Abrigar el concepto de que Dios tiene una iglesia, y que esta tiene una misión que él le dio, son factores esenciales para que el pastor considere que su trabajo es un enorme privilegio.

     “¡Estoy feliz porque soy pastor!” Esta afirmación me impresionó profundamente. Recibí ese testimonio de un pastor que ya llevaba quince años de trabajo, y la recibí como una inspiración para un joven aspirante. Fue particularmente importante para mí, porque estaba participando de mi primera asamblea de pastores, y comenzaba mi trabajo como pastor de iglesia. La palabra que captó mi atención fue “feliz”. ¿Qué puede inducir a un pastor a declarar que siente eso como consecuencia del ejercicio de su ministerio?

     Siglos atrás otro pastor manifestó su felicidad de servir a Dios por medio de un himno en el que encontramos por lo menos tres características generales que forman parte de la experiencia de los obreros felices: “Bienaventurado el que tu escogieres y atrajeres a ti, para que habite en tus atrios; seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo” (Sal. 65:4).

ELECCIÓN DIVINA

     Siempre es un desafío elegir una profesión. Es, sin duda, una de las decisiones más importantes de la vida. Una elección equivocada puede marcar la diferencia que existe entre el éxito y el fracaso, entre la satisfacción y el descontento. Recuerdo que cuando todavía estaba cursando la carrera de Teología, oí comentarios acerca de un pastor que al llegar a la jubilación habría dicho: “¡Ahora sí que voy a hacer lo que realmente me gusta: voy a ser comerciante!” Seguramente no fue muy feliz durante sus años de trabajo.

     Pero el salmista afirma: “Bienaventurado el que tú (el Padre) escogieres”. La convicción de ese llamado divino es fundamental para la felicidad del pastor. Ser consciente de que “la obra mayor, el esfuerzo más noble al que puedan dedicarse los hombres”[1] es la esencia misma de la obra pastoral; abrigar el concepto de que “Dios tiene una iglesia, y esta tiene un ministerio designado divinamente”,[2] son factores esenciales para que el obrero considere que su trabajo es un gran privilegio.

     El apóstol Pablo, embajador de Cristo en los días del Nuevo Testamento, dio este testimonio acerca de su llamado: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Tim. 1:12).

     Además, conviene combinar el reconocimiento del llamado con su vivencia. Hay que trabajar procurando la excelencia que Cristo espera, sin olvidarse de que el que eligió también puede capacitar. Si se pasa por alto este punto se pone la convicción del llamado divino en un plano abstracto. Cierta vez un pastor ordenado le dijo a un estudiante: Trabaje fuerte los primeros cuatro años. Cuando lo ordenen puede aflojar; ya estará estabilizado”. Les confieso que quedé atónito cuando oí esto.

     Pero los escogidos fieles, “por la cooperación con Cristo son hechos completos en él y, en su debilidad humana, quedan habilitados para hacer las obras de la Omnipotencia”.[3]

     El pastor feliz reconoce la nobleza del llamado personal de Dios, y vive a la altura de esa nobleza.

UN COMPAÑERO INDISPENSABLE

     “Bienaventurado aquel a quien… aproximas a ti…” Estas palabras revelan la bendita realidad de que trabajar en el ministerio pastoral es una oportunidad para cultivar una íntima comunión con Jesús.

     Lamentablemente, parece que es más fácil olvidarse del Señor de la obra con el transcurso de los años. Parece que, con el paso del tiempo, para muchos la tentación a independizarse se vuelve más fuerte. Pero eso llega a ser una causa de infelicidad, pues “dar a otros lo que usted no posee es una tarea imposible y frustrante”[4] Algunas de las consecuencias de esas actitudes son los sermones vacíos, la insipidez doctrinaria, y conflictos en las relaciones familiares y con la iglesia.

     Como escribió cierta vez un ilustre pastor adventista, “sin Cristo estamos espiritualmente muertos. Nuestro diario caminar con él nos da poder espiritual, salvación y vida eterna al final. Si tenemos al Hijo, tenemos la vida”.[5]

     El bienestar del pastor depende de la calidad de su comunión con Cristo en lo personal, familiar y profesional. Entender que ser ministro es una diaria invitación a estar en íntima comunión con el Cielo es sentir el privilegio de ser pastor de un grupo seleccionado por el mismo Cristo.

LA BONDAD DE LA CASA DE DIOS 

     Satisfacción y “contentamiento, el placer que resulta de la realización de lo que se espera, de lo que se desea”[6] Según el pastor y rey David, él se satisfacía con las cosas buenas de la casa de Dios, y estaba contento con las bendiciones del templo.

     Muchos viven una verdadera crisis ministerial. Están descontentos con su sueldo, no les gusta la administración, se quejan de las decisiones de la junta, alimentan preferencias egoístas en cuanto a cómo y dónde deben llevar a cabo su trabajo. Este comportamiento es el combustible que aviva cada vez más la llama de la infelicidad.

     ¿Qué bendiciones ofrece la casa de Dios como demostraciones de la bondad divina? El apoyo que le da la iglesia a sus ministros es, sin duda alguna, una evidencia del cuidado de Dios y de su bondad. El Señor proporcionó todo lo necesario para el sostén de sus pastores. Las ganancias materiales no pueden ser la base de la felicidad del pastor. Pablo reconoció los cuidados dispensados por los filipenses para la atención de sus necesidades temporales, pero dejó en claro que sabía contentarse con “cualquiera que sea mi situación” (Fil. 4:10-12).

     La bondad de Dios, la que le da felicidad al pastor, tiene que ver con una serie de factores. Va desde las bendiciones de la comunión hasta las alegrías del servicio al prójimo. No siempre todas las personas a las que servimos reconocen el trabajo del pastor; a pesar de eso, a Dios le interesa a veces demostrar la bondad de su casa por medio de nuestros semejantes.

     Podemos resumir de este modo el perfil del pastor feliz y realizado: Reconoce el llamado divino y lo vive. Reconoce el privilegio de trabajar en íntima comunión con el Señor de la obra y lo disfruta. Reconoce la bondad divina en el trabajo, y vive satisfecho con lo que el Señor le da.

     Que nuestro testimonio pueda describirse con estas palabras: “¡Estoy feliz de ser pastor!”

Sobre el autor: Pastor del distrito de la Misión Costa Norte, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Elena G. de White, Obreros evangélicos, p. 19

[2] _______, Testimonios para los ministros, p. 52.

[3] ______, Obreros evangélicos, p 118.

[4] Guía de procedimientos para ministros, p. 24.

[5] Moisés S Nigri, Andando com Deus todos os dios (Meditares matinais, 1993), p. 156.

[6] Larousse Cultural. Grande dícciondrio da lingua potuguesa.