La encamación no es un mero acontecimiento fortuito del cual se vale Dios para impresionamos y demostrar su poder. El Señor no hace milagros, no lleva a cabo ningún acto sobrenatural sin un propósito definido. En el caso de la encamación, el propósito que tenía en vista era totalmente orientado hacia la salvación y la redención.

Como dice Langston: “La encarnación es el gran principio de la revelación de Dios. Este método de encamar la verdad no se escogió arbitrariamente, pues era el único método por medio del cual Dios se podía revelar al hombre en toda su plenitud”.[1]

Podríamos decir entonces que la encamación es la culminación de un plan elaborado con anticipación y el cumplimiento de una promesa. Y su gran misterio consiste en que Dios se revistió de humanidad con propósitos de redención. Ese misterio es profundo. Y crece no sólo por el hecho de que lo divino se vuelve humano, sino también por la forma como se expresó en la vida de Jesús: “La idea de la encamación, el gran misterio de la piedad, no se debe confinar sólo al nacimiento de Cristo, sino que se debe extender a toda su vida a la vez divina y humana, a su muerte y a su resurrección”.[2]

Dios no quería limitarse a revelar sólo sus pensamientos, sino que deseaba manifestar su propia persona. Y ese objetivo sólo se podía alcanzar por medio de Jesús.

La encamación trasciende los moldes racionales. “¿Cómo se podría obligar a alguien a aceptar que, en Jesús de Nazaret, un ser histórico, el hombre como pregunta infinita y el misterio infinito de Dios se unen para dar una respuesta absoluta, que es hombre y Dios al mismo tiempo?”[3]

Absorto frente a ese misterio, Juan intentó describirlo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1, 14). Y Pablo añade que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo (Fil. 2:6, 7).

Es interesante notar que, en el comienzo de su Evangelio, Juan no se detiene para presentarse personalmente como escritor, ni para probar que sus escritos merecen confianza, y ni siquiera para mencionar su nombre. Se olvidó de todo eso extasiado frente al misterio. Con una precipitación singular y sin hacer el menor esfuerzo para demostrar la validez de sus pretensiones, o las de su maravilloso tratado, derrama ante el mundo todo ese torrente de luz que recibió acerca de la doctrina de la encamación.

Sus palabras se revisten de belleza y adquieren profundad al declarar que “aquel Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Al llegar a este punto nos hacemos algunas preguntas: ¿Quién es el Verbo? ¿Qué es la carne? ¿Cómo se explica esa misteriosa unión? ¿Cuál es el propósito de Dios en este misterio?

El verbo y la carne

Ese Verbo es Dios en esencia. Es el logas divino, la Palabra viva. Según Juan, Cristo Jesús, nuestro Señor, Hijo de Dios, eterno y bendito por los siglos, por quien fueron hechas todas las cosas, es Dios. Por eso Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” Juan 14:9). Pero se despojó a sí mismo, veló su gloria al asumir la forma humana. “Y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad” (1:14).

La carne somos nosotros, los seres humanos, elementos frágiles y transitorios, hechos del polvo y destinados al polvo, limitados en el tiempo y el espacio.

En la carta que les escribió a los cristianos de Roma la palabra carne se usa en diferentes sentidos. Primero, referida al cuerpo (2:28). En segundo lugar, como descendencia o familia (1:3). En tercero, con el sentido de humanidad (8:3). Finalmente, con el significado de la naturaleza humana débil y defectuosa (7:18).

Con la caída, la naturaleza humana se volvió pecaminosa y degenerada. De modo que si alguno está en la carne es un ser que todavía no ha sido regenerado y es enemigo de Dios. Como estructura humana, la carne es transitoria e implica muerte. Es un elemento perecedero.

Entre la carne que perece y el Verbo eterno existe un contraste tan grande y una distancia tan enorme que es imposible describirlos con palabras. Son dos extremos completamente opuestos.

El misterio

El gran misterio es la unión del Verbo con la carne: el Verbo eterno, perfecto, santo y glorioso, omnipotente e inmortal, que desciende al nivel de la carne débil, defectuosa, degenerada y perecedera. Es la unión del Verbo divino con la naturaleza humana en una sola Persona. La teología la llama hipóstasis.

¿Cómo se pueden unir dos puntos tan infinitamente opuestos? En esto consiste el misterio. Como cristianos deberíamos meditar constantemente en esto, deberíamos reflexionar en su grandeza. Es posible que algunos piensen: “No necesitamos profundizar este asunto. Nos basta saber que el Verbo se hizo carne”. Pero esa superficialidad no debería satisfacer nuestra mente. Una actitud así sólo revela el poco interés que existe en meditar en el gran sacrificio de Cristo hecho en favor de los seres humanos. Es no darle importancia a algo que significó mucho para Dios.

Que un Dios santo, lleno de gloria, adorado por los ángeles, Soberano del Universo, se haya dispuesto a descender al nivel de la débil, degenerada, transitoria y perecedera carne humana es un misterio tan grandioso y tan sublime que no hay mente que lo pueda captar plenamente. Podríamos decir que fue un sacrificio tan excelso, en su exigencia, como el sacrificio de la cruz.

El despojamiento

Y para completar nuestra admiración delante de un misterio tan insondable, Pablo nos dice: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil. 2:6, 7).

Al comentar acerca de la actitud de Cristo, Vieira dice: “Era Dios y se hizo hombre. Era eterno y nació en el tiempo. Era inmenso y decidió limitarse. Estaba más allá del dolor y padeció. Era inmortal y murió. Era el Señor supremo y se hizo siervo. Y que el Señor sirva, que lo inmortal muera, que lo que no padece padezca, que lo inmenso se limite, que lo divino se humanice, no sólo era tomar lo que no era, sino dejar lo que era. No dejar dejando, porque eso no podía ser, sino dejar reteniendo. Dejar conservando, dejar sin dejar”.[4]

Eso fue lo que hizo el Verbo. Es necesario captar la realidad de lo que dice Vieira. Decir que el Verbo se revistió de carne puede no ser adecuado, porque en ese caso no habría hecho otra cosa sino tomar prestado por un tiempo nuestro sucio manto. Después podría despojarse de él, y no habría una unidad completa.

Elena de White dice que “al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper”.[5]

El propósito

Podemos resumir el propósito de la encamación en cinco incisos:

Reivindicar el carácter de Dios. Satanás tergiversó el carácter del Creador. Pero, al volverse hombre Dios demostró ante el Universo entero la extensión del amor divino.

Revelar el amor de Dios. Entre las acusaciones de Lucifer, se destacaba la de que el Señor era tirano y déspota. “Afirmó que los ángeles no necesitaban ley y que debían ser libres para seguir su propia voluntad… que la ley era una restricción de su libertad”.[6] La encamación de Cristo pondría en evidencia la falsedad de ese argumento, al revelar a un Dios humilde, que se vuelve siervo

Reconciliar al hombre con Dios.  La rebelión satánica afectó profundamente a la humanidad, que quedó separada de Dios por causa del pee do. La encamación trajo a Jesús al mundo para reconciliar al hombre con Dios. Como dice Pablo: “Dios estaba con Cristo reconciliando consigo al mundo”.

Expiar los pecados. Otro de los propósitos de la venida de Cristo al mundo mediante la encamación fue expiar en la cruz los pecados de la humanidad.

Poner a Cristo a nuestro alcance. Por medio de la encamación, Cristo es nuestro. “Se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es nuestro Salvador, nuestro Señor y nuestro Rey. Por medio de él tenemos acceso al Padre y recibimos todas las riquezas celestiales.

La humanización de Dios

Por medio de la doctrina de la encamación entendemos que Cristo se volvió hombre y descendió a nuestro nivel para salvamos. Si hubiera venido con forma de ángel no habría sido el modelo perfecto para nosotros. También entendemos que el Señor Jesús se volvió hombre sin dejar de ser Dios, porque “desde la eternidad, Cristo estuvo unido con el Padre, y cuando se revistió de la naturaleza humana siguió siendo uno con Dios”.[7]

En la mitología pagana los hombres se divinizaban, con lo que sólo se exaltaban a sí mismos. En la encarnación, Dios se humaniza para salvar a los hombres.

Sobre el autor: Pastor, a cargo de un distrito en la Asociación Sur de Bahía, Brasil.


Referencias:

[1] A. B. Langston, Esbozo de Teología Sistemática, p.21.

[2] Russel N. Champlin, O Novo Testamento Inter-petado Versículo por Versículo, t. 2, p. 272.

[3] Teología para o Cristo de Hoje (Instituto Diocesano de Ensino), p. 155.

[4] Pe. Antonio Vieira, Sermoes, t. 2, p. 192.

[5] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p.17.

[6] Historia de la redención, pp. 18, 19.

[7] Mensajes selectos, t. 1, pp. 67, 268.