Misión en tiempos de crisis

Aunque los tiempos de crisis suelen asociarse con incertidumbre, amenazas y peligros, también pueden verse como tiempos de oportunidades. Un claro ejemplo de ello es la vida y ministerio del profeta Samuel, quien, después de Moisés, puede considerarse como uno de los profetas más influyentes de la historia del antiguo Israel (cf. Jer. 15:1). Según el relato bíblico, bajo su liderazgo espiritual Israel logró superar uno de los períodos más inestables y decadentes de su historia.

La cronología bíblica sitúa la vida de Samuel al final del periodo de los jueces, aproximadamente entre los siglos XII y XI a. C.[1] Este período, que siguió a la conquista de Canaán, estuvo marcado por una persistente inestabilidad política y social, así como por una continua decadencia espiritual. El libro de los Jueces, principal testimonio histórico de aquella época, describe una alternancia cíclica entre períodos de extrema decadencia e idolatría, que desembocaron en el sometimiento de naciones extranjeras, y momentos de liberación y reforma, dirigidos por jueces nombrados por Dios (cf. Juec. 2:11-23).

De acuerdo con Jueces 2:10, después de la muerte de Josué y su generación, surgió una nueva generación que no conocía al Señor. ¿Por qué sucedió esto? ¿Dónde estaba el problema? Quizás el Salmo 78:5 al 7 nos ayude a entender: “Dios estableció un testimonio en Jacob, puso una ley en Israel; y mandó a nuestros padres que la notificaran a sus hijos, para que la conociera la siguiente generación, los hijos que habían de nacer, y que estos la contaran a sus hijos, a fin de que pongan su confianza en Dios, que no olviden sus obras y guarden sus mandamientos”.

Al parecer, la culpa principal estaba en las propias familias. La responsabilidad principal de los padres era asegurarse de que la nueva generación conociera al Señor, como Moisés instruyó claramente en Deuteronomio 6:5 al 7. Como señala Oseas 4:6, la falta de conocimiento puede llevar a experiencias trágicas para el pueblo.

En los días de Samuel, Israel enfrentaba la opresión de los filisteos, el tabernáculo había perdido su influencia como lugar de adoración y culto, y los israelitas practicaban una religión sincrética que incorporaba varios elementos de la religión cananea (cf. 1 Sam. 7:4). El liderazgo espiritual de la nación también estaba corrompido. La Biblia afirma que los hijos de Elí, el sumo sacerdote en ese momento, “no respetaban al Señor” (1 Sam. 2:12), lo que se relaciona directamente en la perícopa con el abandono de Elí como padre (vers. 29). El triste modelo del principal líder espiritual de la nación sin duda ejerció una influencia negativa en la sociedad, agravando aún más la situación. En 1 Samuel 3:1 leemos: “En aquellos días la palabra del Señor escaseaba, y no había visión frecuente”, lo que indica que el pueblo carecía de la guía divina que solía manifestarse a través del don profético. Aunque Elí fue nombrado sumo sacerdote y juez, su actitud negligente hacia la conducta de sus hijos le impidió ser un receptáculo eficaz de la palabra divina.

Sin embargo, en medio de este escenario de crisis, el lector puede sorprenderse al encontrar la siguiente declaración: “Desde que llegó el arca a Quíriat Jearim pasaron muchos días, veinte años. Y toda la casa de Israel suspiraba por el Señor” (1 Sam. 7:2). La pregunta natural que podríamos hacernos es: ¿Cómo se produjo este reavivamiento generalizado? A continuación, presentaremos tres posibles elementos que estuvieron detrás de este avivamiento espiritual y que pueden inspirarnos a un mayor compromiso en medio de la crisis.

La oración sincera y el compromiso de una madre

El punto de partida fue, probablemente, una oración de fe hecha por una mujer en profunda agonía. Ana era una de las dos esposas de Elcana, un levita. Aunque Elcana amaba profundamente a Ana, ella sufría por no poder darle un hijo, lo que la convirtió en objeto de burla por parte de Penina, la otra esposa, que tenía varios hijos. Desesperada, Ana oró a Dios en el templo, prometiéndole que si él le concedía un hijo, lo dedicaría al servicio divino. Esta oración no fue sólo una petición, sino que expresó un compromiso profundo y genuino. Dios escuchó su súplica y Ana dio a luz a Samuel. Cumpliendo su promesa, lo llevó al templo para servir a Dios bajo el cuidado del sacerdote Elí.

Antes de eso, Ana mantuvo al niño a su lado hasta que fue destetado. Según algunos comentaristas, esto pudo haber ocurrido entre los 3 y los 5 años, o incluso un poco más.[2] Fiel al compromiso asumido ante Dios, Ana se ocupó de la educación del niño durante estos años vitales para la formación de su carácter. El relato sugiere que el pequeño Samuel ya sabía desde sus más pequeños años que estaba destinado al servicio de Dios.

Una vez destetado, Ana cumplió su voto: llevó al niño a Silo y realizó, junto a su marido, una ceremonia especial de dedicación que incluía la ofrenda de un becerro acompañada de una ofrenda de grano y una libación (cf. Núm. 15:9, 10). Haber dejado a su hijo al cuidado de otros no implica que sus padres lo hayan abandonado o dejado de cuidarlo. La familia de Elcana tenía la costumbre de ir a Silo todos los años para adorar (1 Sam. 1:3), y esta práctica continuó incluso después de haber dejado a Samuel. Esto le dio a la madre la oportunidad de brindarle cuidados especiales (1 Sam. 2:19). Además, Samuel eligió más tarde Ramá como su lugar de residencia, lo que lo unía a su hogar original (1 Sam. 7:17) y sugiere que mantuvo un fuerte vínculo con su madre y su familia.

A la luz del relato siguiente, podemos ver el profundo impacto que puede tener una oración de fe y entrega a Dios, simple pero poderosa. Elena de White observó: “Este es el tiempo en que debernos aprender la lección de la oración que prevalece y de la fe inquebrantable. Las mayores Victorias de la iglesia de Cristo o del cristiano no son las que se ganan mediante el talento o la educación, la riqueza o el favor de los hombres. Son las victorias que se alcanzan en la cámara de audiencia con Dios, cuando la fe fervorosa y agonizante se ase del poderoso brazo de la omnipotencia”.[3]

Una obra personal

La Biblia dice que “Todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, supo que Samuel era un fiel profeta del Señor. Así el Señor siguió apareciendo en Silo, porque allí se manifestaba a Samuel mediante su palabra. La palabra de Samuel iba a todo Israel” (1 Sam. 3:20–4:1). Esta declaración sugiere que la “fama” de Samuel no sólo se extendió por todo Israel, sino que también trabajó activamente difundiendo la Palabra de Dios por todo el país. De hecho, el libro de Samuel lo retrata como un viajero que visitaba ciudades, instruía al pueblo, atendía sus preocupaciones y ofrecía sacrificios. Esto es evidente en pasajes como 1 Samuel 9; 13:8-10; 16:1-13; 19:18-24, y principalmente en 7:16 y 17: “Todos los años iba a Betel, a Gilgal y a Mizpa, y juzgaba a Israel en esos lugares. Y después volvía a Ramá, donde estaba su casa, y allí juzgaba a Israel. Y edificó allí un altar al Señor”.[4]

El hecho de que se mencione a Betel, Gilgal y Mizpa, ciudades muy cercanas entre sí, no significa que su radio de influencia fuera restringido, pues también se mencionan Ramá, Silo, Quiriat-jearim e incluso Belén (16:4), lugares más distantes. Elena de White escribió: “Samuel visitaba las ciudades y aldeas de todo el país, procurando hacer volver el corazón del pueblo al Dios de sus padres; y sus esfuerzos no quedaron sin buenos resultados. Después de sufrir la opresión de sus enemigos durante veinte años, ‘toda la casa de Israel lamentaba en pos de Jehová’ (1 Sam. 7:2)”.[5]

En otras palabras, Samuel no permaneció deprimido durante veinte años esperando que las circunstancias mejoraran milagrosamente para entonces emerger como líder espiritual de la nación. Al contrario, fue gracias a su trabajo perseverante durante dos décadas que las circunstancias del pueblo mejoraron. Más claramente, el hecho de que el pueblo suspirara por el Señor fue fruto de la visión y el trabajo persistente de Samuel.

La vida de Samuel nos enseña que el llamado de Dios para sus seguidores incluye un compromiso activo y constante con los demás. Así como Samuel recorrió Israel proclamando la Palabra de Dios y transformando vidas, los cristianos de hoy están llamados a trabajar diligentemente para impactar positivamente a su comunidad sirviendo y compartiendo el mensaje de esperanza. El ejemplo de Samuel nos desafía a no esperar pasivamente los cambios, sino a ser agentes activos de transformación, con dedicación y perseverancia.

Centrarse en las nuevas generaciones

Como parte de la obra personal de Samuel, cabe destacar también su papel como líder y mentor de los profetas. La Biblia dice: “Saúl envió mensajeros que trajesen a David. Los mensajeros vieron una compañía de profetas que estaban profetizando y a Samuel que los presidía. Y el Espíritu de Dios vino sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron” (1 Sam. 19:20).

Elena de White comentó: “A fin de contrarrestar este creciente mal, Dios proveyó otros instrumentos que ayudaran a los padres en la obra de la educación. Desde los tiempos más remotos se había considerado a los profetas como maestros divinamente designados. El profeta era, en el sentido más elevado, una persona que hablaba por inspiración directa, y comunicaba al pueblo los mensajes que recibía de Dios. Pero también se daba este nombre a los que, aunque no eran tan directamente inspirados, eran divinamente llamados a instruir al pueblo en las obras y los caminos de Dios. Para preparar esa clase de maestros, Samuel fundó, de acuerdo con la instrucción del Señor, las escuelas de los profetas”.[6]

“Estas escuelas llegaron a ser uno de los medios más eficaces para estimular la justicia que ‘engrandece a la nación’ (Prov. 14:34). En escala no pequeña contribuyeron a poner el cimiento de la maravillosa prosperidad que distinguió los reinados de David y Salomón”.[7]

Por medio de su ferviente trabajo y enseñanza, Samuel ayudó a restaurar la identidad y unidad nacional, y sentó las bases espirituales que sustentaron la prosperidad de los reinados de David y Salomón.

El ejemplo de Samuel como líder y mentor nos desafía a reflexionar sobre la importancia de invertir en las nuevas generaciones. Así como él preparó a los futuros líderes, los cristianos y líderes de hoy están llamados a impartir valores sólidos y guiar a los jóvenes por el camino de la rectitud. Este esfuerzo es fundamental para que puedan cumplir una misión duradera y contribuir al bienestar y prosperidad de sus comunidades, tal como lo hicieron los profetas en tiempos de Samuel.

Conclusión

En tiempos de crisis, los líderes cristianos deben seguir el ejemplo de Samuel, que nos enseña tres lecciones esenciales. En primer lugar, la importancia de la oración sincera y comprometida, que busca la guía de Dios en cada decisión. En segundo lugar, el impacto que tiene la dedicación a trabajar proactivamente por los demás para llevar esperanza y restauración a nuestras comunidades. Finalmente, la necesidad de hacer foco en las nuevas generaciones, transmitirles valores sólidos y formar líderes que continuarán la misión divina. Hoy, más que nunca, estamos llamados a fortalecer estos pilares en nuestras vidas y ministerios, a asegurarnos de que, como Samuel, dejemos un legado de fe y servicio que impacte profundamente a quienes nos rodean.


Referencias

[1] Eugene H. Merril, Kingdom of Priests. A History of Old Testament Israel (Baker Academic, 2008), p. 169.

[2] Francis D. Nichol, ed., Comentario biblico adventista del septimo dia (ACES, 1993), t. 2, p. 462. El texto bíblico menciona que “el nino era de tierna edad” (1 Sam. 1:24).

[3] Elena de White, Patriarcas y profetas (ACES, 2015), pp. 201, 202.

[4] Las formas verbales utilizadas en el texto hebreo indican que se trata de acciones repetidas o habituales. Ver Jan Joosten, The Verbal System of Biblical Hebrew (Simor, 2012), pp. 261-311.

[5] White, Patriarcas y profetas, p. 640.

[6] Elena de White, La educacion (ACES, 2009), p. 46.

[7] White, La educacion, pp. 47, 48.