dónde instalar letrinas para evitar la enfermedad. Al cumplir con las reglas, podían seguir viviendo. Dependían total y absolutamente de Moisés para pedir a Dios alimento, agua, protección y dirección.

El Señor hizo las reglas para mantenernos vivos y seguros. Nos revelan a un Dios infinitamente amante, que nos pide que dependamos de él. Nos enseña que necesitamos un Salvador para poder alcanzar la elevada norma del Cielo. “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gál. 3:24).

Lamentablemente, a veces es más fácil adorar la ley misma, en vez de adorar al que dio la ley.

Moisés se tenía que asegurar de que su pueblo reconociera que Dios estaba firmemente detrás de esas reglas de conducta. La tarea de Jesús era exactamente la misma. “Les dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (Juan 14:6, 7).

En lugar de limitarse a convencernos de la verdad de nuestras doctrinas, nuestro pastor tiene que estar seguro de que nosotros, constante y consistentemente, vemos al amante Autor de nuestras creencias cuando nos presenta el carácter de Dios.

Cuando la vida nos sacude de diversas maneras, el pastor debe asegurarse de que estamos firmemente anclados en las reglas, y debe sostenernos firmemente para que podamos ver a Jesús.

Conclusión

¡Cómo admiro a la gente que acepta la tarea del pastor! En lugar de nuestras críticas, necesita nuestras oraciones. En lugar de nuestros juicios, nuestro invariable apoyo. Sostengamos las manos del pastor, para que él pueda tocar las manos de Dios y después tocarnos a nosotros.

Debemos respetar al hombre que habla con Dios por nosotros, que aviva nuestra llama cuando está a punto de extinguirse, que sostiene el asta de la bandera.

David escribió un Salmo para los pastores: “Mirad, bendecid a Jehová vosotros todos los siervos de Jehová, los que en la casa de Jehová estáis por las noches. Alzad vuestras manos al santuario, y bendecid a Jehová. Desde Sion te bendiga Jehová, el cual ha hecho los cielos y la tierra” (Sal. 134:1-3). ¡Gracias a Dios porque nos ha dado el don de sus pastores!

Sobre la autora: Audióloga clínica, reside en Dayton, Tennessee, Estados Unidos.