Cuando era estudiante, trabajaba en la lechería del colegio. Había allí una caldera de vapor. A veces la presión se elevaba demasiado y debía aliviarse con ayuda de una válvula de escape. Esa válvula era indispensable, porque sin ella la caldera habría estallado.

El trabajo de aconsejamiento pastoral me recuerda aquellos días pasados en la lechería. La gente, aun los miembros de la iglesia, algunas veces sufren una presión psíquica tan grande a causa de los problemas y las pruebas que necesitan un medio de aliviar esa tensión. Debe haber algún medio para hacerles perder vapor y aliviar así la presión.

Aquí es donde interviene el aconsejamiento personal. El pastor es una especie de válvula de seguridad. El alma acongojada acude a él con un corazón afligido. Si está demasiado ocupado y no atiende bien al alma atribulada; si no le da a esa persona la oportunidad de descargar sus dificultades, entonces la presión sigue aumentando hasta que por fin el alma afligida cede. Si ocurre tal cosa, su vida espiritual puede saltar en pedazos y arruinarse.

Hace un tiempo un miembro de la iglesia vino a verme para descargar sus problemas. Procuré simpatizar con él. Era evidente que esta hermana obtenía alivio, de modo que la dejé hablar. Todo lo que en realidad necesitaba era una persona que simpatizara con ella. Casi no recuerdo lo que dijo aquella vez, pero cuando terminó, exclamó: “¡Uf! ¡Qué alivio! ya me lo quité de la cabeza”.

El objeto del consejo pastoral

Es muy importante recordar que el pastor al aconsejar, debe conducir las almas a Cristo. No es una máquina mediante la cual el pecador que entra en contacto con él es transformado en un santo. Por otra parte, el pastor puede ser un instrumento en la mano divina para dirigir al pecador hacia Cristo cuando éste acude a él en busca de ayuda espiritual, y Cristo a su turno puede convertir al pecador en santo.

El pastor no debe tomar el lugar de Cristo. El aconsejamiento no es una confesión auricular. No tiene autoridad para decir “yo te absuelvo”. El pastor no puede perdonar el pecado, pero puede dirigir al pecador hacia Aquel que puede y quiere perdonar.

Juan el apóstol amado dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Mientras viajaba por Canadá para asistir a un congreso, entré en conversación con uno de los empleados del ferrocarril. Viajamos juntos durante muchos kilómetros. Después de un tempo, él miraba la hora a intervalos frecuentes. Finalmente le pregunté acaso nos acercábamos a alguna estación. El empleado replicó que el tren se detendría de un momento a otro para cambiar la locomotora. Era su deber ir al final del convoy para dar salida al vapor. Explicó que ello era necesario para que ese vapor no se transformara en agua y se congelara en las cañerías. Eso sería desastroso tanto para el tren como para los pasajeros.

No puedo dejar de comparar esta ilustración con la pobre alma angustiada que anhela solaz, consuelo y liberación de la preocupación y el pecado. Demasiado a menudo el pastor está tan recargado con las preocupaciones de esta vida y la rutina del ministerio que cuando un alma acongojada acude para recibir consejo espiritual él la desatiende. El “vapor” se congela en esa alma y ella se pierde. ¿Por qué? Porque el pastor estaba demasiado ocupado para abrir la “válvula de escape”.

La obra más grande Cristo la hizo en el campo de las relaciones personales. La historia de Nicodemo es un notable ejemplo. Compañeros pastores, sigamos el ejemplo del gran Pastor de los pastores y utilicemos su método, y él podrá mantener en el redil a muchas de las ovejas que ahora están abandonando nuestras filas.

El pastor de antaño ha desaparecido. Es el hombre del pasado. Contrariamente a la creencia general, el pastor-consejero es hoy más necesario que nunca. Si empleáramos en aconsejar tanto tiempo como en promover las actividades de la iglesia, no tendríamos que esforzarnos tanto para alcanzar los blancos. El alma aliviada estará dispuesta a dar más de su tiempo y de sus medios. La dadivosidad es una parte del resultado de la supresión del pecado.

La falta de un aconsejamiento fiel y verdadero ha motivado la mayor ola de apostasía y descarrío que ha experimentado nuestra denominación.

El corazón humano no ha cambiado

Los tiempos han cambiado, pero el corazón humano todavía es el mismo de siempre: corrompido y lleno de violencia. Pero muchos de esos corazones pecaminosos están solitarios, sí, más que nunca antes. Están anhelando una vía de escape de su carga de pecado. ¿Quién puede dirigir a esas almas solitarias hacia la seguridad, mejor que di pastor comprensivo?

El mundo perece por falta de amor. ¿Puede canalizarse ese amor hacia las almas sedientas? No lo recibirán mediante lujosos templos, ni por pastores que tengan el automóvil último modelo, ni únicamente por medio de sermones impecables. No; el amor no se hará llegar a las almas sedientas mediante campañas para reunir fondos. En su libro The Shepherd Evangelist, Roy Alian Anderson dice: “La grey crece en gracia y semejanza a Cristo bajo el suave toque del pastor” (págs. 550, 551).

Como pastores necesitamos comprender cuál es nuestra sagrada y solemne responsabilidad con el rebaño. Si conocemos a la grey que nos ha sido confiada a nuestro cuidado, la grey nos conocerá como pastores y acudirá a nosotros con sus preocupaciones. Podemos perder o ganar a un alma según la manera como la aconsejemos.

Hace poco tiempo un hombre me llamó por teléfono inmediatamente después de la audición de La Voz de la Profecía. Me dijo que había estado escuchando los mensajes radiales. Su corazón había sido conmovido. Añadió que necesitaba ayuda espiritual; luego se quebrantó y lloró como un niño. Nunca lo había visto antes, pero me pidió que lo visitara en su casa. Yo estaba por salir hacia la iglesia para celebrar una conferencia. Vacilé por un momento pensando de dónde sacaría tiempo para visitarlo, pero de todos modos fui a verlo. Me dijo que era un apóstata hacía años, pero que ahora quería retornar a Dios. Si le hubiera dicho que estaba demasiado ocupado, podría haber desoído los ruegos del Espíritu Santo. Pero ahora se ha amistado con su Dios.

Que Dios nos bendiga como pastores para que podamos desempeñar nuestras sagradas responsabilidades en conformidad con la norma establecida por el gran Pastor-Consejero: Jesucristo el justo.