Dios nos llama a vivir la vida que Jesús vivió. El ministerio pastoral no gira alrededor de nosotros, sino de él.
¿Qué hace el pastor? ¿Tiene un manual de funciones? ¿Hay alguna descripción bíblica de su trabajo? Cuando me gradué del seminario y fui a mi primera iglesia, les hice estas preguntas a varios pastores de experiencia. Uno respondió: “Solo ve allí y haz felices a las personas”. Otro me animó a visitar, visitar y visitar más. Otro sentía que el gran papel del pastor era llevar nuevas personas a la iglesia.
De acuerdo con las Escrituras, sin embargo, ¿qué debería hacer el pastor? ¿Tenemos un modelo en las Escrituras que podría ayudamos a comprender su función?
Después de muchos años de observación y examinación cuidadosa de la literatura, he encontrado dos papeles pastorales distintivos: el tradicional y el contemporáneo.
Los papeles tradicional y contemporáneo del pastor
Durante muchos siglos, las personas vieron al pastor como un siervo que provee cuidado, con las siguientes funciones:
1. Enseñanza/predicación de la doctrina tradicional.
2. Proveer cuidado, como visitación, consejería, alivio, y preocuparse por las necesidades de las personas.
3. Realizar ritos de transición, como bautismos, bodas y funerales.
4. Administrar, supervisar las reuniones, organizar el boletín, y desarrollar programas para la iglesia y el evangelismo.
5. Servir como embajador de la iglesia ante la comunidad.
Las personas esperaban que el pastor hiciera esto, y los pastores también consideraban que ese era el papel que debían desempeñar. En verdad, los pastores se dedicaron a esto durante muchos siglos.
Pero entre las décadas de 1970 y 1980, comenzó a emerger una nueva comprensión. Muchos auto res de libros y pastores de megaiglesias comenzaron a ver el papel del pastor como el CEO (gerente/ líder), que traza una visión, y lidera y motiva a las personas a seguir esa nueva visión en un ambiente saludable y cambiado.
Muchos libros acerca de crecimiento de iglesia y liderazgo argumentan hoy que, si los pastores continúan haciendo lo que los pastores han hecho durante tantos años, fracasarán. Greg Ogden, en Unfinished Business[1] [Asuntos sin terminar], propone que el pastor debería ser un líder visionario que constantemente construye otros líderes, traza la visión y cambia la cultura y la estructura de la iglesia, al mismo tiempo que pone un ojo sobre la misión, el evangelismo y el crecimiento.
Por más novedosas, reveladoras y útiles que puedan ser, estas ideas son débiles teológicamente. A su vez, el antiguo modelo de un siervo proveedor de cuidados no se presta en sí mismo al crecimiento, sino que crea una cultura de personas que dependen de su pastor, un papel totalmente inconsistente con los principios bíblicos del sacerdocio de todos los creyentes. También incentiva a las personas a centrarse en sus necesidades, lo que entorpece el crecimiento del Reino de Dios.
El nuevo modelo de gerente/líder combina una mezcla de algunos principios bíblicos con una adaptación del mundo de los negocios. Gran parte de los libros de crecimiento de iglesia son básicamente libros acerca de modelos de liderazgo secular adaptados a la iglesia. Pero se esconden muchos peligros detrás de este modelo.
Primero, podría hacer que las personas sigan a una personalidad carismática en lugar de seguir los principios bíblicos. Segundo, este nuevo modelo se h centra en las necesidades de la iglesia local, excluyendo la iglesia global. El énfasis en este modelo, que debería ser señalado, llega a ser la construcción de megaiglesias más que la construcción de una iglesia saludable.
Finalmente, todo modelo que adaptemos necesita un desarrollo bíblico y teológico. El papel del pastor tendría que estar basado en el modelo bíblico ytener una sólida base teológica.
Por lo tanto, ¿qué debemos hacer como pastores?
La respuesta se puede encontrar en el ministerio de Jesús. El registro del Nuevo Testamento revela que Jesús hizo cinco cosas: 1) Jesús construyó su relación con su Padre; 2) predicó el evangelio del Reino de Dios; 3) satisfizo las necesidades de la gente; 4) hizo discípulos a través del poder del Espíritu; y 5) dio su vida como un sacrificio. Estas son las claves para un verdadero ministerio bíblico.
Relación con el Padre
Una y otra vez, las Escrituras nos muestran que Jesús puso como su más elevada prioridad pasar tiempo a solas con el Padre. Su vida revela una intensa pasión por la presencia de Dios. Su corazón anhelaba fervientemente tocar el corazón de Dios.
Note los siguientes incidentes:
* “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios” (Luc. 6:12).
* “Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo” (Mat. 14:23).
* “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mar. 1:35).
Jesús vivió una vida de oración. Comenzaba cada día en comunión con su Padre celestial. Terminó cada día en estrecha relación su Padre. A veces, pasó toda la noche en contacto con su Padre celestial.
Lo primero que hacía Jesús cada día era llenar la fuente de su ser con la presencia de su Padre; luego, vivía con el Cielo en mente todo el día. Administraba su tiempo para moverse del ser al hacer. Su ser estaba en constante unión con el Padre y experimentaba el gozo de ser su Hijo. Al actuar así, estaba cumpliendo la voluntad del Padre. Esto hizo que su ministerio fuera muy efectivo, al recibir gracia y poder del Padre.
En El camino a Cristo, Elena de White dijo: “Como humano, la oración fue para él una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en estar en comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia!”[2]
Elena de White, en el mismo libro, también nos exhorta a comenzar cada día en oración:
“Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: ‘Tómame ¡oh, Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi obra hecha en t’. Este es un asunto diario. Cada mañana conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia. Sea puesta así tu vida en las manos de Dios y será cada vez más semejante a la de Cristo”.[3]
Cuando el pastor vive una vida de oración como Jesús y se dedica intencionalmente al discipulado y a la formación espiritual, Dios lo usará para transformar vidas. Jesús dijo: “Mi casa, casa de oración será llamada” (Mat. 21:13). Él no dijo que su iglesia debería ser un lugar para la alabanza, o la predicación, o para desarrollar el ministerio, por más importantes que puedan ser estas cosas. La iglesia está para llevar a las personas al trono de la gracia para experimentar la presencia de Dios y recibir poder de él. Desdichadamente, demasiados “especialistas” han invadido la iglesia con programas e ideas, y la han convertido en una institución humana en lugar de que sea el cuerpo vivo de Cristo. Cuando vivimos una vida de conexión con el Padre celestial, la iglesia se convierte en un santuario de oración y gracia, y la presencia de Dios habita en ella.
El hambre de Jesús por la presencia de Dios debería ser nuestra motivación e inspiración para ser más y más semejantes a él.
Predicar el evangelio
Jesús predicaba a menudo, proclamando el mensaje del amor de Dios. Al describir su misión terrenal, Jesús dijo, en Lucas 4:18: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres”. También, Mateo 9:35 dice: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino”. Jesús enseñaba a las personas cada día, dándoles instrucciones por medio de la Palabra, y los llamaba a confesar sus pecados y a experimentar una vida transformada.
El ministerio de la Palabra siempre conduce a las personas a vivir vidas transformadas. Hay poder en la Palabra. La Palabra de Dios trajo este mundo a la existencia. La Palabra levantó a Jesús de la tumba. Y la Palabra nos devuelve la salud espiritual y produce en nosotros un cambio significativo.
Desde muy pequeño, Jesús desarrolló un amor apasionado por las Escrituras. Las aprendió y las enseñó con poder y autoridad (Luc. 2:46-50). Su amor por el Padre lo motivó a leer su Libro y a aprender su voluntad.
El pastor siempre debería conducir a las personas a una mejor comprensión de la Palabra de Dios. Note las siguientes bendiciones espirituales que la Palabra nos proporciona:
- La Palabra de Dios nos da vida (Fil. 2:16).
- La Palabra de Dios nos puede hacer justos (1 Cor. 15:1, 2).
- La Palabra de Dios puede producir crecimiento (1 Ped. 2:2).
- La Palabra de Dios nos santifica (Juan 17:7).
- La Palabra de Dios da sabiduría (Sal. 119:98).
Demasiado a menudo reducimos las Escrituras a mera información. Pablo nos recuerda que la Palabra nos da una nueva vida en Jesús. Pablo instó a Timoteo a prestar cuidadosa atención a la lectura pública y a la predicación (exposición) de las Escrituras (1 Tim. 4:13). En su segunda epístola, le recuerda a Timoteo que todas las Escrituras son divinamente inspiradas y que, por lo tanto, son útiles “para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16).
“No necesitas conocimiento teórico tanto como regeneración espiritual. No necesitas que se satisfaga tu curiosidad, sino tener un corazón nuevo. Debes recibir una vida nueva de lo alto, antes de poder apreciar las cosas celestiales. Hasta que se realice este cambio, haciendo nuevas todas las cosas, no producirá ningún bien salvador para ti el discutir conmigo mi autoridad o mi misión”.[4]
Es tiempo de dejar de repetir lo que creemos y comenzar a mirar la diferencia que produce. Necesitamos una renovación espiritual más que el 1 conocimiento. Debemos estudiar la Biblia, no por curiosidad, sino en busca de un nuevo corazón. Eso encapsula la esencia del poder de la Palabra. Jesús no predicó sociología, política ni psicología; siempre predicó la Palabra. Por esta razón, tenía poder y autoridad.
Satisfacer las necesidades de las personas
A menudo, la Biblia dice que Jesús, “al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque esta ban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9:36). Jesús amaba a las personas. Sabía que los perdidos le importan a Dios y, por lo tanto, los perdidos le importaban a él.
“Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpaba, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’ ”.[5]
El método de Cristo construye relaciones y satisface necesidades. Lo primero que hacía Jesús era mezclarse con las personas, deseándoles el bien. Al hacerlo, tocaba el corazón de ellos. Lo segundo que hacía Jesús era mostrarles simpatía. Su manera de hacerlo era encontrándose con ellos en sus actividades diarias y manifestando interés en sus asuntos seculares. Lo tercero que hacía era ganarse su confianza. Cuando construimos una relación, cuando las necesidades son satisfechas, y cuando tocamos el corazón, entonces podemos invitar a las personas a seguir a Jesús.
Note los pasos progresivos que Cristo dio al testificar: comenzó al mezclarse con la gente y terminó llamándolos a ser sus discípulos.
Hacer discípulos
Ni bien comenzó su ministerio público, Jesús empezó a llamar discípulos. Llamó y capacitó a doce hombres para ser sus discípulos; doce hombres que llevarían adelante su causa evangelizados. Como Robert Coleman dice en The Master Plan of Evangelism [El plan maestro para la evangelización], “su preocupación no estaba en los programas para alcanzar a las multitudes, sino en los hombres a quienes seguirían esas multitudes […]. Los hombres habrían de ser su método de ganar al mundo para Dios”.[6]
La sabiduría de su método radicaba en el principio fundamental de concentrarse en los hombres que usaría para transformar el mundo, no en los programas ni en las masas. Teológicamente hablando, esta siempre ha sido la metodología de Jesús. Jesús desafío a sus discípulos por esta razón, diciendo: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Luc. 10:2).
Jesús dice, básicamente, que tenemos un problema matemático. Necesitamos más obreros, más discípulos, para cosechar la mies, así que vayan y hagan discípulos. Nuestra función es orar por la mies y, especialmente, por los obreros. El papel de Dios es enviamos personas que serán los nuevos obreros.
La necesidad de formar discípulos es tan fundamental que Jesús pasó tres años y medio en un programa de tiempo completo de desarrollo de discípulos. De hecho, si Jesús no hubiera formado discípulos, no tendríamos iglesia hoy.
Una vida de servicio y sacrificio
Hay dos verdades importantes acerca de Cristo. Primero, fue un Siervo Líder. Todo estudio de liderazgo cristiano está incompleto a menos que estudiemos la vida de sacrificio y de servidumbre de Cristo. “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mar. 10:45). “Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Luc. 22:27). El Rey de todo el universo no estaba en plan de glorificación propia, de autosatisfacción, de poder, ni de control. Vino a servir y a ministrar.
La segunda verdad acerca de Jesús es que dio su vida como un sacrificio viviente; para redimirnos, Jesús vivió, sufrió y murió. En la agonía del Getsemaní y la muerte en el Calvario, Dios pagó el precio de nuestra redención. De hecho, el precio pagado por nuestra redención, el precio infinito pagado por Dios el Padre al enviar a su Hijo a morir en nuestro favor, debería darnos una idea de cuán valiosos somos ante Dios. Jesús declaró: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Los perdidos le importan a Dios. Así, si he de ser un genuino pastor y discípulo de Jesucristo, también me importarán los perdidos. El papel del pastor es inculcar este valor en el corazón de la congregación.
Esta vida de sacrificio se manifiesta en al menos dos ámbitos. Por un lado, vivir una vida de entrega del tiempo, de los recursos y de la vida misma. Por otro, dar nuestra vida en una entrega como sacrificio, incluso hasta la muerte.
Dios nos llama a vivir la vida que Jesús vivió. El ministerio pastoral no gira alrededor de nosotros, sino de él; se trata de conocerlo y servirlo.
Conclusión
Por lo tanto, ¿qué debe hacer el pastor?
Primero y principal, necesitamos profundizar nuestra relación con el Padre a través de la oración que trae como resultado una íntima relación con él. Luego, seremos capaces de predicar el evangelio del Reino de Dios y de formar líderes que se ocupen de las necesidades de las personas. El liderazgo auténtico en la iglesia es un liderazgo servicial. Jesús vino a servir, no a ser servido. Vino a ofrecer su vida en sacrificio. Nos llama a seguir su ejemplo.
Sobre el autor: Profesor asociado de Ministerio Cristiano del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Referencias
[1] Greg Ogden, Unfinished Business (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2003).
[2] Elena de White, El camino a Cristo, p. 93.
[3] Ibíd., p. 69.
[4] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 142.
[5] Elena de White, El ministerio de curación, p. 102.
[6] Robert Coleman, The Master Plan of Evangelism (Old Tapan, NJ: Spite Books, 1963), 21.