1. Su historia y su actualidad

Los antecedentes

En el transcurso de estos últimos tres años, el movimiento carismático ha adquirido tal amplitud, que es imposible ignorarlo. Se difunde en la actualidad como fuego en el rastrojo, atizado por vientos violentos que soplan en todas direcciones a la vez.

Se pensó al principio que se trataba de una simple fantasía de parte de cierta juventud siempre ávida de novedades. Se creyó igualmente que el fenómeno se limitaría a los Estados Unidos, pero ocurre que se está propagando por el mundo entero. Además, no hay iglesia, ni siquiera la nuestra, que no tenga que enfrentarse de una u otra manera con este amplio movimiento que se titula “carismático”, es decir, receptor del don del Espíritu de Dios, movimiento basado sobre todo en una “experiencia” denominada “el bautismo del Espíritu Santo”, y cuya marca predominante sería el don de lenguas.

En verdad, el fenómeno no es nuevo puesto que se parece, por lo que acabamos de decir, al pentecostalismo tradicional. Lo que resulta nuevo es su sorprendente desarrollo fuera de la Iglesia Pentecostal y su extraordinaria y rápida expansión en el seno de todas las confesiones protestantes, primeramente, y en el de la Iglesia Católica después. Por esa razón se le asigna el nombre de neopentecostalismo, con el fin de distinguirlo del pentecostalismo que conocemos ya. Este último surgió a comienzos de siglo en los Estados Unidos. El neopentecostalismo, en cambio, sólo comenzó en 1960. Su promotor fue Dennis J. Bennet, pastor episcopal de California. Pero debido a los dones espirituales que pretende recibir, mayormente el de lenguas y el de curación, se prefiere llamarlo movimiento carismático.

Su penetración en el seno de las iglesias grandes

Ya en 1962 el semanario Time señalaba los comienzos extraordinarios de este movimiento. Por su parte, la revista Life lo presentó como “la tercera fuerza”, parangonándolo con el catolicismo y el protestantismo. Otros por su parte lo anunciaron como “el nuevo reavivamiento”, “el regreso a la verdadera iglesia de Dios”, y aun como “la nueva penetración”. Más recientemente, las revistas europeas se han hecho eco de este fenómeno religioso que mientras tanto había adquirido proporciones considerables. El programa de televisión de Jean Emile Jeanneson, titulado “La locura de Dios”, ya ha dado la oportunidad a millones de telespectadores franceses, del canal 2, de llegar a conocer la importancia de este fenómeno religioso de moda, al mismo tiempo que su aspecto exhibicionista colectivo, inesperado por lo demás.

Otro aspecto del movimiento, su carácter interconfesional, no dejó de impresionar desde el mismo comienzo. En efecto, ya en 1963 se señalaba que el movimiento carismático había logrado entrar en más de 40 confesiones protestantes diferentes y que cerca de 2.000 miembros del clero de las iglesias afiliadas al Concilio Nacional (de los Estados Unidos) practicaban el don de lenguas. Según K. y D. Ranaghan, autores del libro El Regreso del Espíritu, publicado en 1972 en Francia, con el subtítulo de “El pentecostalismo católico en los Estados Unidos”, el movimiento carismático ingresó en 1967 en el seno de la Iglesia Católica. Surgió entre los estudiantes, los sacerdotes y las monjas de la Universidad de Notre Dame, en Pittsburgh, Pennsylvania. Los obispos norteamericanos se mantuvieron en el principio a la expectativa. Pero a partir de 1969 la comisión doctrinal de la confederación episcopal le dio al movimiento una prudente aprobación y, más tarde, centenares de miles de católicos de todas las categorías se unieron al movimiento carismático.

La aprobación de un cardenal

En junio de 1973, en una conferencia de prensa celebrada en ocasión de una reunión de alrededor de 22.000 católicos miembros de la “Renovación Carismática”, el cardenal Suenens, primado de Bélgica, elogió este movimiento. “Lo veo progresar poderosamente y desarrollarse por todas partes con suma rapidez”, declaró. “No se trata ya solamente de un fenómeno norteamericano, sino mundial. Este movimiento subraya la oración espontánea y el estudio de la Biblia. Es un nuevo enfoque del Evangelio en su realidad y sencillez. Es importante que mantengamos abierta la puerta frente a esta espontaneidad. Es una respuesta al deseo de practicar la fe naturalmente, de manifestarla tal como se la siente”.

Algunos días más tarde, delante de 1.500 delegados del congreso ecuménico de Bristol, en Inglaterra, el mismo cardenal hizo gala de su entusiasmo por el movimiento carismático tal como él había podido observarlo en los Estados Unidos. No se trata ya “de abstracciones filosóficas”, declaraba entre otras cosas, “sino más bien de una forma dinámica de vivir y de manifestar el verdadero amor cristiano”. A lo que el arzobispo Ramsey, de Canterbury, agregó con no menos entusiasmo que el movimiento carismático estaba por borrar las fronteras entre las iglesias y que constituía un presagio animador con respecto al porvenir de la unidad de la cristiandad.

Sería fácil multiplicar los ejemplos que demuestran que el espíritu del movimiento carismático se propaga en buena medida por todas partes en el mundo, algunas veces en favor de manifestaciones religiosas totalmente inesperadas. Por ejemplo, el “Movimiento de Jesús” se ha transformado bajo la influencia de las tendencias carismáticas, al punto de que Billy Graham mismo se habría puesto a hablar en lenguas, según el testimonio de uno de sus conversos, a saber, precisamente el jefe del movimiento.

Curaciones en África y delirio en Alemania

En mayo de 1973 ciertos acontecimientos extraordinarios agitaron a las multitudes en la capital de la Costa de Marfil. “Invitado por las Asambleas de Dios para celebrar una campaña de evangelización, el pastor Jacques Giraud tuvo que quedarse más de cinco semanas en Abidján, donde las autoridades cancelaron las competencias deportivas del estadio Champroux para ponerlo a su disposición. Más de 30.000 personas asistieron a cada reunión. Cada tarde y cada noche, delante de todos los paralíticos, leprosos, sordos, mudos y curiosos de Abidján, el pastor Giraud predica… No cesa de afirmar que la curación del corazón es más importante que la del cuerpo. La multitud se mantiene asombrosamente atenta. Por las graderías, los representantes de toda Abidján se mezclan a la multitud, que vocea rítmicamente su aprobación. De repente se levanta un paralítico. Sin previo aviso, la multitud aplaude, pero el predicador continúa su discurso… Cuando una mujer sobreexcitada se agita, tratando de hacerse pasar por una persona sanada, provocando un torrente de aplausos, el pastor Giraud habla con autoridad. En nombre de Jesús, ‘ata’ al demonio. El silencio que sigue a este hecho es impresionante.

“La mayor parte de los enfermos permanecen en el estadio de día y de noche. Es imposible imaginarse el espectáculo si no se lo ha visto”. Y el informante, el señor Carlos Daniel Maire, profesor del Instituto Bíblico de Yamoussokro, se pregunta si a falta de milagros científicamente verificados, el acontecimiento no sería en sí el comienzo de un reavivamiento.

Algunos meses más tarde se celebró en Düsseldorf una reunión de cerca de 25.000 protestantes en ocasión de la Jornada de la Iglesia Evangélica Alemana. ¡Cuál no sería el asombro de muchos de los que asistieron! Según las noticias publicadas en la prensa, esta fiesta religiosa fue en realidad un verdadero “happening”, “un festival pop religioso”, “una liberación de los lazos del convencionalismo”. Gritos, clamores, himnos sincopados, música de jazz, abrazos, danzas, y “para los que se dejaron arrastrar por ese exotismo fascinante, las oraciones clamorosas fueron la ocasión de una experiencia de éxtasis espiritual”. Esa fue la velada litúrgica que puso término a esta fiesta religiosa de la Iglesia Evangélica Alemana.

Reuniones extraordinarias

Todo esto no es sino el comienzo, pero permite presagiar un desarrollo acerca del cual se continuará hablando. Para 1974 se anunciaron reuniones, congresos y conferencias, y en todos los casos se puso el acento sobre el Espíritu Santo y el don de lenguas. La más importante de estas reuniones fue, sin duda, la asamblea mundial que se celebró en Jerusalén del 27 de febrero al 10 de marzo de 1974. Algunos miles de personas, entre las más connotadas del Movimiento de Renovación Carismática, tanto católicas, como protestantes y ortodoxas, participaron en ella. Existe el plan de celebrar una similar en Roma en 1975, es decir, el mismo año que el papa Pablo VI ha proclamado como año santo.

Todo esto nos proporciona suficientes elementos de juicio, me parece, para convencernos de que nos encontramos en presencia del fenómeno religioso más extraordinario —algunos hablan del reavivamiento religioso— del siglo XX, y posiblemente de todos los tiempos. Lo que acabamos de decir no se basa solamente en la amplitud del movimiento, sino en el hecho de que no se ha limitado, como los reavivamientos del siglo pasado, a las iglesias protestantes. Todas las confesiones, en todos los países, se sienten cada vez más arrastradas hacia el movimiento carismático. Es cierto que al principio las autoridades religiosas no lo acogieron favorablemente. Pero me parece que todas ellas capitulan una tras otra frente a la pujanza irresistible de este fenómeno que fascina a las multitudes tanto en las iglesias como fuera de ellas. Por otra parte, se invoca, se canta, se salmodia y se agita el nombre de Jesús, no importa dónde. Es la fiesta o la feria, el entusiasmo o el delirio, el éxtasis o la histeria. Los jóvenes especialmente se sienten seducidos por este fenómeno insólito, por su idealismo y su carácter no conformista.

¿Qué podemos pensar de este movimiento? En nuestras iglesias los jóvenes, los adultos y hasta los pastores se preguntan por qué el movimiento adventista habría de privarse de estas experiencias denominadas carismáticas. Después de todo, ¿no es acaso don del Espíritu Santo el hablar en lenguas? ¿No escribió acaso el apóstol Pablo a los Corintios: “Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas” (1 Cor. 14:5)? ¿No dio gracias a Dios por el hecho de que él hablaba más lenguas que nadie (vers. 18)? ¿Y qué podemos decir del don de sanidad?

Como puede verse, el tema merece que se lo estudie detenidamente. Con este fin, les propongo que lo analicemos a la luz de la Palabra de Dios y del espíritu de profecía, a fin de comprender igualmente el significado profético que encierra para nosotros, testigos actuales de este acontecimiento.

2. El don de lenguas según la Biblia

Debido a la confusión reinante en la actualidad acerca del don de lenguas y del hablar en lenguas en los medios cristianos en general, y aun en la mente de muchos adventistas, es indispensable acudir a la Palabra de Dios para saber lo que ella nos enseña al respecto. Como escribe el apóstol Juan, no hay que creer a todos los espíritus, sino probarlos para saber “si son de Dios… En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error” (1 Juan 4:1-6).

El examen atento de los cinco pasajes del Nuevo Testamento que mencionan el don de lenguas es absolutamente necesario para quien desee conocer la enseñanza de la Biblia con respecto a este don y emitir un juicio seguro en cuanto a las manifestaciones extraordinarias del movimiento carismático, para el cual el hablar en lenguas constituye la prueba evidente del bautismo del Espíritu. Consideraremos estos textos en el orden cronológico de los acontecimientos, sin olvidar que el orden de los escritos que los relatan es directamente inverso.

  1. Marcos 16:17

La primera mención del don de lenguas se remonta a Jesucristo mismo. Se encuentra entre las promesas hechas a los discípulos después de la resurrección cuando el Maestro, poco antes de dejarlos, les confía la misión de evangelizar el mundo. El evangelista Marcos es el único en mencionar ese detalle: “Y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas…”.

Es interesante destacar que Jesús es el primero en hablar del don de lenguas. Lo hace en forma de promesa. También es importante subrayar el contexto: la evangelización del mundo. Esa es la finalidad, la predicación del Evangelio a toda criatura, por la cual el Señor concederá el don de hablar “nuevas lenguas”.

El adjetivo “nuevas” no significa que los discípulos hablarían lenguas nuevas en el sentido de lenguas que todavía no existían, como pretenden algunos, sino más bien en el sentido de que los discípulos estarían en condiciones de hablar lenguas nuevas para ellos, es decir, idiomas extranjeros que podrían hablar sin haberlos aprendido.

Así es como lo explica Elena G. de White: “Y se les prometía un nuevo don. Los discípulos tendrían que predicar entre otras naciones, e iban a recibir la facultad de hablar otras lenguas. Los apóstoles y sus asociados eran hombres sin letras, pero por el derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés, su lenguaje, fuese en su idioma o en otro extranjero, era puro, sencillo y exacto” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 761).

El cumplimiento de la promesa de Jesús el día de Pentecostés y el relato que hace Lucas del mismo constituyen, por otra parte, la mejor explicación del significado de este don.

  • Hechos 2:1-13

Es el pasaje más significativo en relación con el don de lenguas. Cabe destacar que Lucas, el compañero de Pablo, es el autor de este pasaje, y que el relato fue redactado unos diez años después de la primera epístola a los corintios, en la cual Pablo aborda el problema del don de lenguas tal como se presentaba en la iglesia de Corinto (caps. 12-14). La insistencia de Lucas en definir claramente el sentido que debe darse al don de lenguas quizá no deje de tener relación con la enseñanza de Pablo tendiente a corregir los errores de los corintios.

En realidad, en este pasaje Lucas emplea una sola vez la expresión “hablar en lenguas” (vers. 4). El adjetivo que añade es, de por sí, explicativo: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas”. En los versículos 6 y 8 Lucas emplea expresamente un término distinto, dialektós, en lugar de glossa, para precisar que se trata del idioma específico de una nación o una región determinadas. (Compárese también con Hech. 1:19; 21:40; 22:2; 26:14.) Dieciséis regiones lingüísticas están, pues, referidas en los versículos 9 y 10, cuyos representantes se hacen, con justicia, la pregunta: ¿Cómo “los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”? (vers. 11). La multitud que acudió estaba confundida porque cada uno les oía hablar en su propio idioma (dialektós). Estaban todos asombrados y sorprendidos, y se decían unos a otros: “Mirad, ¿no son galileos todos éstos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?” (vers. 6-8).

Aquí no se trata en absoluto de una “lengua desconocida”, de una “lengua espiritual” o de una “lengua celestial”. Las lenguas empleadas por los discípulos fueron, por el contrario, específicamente designadas como que eran lenguas humanas conocidas. El milagro del Pentecostés consistió en esto: Dios concedió a los discípulos la facultad de hablar en las lenguas maternas de los representantes de las diversas nacionalidades expresamente mencionadas.

En Los Hechos de los Apóstoles, págs. 32, 33, Elena G. de White confirma esta interpretación. “El Espíritu Santo, asumiendo la forma de lenguas de fuego, descansó sobre los que estaban congregados. Esto era un emblema del don entonces concedido a los discípulos, que los habilitaba para hablar con facilidad idiomas antes desconocidos para ellos… Esta diversidad de idiomas hubiera representado un gran obstáculo para la proclamación del Evangelio; por lo tanto, Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en el curso de su vida. Ellos podían ahora proclamar las verdades del Evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos por quienes trabajaban. Este don milagroso era una evidencia poderosa para el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del cielo. Desde entonces en adelante, el habla de los discípulos fue pura, sencilla y correcta, ya hablaran en su idioma nativo o en idioma extranjero”.

  • Hechos 10:46

El tercer ejemplo de hablar en lenguas se halla mencionado en Hechos 10:46 en relación con la conversión del primer pagano, el centurión Cornelio. Todos conocen las circunstancias y los detalles del relato, tal como están referidos en los capítulos 10 y 11. “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios” (vers. 44-46).

Una vez más, parece evidente que las lenguas de que aquí se trata no son de ninguna manera lenguas ininteligibles, puesto que Pedro y sus compañeros “los oían… que magnificaban a Dios”. En el capítulo 11:15, Pedro precisa: “Cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio”. De esa manera Pedro establecía una comparación entre la experiencia de Cornelio y la de la iglesia de Jerusalén el día de Pentecostés.

En Pentecostés, el hablar en lenguas fue el medio que Dios usó para anunciar el Evangelio a los judíos creyentes convenidos a Jerusalén para adorarlo. En este caso particular, el hecho de que Cornelio y su familia hablasen en lenguas constituye una “señal” dirigida a Pedro y a la iglesia de Jerusalén a fin de que crean de una vez por todas que “Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (10:34, 35). Dios se sirvió del don de lenguas —el mismo don que había concedido a los discípulos al principio— como “señal” para convencer a Pedro y a la iglesia. De ahí el asombro inicial, y luego la conclusión lógica mediante la comparación con lo que había ocurrido en el Pentecostés: “Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros… ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” (11:17). “¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?” (10:47).

  • Hechos 19:1-6

He aquí la tercera y última vez en que se menciona el don de lenguas en el libro de los Hechos. Se habla de él en referencia con la obra misionera realizada por Pablo en Éfeso y en la provincia de Asia. Nuevamente aquí, el don de lenguas es una señal exterior del don del Espíritu. Pero aquí también se trata del don de hablar lenguas extranjeras, como en el Pentecostés. Elena G. de White explica que esos hombres “recibieron… el bautismo del Espíritu Santo, por el cual fueron capacitados para hablar los idiomas de otras naciones, y para profetizar” (Id., pág. 229). “Profetizar” es precisamente el fin del hablar en lenguas, tal como lo subraya Pedro en su discurso del Pentecostés al citar la profecía de Joel (Hech. 2:17, 18). Por su parte, también Pablo relacionará ambas cosas al mostrarles a los corintios que el “que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” de tal manera que “postrándose sobre el rostro” el “incrédulo o indocto” “adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Cor. 14:3, 24, 25).

Esta es también la experiencia de los discípulos de Pablo, tal como está registrada en Hechos 19: 8-12. “Así fueron habilitados para trabajar como misioneros en Éfeso y en su vecindad, y también para salir a proclamar el Evangelio en Asia Menor” (Ibid.).

Hay que mencionar otro detalle suplementario como característica del don de lenguas según la Biblia, pues permite establecer una distinción entre el don verdadero y sus falsificaciones. El verbo “hablar”, empleado aquí en el tiempo imperfecto (Hech. 19:6), indica que se trata de una acción continua y no simplemente de un instante, de un acto pasajero bajo el efecto de un éxtasis. Los que recibieron el don de hablar en lenguas extranjeras lo recibieron para usarlo continuamente. Era un don permanente sin el cual los discípulos de Éfeso no habrían podido evangelizar a las naciones que los rodeaban. Este es un detalle importante que Elena G. de White subraya en cada uno de los pasajes comentados. “Desde entonces en adelante, el habla de los discípulos fue pura, sencilla y correcta, ya hablaran en su idioma nativo o en idioma extranjero” (Id., pág. 33). (Continuará.)

Sobre el autor: Secretario de la División Euroafricana.