El siervo del Señor debe ser manso para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen: si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Tim. 2:24, 25). Estas palabras forman parte de un capítulo que contiene la descripción que Pablo hace del pastor-maestro. Las escribió poco antes de su martirio, y contiene sus amonestaciones finales para su discípulo Timoteo y la joven iglesia. Aquí Pablo describe las calificaciones que debe poseer un buen maestro. Debe ser cortés y per- donador, y no debe guardar resentimiento. No debe ser impaciente, duro ni intolerante en presencia de la ignorancia, de la lentitud para comprender o del antagonismo. No sermonea, no reprende y no fustiga a sus oyentes con sarcasmos y desprecios. Es infinitamente paciente aun con los que rechazan la luz, y prosigue instruyéndolos con persistencia y delicadeza.

Pablo revela su gran discernimiento de las cualidades que distinguen al maestro cristiano de los demás. El espíritu de Cristo es persuasivo. No permite el orgullo a causa de la posición que se ocupa, ni una desdeñosa condescendencia hacia el que aprende, ni hace pretender saberlo todo, ni esgrimir argumentos para probar el error de los otros. Hace que el maestro sea menos un pedagogo y más un conducto, que lleva la corriente de conocimiento y sabiduría.

Cristo fue el verdadero Maestro, el mayor educador que ha tenido el mundo. Sus contemporáneos, amigos y opositores, lo llamaban Maestro, y sus seguidores eran conocidos como discípulos. Cuando Nicodemo fue a visitarlo en la noche le dio el tratamiento de “Rabbí”, que se utilizaba como deferencia especial para los maestros. Luego le dijo: “Sabemos que has venido de Dios por maestro”. La actitud de Cristo hacía que todos lo aceptaran como maestro. Aunque pasó gran parte de su ministerio sanando, dependió más de las instrucciones personales que acompañaron su obra para impresionar las mentes con sus lecciones de verdad.

Hay algunas diferencias evidentes entre las técnicas utilizadas por la enseñanza y la predicación. La predicación emplea el discurso formal para alcanzar a un grupo numeroso. La congregación no formula preguntas ni discute en el servicio de culto. El pastor, al dirigirse a la grey, busca inspirar a sus oyentes y estimularlos a la acción meritoria. El ministro, cuando actúa como maestro, habla en forma más íntima y personal a un número ‘reducido dé personas. Las invita a comentar y a preguntar. Dirige su impacto a sus mentes, y su blanco es impartir conocimiento y verdad.

Aplicando este criterio, pocas veces Cristo actuó como un predicador formal. El Sermón del Monte es su grande y concluyente discurso religioso. La mayor parte de los relatos evangélicos lo muestran enseñando a grupos pequeños e íntimos, formulándoles preguntas y señalándoles mediante ilustraciones apropiadas las verdades que debían aprender. Se nos ha aconsejado que en nuestro propio ministerio “debe haber menos sermoneo y más tacto para educar a la grey en la religión práctica” (Testimonies, tomo 6, pág. 88).

Cuando Cristo ascendió al cielo, les ordenó a sus discípulos que enseñasen a todas las gentes las cosas que él les había mostrado. Debían sanar, ministrar a los necesitados, y hacer muchas otras cosas, pero nunca debían olvidar o descuidar el gran cometido de enseñar. “La iglesia cristiana ha estado en su apogeo siempre que ha tomado en serio su misión de enseñar” (Gilbert Highet, The Art of Teaching, pág. 270).

Si debemos enseñar como enseñó Cristo, conviene que estudiemos sus métodos. Los Evangelios nos dicen que enseñaba como alguien que tenía autoridad, y no como los escribas y los fariseos. Esos hombres estaban empapados en la tradición y sus pensamientos eran poco originales. En cambio, Cristo poseía un sólido conocimiento de las Escrituras, y aplicaba sus principios a las situaciones desconcertantes que encontraba. No vacilaba en ejecutar los designios de sus propios pensamientos, y sus conocimientos sobrepujaban a los de los eruditos eclesiásticos que tan a menudo se le oponían y lo desafiaban.

Cristo tenía un conocimiento experimental. Cuando hablaba de Dios como el Padre hablaba apoyado por su experiencia interna como Hijo de Dios. Les dio a sus discípulos una oración modelo extraída de la riqueza de su propia comunión con su Padre. Su exhortación a no preocuparse indebidamente por las cosas materiales de esta vida estaba respaldada por su propia confianza en la providencia de Dios que lo proveía de alimento y vestido, y de un lugar para descansar su cabeza. Cuando dijo: “Más bienaventurada cosa es dar que recibir”, hablaba de la experiencia de uno que daba continuamente sin esperar recibir una recompensa por sus beneficios.

Cristo perseguía objetivos definidos en su enseñanza. Primero buscaba impartir conocimiento espiritual, y luego incitar a sus oyentes y alumnos a la acción debida. Cuando les mostró la compasión y la generosidad del samaritano y logró que comprendieran quién. era su prójimo, esperaba que ellos también fueran bondadosos y compasivos con los necesitados. Cuando sus parábolas señalaron las preciosas virtudes de la verdad, invitó a sus oyentes a buscarla como buscarían un tesoro de plata o de perlas preciosas. El amor del padre por el hijo pródigo los invitaba a volver al lado de su Padre celestial, sin fijarse hasta dónde se habían alejado de él. Las lecciones que dictó a sus discípulos los prepararon para ir al mundo a vivir y a morir por él —es un ejemplo asombroso de la efectividad de su enseñanza.

Cristo demostró el poder del entusiasmo en un maestro. La palabra entusiasmo procede del griego, y significa literalmente “poseído por Dios”. Este significado ha evolucionado y se ha ampliado hasta incluir una devoción apasionada por otras causas. Pero originalmente un entusiasta era una persona poseída de celo por Dios. Cristo sentía una pasión consumidora por su obra. Los que lo rodeaban eran alumbrados por la llama que él poseía, y en el Pentecostés y posteriormente, ese entusiasmo condujo a sus discípulos a predicar el Evangelio en todo el mundo conocido.

Esta es la clase de enseñanza que el pastor está llamado a impartir. A pesar de la necesidad que tiene de actuar como administrador, consejero, educador, experto en relaciones públicas, predicador, y jefe de familia, debe dar a la obra de la enseñanza el énfasis que su gran Ejemplo colocó en ella. Debe esforzarse por lograr las cualidades de la enseñanza expuesta por Cristo.

Además de todo lo que el pastor-maestro debe ser para tener éxito, es imperativo que él mismo sea un estudiante. Este principio es obvio, casi es una perogrullada, pero con mucha frecuencia descuella más por lo que se lo viola que por lo que se lo observa. Está apoyado por estas dos declaraciones de los escritos inspirados, elegidas entre un gran número:

“Cada maestro debe ser un estudiante, para que sus ojos puedan ser ungidos para ver las evidencias de las progresivas verdades de Dios” (Testimonies to Ministers, pág. 23).

“Muchos que son maestros de la verdad dejan de ser estudiantes que persisten en excavar en busca de la verdad como si se tratara de un tesoro escondido. Sus mentes se estacionan en un nivel común y bajo; pero ellos no tratan de ser hombres de influencia —no en obsequio de ambiciones egoístas, sino por el amor de Cristo, para poder revelar el poder que tiene la verdad sobre el intelecto” (Fundamentals of Christian Education. pág. 120)

Un artículo titulado “El teólogo y el predicador” contiene el siguiente comentario sobre el maestro como estudiante:

“Nos vemos confrontados con los peligros antitéticos de sobreestimar y de subestimar la erudición en el ministerio. Y el peligro de la subestimación es con mucho el más generalizado y el más amenazador. En la actualidad, en nuestros círculos evangélicos hemos sucumbido a una enfermedad que al parecer aflige toda la vida americana: la enfermedad del anti-intelectualismo.  Por eso nuestros sermones carecen de profundidad y poder. Por eso nuestro evangelismo es poco productivo, está hecho a base de slogans, y es superficial. Por eso no logramos hacer un impacto de importancia en las fuerzas del liberalismo. Por eso quedamos frustrados y aturdidos cuando hacemos frente a nuestro mundo con sus ideologías contradictorias. … Y por eso las doctrinas evangélicas han sido descartadas por muchas personas inteligentes y por grandes masas del Oriente y del África como una elección inútil. … El pastor debe correlacionar la revelación divina con las circunstancias humanas” (Vernon Grounds, en Christianity Today, 9-6-1958).

El afán por aprender y una amplia reserva de conocimientos implican dos problemas: el mejor empleo del tiempo del pastor, y el despliegue de esfuerzo. Puesto que el ministro debe hablar una vez y otra al mismo grupo de personas, debe tener una enorme reserva de ideas y de material, o en caso contrario su vitalidad no tardará en disminuir y desaparecer. Su deber es proveer alimento espiritual para el sector más instruido de su grey, y leche espiritual para los que son intelectualmente pobres. El empleo diligente y productivo del tiempo volverá a llenar sus reservas espirituales y mentales, y lo ayudará a ser un maestro inspirador, tal como aspira a ser.

Como el Maestro a quien sigue, el pastor-maestro cristiano debe hablar respaldado por un conocimiento experimental del tema que trata. El obispo Gerald Kennedy habla de un gran maestro que influyó en él más que cualquiera otra persona. Dice de él:

“Una vez tuve un gran maestro que me desconcertaba más que cualquier otro hombre que he conocido. Hablaba con seguridad acerca de ideas cristianas que yo nunca había experimentado, y que representaban una ortodoxia contra la que me habían puesto en guardia. Sin embargo las palabras causaban un gran impacto en mi mente, y a pesar de mis cada vez más débiles esfuerzos por resistirlas, era imposible rechazarlas. Creo que lo que hizo que fuera tan difícil escapar fue la certidumbre de que hablaba con facilidad y con seguridad de algo que era tan real para él como la respiración. Creo que él influyó en mí más que cualquiera otra persona que conocí, porque la autoridad de su experiencia era demasiado grande para ser negada” (Wis Word Through Preaching, pág. 94).

Las exhortaciones que Pablo dirige a los pastores maestros tienen un significado especial para nosotros. En una época cuando la actividad tiende a reemplazar al pensamiento, cuando la prisa desplaza la delicadeza, y cuando el brillo quebradizo oscurece la percepción compasiva, necesitamos volver nuestra atención hacia su sabio consejo. La obra de enseñar, de conducir las mentes anhelosas hacia los tesoros de la sabiduría, y los corazones sinceros a la gloria del conocimiento de Dios no cede su importancia a ninguna otra. Los que cumplan con este cometido “resplandecerán como el resplandor del firmamento; y… como las estrellas a perpetua eternidad”.

Sobre el autor: Director del Colegio de Médicos Evangelistas.