Aquí exponemos algunas sugerencias sobre la forma en que usted puede manejar con éxito algunos de los riesgos que su ocupación como ministro impone a sus hijos.

A simple vista el registro de Enoc como padre, que se encuentra en Génesis 5, no parece muy notable. ¡Pero a mí me parece que con un segundo vistazo se convierte en asombroso!

“Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Gén. 5:21-24).

Enoc, por supuesto, es el primer personaje de quien se tienen registros que pueda considerarse un símbolo del padre/predicador adventista. Usted sin duda recuerda las palabras que leemos en Judas: “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos” (Judas 14,15).

La Biblia dice que después del nacimiento de su primer hijo este padre/predicador caminó con Dios durante 300 años, luego ‘‘desapareció, porque le llevó Dios”. Es un registro que todavía no ha sido igualado por el de ningún otro hombre de Dios.

¿Es posible que el nacimiento de este primer hijo de Enoc tenga algo que ver con su caminar con Dios? ¿Se sugiere aquí que el nacimiento de su hijo, de alguna manera, influyó sobre ese caminar? Yo creo honestamente que se justificaría una respuesta afirmativa a estas dos preguntas. Y ciertamente Elena G. de White apoyaría esta afirmación. En el libro Patriarcas y profetas ella escribió: “Pero después del nacimiento de su primer hijo, Enoc alcanzó una experiencia más elevada, fue atraído a una más íntima relación con Dios. Comprendió más cabalmente sus propias obligaciones y responsabilidades como hijo de Dios. Cuando conoció el amor de su hijo hacia él, y la sencilla confianza del niño en su protección; cuando sintió, la profunda y anhelante ternura de su corazón hacia su primogénito, aprendió la preciosa lección del maravilloso amor de Dios hacia el hombre manifestado en la dádiva de su Hijo, y la confianza que los hijos de Dios podían tener en el Padre celestial. El infinito e inescrutable amor de Dios, manifestado mediante Cristo, se convirtió en el tema de su meditación de día y de noche; y con todo el fervor de su alma trató de manifestar este amor a la gente entre la cual vivía”.[1]

Ser padre/pastor tuvo un impacto definido en la vida de Enoc. ¿Podemos pensar que el ser padre/pastor tuvo también un impacto sobre su ministerio? Y, por otra parte, el ser un ministro de la verdad de Dios, ¿tuvo un impacto sobre su paternidad?

El registro bíblico no abunda en detalles que apoyen todas las respuestas a estas preguntas. Pero nosotros sabemos bien, por nuestra propia experiencia, que nuestra paternidad es tremendamente afectada por el hecho de ser pastores.

Mientras meditaba en este tema, “El ministro como padre”, se me ocurrió pensar que para que usted o yo podamos ser un ministro/padre, debería haber un “hijo de pastor”. Usted ha llegado a la conclusión —en la mayoría de los casos sin consultar con sus hijos— que ellos deberían crecer como hijos de pastor. Usted está en deuda con ellos. Por lo tanto, debe hacer todo lo posible para minimizar los riesgos a que su decisión los ha sometido. ¡Y mientras lo hace, lo normal sería que usted hiciera un esfuerzo por magnificar las ventajas!

Con el deseo de considerar este tema desde la perspectiva de un hijo de pastor, y mientras lo preparaba, hablé con algunos hijos de pastores. Porque da la casualidad de que yo también soy hijo de pastor, y mi esposa y yo hemos criado cuatro hijos de pastor. Por eso les invito a que revisemos juntos algunos de los efectos que el hecho de ser ministros produce sobre nuestra paternidad.

El pastor peripatético

Una de las desventajas, y no de las más pequeñas que confrontan los hijos de un ministro, es la movilidad que se les impone, especialmente a los pastores jóvenes. La gente me pregunta de dónde soy, y yo me siento perdido porque no puedo contestarles. Nací en Chicago, y mi familia vivió en diferentes partes de Illinois durante mi niñez. Cuando tenía 10 años nos fuimos a Jamaica, donde mis padres sirvieron como misioneros. Regresé a Estados Unidos para asistir al Colegio Misionero Emmanuel cuando tenía 17 años; para ese tiempo ya mis padres se habían trasladado a Cuba.

Cuando terminé mis estudios universitarios me enviaron a Indiana como aspirante al ministerio. Después de ocho años y muchos traslados dentro de Indiana, me trasladé con mi familia a Indonesia. Ocho años más tarde nos cambiamos hacia Singapur y después de otros ocho años volvimos a los Estados Unidos y pasamos tres años en la Florida, donde completé mis estudios doctorales. De allí nos fuimos a Lincoln, Nebraska, donde pasé un año en la academia. Luego me fui al Colegio de la Unión del Pacífico y pasé allí otros ocho años.

¿De dónde soy pues? ¡Quién sabe! Mi historia es sólo otro ejemplo de la movilidad impuesta a la familia del pastor.

El desarraigo, la ruptura de los lazos de amistad adquiridos, pueden ser devastadores en la vida de un niño. Otros niños, que no son miembros de una familia pastoral, tienen que afrontar esa misma experiencia, por supuesto. Pero en vista de que eso es un riesgo normal en su vida profesional, tiene que planear la mejor forma de manejar esto que es un problema para sus hijos.

Otro problema que se impone a los hijos del pastor es proverbial: Los demás esperan un comportamiento que sencillamente no encaja con la realidad. Uno de los hijos de pastor que entrevisté mientras preparaba mi tema, uno que hoy es pastor/padre de un niño de tres años, me contó acerca de la rebelión con la cual tuvo que luchar cuando era niño porque los miembros de la iglesia lo reprendían con estas palabras: “¿cómo puedes ser tan travieso si eres hijo del pastor?” Me habló de la amargura que sentía como adolescente cuando su madre le prohibía hacer esto o lo otro “por causa de la obra de papá y por la buena reputación”.

Más riesgos

Por añadidura, está el problema del tiempo. Cuando el padre es un ministro, parece que queda muy poco tiempo para dedicarle a la familia. Claro que eso no es tan fuera de lo común como a veces nos gusta creer. Los ministros no son los únicos cuyas ocupaciones los alejan de sus familias. También hay médicos y obreros de fábricas, maestros y agentes de ventas, hombres de negocios y oficiales del gobierno y otros muchos que trabajan 10,12 y hasta más horas diarias. El riesgo particular de los ministros es que sus hijos crecen con la creencia clara de que sus padres están trabajando por la salvación de otras personas y por los hijos de esas personas. Los hijos de los ministros a veces se preguntan si su propia salvación le importará o no a su padre.

Otro riesgo particular es la creciente contrariedad que le produce al niño hijo de pastor el saber que el padre y ministro no siempre vive de acuerdo a los ideales que predica. El fracaso en alcanzar los ideales en el plano de la conducta no sería tan dañino si no fuera por el hecho de que el padre es quien los predica y los proclama.

Un riesgo similar es producto del estrecho contacto con que el pastor trabaja tanto con los miembros de la iglesia como con los dirigentes de la asociación. El pastor se encuentra en una posición ideal para experimentar exasperación tanto por los problemas de los miembros como por las decisiones de los dirigentes de la asociación. Y dado que el hogar es un refugio, resulta muy fácil hacer de él un lugar donde se discuten los fracasos de los demás, dejando a los niños el problema de luchar con sus sentimientos acerca de lo que les parece “hipocresía de los hermanos”. Mis padres fueron muy cuidadosos en este sentido. Pero otros hijos de pastores a quienes entrevisté me dijeron que crecieron llevando pesadas y difíciles cargas a causa de las críticas que oyeron en el hogar.

Yo cometí el error de afligir a mi hijo al relacionarme con él como lo hace un pastor con un miembro de iglesia, o —durante mis primeros entrenamientos en consejería familiar— como un consejero con su aconsejado. Mi buena esposa me hizo frente un día diciéndome muy exasperada: “los niños y yo estamos cansados de que nos trates como si fuéramos gente que viene a pedir consejo en tu oficina. Cuando vengas a la casa actúa sencillamente como un esposo y padre”.

Sí, estos son algunos de los dolores de cabeza que los ministros pueden causarle a sus esposas o a sus hijos. Lo único que podemos hacer es imaginar cómo habrá manejado Enoc estos problemas. Me gustaría proponer algunas ideas de cómo se pueden manejar uno o dos asuntos específicos, y entonces ofrecer algunas sugerencias para minimizar los riesgos.

Empatice abiertamente con su hijo

En primer lugar, sostengo que siempre es posible convertir todos estos riesgos potenciales en ventajas positivas. Puede ser que se requiera caminar con Dios como lo hizo Enoc para poder hacerlo, pero, ¿quién está mejor predispuesto ocupacionalmente para caminar con Dios que un ministro?

Cuando terminé mi trabajo en Singapur, nuestro hijo de once años tenía un cachorrito bóxer que era la delicia de su vida. El día anterior a nuestro vuelo de regreso a los Estados Unidos fuimos al aeropuerto a averiguar la posibilidad de llevar el cachorro, pero hallamos que el costo era prohibitivo. Cuando íbamos de regreso a la casa en el automóvil Ron sabía que la última esperanza de conservar su perrito se había esfumado. Empezó a llorar quedamente. Mientras nos alejábamos del aeropuerto las lágrimas asomaron a mis ojos también y pronto me cegaron tan completamente que tuve que parar el carro a un lado de la carretera. Al verme, él comenzó a llorar más abiertamente, y en pocos minutos yo estaba llorando como nunca lo había hecho desde mi niñez y como jamás he vuelto a llorar desde entonces. ¿Todo sólo por un perro? No. Por el dolor de un niño cuyo padre había optado por aceptar un llamado que le había afligido y una vez más, el dolor y el sufrimiento de romper los lazos que habían llegado a serle muy queridos.

Los muchos cambios que el hijo de un ministro/padre tiene que soportar ofrecen algunas ventajas, entre ellas, una amplia gama de experiencias que no se obtienen de ninguna otra manera. Pero agradezco a Dios que me impulsó a compartir profundamente el dolor de mi hijo ese día. Parece que una deliberada condescendencia y empatía con ese dolor es lo menos que el padre/ministro puede dar.

Con relación a otro de nuestros riesgos profesionales, creo que es importante para los ministros sentarse con sus hijos —de preferencia antes de comenzar la adolescencia— y hablar francamente acerca de los dolores y angustias de vivir como hijo de pastor. Hable acerca de la inevitable realidad de las expectativas quiméricas que la comunidad y la iglesia tienen del comportamiento del hijo del pastor. Exprese sinceramente su profunda pena por la presión que el niño tendrá que soportar por causa de esas expectativas irreales.

Mi opinión es que los ministros deberían repudiar vigorosamente esas expectativas irreales y no participar de ellas. Debieran decir: ‘‘Hijo, hija, quiero que sepas que no seré yo quien te coloque frente a tales expectativas. Mi ministerio es el producto de mi propia convicción, y mi propia respuesta a lo que yo creo que es el llamado de Dios. No puedo negar que deseo con todo mi corazón que tú escojas ser, no sólo un hijo de Dios, sino un instrumento en sus manos para atraer a otros a él, nunca para alejar ni extraviar a otros. Recibiré con agrado tu ayuda para hacer de nuestra familia un testimonio del poder de Dios. Pero ni por un momento pondré sobre ti la carga de pedirte que seas un ejemplo para los demás, por causa de mi decisión de ser un ministro, una decisión que yo reconozco que tú no tomaste personalmente. Lo único que espero es que no me pidas que yo deje mi ministerio, ni siquiera para librarte a ti de esas expectativas”.

Prométale a su hijo que le dirá a la congregación que usted no espera de él ni más ni menos de lo que espera de cualquier otro niño, simplemente porque es hijo del pastor, y que usted espera que la congregación no demande demasiado tampoco. Luego cumpla la promesa que ha hecho en presencia de su hijo.

Deje que su hijo crezca

Como padre el ministro necesita recordar que debe haber un progreso entre el ser padre de un bebé, luego de un preescolar, después de un preadolescente, más tarde de un joven entre los trece y los quince años y finalmente de un adolescente. Si bien Elena G. de White dice que la primera lección que un bebé debe aprender es la obediencia, también dice que debe llegar el tiempo cuando el joven aprenda a hacer más y más decisiones autónomas, sin control externo.

Por supuesto, la concesión de esta libertad deja al ministro expuesto tanto a la crítica y la vergüenza como a la desilusión. Aquí es donde nos asalta el temor. Recordamos esa otra analogía de un padre/ministro, Elí, y el hecho de que Dios lo tuvo por responsable de la desgracia en que cayó el sacerdocio a causa del comportamiento de sus hijos. Sin embargo, estoy convencido de que Dios no condenó a Elí por su fracaso en controlar la conducta de sus hijos adultos. Más bien, creo que la condenación vino por no haberlos retirado del sacerdocio siendo que la conducta que seguían no era digna de ese cargo sagrado. Estoy seguro de que no se nos ha dado la responsabilidad ni se nos pide que controlemos a nuestros hijos al grado de pedírsenos garantía de que seguirán fielmente la verdad.

Podría ser de ayuda para los padres pastores recordar que cuando el Todopoderoso creó la luz dijo: “Sea la luz, y fue la luz, y vio Dios que era bueno’’. Del mismo modo se cumplió su voluntad cuando creó los árboles, la hierba, las vacas, los leones y los pájaros. Pero cuando creó a los seres humanos no pudo decir: “Que este hombre, esta mujer, este niño, sean buenos’’, y fue así. El hombre es diferente porque es libre. Dios así lo creó y nosotros así lo debemos aceptar.

Por eso el mayor don que el ministro puede legar a sus hijos es la seguridad de ser amados incondicionalmente. “No importa lo que pase’’: no importa cuántas veces fracase el niño o deje chasqueados a sus padres, no importa qué disciplina o castigo se vean obligados los padres a administrar.

Si usted no es movido a caer de rodillas clamando: “Señor, para estas cosas ¿quién es suficiente?”, entonces no ha comprendido todavía la abrumadora responsabilidad de ser un padre/ministro. Pero si ha caído de rodillas, déjeme recordarle que la invitación de Efesios 5:1 le incluye a usted también: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados’. Si somos hijos amados, debe de haber un muy amante Padre Celestial que nosamará no importa lo que hagamos.

El hombre es diferente porque es libre. Dios así lo creó y nosotros así lo debemos aceptar.

A través de todos los siglos, aquellos que han tomado la Palabra de Dios en serio han cambiado el orden, muy a menudo, anteponiendo la acción de imitar a la de amar. Para ellos, ser amados y aceptados estaba condicionado por el imitar. Por otra parte, y como reacción natural, algunos han descartado toda noción de imitar, alegando que es intento de salvación por obras. La salvación no está en ninguna de estas posiciones. Pablo afirma la asombrosa y gloriosa verdad de que Dios nos ama por naturaleza, no importa lo que hagamos. Y Dios nos extiende la increíble invitación —dentro del contexto inquebrantable de ese amor— ¡a doblegar nuestras energías a fin de imitarle!

Como padre/ministro que es al mismo tiempo un hijo amado, no puede legar a su hijo un don mayor que mostrarle que usted vive su vida imitando a su Padre Celestial. 

Sobre el autor: Cuando escribió este artículo, Garth O. Thompson dirigía el Departamento de Teología Práctica en el Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan. Con tristeza anunciamos que falleció poco tiempo después.


Referencias

[1] Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Bogotá: Asociación de Publicaciones de Interamérica, 1955), págs. 71, 72.