La mayoría de los miembros está muy poco involucrada en la vida y el ministerio de la iglesia. Este hecho es ilustrado por la regla que tienen los arquitectos, basados en su experiencia, por la que sugieren a las congregaciones que construyan sus templos para acomodar a un tercio de su feligresía. La iglesia necesita enfrentarse con resolución a la tarea de nutrir y desarrollar a sus propios miembros. Esta penosa confesión se impone a la iglesia por la experiencia y por las frías estadísticas. Porque aunque su más preciada posesión -los miembros- debieran ser una fuerza lista para ayudarla a cumplir su ministerio, ¡la mayoría parece sin embargo ser una parte del campo que ha de ser cosechado! La iglesia debe llegar a ser más un movimiento del pueblo. Los ministros, por sí solos, no pueden cumplir su ministerio.

 Efesios 4 habla de este concepto de ministerio. Leyéndolo, uno siente que los versículos 4-6 forman el vientre de un embrión que se desarrolla a medida que el pasaje continúa, es decir, el ministerio único y unido de la iglesia. “Cada uno de nosotros” (vers. 7) ha recibido algo; y esto incluye a todos “los santos” a quienes dirige la carta (Efe. 1:1), así como también a sus líderes. Los oficios específicos y paralelos con los de las otras enumeraciones de dones específicos que se encuentran en 1 Corintios 12: 4-11, 28-31 y Romanos 12: 3-8.

 El Nuevo Testamento dice que todos los creyentes tienen dones que varían en el grado de su plenitud. (Véase 1 Cor. 7:7; 1 Ped. 4:10, 11.) En la creación y en la iglesia Dios ha sido generoso en lo que da, y espera que lo que El da sea usado mediante una adecuada mayordomía, incluyendo los dones dados a cada siervo/creyente en Cristo.

 Al dar, Dios invistió a la iglesia de liderazgo para ayudar a prepararla con liderazgo que ayudase a su vez a preparar a la iglesia para el ministerio. Según se desprende de Efesios 4: 12, Dios al dar apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros lo hizo con el triple propósito de: 1) perfeccionar a los santos; 2) la obra del ministerio y 3) para la edificación del cuerpo de Cristo. El significado de esto es que todos los creyentes son parte del ministerio. La congregación toda tiene la responsabilidad de cumplir el ministerio eclesiástico, ayudada y equipada por los líderes.

 La respuesta a la pregunta “¿A quién corresponde el ministerio cristiano?” no es a los “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros”. La respuesta es, “a todo aquel que cree en Jesucristo”. El ministerio pertenece al pueblo de Dios. El ministerio pastoral no es la totalidad del ministerio de la iglesia, sino sólo una parte de ese ministerio.

 ¿Qué es el ministerio cristiano? La última frase en Efesios 4: 12 indica cuál es el propósito último por el cual Dios invistió a la iglesia con dones y para el cual los santos han de ser preparados para el servicio: “para la edificación del cuerpo de Cristo”. Los versículos 13-16 describen algo de lo que está comprendido en este proceso de edificación, y las palabras finales de estos versículos hablan de un crecimiento “en todo” (vers. 15), y que “cada miembro” (vers. 16) lleva a cabo su función.

 La mayoría de los dones u oficios mencionados en este pasaje se relacionan primariamente con el ministerio interno de la iglesia. La referencia a “evangelistas”, sin embargo, destaca el ministerio externo de la iglesia hacia los inconversos, para los cuales todos los santos son “testigos”. (Véase Hech. 1:8; Mat. 28; 18-20; 2 Cor. 2: 14-17; 3: 2, 3; 1 Ped. 3:15.)

 En 2 Corintios 5: 17-21, cada nuevo creyente en Cristo tiene un ministerio, el ministerio de la reconciliación. A todo aquel que ha sido reconciliado con Dios se le comisiona este ministerio. La iglesia ha de apelar a los hombres y las mujeres para que se vuelvan de sus pecados, de todo aquello que los aleja de Dios y de los otros seres humanos. Este ministerio tiene varias dimensiones: es divino y humano, es personal y social, es interno y externo, es cualitativo y cuantitativo; pero todo es “edificación del cuerpo”.

 Al reunirse para el ministerio de su vida interna, los creyentes vienen para ser ministrados, y también -cosa que a veces se olvida- para ministrarse los unos a los otros. Al extender su ministerio hacia el exterior, ministran más allá del círculo de la fe. Estas dos orientaciones nos describen el flujo y el reflujo del ministerio fundamental que Dios ha dado tanto al pastor como al pueblo, un ministerio en el cual cada uno tiene alguna responsabilidad en ambas direcciones. Juntas forman el ministerio que comparten todos los creyentes, del cual todo otro ministerio depende, la edificación del cuerpo de Cristo por medio del ministerio de reconciliación que le fuera confiado. Todo fluye de la expresión y cumplimiento de este ministerio esencial y lo alimenta.

 Es la teología de la rueda de carreta. Cuando los rayos de la rueda se acercan al eje, también se unen los unos a los otros. Como los rayos de la rueda, cuando el pueblo de Dios se une en amor y obediencia a Él, el centro de sus vidas, llegan a estar más cerca los unos de los otros. Del mismo modo, cuanto más cerca estén en amor y ministerio los unos por los otros, más cerca estarán de su Señor. Un movimiento no puede producirse sin el otro. (Véase Mar. 12:28-31; Mat. 18:20; 1 Juan 1:3, 7; 2: 9, 10; 3: 10, 14, 17, 23; 4: 7, 8, 11, 12, 20, 21.) Cuando los creyentes se separan, están sirviendo en el nombre de Cristo, invitando a otros que están en la periferia hacia el círculo íntimo de la fe. Los creyentes llegan así a estar en un movimiento continuo entre Dios, los unos con los otros y el mundo.

 Incluir a cada creyente en el ministerio cristiano es un asunto de primerísima importancia en la agenda de un pastor y su liderazgo eclesial. Los pastores han de afirmar la validez y el mérito de esta búsqueda, y las congregaciones deben reconocer su plena responsabilidad. Si es solamente el pastor quien tiene esta visión, es necesario establecer un programa de predicación y educación, y dicho plan necesita ser confeccionado tomando en cuenta la herencia denominacional y las peculiaridades de la congregación. Dónde empezar y cómo proceder es un aspecto que merece mucha reflexión, investigación y una paciente cimentación.

 Un consenso creciente establece que la evaluación es una valiosa herramienta que puede ayudar en la búsqueda de cambios y como introducción a una adecuada planificación. Al ayudar a la congregación a determinar: “¿Qué es lo que estamos haciendo?” “¿Hacia dónde vamos?” “¿Adónde queremos llegar?”, usted puede ayudarla a considerar la situación actual y las áreas que necesitan una atención ulterior. En este proceso es necesario despertar preocupación por el fortalecimiento y la extensión de los distintos aspectos del ministerio que los miembros de iglesia están realizando. Si bien todas las congregaciones practican alguna forma de “ministerio laico” rara vez se ha logrado alcanzar todo su potencial.

 Otro punto de partida posible es evaluar el ministerio del pastor. Aquí la congregación pueda tal vez demostrar una mayor disposición para el trabajo y la incorporación de cambios, especialmente si es el pastor el que formula la idea inicial. El estilo y desempeño del ministerio pastoral, ¿es compatible y facilita el espíritu de un ministerio compartido? El estilo de liderazgo puede ser demasiado autocrático; su desempeño puede dar la impresión de ser la “junta de un solo hombre”.

 Cómo la congregación y el propio pastor perciben el papel y la posición del pastor en la vida de la iglesia es un asunto crítico. El ministerio de un pastor se beneficia al clarificar su papel y función en la congregación y por ella. Ayuda tener escritas algunas prioridades establecidas y también una descripción del trabajo, que sean evaluadas y revisadas periódicamente. Poniendo por escrito el papel del pastor en el ministerio, establece algunos blancos que un pastor quisiera considerar como su responsabilidad. También agrega otra hebra al ministerio compartido, trabajando hacia una mayor participación congregacional en la planificación del trabajo pastoral y eclesial. El siguiente paso lógico podría ser trabajar para fijar algunos blancos para la congregación que sean un desafío, pero accesibles.

 Cualquiera sea el plan a seguir, el pastor ha de tomar muy en serio su papel en el ministerio y ha de guiar a la congregación a ser responsable al compartir dicho ministerio. Tanto el pastor como la congregación han de estar juntamente comprometidos en él. Es posible que al formular planes haya algunas diferencias de opinión. Esto debe ser aceptado, y se ha de conducir con un espíritu de entendimiento, amistad, y reciprocidad guiada por el Espíritu, considerando lo que se ha de hacer, y cuándo, cómo y por quién. Siendo que la fijación de blancos y la fiel administración no siempre producen los resultados esperados, búsquese progreso y no perfección, y persevérese con paciencia.

 La iglesia es como un gigante dormido que ha de ser despertado. Un deber prioritario del liderazgo es levantarla para que pueda ser colmada con todo el potencial prometido por su Señor. (Véase Juan 14:12-14) Los pastores pueden ayudar a sus congregaciones a darse cuenta de esta promesa de ministerio y a su vez, a ser asistidos por sus congregaciones al enfocar mejor su propio ministerio.

 Pastorear una congregación en el sendero de un ministerio crecientemente compartido es una responsabilidad que ha de ser tanto captada como enseñada. Los pastores y los líderes eclesiásticos necesitan tener una conciencia de un cristianismo que sea modelo de liderazgo y de servicio. Se necesita un liderazgo pastoral activo y flexible, que incluya a otros en un enfoque de equipo del ministerio, que inicie, asimile y vigorice los esfuerzos de muchos. El pastor necesita ser algo así como un director técnico de un equipo que también juegue los partidos y sea responsable de instruir a los jugadores y coordinar tanto la defensa como el ataque. El director técnico también tiene y utiliza asistentes técnicos. La actitud en el liderazgo necesita ser de adulto a adulto, y no de padre a hijo.

 Un sentido de liderazgo compartido es crucial para la realización de un ministerio compartido.

 El pastor no es el único líder en la congregación sino un líder entre los líderes, y por supuesto, un siervo entre los siervos. El liderazgo en la iglesia necesita ser considerado como una función de servicio que debe cumplirse, no como una posición de señorío sobre otros ni como un símbolo de estatus.

 ¿Compartir el ministerio o no compartirlo? Ni teológica ni pragmáticamente es ésta una opción válida. El asunto en consideración es: ¿Cómo pueden el pastor y los hombres cumplir más efectivamente su llamado y ministerio común? La iglesia ha de buscar utilizar todas las habilidades de pastores ordenados preparados, y todos los recursos de todos sus miembros. Este proceder redundará en un nuevo aprendizaje y crecimiento tanto en pastores como en feligreses para la gloria de Dios y para el enriquecimiento de la iglesia.

 Para que este ministerio, plenamente compartido, se arraigue y dé fruto en una congregación, el pastor y los hermanos deben poseer una visión compartida. El pastor no ha de ser visto como “haciendo” el ministerio de la iglesia; sino como teniendo sobre sí la responsabilidad de supervisar y asistir en la promoción de ese ministerio. El ministerio compartido es una actitud y un proceso de reconocer que todos los cristianos han sido llamados al ministerio; el ministerio no es una fase optativa de la vida cristiana. Y aunque hubiera solamente un “pastor”, todos los miembros son “ministros”. Algunas iglesias han incorporado esta verdad a sus servicios de bautismo y de recepción de miembros. Por todos los medios posibles hemos de fomentar una visión y práctica creciente del ministerio compartido.

 Compartir el ministerio es una aventura multifacética que busca descubrir y utilizar los dones de cada creyente, para ayudar a cada miembro a madurar hasta la plenitud de su potencial. Para lograr este fin los pastores y las congregaciones necesitan la máxima participación de todos los miembros ya disponibles, a fin de que los tesoros escondidos en su propio terreno puedan ser descubiertos. Es posible que se pasen por alto “hectáreas de diamantes” o al menos muchas preciosas gemas en bruto.

 Usted conoce lo que es su iglesia. ¿Puede vislumbrar lo que puede llegar a ser?

Sobre el autor: es pastor de la Iglesia de Hollidaysburg de los Hermanos, en Hollidaysburg, Pennsylvania, Estados Unidos.