Los símbolos proféticos de Apocalipsis 17 y los poderes militares
El capítulo 17 es una de las secciones más desafiantes y, al mismo tiempo, más fascinantes del libro de Apocalipsis. Uno de los ángeles que tiene las siete copas de la ira de Dios (Apoc. 16) revela “la sentencia contra la gran ramera” (Apoc. 17:1).
La ramera no ha sido un tema de controversia como lo es la identidad de la bestia y de sus cuernos. Ya que también una bestia de siete cabezas y diez cuernos es descrita en Apocalipsis 13:1 y se convierte en una figura predominante en el libro, la identificación del poder que está detrás de ese símbolo de Apocalipsis 17 ofrece grandes dificultades.
La interpretación preterista, abrazada “por la mayoría de los exégetas”, relaciona la bestia escarlata con el Imperio Romano, cuya capital fue considerada la “ciudad de los siete montes”, como bien lo sugiere el versículo 9.[1] Algunos consideran que la bestia es un símbolo de los poderes seculares históricos; y el octavo rey, como un regreso del séptimo poder, es decir, la “Roma papal”.[2]
Ekkehardt Mueller relaciona la bestia de Apocalipsis 17 con el dragón “escarlata” (Apoc. 12), como si hiciera referencia al mismo diablo.[3] Otros incluso señalan que la bestia debe representar una confederación de poderes civiles y militares.[4]
La multiplicación de interpretaciones refleja la complejidad de la visión. Uno de los desafíos está en el hecho de que se describen diversos símbolos como “bestia” (ver Apoc. 13:1, 11; 17:3). La palabra griega therion aparece 38 veces en el libro, y siempre es traducida como “bestia”, excepto en 6:8. Uno de los caminos para solucionar los problemas de Apocalipsis 17 es intentar distinguir esas bestias.
Las interpretaciones que relacionan la bestia “escarlata” con la primera del capítulo 13 (Roma papal) se topan con un problema claro: al final (17:16), la bestia “escarlata” y los “reyes de la tierra” destruyen a la ramera (el poder religioso romano), lo que requiere una distinción de las dos bestias. El contexto de las siete plagas, en el que visualiza a la ramera y a la bestia escarlata, es un factor esencial en la interpretación de los símbolos. Además de eso, es necesario relacionar Apocalipsis 17 con otras visiones del libro y buscar elementos simbólicos paralelos.
Apocalipsis 17 tiene tres partes principales: el mensaje del ángel al profeta (vers. 1, 2); la visión de los símbolos (vers. 3-6); y un nuevo mensaje del ángel (vers. 7-18). La visión es claramente simbólica, pero los dos mensajes del ángel deben ser considerados como explicación y, por lo tanto, son literales y temporales, en el sentido de que ellos develan los símbolos y ocurren en el tiempo y las circunstancias del profeta.[5] El ángel usa los verbos en pasado al tratar de explicar la identidad de la ramera en términos de sus pecados. Con ella “han fornicado los reyes de la tierra” y “los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación” (vers. 2). Esa prostitución indicaría idolatría. Incluso Jerusalén fue descrita como prostituta por causa de la idolatría (ver Eze. 16; 23; Jer. 51).
En la segunda explicación, al tratar la identidad de la bestia, el ángel usa verbos en los tres tiempos fundamentales. Dice que “cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido” (vers. 10 ). También dice que los “diez reyes” todavía no habían recibido el reino, pero que lo recibirían (vers. 12). Y completa: esos diez reyes y la bestia “pelearán” contra el Cordero (vers. 14) y “aborrecerán” a la ramera (vers. 16).
Juicio de investigación
Apocalipsis 17 forma parte del conjunto de visiones relativas a las siete plagas (Apoc. 15:5-18:24), titulado “Dios venga a su pueblo”. Las visiones comienzan con una escena del Santuario celestial en que el término de la mediación es indicado (Apoc. 15:5-8).[6] Esa sección muestra el juicio de Dios sobre “los hombres que tenían la marca de la bestia” (16:2; ver 14:9, 10) y la “ramera” (Apoc. 17; 18). La venganza divina sobre la bestia (escarlata), el falso profeta y el dragón ocurre después (Apoc. 19:20, 21; 20:10).
El ángel que habla a Juan es uno de los “que tenían las siete copas” y la “sentencia” (17:1) es una explicación sobre las plagas. Todas las plagas son narradas en lenguaje literal, excepto la sexta (Apoc. 16:12-16), que habla del secamiento de las aguas del Éufrates. Paulien considera Apocalipsis 17 como “una exégesis” de Apocalipsis 16:12 al 16 (p. 208), por lo que deben ser considerados como una unidad. Así, en esta plaga, la caída de la Babilonia mística es representada por la caída de la Babilonia antigua, cuando Ciro desvió las aguas del Eufrates y sorprendió a Belsasar en su banquete (Dan. 6).
La sexta plaga sugiere el desencadenamiento del Armagedón (16:16), una lucha entre los poderes seculares y religiosos unidos contra los fieles. En el auge de ese conflicto, Dios interfiere, provocando la caída de Babilonia, lo que confundirá a la coalición político-militar enemiga. La caída del poder religioso de esta coalición es, por lo tanto, el efecto de la sexta plaga, detallada en el capítulo 18:2, 8 y 9 (ver 17:16).
El juzgamiento (del griego krima, “sentencia o castigo”) en Apocalipsis 17:1 debe ser relacionado con el gran conflicto. Los resultados de esta sentencia repercuten hasta el cielo. Después del juicio, el profeta oyó “una gran voz de gran multitud” en el cielo, que decía: “porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera” (Apoc. 19:1, 2).
Eso permite considerar la visión de la caída de Babilonia como una secuencia de juicio investigador seguido de la ejecución. A fin de justificar la sentencia, ante el universo, Dios investiga la situación con un testigo terrenal.
Esa actitud divina es común; ocurrió con Adán y Eva (Gén. 3:9), Caín (4:10), los antediluvianos (6:5), los edificadores de Babel (11:5), y Sodoma y Gomorra (19:1).[7] Así, el capítulo 17 presenta un expediente de investigación, con la descripción de las obras de la ramera: ella “prostituyó” y “embriagó” la Tierra, con el “vino de su fornicación” (vers. 2) y con “la inmundicia de su fornicación” (vers. 4). El capítulo 18, a su vez, describe el castigo: la ramera es flagelada y consumida en el fuego (vers. 8).
Visiones paralelas
La relación del juicio de la ramera con la sexta plaga hace posible una identificación más clara de las entidades que están detrás de los símbolos de Apocalipsis 17. En esta plaga, el mundo está polarizado en dos grupos: (a) los enemigos de Dios, que incluyen al dragón, la bestia y el falso profeta (16:13) y también “los reyes de la tierra en todo el mundo” (16:14); y (b) el remanente, que “vela y guarda” para andar rectamente ante Dios (16:15). Al pelear contra el remanente, los enemigos desafían al “Dios Todopoderoso” (16:14).
En el Armagedón, por lo tanto, los enemigos de Dios abarcan los poderes religiosos del dragón, la bestia y el falso profeta (cristianos profesos y espiritualistas), y los poderes políticos y militares (los “reyes de la tierra en todo el mundo”).
Estos dos grupos son representados diversas veces en el Apocalipsis, pero más claramente en el clímax del gran conflicto descrito en Apocalipsis 13, 16 y 17. En el capítulo 13, el grupo opositor es representado por la primera bestia curada de su herida mortal y por la bestia de diez cuernos (ver 13:11-17). En el capítulo 17, el mismo grupo es representado por la ramera y la bestia escarlata. Desde el capítulo 13 al 17 hay una progresión en la que la entidad representada por la primera bestia es reducida a un poder solo religioso e incorpora el “espiritismo” y el “protestantismo”, tal como está sugerido en 16:13. A su vez, la bestia de dos cuernos pasa a incorporar “los reyes de la tierra” (16:14; 17:12, 16).
Esa progresión de las entidades justifica un cambio en los símbolos. De forma que, en el capítulo 17, la “bestia de diez cuernos” es sustituida por la “ramera”, y la “bestia de dos cuernos” es sustituida por otro símbolo (la bestia escarlata, u octavo rey). Este cambio de símbolos es común en la profecía apocalíptica. En Daniel 2, los imperios babilónicos, persa, griego y romano son representados por la estatua de oro, plata, bronce, hierro y barro. La misma secuencia es retratada en Daniel 7 por cuatro animales: león, oso, leopardo y el cuarto animal. Ya en Daniel 8, dos de ellos son representados por un carnero y un macho cabrío, y un “cuerno pequeño” representa el poder papal.
Así, considerando el contexto común del clímax del gran conflicto y del Armagedón, en que los enemigos de Dios asumen esa composición política-religiosa, los capítulos 13 y 17 de Apocalipsis pueden ser puestos en paralelo, de modo que la primera bestia representa a la ramera, así como la bestia de dos cuernos es para la bestia escarlata.
Identidad de la bestia
En sus aspectos visuales, la bestia de Apocalipsis 17 es “escarlata” (vers. 3), mientras que la primera bestia tiene semejanza de leopardo, oso y león (13:2; ver Dan. 7). Se debe notar que el dragón también es “escarlata” (12:3). Así, se establece una relación entre la bestia escarlata y el dragón. Por otro lado, esto no agota el símbolo, ya que animales y bestias representan poderes políticos seculares.
El ángel explica que las siete cabezas son “siete montes” y “siete reyes” (vers. 9). La interpretación de que los “montes” son las siete colinas de Roma contraría la lógica de que la bestia y la ramera representan realidades distintas. La palabra griega oros debe ser traducida como “montes” o “montañas”, pero la NVI la traduce como “colinas”. Johnson dice que, en este caso, “una exégesis previa influyó en la traducción”. Él argumenta incluso que estos símbolos “pertenecen a la bestia [poder político] y no a la ramera [poder religioso]” (p. 560).[8] En la mentalidad hebrea, “montes” son reinos. En un paralelismo, Isaías usa de forma intercambiable “montes” y nación: “Porque de [a] Jerusalén saldrá un [b] remanente, y del [a’] monte de Sion los que se [b’] salven (Isa. 37:32; ver también Sal. 48:2; Jer. 51:25; Dan. 2:35; 9:20; Zac. 4:7). Lo mismo ocurre con el término “rey”, que los judíos usaban como equivalente de “reino” (ver Dan. 7:17; 8:21, 23).
Así, “montes” y “reyes” señalan a los imperios representados en las cabezas de la bestia. Como la explicación del ángel (vers. 10) es realizada desde la perspectiva temporal del profeta, en el primer siglo, cinco de ellos ya habían pasado (Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia), uno existía (Roma) y el séptimo todavía vendría (Roma papal).
La afirmación de que el séptimo reino habría de durar “poco” (¡1.260 años!) puede ser entendida desde la perspectiva de la garantía de la victoria de los fieles de Dios alcanzada en la cruz y no desde el punto de vista del tiempo cronológico. El adjetivo “poco” (gr. olígon, vers. 10) es usado en Apocalipsis, al afirmarse que el diablo, luego de la cruz, sabía que tenía “poco tiempo” (olígon kairon, 12:12). Por otro lado, al hablar de que el dragón sería liberado luego del milenio, pero solo “por poco tiempo”, Juan usa mikron krónon (20:3), indicando una extensión de tiempo objetiva.
El ángel se refiere a la bestia como quien “era, y no es; y está para subir” (vers. 8, 11). La relación entre la bestia escarlata y la primera bestia (13:1) es realizada al trasladar esas palabras al período posterior a 1798, cuando Roma papal perdió sus poderes políticos con la Revolución Francesa. Así, dado que las dos bestias deben representar entidades diferentes, la explicación del ángel puede ser una parodia en relación con la pretensión del dragón, con quien esa bestia se relaciona, de ser como Dios, “que es y que era y que ha de venir” (Apoc. 1:4, 8; 4:8).
El octavo rey
En Apocalipsis 17:11, el ángel anuncia el octavo elemento, de naturaleza semejante a los reyes representados por las siete cabezas: “La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición” (vers. 11). El texto griego dice, literalmente: “ella [la bestia] misma es el octavo”.
Al decir que cinco habían pasado, uno existía y el séptimo vendría (vers. 10), el ángel sugiere una relación consecutiva entre los ocho poderes. Además de eso, él agrega que el octavo “procede” (gr. ek, denota “origen”) de los siete. En este caso, si los reyes son los imperios mundiales, un octavo imperio es previsto. Retomando el paralelo establecido anteriormente, en Apocalipsis 13:11, la bestia de los dos cuernos señala al imperio estadounidense, de procedencia europea. Así, el octavo rey podría ser el último imperio en ejercer el poder global.
La relación entre el “octavo rey” y el imperio estadounidense se amplía a la luz del escenario escatológico común provisto por Apocalipsis 13, y 16-17. La bestia escarlata “trae” (17:7; gr. bastazo, “cargar”, “conducir”) la ramera en ella “sentada” (vers. 3). En Apocalipsis 13:14, la bestia de dos cuernos hace una imagen de la primera bestia y restaura su herida. Es decir, la segunda bestia se coloca a disposición y al servicio de la primera.
La bestia escarlata, que también es el octavo rey (17:11), lidera los “diez cuernos”, o “diez reyes” (naciones modernas descendientes de los bárbaros que tomaron el Imperio Romano), en su embestida contra el Cordero (17:14). Los “moradores de la tierra” (13:14) y “los reyes de la tierra en todo el mundo” (16:14) son liderados por la bestia de dos cuernos.
Así, en el clímax del conflicto, los mensajes angélicos proclamados por el remanente, en la lluvia tardía, van a provocar el desenmascaramiento de la ramera, contribuyendo a su caída. El secamiento de las aguas señala la retirada del apoyo de las naciones a Babilonia (13:14; 16:14; 17:12, 13, 15). Las naciones antes unidas a favor de ella no solo dejarán de apoyarla, sino también la odiarán y destruirán (17:16). La ira de Dios sobre la ramera será ejecutada por medio de sus mismos aliados. En el Antiguo Testamento, Dios usó a la Babilonia antigua para ejecutar juicio sobre Judá (2 Rey. 24:1-20; Jer. 20:4); y a Persia, para vengarse de Babilonia (Isa. 13:19; 34:14).
Ante estas consideraciones, se pueden sugerir algunas conclusiones. Una vez que se dice que la bestia “también” es el octavo, se concluye que ella es cada uno de los imperios representados por sus cabezas. La bestia escarlata, por lo tanto, puede representar el poder imperial que, a lo largo de la historia, se opone a Dios.[9] La relación de ella con el dragón escarlata (12:3) sugiere los imperios mundiales como la materialización del gobierno de Satanás en el mundo. “Cada cabeza de la bestia es una encarnación parcial del poder satánico que gobierna el mundo por un período”.[10] Ellos pretenden ser permanentes y se oponen a los que siguen la voluntad de Dios.
Todos los imperios se oponen a Dios de alguna forma. El faraón de Egipto cuestionó a Moisés: “¿Quién es Jehová…?” (Éxo. 5:2). El rey asirio Senaquerib afirmó que el Señor no podría librar a Judá de sus manos (2 Rey. 18:13, 30-35). Nabucodonosor amenazó a los judíos: “¿Y qué dios será aquel que os libre de mis manos?” (Dan. 3:15). El persa Amán quiso exterminar a los judíos porque seguían las leyes del Señor (Est. 3:8). El seléucida Antíoco profanó el Templo. Roma crucificó a Cristo. Acerca de la Roma papal, se indagaría: “¿Quién como la bestia…?” (Apoc. 13:4). A su vez, el poder estadounidense hará que la Tierra y sus habitantes “adoren” a la primera bestia (13:12) y condenará a muerte a los que no lo hicieren (13:15).
En el panorama escatológico del Apocalipsis, el último poder político-militar de alcance global (13:12) en asumir actitudes imperiales como los siete anteriores es el imperio estadounidense. Como las cabezas de la bestia son siete imperios mundiales, la octava cabeza podría ser, por lo tanto, un poder político-militar.
Todos los imperios guardan ciertas relaciones entre sí, sugiriendo que son, a lo largo de la historia, un poder común, en el sentido de que Satanás es el poder que está detrás de las cabezas de la bestia.
El “Gran Sello de los Estados Unidos”, estampado en el billete de un dólar, evidencia la relación entre los imperios. El sello representa la integración de elementos culturales de los imperios egipcio, griego, persa, babilónico y romano en el imperio estadounidense. Sus principales elementos son: (1) la pirámide truncada egipcia, muy usada por la masonería; (2) el ojo de la Providencia, o el ojo de Horus, dios solar hijo de Osiris e Isis, en la mitología egipcia; (3) el águila de cabeza blanca, que era el pájaro de Zeus en la mitología griega y representaba el descenso del dios a la Tierra en la creencia egipcia; y (4) las frases “annuit coeptis”, “novus ordo seclorum” y “e pluribus unum”, tomados de Virgilio, poeta romano. El diseño del águila, en el sello, hace referencia al llamado “Faravahar”, un símbolo de la luz celestial en torno de los reyes y los héroes de Persia. La capital estadounidense exhibe en su arquitectura diversos símbolos y elementos artísticos provenientes de los imperios antiguos.[11]
Las culturas imperiales, por lo tanto, compartían valores, símbolos, ideas, mitos, creencias y, sobre todo, una visión común de su papel en el sostenimiento del orden del mundo.[12]
La ramera
Hay un consenso de que la mujer pura señala a la iglesia verdadera tan claramente como la impura indica la religión corrompida. Por otro lado, si Apocalipsis 17 y 18 presenta un juicio investigador seguido de la ejecución de la sentencia, y dado que en 18:24 se dice que la ramera es culpada por la sangre “de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra”, ella debía existir antes de la Era Cristiana.
Además de eso, al observar los tiempos verbales en la visión, el ángel dice que, con ella, se “prostituyeron” los “reyes de la tierra” (vers. 2) y con su vino “se embriagaron” los “que habitan la tierra” (vers. 2). Los verbos conjugados en pasado sugieren que la ramera también embriagó a los imperios antes del primer siglo.
Juan ve a la ramera “sentada” sobre la bestia (17:3), y el ángel dice que ella está “sentada” sobre pueblos y naciones (17:1,15). Ella también está “sentada” sobre los siete montes/imperios (vers. 9; el verbo griego usado en estos versículos es el mismo: kathemai). Para Johnson, la “Babilonia es encontrada dondequiera que haya engaño satánico” y representa “la cultura del mundo separado de Dios”.[13] La ramera, en este caso, puede representar una religión perversa difundida en todos los imperios, si bien tiene su manifestación más plena y final en la Babilonia mística de los últimos días.
El ángel dice que la ramera emborrachó a los “que habitan la tierra” con su vino. Entre otras cosas, el vino de Babilonia es la santidad del día del sol y la “inmortalidad del alma”, la mentira primordial.[14]
El culto al sol y la creencia en la inmortalidad son encontrados en todos los imperios, desde Egipto. “El culto al sol era difundido y su identificación fue una fuente de idolatría en todo el mundo antiguo”.[15] Richard Rives afirma que egipcios, asirios, babilónicos, medos y persas, griegos y romanos fueron todos adoradores del sol.[16] La prohibición hecha por Moisés atestigua de la atracción de este culto (Deut. 4:19). Los rituales de embalsamamiento muestran la fuerza de la creencia en la inmortalidad, en el primer imperio.[17] Esas herejías fueron, a lo largo de la historia, un arma eficaz de la ramera para seducir a los pueblos.
Esa alternancia del poder imperial, en que un imperio hereda y mantiene valores y conceptos anteriores, al ser conectados, hace bastante apropiadas las palabras de Daniel a Nabucodonosor, acerca de la piedra que caía en los pies de la estatua, siendo entonces “desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro”, y “se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno”. Pero “la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte [reino] que llenó toda la tierra” (Dan. 2:35, 45).
El reino de Cristo no heredará nada de los antiguos, sino que destruirá para siempre las herejías y las obras humanas que los imperios compartieron a lo largo de la historia.
Sobre el autor: Editor del Comentario bíblico adventista en portugués, Casa Publicadora Brasileira, Tatuí, San Pablo.
Referencias
[1] Alan F. Johnson, en Frank E. Gaebelein, ed., The Expositor’s Bible Commentary, p. 554.
[2] Ranko Stefanovic, Revelation of Jesus Christ, pp. 515, 516.
[3] Ekkehardt Mueller, Parousia (1er semestre de 2005), p. 39.
[4] Jon Paulien, Armageddon at the Door, pp. 136, 212; Francis D. Nichol, ed., Seventh-Day Adventist Bible Commentary, t. 7, p. 851.
[5] Jon Paulien, ibíd., pp. 214, 215.
[6] Kenneth Strand, “The Eight Basic Visions”, pp. 48, 49; Richard M. Davidson, “Sanctuary Typology”, p. 112, en Frank B. Holbrook, Symposium on Revelation, 1992.
[7] Gerhard F. Hasel, “Juízo Divino”, en Raoul Dederen, Tratado de Teologia Adventista do Sétimo Dia, pp. 908, 935.
[8] Alan F. Johnson, ibíd., pp. 559, 560.
[9] Ranko Stefanovic, ibíd., p. 515.
[10] Robert L. Thomas, Revelation 8-22: An Exegetical Commentary, p. 292.
[11] David Ovason, A Cidade Secreta da Maçonaria.
[12] Manly P. Hall, The Secret Destiny of America.
[13] Alan F. Johnson, ibíd., p. 554.
[14] Ellen G. White, Mensagens Escolhidas, t. 2, pp.68, 118.
[15] William T. Olcott, Sun Lore of All Ages, p. 142.
[16] Richard Rives, Too Long in the Sun.
[17] Samuele Bacchiocchi, Crenças Populares (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira), pp. 50-60.