La eficacia ministerial será proporcional a la condición espiritual del ministro ante el Señor.
En mi último año en la facultad de Teología, adquirí el libro de Richard Exley titulado Perigos que Rondam o Ministério. En él, el autor advierte contra la lascivia y el poder, dos de las principales amenazas que acechan la vida del pastor. Sin embargo, a pesar de los efectos nocivos que tienen sobre el ejercicio del pastorado, considero que la lascivia y el poder están lejos de ser comparables a la falsa espiritualidad y a los riesgos que conlleva, pues esta es exactamente la puerta que nos induce a recorrer las veredas de todos los otros peligros.
Podemos engañarnos pensando que, como la naturaleza del trabajo pastoral implica aspectos espirituales y sobrenaturales, esto es garantía de una espiritualidad saludable. Otro engaño sería presumir que la grandeza que rodea al ministerio de la predicación es proporcional al nivel espiritual en que supuestamente nos encontramos.
Veamos lo que dicen las Escrituras sobre la espiritualidad del ministro del Señor y sus implicaciones, partiendo de ejemplos en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
Ejemplos en el Antiguo Testamento
La primera consecuencia del pecado fue la ruptura de la relación del ser humano con su Creador, lo que ocasionó una condición de desarmonía espiritual. La Biblia dice que Adán y Eva “se escondieron” de Dios. El verbo esconder en hebreo es chava, y también puede traducirse como “se ocultó” o “se alejó”. Aquí se encuentra en modo hitpael, en tiempo imperfecto. Este detalle ayuda a comprender la naturaleza real de la acción de la primera pareja. El tiempo verbal indica que el sujeto realiza una acción cuyos resultados se vuelven contra sí mismo. En este sentido, el acto de esconderse se volvió en contra de la propia pareja, pues, a partir de allí, Adán y Eva vivieron huyendo continuamente de la presencia del Señor. Por otro lado, al ser una acción no concluida, existía la posibilidad de restablecimiento de la relación, siempre que el Señor tomara la iniciativa. Y fue eso lo que ocurrió.
El ser humano, que originalmente disfrutaba de una relación natural con el Cielo, experimentó un cambio radical en su relación con Dios y su mundo.[1] John MacArthur describe los efectos de esa ruptura. Ellos no se interesarían más por los pensamientos de Dios, sino solo por sus pensamientos (Sal. 53:1; Rom. 1:25); ya no tendrían una visión espiritual, pues fueron cegados por Satanás para no ver la gloria del Señor (2 Cor. 4:4); no serían más sabios, sino necios (Sal. 14:1; Tito 3:3); no vivirían más para Dios, sino que estarían muertos en sus delitos y pecados (Rom. 8:5-11); no amarían más las cosas de lo alto, sino las de la tierra (Col. 3:2); ya no andarían en la luz, sino en las tinieblas (Juan 12:35, 36, 46); no poseerían más la vida eterna, mas tendrían que enfrentar la muerte espiritual (2 Tes. 1:9); ya no vivirían dominados por el Espíritu Santo, sino por la carne (Rom. 8:1 5).[2]
Por lo tanto, la transgresión en el aspecto espiritual fue, y continúa siendo, la causa de todas las otras transgresiones, incluso las de naturaleza ética y moral. La transgresión provocó el sentimiento del miedo (Gén. 3:10) y también alcanzó las relaciones interpersonales. Adán dijo: “La mujer que me diste” (vers. 12). Así, las conveniencias humanas pasaron a tener primacía, aunque fueran fuente de conflictos.
Como pastores, muchas veces olvidamos que estamos inmersos en este contexto de rupturas y que si estas comienzan en el ámbito espiritual, debemos procurar solucionarlas en la misma esfera. Si el llamado divino nos capacita para compartir las buenas nuevas de que es posible restablecer lo que se quebró en el Edén, necesitamos vivir esa realidad. Debemos ser cuidadosos, pues en la atmósfera del círculo ministerial se respira la idea errónea de que “nuestro desempeño es más importante que nuestra condición ante Dios”.[3]
De hecho, los líderes exitosos del pueblo de Israel eran personas que tenían una relación íntima con Dios. Por ejemplo, en Génesis 6, el relato sagrado presenta a Noé. Elena de White afirma que el Señor “envió ángeles a Noé para informarle cuál era su propósito respecto a los habitantes del mundo antiguo. El fiel hijo de justicia declaró a los habitantes el mensaje que indicaba que ciento veinte años marcarían el fin de su tiempo de gracia”.[4] Entre la maldad de sus corazones y la alarmante extensión de la corrupción humana, apareció la figura de un “pastor”. Sobre Noé pesó la responsabilidad de presentar un mensaje específico para aquel pueblo, de ser el líder espiritual de su familia y de aquella sociedad inmediatamente antes del juicio del Señor.
La narrativa bíblica referente al patriarca apunta a la característica principal que se espera de los ministros del Señor en un tiempo que se asemeja a los días de Noé (cf. Mat. 24:37): “con Dios caminó Noé” (Gén. 6:9). La Biblia relata acciones divinas, activas y puntuales, que dan cuenta de la proximidad de la relación desarrollada por Dios y Noé. Observa las expresiones “Dijo […] Dios a Noé” (Gén. 6:13); “Dijo […] Jehová a Noé” (Gén. 7:1); “Y habló Dios a Noé” (Gén. 9:8); “Y se acordó Dios de Noé” (Gén. 8:1) y “Bendijo Dios a Noé y a sus hijos” (Gén. 9:1).
Todos los verbos (decir/hablar, recordar, bendecir) están en modo imperfecto en hebreo. Podemos observar que las acciones divinas en relación con Noé eran continuas, por la interacción que establecieron. Tanto la obediencia de Noé como el hecho de que haya erigido un altar al Señor revelan el perfil de un líder consagrado. La espiritualidad está relacionada con los valores verdaderos y con las actitudes y los motivos correctos. Esto es posible cuando el pastor terrenal está en plena sintonía con el Pastor celestial.
El Antiguo Testamento presenta una galería repleta de grandes líderes espirituales. Moisés, Josué, Samuel y Daniel, entre otros, lograron desarrollar un ministerio exitoso solo porque se dedicaron a cultivar una relación íntima con el Señor.
Ejemplos en el Nuevo Testamento
En las páginas del Nuevo Testamento se encuentra también un fuerte énfasis en la vida espiritual de los líderes cristianos, siendo el ejemplo supremo la vida del Salvador. El estilo de vida de Cristo da testimonio de su espiritualidad. A pesar del vínculo esencial con el Padre (Juan 10:30; 12:45), hay una completa intimidad del Jesús humano con Dios, demostrada por la práctica continua de la oración (Mat.26:39; Mar. 1:35; Luc.5:16; 6:12; 9:18, 28; 11:1; Juan 17; Heb. 5:17).
En el período de los apóstoles es posible observar que las evidencias de la espiritualidad servían para demostrar que ellos, la iglesia y los fieles estaban en sintonía con la santidad de Dios. Pedro, Pablo, Santiago, Juan y los demás pastores de la iglesia apostólica presentaron frutos que indicaban un alto nivel de espiritualidad en su vida y su ministerio, de acuerdo con la comunión que desarrollaron con el Señor.
Pablo vinculó el éxito en el liderazgo pastoral con la disposición ininterrumpida a estar conectado con Dios. Por ejemplo, al hablar con los líderes, él no dejó duda de que la esencia de su pastorado era servir al Señor (Hech. 20:19). El apóstol tenía la clara percepción de que, como ministro, era un “siervo” (doulos, en griego) del Supremo Pastor. Esto queda claro en la introducción de varias de sus epístolas (por ejemplo, Rom. 1:1; Tito 1:1).
Esa comprensión no era exclusivamente paulina. Santiago también evidenció que su apostolado se fundamentaba en la conciencia de que él era un siervo de Dios (Sant. 1:1). Lo mismo aconteció con Pedro. Antes de identificarse como líder de la iglesia, en 2 Pedro 1:1, él se presentó como siervo de Jesucristo.
A su vez, Juan se refirió a Cristo como el modelo de espiritualidad que los ministros deben tener: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos” (1 Juan 1:1). Observa esta declaración de la manifestación histórica del Verbo, el Cristo mismo, y la certeza de su presencia en la vida de Juan, el anciano pastor. Los tiempos verbales empleados por el apóstol no dejan dudas: los verbos oír y ver están en pretérito perfecto e indican un estado real y presente, resultado de una acción pasada.[5]
En 1 Juan 1:3, el apóstol inserta otro elemento: “lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos” (la cursiva es nuestra). Además de haber visto y oído, Juan también afirmó que era su deber anunciar, proclamar, evangelizar y predicar. La proclamación del evangelio se vuelve realidad solamente después de una experiencia espiritual, real y genuina con Cristo.
Observa que la espiritualidad bíblica no implica ni un aislamiento ascético ni una perspectiva sacerdotal que destaque la presencia e influencia de los clérigos en medio de las multitudes.
¡Qué lección fantástica nos dejan las Escrituras como legado para los ministros del Señor en estos textos! Antes de servir a la iglesia de Dios, necesitamos convertirnos en siervos del Dios de la iglesia. Nuestros vínculos eclesiásticos serán genuinos cuando primeramente nos vinculemos con el Supremo Pastor. La espiritualidad de los líderes que estaban al frente de las iglesias del Nuevo Testamento se estableció a partir de la sujeción del pastor-siervo al Supremo Pastor-líder. El ministro obtendrá éxito solo cuando esté ligado a la vid verdadera (Juan 15:1-5).
Conclusión
La espiritualidad es una cualidad de carácter que Dios requiere de sus ministros, es una necesidad del pastor y una demanda de la iglesia. No es posible involucrarse en cuestiones espirituales viviendo en el ámbito de la carnalidad (1 Cor. 2:12-14). Tampoco es posible hacer realidad el reino celestial en nuestras iglesias si vivimos con los ojos puestos en las cosas terrenales.
Para desarrollar una espiritualidad saludable es necesario romper con la alterreferencia (tomar al otro como referencia o buscar atender las expectativas de otros) y con la egorreferencia (tomarse a sí mismo como referencia o buscar atender las propias expectativas). El ministerio pastoral necesita de la teorreferencia (ser lo que Dios desea que seamos). En otras palabras, el Señor es la única referencia que puede reconducir al ser humano al camino de la autenticidad.[6] Solamente un pastorado marcado por la teorreferencia, bajo los parámetros de la espiritualidad, podrá producir los frutos esperados por Dios.
Finalmente, asumo que ante las dificultades de la sociedad contemporánea y los desafíos inherentes al ministerio, necesitamos menos profesionalismo y más espiritualidad; menos pastores profesionales y más pastores de vocación.
Las conveniencias, el tono impersonal y la autoconfianza que se revela en los sermones, en las familias pastorales colapsadas y en las relaciones pastorales conflictivas, nos deben despertar a la realidad de la necesidad de la vinculación urgente del ministerio pastoral con el ministerio sacerdotal de Cristo. Creo que ha llegado el momento de convertirnos en ovejas del Buen Pastor, a fin de ser vistos como buenos pastores por las ovejas de nuestras iglesias.
Sobre el autor: Profesor de Teología en la Facultad Adventista de la Amazonia.
Referencias
[1] John MacArthur, Pense Biblicamente (San Pablo: Hagnos, 2005), pp. 55, 56.
[2] Ibíd.
[3] Donald E. Price, Autenticidade ou Hipocrisia? A integridade dos desafios do ministério (San Pablo: Vida Nova, 2001), p. 38.
[4] Elena de White, Manuscrito 86, 1886.
[5] Maximilian Zerwick y Joseph Smith, Biblical Greek (Roma: G & BP, 2011), p. 96.
[6] Jonas Madureira, Inteligência Humilhada (San Pablo: Vida Nova, 2017), pp. 194, 195.