La estabilidad que nuestra organización denominacional ha adquirido a lo largo de los años procede mayormente de la elevada calidad de dirigentes que Dios ha escogido para conducir a su iglesia. Es indispensable mantener dirigentes firmes, y presento estos pensamientos con la esperanza de fortalecer el trabajo de equipo del pastor con los ancianos locales.

Hoy día, mirando retrospectivamente mi período de diez años de servicio como anciano de iglesia, difícilmente recuerdo que un pastor haya visitado mi hogar en exclusivo cumplimiento de su tarea pastoral. Las visitas del ministro se efectúan usualmente con el fin de mantener en movimiento las ruedas del programa de la iglesia; y aunque inintencional-mente, a menudo se pasa por alto el contacto de corazón a corazón entre el ministro (como el pastor) y el anciano local (como la oveja guía del rebaño).

Posiblemente los ancianos de iglesia se sientan halagados por esta muestra de confianza del pastor que tal vez piensa que nosotros generamos nuestra propia fibra espiritual para hacer frente a las alternativas angustiosas de la vida moderna. Sin embargo, debe comprenderse que hay ocasiones cuando algún anciano puede estar pasando por una gran lucha para vencer el pecado, y entonces es cuando los fuertes brazos del ministro consagrado podrían ayudar. Una sesión de oración con un anciano podría sacar a luz una prueba o un problema personal que no se conocería en otra forma.

A nadie estimo más que a nuestros obreros ordenados de la asociación. Hago esta declaración en vista de las muchas oportunidades que un anciano tiene en su trabajo en la iglesia, de conocer las faltas y las flaquezas humanas de su pastor. Para que comprendamos mejor cuál es la importancia del pastorado vigilante que el ministro debe tener con sus ancianos, quiero llamar la atención a un caso en el que la vida espiritual de un anciano se derrumbó, y los detalles se difundieron rápidamente en la comunidad produciendo mucho oprobio para nuestra fe. No nos gusta pensar en estas cosas, y más bien preferimos hablar de las victorias de la Recolección o alguna otra campaña. Pero sigue en pie el hecho de que mientras dure el pecado en el mundo, ocasionalmente se introducirá en los aposentos privados de nuestra organización. Constituye una parte de la obra del pastor detectar esta primera erosión espiritual de la vida de un anciano, y apoyar a este dirigente de la iglesia con sabiduría y poder de lo alto.

El problema puede comenzar realizando visitas demasiado frecuentes a la playa en día sábado, o bien mirando programas de televisión inconvenientes, o con cualquiera otra señal de que se ha iniciado una lucha interior o se ha producido una debilidad en la vida del anciano. Una visita oportuna del pastor, sin embargo, puede producir lágrimas de profundo arrepentimiento antes que las quemantes lágrimas de remordimiento resultantes de una abierta caída de la gracia.

El pastor mismo tiene algo en común con sus ancianos, conociendo el renovado esfuerzo de nuestro enemigo común para apagar la espiritualidad de los hombres elegidos a este puesto del deber. El pastor sabe por experiencia cuán vigilante debe ser él mismo para permanecer limpio de contaminación mundana. También los ángeles saben esto, y han de pasar mucha angustia cuando el tentador incursiona en la vida de uno de los dirigentes de Dios. En esas ocasiones hasta los seres celestiales no pueden hacer nada, y el pastor es el único instrumento que Dios puede utilizar para impedir que ocurra una terrible calamidad en las filas de los dirigentes de su iglesia.

Pasé gran angustia en dos ocasiones cuando dos dirigentes estuvieron implicados en faltas morales. Parecía que estos hermanos estaban firmes en su puesto del deber, pero el horror del oprobio los envolvió a ellos y a la iglesia. Simpatizamos con estos hermanos. Reconocemos que no sólo el pastor sino también cada dirigente de la iglesia tiene la responsabilidad de decirles a los compañeros de dirección que se ora por ellos. En esos casos, deberíamos haber manifestado más fraternidad cristiana, y así posiblemente se hubiera evitado el mal.

Estamos seguros únicamente refugiándonos en el redil del Maestro. Nuestro Pastor principal dice que él conoce a sus ovejas. Así también el pastor de la iglesia, en el desempeño de su ministerio debería conocer a los ‘ dirigentes de su rebaño y examinarlos con frecuencia.

Cuando Jesús dijo: “Apacienta mis ovejas”, se dirigía a los pastores de la iglesia. En el campo, cuando los pastores encuentran a una oveja guía herida, la atienden de inmediato para no perderla. Las ovejas guías sanas son indispensables para el pastor. Esta misma vigilancia ejercida por el pastor de la iglesia sobre sus ancianos también es indispensable.

Creo que el momento más cálido en mi experiencia cristiana ocurrió hace años, en mi juventud, cuando un obrero en la causa de Dios colocó sus brazos alrededor de mis hombros y me preguntó cómo iban las cosas. Después nos arrodillamos y él le pidió a Dios que me ayudara a ser fiel. Este hecho ha permanecido tan claro en mi mente que aun ahora, después de cuarenta años, podría señalar el lugar exacto donde ocurrió. Desde entonces, he participado durante muchos años en las actividades de la iglesia, innumerables campañas, blancos y juntas, pero nunca más he tenido esos momentos de tranquila oración privada con las manos de un ministro sobre mis hombros.

En los países latinoamericanos el abrazo familiar es una costumbre casi tan popular como el apretón de manos, especialmente entre nuestros feligreses. Recuerdo bien la pena de un adventista mejicano cuando yo, sin conocer la costumbre, no lo abracé ni le dije “hermano”, cuando me lo presentaron. Cuando remedié la omisión, había lágrimas en sus ojos. Esta profundidad de afecto fraternal será una de las pocas cosas casi tangibles que llevaremos al reino eterno. Sin embargo, como otros frutos del Espíritu, no se puede adquirir a último momento. Si es necesario que este afecto exista entre todos los hermanos, ¡cuánto más necesario es entre el pastor y sus ancianos!

Muchas veces el anciano local es un profesional ocupadísimo, tal vez un dirigente industrial o comercial, y el pastor puede vacilar en pasar la barrera de prestigio o dignidad que lo rodea, representada tal vez por una secretaria o recepcionista, para llegar al corazón de su anciano. Hablando de mi experiencia personal, he encontrado que cualquier cristiano digno de su cargo de anciano apreciará los tranquilos momentos pasados en oración con la mano de su pastor en el hombro, ya sea en una oficina, un taller o en el campo junto a un tractor.

Desde los primeros días de nuestra existencia como iglesia se ha hablado de un “reavivamiento” entre nuestro pueblo. Otros términos familiares son “el derramamiento del Espíritu Santo”, “la lluvia tardía”, “el clamor en alta voz”, “los tiempos del refrigerio”. El fundamento de estas realidades espirituales que han de concretarse entre nosotros, es el amor fraternal. Cuando el anciano de la iglesia esté apoyado y sostenido por su pastor, a su vez sostendrá a los otros hermanos, hasta que un vínculo de firme afecto mutuo, un “reavivamiento”, nos lleve juntos al reino celestial.

Sobre el autor: Anciano de la iglesia de Longview, California