El movimiento de renovación carismática es el suceso más emocionante y vital que se ha producido en la Iglesia Católica Romana de hoy. Muchos lo consideran también el más temible.

            Forma parte de un movimiento carismático de grandes proporciones que ha traspasado las barreras denominacionales. Empezó en Topeka, Kansas, Estados Unidos, a comienzos de este siglo. Se lo conoce generalmente con el nombre de movimiento pentecostal clásico. El segundo impulso importante tuvo lugar durante la década iniciada en 1950 y la primera parte de la década siguiente, cuando se lo comenzó a Tramar movimiento neo pentecostal. Nuevamente se produjo dentro de las iglesias protestantes principales. La tercera etapa de la renovación carismática se manifiesta en el seno de la Iglesia Católica Romana. En 1967 un grupo de profesores y alumnos de la Universidad Duquesne de Pitsburgo, Pensilvania, Estados Unidos —una universidad católica dirigida por los Padres del Espíritu Santo—, entró en contacto con algunas publicaciones del movimiento pentecostal. Oraron entonces por el bautismo del Espíritu, y así se inició el movimiento católico de renovación carismática que cuenta ya con 300.000 adeptos en los Estados Unidos y el Canadá, y aproximadamente 150.000 en otras partes del mundo.[1] Se cree que la sede de los dirigentes de este movimiento está establecida en la Junta de Servicios de Renovación Carismática, en la comunidad del Pueblo de la Alabanza, de Notre Dame, Indiana, Estados Unidos; y en la comunidad de la Palabra de Dios, de Ann Arbor, Michigan, en el mismo país.

            Los participantes de este movimiento declaran que sus vidas han cambiado en forma radical, y que por lo general los resultados han sido una instantánea profundización en su vida de oración, la experiencia de una fe compartida y un gran deseo de leer las Escrituras. Los que han sido “bautizados en el Espíritu”, generalmente pretenden haber recibido el don de la oración en un idioma desconocido o algún otro don del Espíritu, tales como la sanidad, la enseñanza inspirada y la profecía. Pero hay quienes temen aún el aspecto elitista del movimiento, su fundamentalismo bíblico y el énfasis excesivo que pone en los dones carismáticos, lo cual va en detrimento de toda la tradición católica. Su mismo crecimiento inspira temor.

            Quedan muy pocas dudas de que el movimiento carismático ha fomentado un aumento de la conciencia espiritual que no tiene precedentes en la historia de la Iglesia Católica norteamericana. Después de varios años de relativo silencio acompañado por algunas sonrisas incrédulas, los obispos católicos están comenzando a emitir declaraciones que no sólo son elogiosas para este movimiento, sino que además incluyen el consejo de que los fieles se interesen en él.

            A pesar de que el informe presentado a principios de 1975 por la Junta de Obispos Norteamericanos para la Investigación y las Costumbres Pastorales, incluyó algunas advertencias contra ciertos peligros que siguen existiendo por aquí y por allá —más definidamente, el elitismo y el fundamentalismo bíblico—, los cuales, añade el informe, contradicen las enseñanzas de la iglesia, en definitiva, aprobó la “orientación positiva y deseable” de la renovación carismática.

            Poco después, en un mensaje fechado en abril de 1975, los obispos de Canadá también destacaron las características positivas del movimiento, aunque advertían que “también tiene aspectos negativos… el inevitable precio que se debe pagar por todo lo nuevo”.[2] En mayo de ese mismo año, al celebrarse en Roma una conferencia internacional sobre la renovación carismática, el papa Pablo VI, que había sido presionado para que condenara el movimiento, alabó la “renovación espiritual” que se estaba produciendo en la Iglesia Católica. A pesar de que no dio luz verde en forma audible a todos los elementos del movimiento carismático, indicó claramente que un movimiento que guía fielmente a los obispos y que promueve “la contemplación, la alabanza a Dios, la atención a la gracia del Espíritu Santo y una lectura más asidua de las Sagradas Escrituras” sólo puede ser bienvenido en la Iglesia Católica.[3]

            Esta aceptación pública de la renovación parece ser paralela a los cambios que se están produciendo dentro del mismo movimiento. La frescura de la novedad y la aventura tiende a ser reemplazada por modelos y conceptos de organización bien definidos. También por primera vez algunas personas informadas han expresado severas críticas, que no pueden ser ignoradas por las autoridades católicas. La mayoría de esas críticas están dirigidas contra las súper organizadas “comunidades del pacto”, que intentan ofrecer a sus miembros un ambiente adecuado para que vivan “más plenamente en el Señor” de lo que es posible hacerlo en una sociedad secular.

Un llamado a la investigación

            Una de las afirmaciones que se han hecho, por ejemplo, es que en una de estas comunidades (True House), ubicada en South Bend, Indiana, Estados Unidos, se produjeron ciertos abusos. Esto movió al Dr. William Storey a pedir a los obispos de su país que realizaran una investigación para salvaguardar “la auténtica tradición católica y los derechos de conciencia” de sus miembros. El Dr. Storey es profesor asociado de liturgia e historia eclesiástica en la Universidad de Notre Dame, y a la vez, uno de los pocos fundadores del movimiento en la Universidad de Duquesne. El resultado de sus evaluaciones se dio a publicidad en un reportaje realizado por John Reedy, de la Comisión de Servicios Civiles y redactor del A. D. Correspondence ,[4] que apareció en el número del 24 de mayo de 1975, y al cual Reedy describió como “probablemente el artículo más importante que he publicado en mis 22 años de redactor”.[5]

            Storey dejó el movimiento hace cinco años debido a la orientación que le imprimieron sus dirigentes, pero se mantuvo cerca de los participantes de muchas partes del país. Esta es la primera vez que formula públicamente sus críticas. A pesar de que Storey rechaza toda posibilidad de que las autoridades eclesiásticas supriman por completo el movimiento, declaró que ciertos avances recientes “han contribuido a crear abusos y condiciones muy peligrosas, así como errores teológicos y ciertas actitudes religiosas que no concuerdan con la auténtica tradición católica”.[6]

            Entre las críticas específicas que Reedy dio a conocer se hallan las siguientes:

  1. Un sistema autoritario mediante el cual “la única opción que tienen los que están en desacuerdo es renunciar a la dirección”.
  2. Un confuso concepto acerca de cuáles son los aspectos prioritarios de la educación, que contribuye para que el centro del culto se desvíe a veces de la eucaristía —o servicio de la comunión— hacia los servicios de oración carismática.
  3. Una actitud espiritual que convierte las reuniones de oración, pequeñas y espontáneas, en “grupos de personas que someten su vida, su conciencia y sus propiedades a la comunidad”.
  4. “Un extraordinario incremento del autoritarismo que, combinado con ciertas maneras de orar, produce un sometimiento de la conciencia individual, una verdadera invasión del fuero interno de la persona, que los católicos identifican con la intimidad del confesionario”.

            Tales procedimientos, según Storey, “les han dado a los dirigentes un temible dominio sobre la vida de los participantes” de manera que ciertos pecados, que deberían mantenerse en la intimidad del confesionario, llegan a ser tema de abierta discusión dentro de las comunidades. El profesor de Notre Dame opina que una “dirección nacional muy poderosa está alejando cada vez más al movimiento de la auténtica tradición católica”.

            Como es de esperar, el reportaje suscitó gran interés.[7] Los dirigentes carismáticos rechazaron las acusaciones calificándolas de injustificadas. Kevin Ranaghan, miembro de la Comisión Nacional y presidente de los Servicios de Renovación Carismática, considera que las críticas del Dr. Storey acerca de la renovación carismática son “sumamente exageradas e injustificadas”. A pesar de que es verdad que, dentro del ambiente de espontaneidad que reina dentro del movimiento de renovación carismática, “han surgido ciertos problemas teológicos y pastorales” y que “ciertos aspectos de la renovación dan lugar a controversias y pueden requerir un debate dentro de la iglesia”, una abrumadora mayoría de los participantes y dirigentes están profundamente entregados a la Iglesia Católica, y se sienten orgullosos de poseer antecedentes de una comunicación prolongada y abierta con los obispos norteamericanos y el Vaticano.[8]

            Pero no todos quedaron satisfechos con esta respuesta. Por supuesto, hubo personas que casi no mostraron ninguna inclinación hacia el movimiento. El director del National Catholic Register, por ejemplo, escribió lo siguiente: “En nuestra opinión, el movimiento carismático o pentecostal de la Iglesia Católica actual es un fenómeno sumamente peligroso, lleno de errores, y es cuna de disensiones y divisiones entre los fieles, y promotor de una falsa espiritualidad”.[9]

            Pero otros decidieron examinar más de cerca las acusaciones de Storey y las respuestas que recibió. En una serie de seis artículos, Rick Casey publicó en el National Catholic Repórter el resultado de los descubrimientos que hizo en las comunidades del pacto y entre los dirigentes del movimiento carismático norteamericano.[10] Estas conclusiones son perturbadoras, y a pesar de que los artículos de Casey no sugieren que la ya difunta comunidad True House de South Bend, Indiana, y la comunidad de la Palabra de Dios en Ann Arbor, Michigan, sean un ejemplo típico de todas las comunidades neopentecostales, indican, sin embargo, que algunos de los peligros que Storey subrayó están muy lejos de ser un mero producto de la imaginación. Ranaghan, en un intento por refutar las conclusiones de Casey, alegó que estaban fundadas en hechos aislados, y declaró que el autor es incapaz de comprender los hechos que lo impresionaron,[11] con lo cual simplemente subrayó la importancia del pedido de Storey para que se investigara el movimiento.

            En realidad, parecería que se están desarrollando dos corrientes de interpretación dentro del movimiento de renovación católico romano. La Dra. Josephine Massynderde Ford, otra erudita de Notre Dame, describe al primero como un movimiento cerrado, rígido y autoritario, ejemplificado por las comunidades de South Bend y Ann Arbor, de donde provienen gran parte de los dirigentes nacionales del movimiento. El segundo grupo, más numeroso, posee un criterio más abierto y espontáneo.[12]

            Las acusaciones se van haciendo más concretas y clamorosas, especialmente en lo que concierne a las comunidades súper organizadas que surgieron como resultado de algunos grupos de oración. Dos de esas acusaciones se oyen cada vez con más frecuencia: El hecho de que las diferencias teológicas que separan a los católicos romanos y a los protestantes se están desvaneciendo —por lo general debido al esfuerzo por construir puentes ecuménicos entre ambos— y a la posibilidad de una dilección paralela pero independiente de la jerarquía católica romana. Estos grupos parecen tener la habilidad de establecer sistemas de gobierno y fundar comunidades sumamente organizadas antes que los obispos lleguen para ofrecerles orientación y consejo. Es muy probable que este asunto gire ahora en torno de un estudio más profundo de la doctrina de la iglesia: No tanto con respecto a una nueva forma de oración, como a una nueva comprensión más cabal de lo que es la iglesia.

Se comienza a superar el desacuerdo

            Si se toma en cuenta el índice de progreso del movimiento, resulta sorprendente que el público no lo haya percibido antes.

            Es verdad que los obispos norteamericanos han formado grupos para estudiar el movimiento carismático, pero en realidad no se ha realizado el estudio profundo que sería de esperar. Parecería que los teólogos quedaron tan impresionados por sus aspectos buenos, que pasaron por alto algunas cosas que tal vez consideraron como excesos aislados. Además, los sacerdotes se han mostrado remisos para tomar decisiones al respecto, porque esperaban la definición del papa, y éste, a su vez, demoraba su decisión esperando conocer la de los obispos.

            Este “empate” ha cesado finalmente, tal como lo indican, por ejemplo, los mensajes de los obispos norteamericanos y canadienses ya citados. Pero es necesario realizar una investigación extensa y probatoria. Los carismáticos declararon que están dispuestos a aceptar tal investigación, y eso es precisamente lo que ha pedido el Dr. William Storey. El problema radica en saber si se la llevará a cabo y quién la tendrá a su cargo.

            Es indudable que los obispos deberían actuar con cautela y en forma colectiva antes que aislada. Cualquier acción precipitada sería muy peligrosa, porque muchas comunidades carismáticas están profundamente convencidas de estar siguiendo la orientación del Espíritu. Es probable que si las autoridades eclesiásticas les pidieran que abandonen algo que consideran un producto de la inspiración, les resultaría muy difícil acatar ese pedido. Storey opina que si las autoridades eclesiásticas católicas condenaran lisa y llanamente al movimiento “se produciría un cisma”.[13]

Opiniones divididas

            Las opiniones concernientes al futuro del movimiento de renovación católica están divididas. Los que tienen alguna relación con él poseen un criterio casi unánime: Esperan que un clima sostenido de comprensión mutua permita que el movimiento tenga éxito en su intento de que la Iglesia Católica acepte sus postulados principales, y de ese modo se haga indistinguible con relación a ella. Sin embargo, otros creen que “se está convirtiendo cada vez más en un fenómeno que posee derechos propios, en lugar de ser un movimiento interno dentro de la iglesia” [14], y que ya ha avanzado demasiado por el camino de la organización, como para que pueda llegar, a desvanecerse de esta manera.

Sobre el autor: Doctor en letras y profesor de teología en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, es también uno de los redactores asociados de The Ministry (El Ministerio en inglés).


Referencias

[1] Para obtener Información básica acerca de las etapas principales de la renovación carismática, véase, “How Shall I Relate to the Church?”, The New Catholic World, nov-dic. 1974, págs. 249 y subsiguientes, y J. Rodman Williams, “A Profile of the Charismatic Movement”, Christianity Today, 28 de febrero de 1975, págs. 9-13.

[2] El texto del mensaje de los obispos fue publicado en The Catholic Mind, octubre de 1975, págs. 55-64.

[3] El texto completo de las observaciones del papa se puede hallar en Origine, IV, 50 (5 de junio de 1975), págs. 26-28. Es interesante notar que aunque las fuentes del Vaticano interpretaron el discurso como una indicación clara de que el papa creía que el movimiento de renovación carismática forma parte de la obra del Espíritu, Pablo VI jamás relacionó a ambos en forma explícita.

[4] “Reform or Suppression: Alternatives Seen for Catholic Charismatic Renewal”, A. D. Correspondence, 24 de mayo de 1975, págs. 2-8. A. D. Correspondence es una publicación bisemanal que aparece en Notre Dame, Indiana, Estados Unidos.

[5] A. D. Correspondence, 24 de mayo de 1975, pág. 1.

[6] Id. Pág. 2.

[7] Se le solicitó al padre Reedy que enviara copias del reportaje a todos los obispos norteamericanos, y fueron publicados extensos informes en la mayor parte de los periódicos diocesanos. Véase A. D. Correspondence, 19 de julio de 1975, pág. 1.

[8] Para un resumen de la respuesta pública de K. Ranaghan al Dr. W. Storey, véase A. D. Correspondence, 21 de junio de 1975, pág. 1.

[9] National Catholic Register, 15 de diciembre de 1974, pág. 4.

[10] La serie comenzó con el número del 15 de agosto de 1975.

[11] Véase su artículo “Charismatics: Ranaghan Replies”, National Catholic Reporter, 17 de octubre de 1975.

[12] Un manuscrito de la Dra. Ford acerca del movimiento carismático católico está en proceso de publicación en Harper and Row, Nueva York.

[13] A. D. Correspondence, 24 de mayo de 1975, pág. 8.

[14] Willlam Storey, A. D. Correspondence, 24 de mayo de 1975, pág. 8.