De acuerdo con lo que dice Shakespeare, “algunas personas nacen grandes, otras consiguen la grandeza y a otras se les concede la grandeza”. No importa de qué manera llegamos a ser líderes, el desafío permanece: lograr que ese liderazgo sea eficaz. Y en ningún otro lugar esa eficacia debe ser más evidente que en la iglesia.

Todo lo que hacemos debe tener un propósito: un plan, una meta, un objetivo. Si fracasamos en la planificación, es porque hemos planificado para fracasar. Acerca de Daniel leemos que él “propuso en su corazón no contaminarse” (Dan. 1:8). Eso significa que tenía determinación y propósito. En el liderazgo es necesario tener propósito y determinación para alcanzar las metas propuestas. Y, ¿qué es un liderazgo con propósito? Aquí están los siete puntos que lo identifican:

El liderazgo que sirve

¡No espere que lo sirvan; en cambio, ¡sirva! Jesús lavó los pues de los discípulos antes que ellos comprendieran que debían lavárselos. Entonces recibieron el desafío de lavarse los pies los unos a los otros (Juan 13:14).

El presidente de un campo recibió la invitación de un pastor que necesitaba ayuda para resolver un problema. El presidente preguntó cuál era el problema, y el pastor le explicó que uno de sus ayudantes no quería limpiar el bautisterio que debía estar listo para el bautismo del sábado siguiente. Después de enterarse del problema, el presidente sugirió que los dos se reunieran con el ayudante en el templo. Cuando llegaron, el presidente se sacó el saco y la corbata, se puso en mangas de camisa, entró en el bautisterio y comenzó a limpiarlo. Inmediatamente después, el pastor y su ayudante siguieron su ejemplo.

A nadie le gusta que lo manipulen o lo controlen. A nadie le gusta que lo manden. A todos nos gusta que nos dirijan y no que nos manden. Y liderar es pastorear “la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:2, 5).

Un liderazgo justo

Aparentemente, Salomón tenía en mente un liderazgo justo y transparente cuando dijo: “Con justicia será afirmado el trono” (Prov. 16:12). En el liderazgo cristiano no hay lugar para la autocracia, la tiranía o la venganza. No obstante, con cuánta frecuencia recibimos quejas en el sentido de que los líderes de las iglesias suelen ser dictadores, con muy poco respeto por la justicia y la rectitud. Si toda persona que dispone de autoridad es un “ministro” de Dios, ordenado por él (Rom. 13:1-4), entonces su responsabilidad consiste en castigar a los malhechores y “alabar” a “los que hacen bien” (1 Ped. 2:14).

Incluso el castigo tiene que estar suavizado por la misericordia y la compasión, con el propósito de redimir y no de destruir a la persona. Y en todo caso, cuando somos justos y rectos, disminuye la tendencia a la venganza y a la crítica. El liderazgo eficaz debe garantizar la práctica de la justicia.

Aunque todas las cosas se administren con imparcialidad, existe el peligro de que la justicia se corrompa si no la equilibra la misericordia. Saúl trató dos veces de matar a David, y fracasó en ambos intentos. Dos veces David tuvo la oportunidad de vengarse de Saúl, pero manifestó las características de un verdadero líder cuando resistió a la tentación de hacerlo. Los fariseos condenaron a una mujer sorprendida en adulterio, pero Jesús la perdonó con la advertencia de que no pecara más (Juan 8:11). En ese caso, el Maestro salvó una persona. Es verdad, siempre “la misericordia triunfa sobre el juicio” (Sant. 2:13).

Un liderazgo que motiva por medio del amor

Si usted ama su trabajo, invariablemente trazará buenos planes y logrará resultados positivos. Si usted ama a la gente, la guiará como un líder eficaz. La figura del pastor de ovejas, tan común en la Biblia, ilustra el liderazgo basado en el amor que deben manifestar los ministros al pastorear sus respectivos rebaños. El líder cristiano no se limita a buscar las ovejas perdidas, sino que llega al extremo de dar su vida para salvarlas. Jesús es el “Buen Pastor”. Por causa de su amor por las ovejas, las alimenta, va delante de ellas y está listo a dar la vida por ellas. En verdad, ya lo hizo en lo pasado. De la misma forma somos llamados a pastorear con amor las ovejas por las cuales él dio su vida.

Un liderazgo que pide consejo

El liderazgo eficaz le da valor al consejo (Prov.20:18), y elude el enfrentamiento. Pero pedir consejo es una cosa y aceptarlo es otra muy distinta. Consideremos el ejemplo de Roboam, el hijo de Salomón. El joven rey le pidió consejo a los ancianos y a los jóvenes de Israel. Los primeros le aconsejaron que aliviara las cargas de sus súbditos. Posiblemente querían que redujera el monto de los impuestos que su padre había establecido con el fin de financiar un gobierno sumamente caro (1 Rey. 12:3, 10, 11). Pero los jóvenes aconsejaron que hiciera más pesado aún el yugo.

El rey siguió este último consejo, lo que dio como resultado la rebelión y la secesión de diez de las doce tribus, dejándole sólo las tribus de Benjamín y Judá (1 Rey. 12:20, 21), un desastre que se convirtió por siglos en una plaga para el pueblo de Israel. Cuán verdadero es el consejo del sabio: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad” (Prov. 11:14).

Un liderazgo compartido

Como típico pionero, Moisés ayudaba al pueblo “desde la mañana hasta la tarde” (Éxo. 18:13). El resultado fue que el gran líder terminó cansado y estresado, con dificultad para concentrarse en los grandes objetivos que tenía por delante. Felizmente, contaba con un sabio consejero. Jetro, su suegro, le dio instrucciones en el sentido de alivianar la carga compartiendo sus deberes con otros líderes. Le advirtió que el liderazgo centralizado le traería trágicas consecuencias al pueblo. Moisés hizo caso del consejo, y se volvió capaz de conducir a Israel a través de muchas crisis durante cuarenta años.

Jaime White no era tan susceptible al consejo. Elena de White escribió: “Mi esposo creía que era una equivocación para él dedicar tiempo a la satisfacción social. No podía darse el lujo de descansar. Le parecía que el trabajo de la oficina sufriría si lo hacía. Pero cuando recibió el golpe que le produjo postración física y mental, el trabajo se pudo hacer sin él” (Testimonies, t. 1, p. 519).

¿Estamos oyendo esto nosotros, los administradores, secretarios, directores de departamentos y pastores? Vayamos despacio, queridos pastores, cuando hay decenas de hogares para visitar, servicios fúnebres que realizar, reuniones de oración que dirigir y juntas que presidir, y todo eso en un solo día. Aprendan a compartir su liderazgo con los demás. Después de todo, en la carrera desenfrenada usted puede estar intentando resolver los problemas conyugales de otros, mientras la frecuente ausencia de su hogar puede estar poniendo en peligro su propio matrimonio. Puede estar ocupado en aconsejar a un delincuente juvenil, hijo de un hermano, mientras su hijo está en la calle lejos de usted. Vaya despacio; comparta su liderazgo.

Cuando comparte su liderazgo, también puede estar preparando su sucesor. Así entrenó Moisés a Josué, con grandes ventajas. Es posible que usted no pueda llevar su rebaño a la tierra prometida, pero por lo menos habrá entrenado a muchos Josués para cruzar el Jordán y rodear Jericó en el camino hacia el reino prometido. ¿Qué es lo más importante? ¿Aferrarse a la silla del poder político o eclesiástico y perder el reino, o abrir el camino para que líderes jóvenes y creativos tomen el manto del ministerio?

Un liderazgo responsable

Cuarenta días después de tomar las riendas del liderazgo en Israel, Aarón condujo al pueblo para que adorara un becerro de oro. Cuando Moisés lo interrogó, rápidamente le echó la culpa “al pueblo” (Éxo. 32:22). Del mismo modo, cuando Samuel reprendió a Saúl por no haber cumplido la orden del Señor de destruir a los amalecitas y todas sus pertenencias, el rey le echó la culpa “al pueblo” (1 Sam 15:15).

Líderes como Aarón y Saúl, para quienes resulta conveniente transferirle a los demás la culpa de sus fallas, no son líderes eficaces. Los líderes de éxito se limitan a transferir el bastón de mando. Se responsabilizan de sus actos.

Liderazgo por el ejemplo

“Haga lo que digo, no lo que hago”, es el estilo de algunos líderes. Pero ese tipo de liderazgo está condenado al fracaso. Éstas son las palabras de Pablo, el gran líder: “Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, eso haced; y el Dios de paz estará con vosotros” (Fil. 4:9). Como líderes, nuestra palabra debe ser verdadera y creíble. Nuestro liderazgo debe manifestarse por medio de acciones altruistas de amor, cuidado, compasión y un carácter impecable.

El líder debe ser un ejemplo de paciencia y dominio propio. Salomón dice: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Prov. 16:32). Y Pablo aconsejó a Timoteo de esta manera: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Tim 4:12).

Finalmente, es imprescindible prestar atención al consejo de Pablo a los corintios: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1).

Sobre el autor: Presidente de la División del África y el Océano índico de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.