El ministerio de la capellanía educativa tiene un origen relativamente reciente en la Iglesia Adventista. En un principio, los capellanes llevaban a cabo su ministerio casi exclusivamente en instituciones de salud. En los EE. UU., algunos de ellos también sirvieron en las fuerzas armadas dando atención pastoral a unidades militares.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, las instituciones educativas adventistas lenta pero gradualmente comenzaron a establecer capellanes para ministrar a los estudiantes y sus familias. En un principio existía la percepción de que un capellán era un “pastor de segunda categoría”, como si pastorear un distrito diera un estatus “superior”. Sin embargo, nada está más lejos de la verdad. Por ejemplo, incluso desde tiempos bíblicos, ministrar a niños, adolescentes y jóvenes fue una de las actividades principales de muchos de los líderes más significativos.
Samuel dedicó mucho de su ministerio a establecer escuelas de los profetas, donde adolescentes y jóvenes eran formados para ser líderes espirituales (Elena de White, Patriarcas y profetas [ACES, 2015], p. 643). Importantes profetas continuaron con este legado, enfocándose en preparar a las nuevas generaciones para una vida de servicio a Dios. Elías (2 Rey. 2:1-12) y Eliseo (2 Rey. 4:1-7), por nombrar algunos, trabajaron por fortalecer y atender espiritualmente estas instituciones educativas del Antiguo Israel.
En el tiempo del Nuevo Testamento, Jesús fue el mayor exponente del ministerio a las nuevas generaciones, pues ministró y entrenó un grupo de doce jóvenes. De los apóstoles, solo de Pedro se dice que estaba casado (Mat. 8:14-17) e incluso esto no implica que tuviera mucha edad, pues la Misná afirma que a “los dieciocho” un varón judío ya estaba listo “para el matrimonio” (Avot 5.21). Algunos de los discípulos todavía vivían con sus padres, como Santiago y Juan (Mar. 1:19, 20). Para el judaísmo, los muchachos estaban listos para estudiar con un maestro del Talmud a partir de “los quince años” (Avot 5.21), por lo que los discípulos no debieron superar esta edad por mucho. Además, varias historias muestran que los niños y adolescentes eran una audiencia constante de Jesús en sus frecuentes viajes y visitas por las aldeas y ciudades de la antigua Palestina. Ejemplos de eso incluyen la alimentación de los cinco mil (Juan 6:1-15) y de los cuatro mil (Mat. 15:37-39), la explicación del Reino de los Cielos (Mat. 18:1-9), la bendición de los niños (Mat. 19:12-14) y la entrada triunfal de Jerusalén (Mat. 21:1-11), aunque pueden contarse muchas más.
El ministerio a las nuevas generaciones permea las historias registradas por la Escritura y señala la importancia que Dios le da a la atención pastoral y la capacitación para la misión de niños, adolescentes y jóvenes. Lejos de ser secundaria, esta obra es esencial, pues ellos son el futuro y también el presente de la iglesia, ya que traen vitalidad y movimiento. Por lo tanto, su atención espiritual y su preparación misionera deben ser una prioridad.
Elena de White escribió que “ninguna obra […] requiere mayor cuidado y habilidad que la preparación y la educación debidas de los jóvenes y los niños” (Conducción del niño [ACES, 2014], p. 37). Quienes sirven en el vital ministerio de la capellanía son verdaderos pastores, instrumentos de Dios para cuidar espiritualmente y capacitar a niños, adolescentes y jóvenes para predicar el evangelio en nuestra generación. Siguen los pasos de Samuel, Elías, Eliseo y de muchos otros personajes bíblicos, incluyendo al propio Jesús, en preparar a las nuevas generaciones para encontrarse con su Señor.
Sobre el autor: Editor de Ministerio, edición de la ACES
