El hogar de un ministro ejerce influencia en más personas que su púlpito. “Mucho más poderosa que cualquier sermón que se pueda predicar es la influencia de un hogar verdadero en el corazón y la vida de los hombres” (El Ministerio de Curación, pág. 272). Por esta razón Satanás tienta a los padres a descuidar sus hogares. Procura mantenerlos tan ocupados con toda clase de actividades que no encuentren tiempo para atender a su familia. Esta es una de las razones porqué algunos talentosos ministros producen tan poco, mientras predicadores menos dotados algunas veces tienen una cosecha de almas más abundante. Una buena familia es de valor inestimable para el ministro.

Cierto día un simpático joven alumno acudió a mi oficina en busca de orientación profesional. Cuando se presentó, reconocí un apellido muy mentado entre nosotros, y le pregunté si era familiar del pastor —————–.

—Sí —replicó—. Es mi padre.

—¡Oh —contesté yo—, es un hombre admirable! Es una verdadera columna de la iglesia.

—Debe ser un hombre admirable —respondió tristemente—Suelo leer acerca de él en la Review (Revista Adventista en inglés).

Esa entrevista que duró más de una hora, reveló que el corazón de ese joven anhelaba más la compañía de un padre que cualquier consejo profesional. Bien podía considerarse huérfano, desde el punto de vista de la atención que le prodigaba su padre. En ese tiempo, éste visitaba algunas iglesias europeas, y tardaría varias semanas en regresar. Y cuando estaba en su país, no posaba en su casa. Durante los días de trabajo estaba en la oficina, y el sábado atendía la iglesia. ¡Su hijo lo conocía a través de los artículos de la Review and Herald!

¿Será posible que algunos pastores que han ganado muchas almas para Cristo sé vean obligados a lamentarse con estas palabras: “Haciéronme guarda de viñas; y mi viña, que era mía, no guardé”?

Noé tuvo poquísimo éxito en su intento por convertir al mundo durante los 120 años de predicación, pero salvó a su familia, y Dios lo llamó “pregonero de justicia”. “Los deberes propios del predicador lo rodean, lejos y cerca; pero su primer deber es para con sus hijos” (Obreros Evangélicos, pág. 215).

Cuando los obreros consagrados comprenden el significado de la siguiente declaración, se muestran dispuestos a entrar inmediatamente en acción: “Estamos experimentando pérdidas terribles en todas las direcciones de la obra a través del descuido de la educación en el hogar” (Child Guidance, pág. 303).

Todo ministro quiere alcanzar la cumbre del éxito. El consagrado hombre de Dios no estima ningún esfuerzo demasiado duro y ningún costo demasiado alto para sí, con tal de salvar a un alma de la muerte eterna. Olvida los deseos personales y los malestares físicos se desvanecen en la insignificancia, mientras busca a los perdidos. Su única y gran pasión es rescatar a los que perecen.

No importa el éxito que haya obtenido, el predicador progresista no se conforma con las realizaciones pasadas. Siempre quiere superarse. Lee y estudia constantemente en busca de mejores métodos; busca intensamente nuevas oportunidades para llegar con el Evangelio a más y más gente. Sin embargo, con cuánta frecuencia sus esfuerzos parecen alcanzar poco o nada. Puede sembrar un gran campo y gastar mucho tiempo y dinero cultivándolo, y sin embargo obtener una exigua cosecha. ¿Qué más podría haber hecho? Pasa revista al pasado, escudriña, su propia alma, y pide sabiduría a Dios.

Dios contesta su oración dirigiendo su haz de luz hacia una de las causas ocultas de tan magros resultados. Hela aquí: “Los ministros podrán hacer fielmente su obra, y bien hecha, y sin embargo producirá poquísimo si los padres descuidan su trabajo” (Id., pág. 550). Y no es imposible que un ministro que es diligente en su labor e incansable en sus esfuerzos, esté descuidando sus responsabilidades familiares. ¿Qué hará? ¿Se abandonará a la desesperación?

Nunca procedió del cielo un pensamiento desanimador. Dios no nos señala la causa para luego abandonarnos sin esperanzas. Dirige nuestra atención hacia el remedio: “Si se diera más atención a la tarea de enseñar a los padres cómo formar los hábitos y el carácter de sus hijos, resultaría cien veces mayor el bien obtenido” (El Ministerio de Curación, pág. 271). Gracias a Dios por esta seguridad. Sólo él puede haber prometido un aumento tan grande en resultados de los esfuerzos humanos.

Lo que cada obrero debe decidir es qué hará con este ofrecimiento. Dios había prometido todo el territorio de Canaán a los hijos de Israel, pero diez de los espías no pudieron ver más allá de los gigantes que se veían en escena. Esos diez dirigentes nunca participaron de a promesa. Pero los dos espías que vieron allende los gigantes e hicieron la obra que Dios había señalado, experimentaron el cumplimiento literal de la promesa. Recibieron viñedos cultivados, pozos cavados y casas listas para ser habitadas.

Satanás siempre logra interponer un gigante entre nosotros y el éxito ilimitado. Uno de tales que hace estremecerse a los pastores ante la idea de enseñar a los padres, es la creencia de que éstos rechazarán la ayuda. Es un engaño. Con poquísimas excepciones, en todas parles los padres están clamando por dirección. anhelan información, y buscan consejo. Pero sí se ofenden, y con justa razón, cuando se los inculpa, se los censura y se publican sus faltas.

Después de todo, con culpar al padre, a la madre o a los vecinos no se soluciona el problema. La tarea del consejero no consiste en culpar ni en castigar al culpable, sino en ayudar a los parientes a encontrar la solución de sus problemas. Criticar no es lo mismo que enseñar. Confunde, desanima y enreda más la situación, pero no instruye. Decirle a un padre que ha cometido un error no es ninguna novedad para él. Indudablemente ya sabía eso antes que vosotros. Tampoco ayudan al pecador ni al santo los comentarios que se hacen acerca de los pecados y los yerros de otros. La tarea del predicador es enseñar, y no culpar.

Cuando los padres comprenden que su pastor mantendrá en estricta confidencia lo que ellos le cuentan, y que está deseoso de ayudarles a encontrar la solución de sus problemas, acudirán en busca de su consejo.

El gigante más persistente de todos, que asedia al predicador de día y de noche, es el tiempo. Ya sea una evangelista, pastor o director departamental, hay tantas cosas que reclaman su tiempo que resulta imponible atenderlas a todas. ¿Como puede el obrero concienzudo distinguir entre sus obligaciones reales y los artificios puestos por Satanás para entorpecer el cumplimiento de sus deberes legítimos?

El espíritu de profecía nos dice claramente: “Vuestra primera obligación ministerial consiste en cuidar y edificar a vuestros hijos; en cuidar el jardincito que Dios os ha dado; y cuando hayáis educado a estos hijos, entonces habréis hecho la obra que Dios bendecirá” (Elena G. de White, manuscrito Nº 13, 1886). Vuestro hogar es el fundamento de vuestra obra. El descuido de este fundamento puede ser desastroso para la obra de Dios en el futuro. “El sábado y la familia fueron instituidos en el Edén, y en el propósito de Dios están indisolublemente unidos” (La Educación, pág. 244). El representante de Dios no ha de descuidar su hogar como tampoco ha de profanar el sábado. Será tan fiel en instruir a su congregación en lo que atañe al hogar cristiano como en enseñar la debida observancia del sábado.

El tercer gigante presentado por Satanás declara atrevidamente que en la iglesia no hay nadie capacitado para enseñar a los padres. Esto puede ser verdadero o puede ser falso. Si es verdadero, se impone un cambio inmediato. Para todos es una desgracia permanecer en la ignorancia. “Asumir las responsabilidades de la paternidad sin una preparación tal es pecado” (El Ministerio de Curación, pág. 294).

El asunto que debiera preocupar a cada pastor debiera ser éste: ¿Dónde encontrar al hombre o la mujer mejor calificados para enseñar a los padres de mi iglesia? Naturalmente, la respuesta variará en cada caso. En un lugar la persona ideal será un obrero jubilado, y en otro, será una atareada madre la única que esté en condiciones de impartir la instrucción adecuada. “Los que llevan el mensaje final de misericordia al mundo debieran considerar su deber instruir a los padres acerca de la religión del hogar” (Testimonies, tomo 6, pág. 119).

El Depto. de Educación para Padres y el Hogar de la Asociación General está listo para prestar ayuda a los ministros y los padres. Los dos libros del espíritu de profecía, El Hogar Adventista y Child Guidance, y la revista Adventist Home and School, están dedicados a fortalecer los hogares de la iglesia.

Si los ministros quieren aumentar en un cien por ciento los resultados de su eficiencia y esfuerzos, enseñen a los padres cuáles son sus responsabilidades. “En el hogar se echa el fundamento de la prosperidad que tendrá la iglesia. Las influencias que rijan la vida familiar se extienden a la vida de la iglesia. Por lo tanto, los deberes referentes a la iglesia deben comenzar en el hogar” (El Hogar Adventista, pág. 287).

Sobre el autor: Director Asociado del Depto. De Educación para Padres y el Hogar de la Asociación General.