Poco antes de diplomarme en Teología, fui llamado para ser pastor de la “Iglesia que navega”, un proyecto inédito y desafiante que consiste en una embarcación-auditorio, con capacidad para 150 personas, que tiene como objetivo la predicación del evangelio en las comunidades ribereñas y en las tribus indígenas de la Amazonia. Mi esposa y yo aceptamos la tarea, fuimos a vivir al barco y empezamos nuestras actividades en abril de 2017. En agosto, fuimos hasta una comunidad que queda aproximadamente a cuarenta horas bajando el río Amazonas. El poblado era católico, y un pastor ya había sido expulsado violentamente de aquel lugar. Quedé pensando en cuál sería la mejor estrategia para alcanzar a aquellas personas. Recordé en ese momento que la mejor estrategia sería amarlos a todos, incluso a quien fuera a herirnos.
Comenzamos el evangelismo con el auditorio lleno. Teníamos 150 sillas disponibles y, además, tuvimos que encontrar más. Visitamos a la gente todos los días. Oramos con ellos, escuchamos sus dramas y compartimos el evangelio. El tiempo fue pasando, y fui aprendiendo a amar a nuestros nuevos amigos. Quería que todos ellos aceptaran a Jesús como su Salvador personal. La serie fue muy bien.
Sin embargo, en medio del trabajo, descubrí que padecía cáncer.
Había ido al médico un viernes para realizarme exámenes, con el propósito de retornar el siguiente domingo. Cuando el especialista vio algunos tumores, me pidió que cancelara el viaje. Pregunté si podría ser cáncer, y me comunicó que aquellos tumores difícilmente eran benignos, y que tenía que retirarlos inmediatamente. El médico, además, me informó que haría la cirugía incluso antes de esperar el resultado de la biopsia. Con esa perspectiva, comenzamos los procedimientos para agilizar la cirugía, con la finalidad de no complicar la marcha del evangelismo.
Pocos días después fui operado. Gracias a Dios, la cirugía fue un éxito. Cuando me sentí mejor, pedí al médico regresar al trabajo. Él me autorizó a viajar, pero me dijo que dependiendo del resultado del examen médico, debería regresar inmediatamente.
El evangelismo estaba progresando y las expectativas eran buenas. Mi preocupación era tener que interrumpir la serie para regresar al hospital, en caso de que fuera necesario. Entonces, pedimos a una médica amiga que retirara el examen. Cuando mi esposa la llamó para conocer el resultado, percibí en su semblante las malas noticias. ¿Y ahora? ¿Debería volver? Ella me aconsejó que entrara en contacto con el médico que me había operado, para saber qué era lo mejor que podíamos hacer.
Llamé al especialista, quien confirmó el diagnóstico. Sin embargo, me dio una buena noticia: los exámenes demostraron que no había evidencias de metástasis en ningún lugar del organismo. Los tumores estaban restrictos; de esa manera, la cirugía había sido suficiente. Únicamente debería hacerme exámenes periódicamente. ¡Alabado sea Dios, por su gran liberación! Según los médicos, los pacientes descubren esos tumores cuando ya están diseminados por todo el cuerpo. Si ese hubiera sido el caso, el evangelismo hubiera sido perjudicado.
Mientras dirigía la serie de conferencias, mi oración era para que el Señor me enseñara a amar a aquellas personas. Mucha gente piensa que la mayor necesidad de los habitantes del interior del Amazonas es salud, educación o saneamiento ambiental. Aunque estos elementos son necesarios, me he dado cuenta de que la mayor necesidad de ellos es amor. A pesar de las luchas, intentamos amar a cada nuevo amigo, y hemos visto el poder del evangelio en la vida de cada uno de ellos.
Dios me libró de un cáncer de modo que pudiera vivir el mayor milagro: ¡ser testigo de la transformación de vidas!
Durante la campaña de evangelismo mantuvimos un promedio de aproximadamente 120 participantes por reunión. Como resultado, 96 personas fueron bautizadas, y se constituyó una linda iglesia.
Agradezco a Dios por el milagro de mi curación. Pero el mayor milagro que realizó fue despertar en mí el deseo de amar a todas las personas. La vida en el interior del Amazonas no es fácil, pero hoy, mucho más allá que las cosas exteriores, hay algo que me preocupa diariamente: el desvelo por todos aquellos que necesitan de esperanza, amor y salvación.
Sobre el autor: es pastor de la “Iglesia que navega”, en la Amazonia, Rep. del Brasil.