El llamado y la comisión son prerrogativas divinas. Al siervo le corresponde estar siempre disponible.

Como consecuencia de su temperamento, una mezcla de colérico, melancólico, sanguíneo y flemático, el reformador Lutero (siglo XVI) le dio a lonas el epíteto de “santo testarudo” En verdad, si tomamos en cuenta su conducta, Jonás se parece mucho al Israel de la antigüedad, y a nosotros también, el Israel moderno. La gran ciudad de Nínive representa la cosecha misionera de todas las épocas. Jonás es el libro misionero más importante del Antiguo Testamento.

La palabra “testarudo” tiene un doble significado. Pero cuando se la aplicó a Jonás, Lutero se refirió a alguien fuera de lo común, a un tipo raro, excéntrico y egoísta. Pero conviene que no nos apuremos en criticar al profeta, porque cada ser humano participa de su carácter. Y los pastores también participamos de él.

Datos biográficos

Fuera de lo que dice su libro, poco sabemos acerca de la vida de Jonás. En 2 Reyes 14:25 se nos informa que era hijo de Amitai y que era profeta. Habría nacido en siglo VIII a.C. en Gat-hefer, en tierra de Zabulón, Galilea. En Maleo 12 Jesús, al hablar con los fariseos ávidos de milagros, se refirió a Jonás como la señal de un gran milagro. Y comparó los tres días que pasó el profeta en el vientre del gran pez con los tres días que él pasaría en la tumba.

Para los que generalmente condenan a Jonás por su actitud rebelde y desafiante hacia Dios, esa mención de Cristo es sumamente honrosa para el temperamental evangelista y profeta. Eso, por supuesto, a pesar de sus flaquezas humanas. Jonás amaba profundamente a Dios, y le confesaba sus pecados y faltas (Ion. 2).

Nínive

La ciudad de Nínive se menciona por primera vez en Génesis 10:11. Se hallaba en la ribera oriental del Tigris, al este de Jerusalén. El rey Senaquerib (siglo VII a.C.) hizo de ella la capital de Asiria. Los persas la destruyeron en el año 612 a.C. La ciudad, en forma de cuadrilátero, era la más grande de su tiempo. Su perímetro era de unos cien kilómetros. Hay los que dicen que su población se acercaba al millón de habitantes, si se contaban las mujeres y los niños. Pero la mayor parte de los eruditos la calculan en unas seiscientas mil personas.

Los pecados de Nínive se parecían a los de los antediluvianos. Eran idólatras y había homosexuales entre ellos. Adoraban a Dagón, un dios raro: mitad hombre y mitad pez. Prevalecía la corrupción, la violencia, la extorsión, la inmoralidad sexual y otros pecados más. En resumen, había un desprecio generalizado hacia el Dios verdadero, sus estatutos y sus leyes. En nada diferente del mundo moderno. Es verdad que no adoramos a Dagón, pero tenemos otros sustitutos. Esa era la razón por la que Jonás no quería ir a evangelizar a los habitantes de Nínive.

Para el profeta, todos los ninivitas merecían el mismo castigo: su destrucción y su exterminio sumario. Pero Jonás, en su celo, se olvidó de dos axiomas teológicos: Primero, Dios no usa un determinado patrón para juzgar a las naciones y a la gente. Segundo: es omnisapiente. Él sabía que había millares de Ninivitas que aceptarían el evangelio de salvación si se les daba la oportunidad de hacerlo.

Las lecciones que aprendemos

Huir es peligroso. Dios le encargó a Jonás que llevara a cabo una campaña de evangelización pública en Nínive. Tenía que viajar en dirección del Irak actual, la antigua Babilonia. Pero por iniciativa propia el profeta se desvió de su ruta y se fue en dirección de Tarsis, es decir, el sur de España. Es como si un misionero moderno, enviado para trabajar en la Ventana 10/40 (Asia/África), se desviara de su rumbo para hacer un viaje de placer a las playas de Miami, en los Estados Unidos, o del nordeste del Brasil.

Pero Jonás pagó un alto precio por su testarudez, desobediencia y orgullo. Un ministro de hoy, más que los de otros tiempos, fácilmente puede ser desviado hacia los senderos de la fuga pecaminosa, al dedicarse a negocios ilícitos con el fin de complementar su sueldo de pastor, al ceder de alguna manera al instinto sexual, al perder el control de sus finanzas personales, etc. Y, como consecuencia de todo eso, cosechar el descrédito de su rebaño y el sufrimiento de su familia.

Dormir en tiempos de crisis. En Jonás (1:5-15) se nos presenta un obrero derrotado, autohumillado. Cuando la tormenta en alta mar estaba en su apogeo, con la tripulación que arrojaba la carga al mar para salvar el barco, Jonás dormía profundamente. La versión latina de la Biblia nos dice que Jonás “roncaba” (vers. 5). El capitán del barco descendió, y tal vez sin mucha cortesía despertó al misionero dormilón diciéndole: “¿De qué te ocupas? ¿Qué pasa contigo? ¡Invoca a tu dios!” ¡Qué preguntas más directas para un reo confeso! ¡Qué vergüenza para un siervo de Dios! ¡Qué áurea oportunidad para predicarles a esos marineros anhelantes de conocer al Dios de Jonás!

Pero el misionero estaba con la moral en la sentina de su vida, con el sentido de misión desdibujado. El drama de la vergüenza culminó cuando arrojaron al mar al profeta fracasado. Ser interrogado en juicio, sufrir vejaciones en la plaza pública, más tortura, prisión y hasta la misma muerte por causa de la predicación del evangelio es un gran honor. Pero sufrir todo eso por negligencia en el cumplimiento de una sagrada misión es una ofensa al Señor de la misión. Una negación del honroso título de ministro del evangelio.

La recaída

En el capítulo 4 parece que Jonás se había olvidado de las amarguras que pasó en el mar, el milagro salvador por medio del gran pez, la segunda oportunidad que Dios le dio; es decir, su segunda comisión y la espectacular victoria del evangelio en Nínive. Pero, como niño obstinado, se puso a discutir con su benefactor, Dios, por haber permitido la salvación de la ciudad, como si hubiera sido el primer ministro del gobierno divino. ¡Y le pidió que le quitara la vida!

Algunos “Jonases” modernos se rebelan cuando no se los reelige o elige para ocupar los cargos que pretenden en la iglesia. Con razón, Lulero le dio a Jonás el nombre de “santo testarudo”. Jonás se portó exactamente como el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo (Luc. 15), que protestó acaloradamente por el regreso de su hermano menor y por la fiesta que el padre le ofreció para celebrar ese acontecimiento.

El Dr. Charles L. Feinberg, teólogo, dice en su libro Os profetas menores, en la página 148: “Jonás es como muchos de hoy en día: creen que podrían gobernar el mundo mucho mejor que Dios… [a Jonás] le interesaba mucho más el castigo de Nínive que su salvación. Suponía que sabía mejor que Dios cuál era el rumbo acertado”.

Algunos “Jonases” de hoy se sienten dueños de la verdad y de la sabiduría. Critican a los dirigentes de la iglesia local y a los administradores de la iglesia en general. Piensan y dicen que lo harían mejor si estuvieran en sus lugares. “Criticar a los que hacen la obra equivale a criticar a Jesús, que los llamó”, dice Elena de White.

La apoteosis

El tercer capítulo del libro nos presenta la apoteosis de la obra evangélica llevada a cabo por Jonás en Nínive, por cierto bajo el patrocinio del Espíritu Santo. Fue la campaña de evangelización pública más grande, y la más corta: sólo tres días, con la mayor concurrencia y con los mejores resultados. Con las características, el estilo y los recursos que se emplearon, no hubo otra igual antes, ni la habrá después, incluso en nuestros días. La conversión fue en masa: desde el más humilde hasta la gente de la casa real.

¡Qué grandiosa lección para Jonás y para todos los misioneros de todos los tiempos y de todos los lugares, hasta para los del siglo XXI! Es necesario que tomemos conciencia, de una vez por todas, que el llamado y la comisión son prerrogativas de Dios, sin consulta previa. Al misionero sólo le corresponde estar disponible. Siempre.

Sobre el autor: Pastor jubilado. Vive en Artur Nogueira, São Paulo, Rep. Del Brasil.