Cinco consejos para desarrollar un ministerio exitoso.

Un niño volvía a casa de la escuela después de su primer día de clases. Su madre, curiosa por saber cómo había sido la experiencia, le preguntó:

–Cariño, ¿qué tal tu primer día de colegio? ¿Aprendiste todo?

El niño respondió sonriendo:

–No lo creo… Tendré que volver a clases mañana.

De hecho, la vida es un aprendizaje constante, y esto se aplica de manera especial al ministerio. Ningún pastor sabe todo. Sin embargo, los años de experiencia pueden proporcionarnos algún conocimiento.

Parece que comencé mi ministerio ayer, pero fue hace más de tres décadas. En este tiempo, aprendí algunas cosas que me ayudaron a mantener activo mi pastorado. Aun así, los cambios en el mundo y en la iglesia me piden ser un constante aprendiz.

A lo largo de mi recorrido, me he dado cuenta de la importancia de algunos puntos que deben tenerse siempre presentes para que un pastor ejerza bien su ministerio. Me gustaría empezar reflexionando sobre algo básico, pero que a menudo se descuida: el cultivo de una espiritualidad saludable.

Espiritualidad saludable

A veces se comprende mal el término espiritualidad. Algunos confunden la espiritualidad con una actitud solemne y circunspecta. Por el contrario, es “un principio viviente, alentador, que toma posesión de la mente, el corazón, los motivos y el hombre entero. […] Es una experiencia vital, personal, que eleva y ennoblece al hombre entero”.[1]

De hecho, la verdadera espiritualidad se cultiva mediante la comunión con Dios, por medio del estudio de la Biblia, de la práctica de la oración y de una vida en conformidad con la voluntad divina. Como consecuencia, quien vive de esta manera dedica su vida a ayudar a otros a descubrir la belleza de caminar con el Señor.

La espiritualidad no tiene que ver con modas o prácticas excéntricas, sino con una búsqueda diaria, constante y permanente de la presencia de Dios en la vida. En este proceso que dura toda la vida, no hay lugar para los atajos. Por eso, es imposible convertirse en una persona más espiritual con eventos o programas limitados. Es necesario mantenerse diariamente en esta búsqueda constante y madura. La espiritualidad saludable es la marca pastoral que guía a todas las demás. En esta dirección, Elena de White apuntaba que “antes de que la obra de Dios pueda realizar un progreso decidido, los ministros deben convertirse. […] Se necesita una reforma entre el pueblo, pero primero debiera comenzar su obra purificadora con los ministros”.[2]

Familia equilibrada

Un buen matrimonio e hijos educados son parte del ministerio. Pablo afirmó este punto cuando dijo que los pastores deben “gobernar bien su casa” (1 Tim. 3:4, NVI). Aunque no existan hogares perfectos, lo que sembremos en el contexto familiar afectará positiva o negativamente nuestro ministerio en algún momento. La atención a la familia comienza con la elección de la compañera para la vida. Debe ser una mujer cristiana, que comparta los mismos ideales de servicio a la causa de Dios. La pareja debe establecer desde el principio cómo quiere educar a sus hijos y desarrollar su labor pastoral. Es necesario planificar cómo se vivirá la espiritualidad en el hogar, y esto incluye puntos como la realización de cultos familiares, el establecimiento de valores morales y la relación con el ministerio.

Al no elegir a la familia como prioridad, muchos pastores viven en hogares frustrados. Las esposas y los hijos se quejan de haber sido dejados en segundo plano y acusan a la iglesia de haberles robado a su marido y a su padre. Algunos ministros culpan a la Administración de la iglesia por cosas que podrían ser diferentes si no fuera por su propia dificultad de planificación. Un pastor se jactó una vez de haberse perdido la graduación de escuela secundaria de su hija porque estaba ocupado con el trabajo. Sin embargo, hubiera alcanzado con solo anotar la cita en su calendario, y su hija no habría sufrido nunca ese desprecio. Esto no significa, sin embargo, que el ministro deba descuidar sus deberes pastorales para ser un buen esposo y padre. La palabra clave es equilibrio.

Una familia equilibrada valora el diálogo abierto y frecuente, a fin de que sus miembros entiendan las bendiciones y los desafíos que existen en un hogar pastoral. La comunicación transparente ayuda a la familia a mantener la privacidad del hogar y a protegerse de la “invasión eclesiástica” en su domicilio. Una cuestión obvia, pero que muchos ignoran: evita llevar los problemas de la iglesia a casa. Antes de ser pastor, eres esposo y padre.

Liderazgo cristiano

Quien desea servir como pastor debe recordar siempre que en el fundamento del ministerio se encuentran el amor a Dios y a las personas. Muchas veces, los miembros de iglesia nos lastiman, nos irritan y nos hacen querer abandonar el trabajo pastoral. No nos desesperemos, esto es lo que nos hace madurar. Las crisis se superan y el trabajo debe continuar, porque amamos a Dios y a las personas. Por otro lado, el pastor también puede cometer errores, lo que debe llevarlo a reconocer sus faltas y pedir perdón. La verdadera humildad no es teatral, sino relacional. El rostro humano de un líder pesa mucho y la madurez no llega con el título o la función pastorales. El reconocer errores, pedir perdón y adoptar nuevas actitudes indica que el pastor está en el camino del crecimiento.

Además del amor, la tolerancia y el perdón, el pastor también debe saber reconocer los dones y las actividades que desempeñan los miembros de iglesia. Aprender a elogiar un buen trabajo y valorar los esfuerzos de alguien enriquece las relaciones y hace más efectivo el liderazgo. ¡Cuántas veces alguien me dijo que quería abandonar sus cargos en la iglesia cuando, en realidad, su verdadera necesidad era que le reconociera y valorara su trabajo! Necesitamos aprender a dejar el palco para sentir las intenciones de la platea. Quien trabaja con personas debe conocerlas.

Aprendizaje continuo

Generalmente valoramos más el actuar que el pensar, pero actuar siempre debe estar vinculado a pensar. Y, para que el pensamiento y las acciones del pastor sean correctos, es necesario estudiar.

El nivel académico de los miembros de iglesia ha aumentado, y esto resulta en gente más cuestionadora en nuestras congregaciones. Nos observan al predicar, enseñar, visitar y conversar. La calidad de nuestros sermones, enseñanzas y conversaciones depende de nuestra dedicación al estudio. El pastor es alguien privilegiado, pues recibe tiempo para estudiar. Por eso, comenzando por la Biblia, necesitamos estar en contacto con buenos libros de diferentes áreas del conocimiento teológico. Quien no se dedica a estudiar puede fomentar la formación de iglesias superficiales, en las que los miembros son “llevados por doquiera de todo viento de doctrina” (Efe. 4:14).

Tan importante como profundizar en el conocimiento teológico es comprender el contexto en el que nos encontramos y cómo podemos ayudar a las personas a aplicar los principios bíblicos en su vida. Esto va más allá de consejos de autoayuda o presentaciones impactantes. Se trata del poder del Espíritu Santo actuando a través de un hombre de Dios, escondido detrás de la Cruz, predicando el evangelio de Cristo fundamentado en toda la Escritura.

Cuidado emocional

A veces puede atacarnos el desánimo. Hay factores externos que nos hieren. En el contexto del gran conflicto cósmico, las personas son utilizadas para estorbar en lugar de trabajar para el Reino.

También nos afligen factores internos. Dos puntos se destacan aquí. El primero se relaciona con el elevado nivel de expectativas que el pastor establece para sí y para su ministerio. Algunos sueñan con la iglesia perfecta, que crece y no da problemas; con la familia sin fallas; o con algún cargo de mayor proyección y responsabilidad. Cuando esas expectativas no se cumplen, el ministro termina experimentando una crisis emocional que trae profundo malestar e inseguridad.

Otro punto son las exigencias. El pastor puede comenzar a culparse cuando las cosas no salen como espera. Por otro lado, cuando sus esfuerzos dan resultado, puede encontrarse tentado a creer que fue por su mérito. En el primer caso, él se deprime. Deja de confiar en la gracia de Dios. En el segundo, se enorgullece. Asume como suya la gloria que pertenece exclusivamente a Dios. En ambos casos, deja de ver la obra como del Señor y pasa a verla como suya. Nunca debemos olvidar que somos solo instrumentos, y nuestra responsabilidad es ser instrumentos disponibles y útiles. “Un hombre no puede tener mayor honor que el ser aceptado por Dios como apto ministro del evangelio. Pero, los que el Señor bendice con poder y éxito en su obra no se vanaglorian. Reconocen su completa dependencia de él, y comprenden que no tienen poder en sí mismos”.[3]

Conclusión

Jesús advirtió a sus seguidores sobre la necesidad de no perder de vista la meta. Él dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Luc. 9:62). Muchas distracciones y tentaciones aparecen en nuestro camino. Se obstinan en querer desviarnos de nuestro objetivo mayor: ser salvos y ayudar a salvar.

Actualmente experimentamos la tentación de ser relevantes y olvidarnos de la esencia que nos identifica. En este mundo de “espectacularización”, las personas parecen apreciar más un culto lleno de sonidos, colores y luces que una adoración verdadera, repleta de dones y frutos del Espíritu Santo. Es un escenario en el que parecer se vuelve más importante que ser; pero la pregunta que Jesús le hizo a Pedro marca un contrapunto: “¿Me amas […]?” (Juan 21:15). En el fondo, el Maestro también estaba preguntando: “¿Me conoces?”, “¿Me sigues?”

Nadie aprende a ser líder sin antes aprender a quién seguir. Nadie logra ser pastor si no sigue al Buen Pastor. Cuando Cristo le preguntó a Pedro tres veces si él lo amaba, buscaba confrontarlo con ser pastor.

Era “inevitable que la gente de la iglesia apostólica hiciera comparaciones. Algunos dirían que Juan era el más importante, porque sus pensamientos eran más profundos que los de los demás. Otros afirman que ese lugar pertenecía a Pablo, porque había viajado hasta los confines de la Tierra por Cristo. Pero Juan 21 dice que Pedro también tenía su lugar. Posiblemente no escribía ni pensaba como Juan, ni viajaba y vivía las mismas aventuras que Pablo, pero tuvo el enorme honor y la preciosa tarea de ser el pastor de las ovejas de Cristo. Y aquí es donde podemos seguir los pasos de Pedro. Puede que no podamos pensar como Juan o viajar por todo el mundo como Pablo, pero cada uno de nosotros puede evitar que otro vaya por el camino equivocado. Cada uno de nosotros puede alimentar a los corderos de Cristo con el alimento de la palabra de Dios”.[4] ¡Así que sigamos avanzando como aprendices del Buen Pastor!

Sobre el autor: pastor en São José do Rio Preto, SP, Brasil.


Referencias

[1] Elena de White, Testimonios para los ministros (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), p. 433.

[2] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana, 2003), t. 1, pp. 412, 413.

[3] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 270.

[4] William Barclay, The Gospel of John (Filadelfia, Pensilvania: The Westminster Press, 1975), t. 2, p. 332.