Hagamos un estudio de la hora dedicada al culto los sábados de mañana y de su programa.

Siempre que un ministro predique a otra hora que no sea la del servicio divino corriente, no nos referimos a esa predicación como a un sermón sino que hablamos de discurso, charla, conferencia o exposición. Los que predican en la clase de la escuela sabática cometen un error: es el momento de hacer preguntas y obtener respuestas. Quien diserta en la hora del sermón como si presentara una conferencia, no es un predicador sino un conferenciante. Por otra parte, si alguien presenta un sermón en la hora de la sociedad de jóvenes, tal vez no halle una acogida favorable, porque los jóvenes esperan intercambio de ideas y participación activa. Lo que denominamos hora del sermón, el período de una hora del servicio de la mañana, compuesta de canto y adoración, culto y liturgia, tiene un carácter único. F. Melzer dice en Die Sprache vor Gott, pág. 124: “El sermón de la iglesia cristiana es lo más peculiar que acontece en nuestro mundo”. Quien ocupe esa hora será llamado ministro o pastor.

“Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim. 4:2).

“Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Rom. 10:17).

“El, ministro ocupa el puesto de portavoz de Dios a la gente, y en pensamiento, palabras y actos, debe representar a su Señor” (Obreros Evangélicos, pág. 20). “Un obrero consagrado y espiritual evitará de presentar diferencias teóricas de menor importancia, y dedicará sus energías a la presentación de grandes verdades decisivas que han de ser dadas al mundo. Mostrará a la gente la obra de la redención, los mandamientos de Dios, la inminente venida de Cristo” (Id., págs. 327, 328).

EL SERMÓN DIVINO

Un ministro debiera leer a menudo el capítulo 40 de Isaías. Allí el profeta pregunta: “¿Qué tengo que decir a voces?” La respuesta divina conduce entonces al sermón divino. Los cuatro puntos que allí se presentan debieran encontrarse en todo sermón:

 Predicar sobre lo perecedero y lo eterno (vers. 6-8).

  1. Predicar acerca del primer advenimiento de Cristo para quitar el pecado y traer la reconciliación (vers. 9).
  2. Predicar sobre la segunda venida de Cristo, el reino de Dios y el juicio final (vers. 10).
  3. Predicar la consolación. “Consolaos, pueblo mío” (vers. 1). Esperanza, certeza y seguridad en el Señor (vers. 11).

No debemos preocuparnos demasiado por el resultado final de nuestro sermón —si lo que predicamos fue fructífero o no para la eternidad. Dios se hará cargo de eso.

“Los que trabajan para Cristo nunca han de pensar, y mucho menos hablar, acerca de fracasos en su obra. El Señor Jesús es nuestra eficiencia en todas las cosas” (Id., pág. 19).

“No dejéis que decaigan vuestra fe y valor cuando veáis los asientos vacíos; mas acordaos de lo que Dios está haciendo para presentar su verdad al mundo. Recordad que estáis cooperando con agentes divinos —agentes que nunca fracasan. Hablad con tanto fervor, fe e interés como si hubiese millares para oír vuestra voz” (Id., pág. 176).

Por otra parte, la experiencia de Jeremías en la predicación y como está registrada en el capítulo 25 de su libro puede resultar animadora para alguno: “Hasta este día, que son veintitrés años, ha venido a mí palabra de Jehová, y he hablado desde temprano y sin cesar; pero no oísteis”. Su caso debiera estimularnos para perseverar bajo toda circunstancia. Jeremías da en detalle el contenido de su sermón de modo que nadie pudiera engañarse. ¡Qué emocionante hubiera sido para nosotros haber podido oír su sermón —predicado a las puertas de los setenta años de exilio!

A Jonás se lo comisionó: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré” (Jon. 3:2). Todo predicador está familiarizado con los alarmantes sucesos previos al comienzo de la predicación de Jonás en aquella gran ciudad. “Proclama en ella el mensaje que yo te diré”. Tal vez seamos llevados a poner a un lado nuestras notas preparadas y, excitados por el Espíritu, prediquemos un mensaje completamente distinto al que habíamos llevado cuidadosamente arreglado, y de ese modo seamos conducidos a dar el mensaje que la hora demanda. Siempre debemos estar preparados para tales intuiciones divinas.

EL SERMÓN DEBE SER APROPIADO

Desde la plataforma podemos mirar al auditorio y ver cómo Dios está guiando nuestro pensamiento. Hay algunas visitas. ¿Qué esperan ellas de Ud.? Esa mujer vestida de negro, de rostro pálido y preocupado, ¿qué espera recibir? Luego quizás vea a esa pareja joven, llena de esperanza y felicidad; ¿contiene su sermón algunos pensamientos guiadores para ellos? Allá al fondo está una madre con sus hijos al lado. ¿Tiene Ud. una palabra para ella y sus amados? Y para el hombre de negocios, serio y concentrado en sí mismo, y que espera una palabra de aliento, ¿tiene Ud. alimento espiritual?

Entre nosotros hay muchos adventistas que con presteza reconocerían el milagro de un sermón divino y que apreciarían regocijados el puesto del ministro como portavoz de Dios. Están aquellos que apoyan fielmente a la iglesia en su misión y ayudan sin reservas al cumplimiento de la difícil tarea de cuidar espiritualmente de sus semejantes. Por medio del ministro y de su prédica la iglesia aprenderá a creer y a ministrar, y por medio de su prédica la iglesia aprenderá a creer y a confiaron la providente conducción del Cielo en la vida de cada miembro como en la misión mundial de la obra del movimiento adventista.

“Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:21).

Si sentimos a veces que nuestra tarea y nuestra predicación son vanas, entonces puede resultarnos útil la experiencia de Elías:

“El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Rey. 19:14). ¿Le puede suceder algo más terrible a Ud.? Elías debió soportar la más temible y desanimadora situación, y así la consideraba mirándola con su propia óptica. ¡Pero la respuesta divina llegó rápidamente!

“Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto… Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (vers. 15-18).

“Tiene [el ministro] que predicar ‘la palabra’, no las opiniones y tradiciones de los hombres, ni fábulas agradables o historias sensacionales, para encender la imaginación y excitar las emociones. No ha de ensalzarse a sí mismo, sino que, como si estuviera en la presencia de Dios, ha de presentarse a un mundo que perece y predicarle la palabra. No debe notarse en él liviandad, trivialidad ni interpretación fantástica; el predicador debe hablar con sinceridad y profundo fervor, como si fuera la misma voz de Dios que expusiera las Escrituras. Ha de hablar a sus oyentes de aquellas cosas que más conciernan a su bienestar actual y eterno.

“Hermanos ministros, al presentaros ante la gente hablad de cosas esenciales, de cosas que instruyan. Enseñad las grandes verdades prácticas que deben embargar la vida. Enseñad el poder salvador de Jesús, ‘en el cual tenemos redención… la remisión de pecados’. Esforzaos por hacer comprender a vuestros oyentes el poder de la verdad.

“Los predicadores deben presentar la segura palabra profética como fundamento de la fe de los adventistas del séptimo día” (Id, págs. 153, 154).

EL SERVICIO DE ALABANZA

Como nuestro sermón representa una parte decisiva del servicio semanal, y puesto que a esa reunión le llamamos “servicio”, concluimos que debe haber habido alguna variante en el significado de la palabra. ¿Quién sirve realmente a Dios en un servicio tal? ¿No se ha convertido en una reunión pasiva? En el salmo 95 hallamos expresiones apropiadas para un verdadero servicio: “Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo… Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos… Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová” (vers. 1-6). ¿Estamos aún en condiciones de realizar un programa semejante? Nuestros medios de expresión, ¿no se han empobrecido en el servicio a Dios? A veces, cuando he asistido a cultos en tierras misioneras he quedado profundamente impresionado por la vivacidad del programa y del culto. ¿Cultivamos la reunión de testimonios, las horas de alabanza y agradecimiento? Ninguna iglesia debiera descuidar la búsqueda de nuevas formas para embellecer el servicio. El alegre canto de los coros abre los portales del cielo y prepara al corazón anhelante para aceptar la Palabra de Dios. Quien ha recibido el don del canto debiera cultivarse y ofrecerse para el servicio. “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza” (Sal. 8:2). Siempre que haya alguien que desee adornar el santuario con flores, debe comprender que en verdad se trata de un hermoso acto de amor. La belleza de nuestros servicios divinos en el movimiento adventista debiera convertirse en ejemplo para todas las otras denominaciones, porque, ¿quién como los adventistas tiene más razones para la gratitud, la alabanza, la reverencia y la adoración? Sin duda, hay también un tiempo para estar quietos, pero esa quietud no debe tornarse en el silencio de un cementerio.

“Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo… Bienaventurados los que habitan en tu casa: perpetuamente te alabarán” (Sal. 84:2-4). Nuestra expresión, nuestra reverencia y la belleza de nuestros servicios debieran contar siempre con la aprobación de Dios, y él bendecirá abundantemente nuestra buena disposición.

“¡Ojalá pudiese yo disponer de un lenguaje suficientemente fuerte para producir la impresión que quisiera hacer sobre mis colaboradores en el Evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida; estáis tratando con mentes capaces del más elevado desarrollo. Cristo crucificado, Cristo resucitado, Cristo ascendido al cielo, Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar y llenar de tal manera la mente del predicador, que sea capaz de presentar estas verdades a la gente con amor y profundo fervor. Entonces el predicador se perderá de vista, y Jesús quedará manifiesto.

“Ensalzad a Jesús, los que enseñáis a las gentes, ensalzadlo en la predicación, en el canto y en la oración. Dedicad todas vuestras facultades a conducir las almas confusas, extraviadas y perdidas, al ‘Cordero de Dios’. Ensalzad al Salvador resucitado, y decid a cuantos escuchen: Venid a Aquel que ‘nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros’. Sea la ciencia de la salvación el centro de cada sermón, el tema de todo canto. Derrámese en toda súplica. No pongáis nada en vuestra predicación como suplemento de Cristo, la sabiduría y el poder de Dios. Enalteced la palabra de vida, presentando a Jesús como la esperanza del penitente y la fortaleza de cada creyente. Revelad el camino de paz al afligido y abatido, y manifestad la gracia y perfección del Salvador” (Id., págs. 167, 168).

Sobre el autor: Presidente de la Union Alemana de Sur.