El diputado Judd, al regresar de una visita al Pacífico poco después de terminada la segunda guerra mundial, refirió la siguiente historia. Mientras intentaban desembarcar en Okinawa, seis soldados norteamericanos fueron capturados por los japoneses. Cinco de ellos fueron muertos por los enemigos; pero el último, por alguna razón para él mismo desconocida, se puso a silbar—y luego continuó cantando—el himno que dice:
¡Alabadle, fiel Salvador compasivo!
¡Canta, oh tierra, canta su magno amor!
¡Saludadle, ángeles santos en gloria, tributad al nombre de Cristo honor!
En sus brazos él llevará a sus hijos; guardarálos siempre cual fiel pastor.
Su apresador reconoció de inmediato el himno y, bajando la bayoneta, se le unió en el canto. Poco después el oficial japonés y el prisionero se arrodillaban juntos en oración e imploraban por la humanidad doliente. Para colmo de sorpresas, el oficial japonés confesó luego que la única esperanza para el Japón residía en el mensaje del cristianismo, y que los norteamericanos debían proclamar dicho mensaje en su país. Tendiendo después su arma al prisionero le pidió que lo llevase, junto con algunos amigos que pensaban como él, de vuelta a las líneas norteamericanas. Y reuniéndose en un grupo de seis, marcharon de regreso, haciéndose prisioneros voluntarios. El himno cristiano los había vuelto camaradas.
¡Cuántas veces ha demostrado la música su poder para impedir suicidios, crímenes y otras tragedias! ¡Y cómo ha confortado a aquellos que estaban al borde de la eternidad, o consolado el corazón traspasado de pena!
Los himnos de Lutero eran tan temidos como su predicación misma. “En la doctrina luterana canta el pueblo entero,” decía el papa, percibiendo claramente la realidad. Carlyle, hizo del himno Castillo fuerte es nuestro Dios” de Lutero, esta observación: “Hay en él algo que se asemeja a los aludes de los Alpes o al ruido precursor de un terremoto. Su grandeza nos revela una inspiración que procede de lo Alto.” Y Lutero a su vez creía que, después de la teología, es la música lo que más influye en los hombres. Notemos a continuación algunas de las funciones que le atribuye: “Es disciplina y escuela de orden y buenos modales. Hace a la gente más humilde y amable, más moral y razonable.”
Y realmente es así. La música calma al niño de brazos, y consuela a quienes tienen que contemplar la tumba abierta. No hay disposición de ánimo, emoción o sentimiento para los cuales no exista música apropiada. La música eleva el corazón, da reposo al cansado y exhausto, y paz al espíritu excitado. Despierta la más profunda emoción religiosa, sin la cual no hay verdadero culto. Nos lleva del mezquino y limitado conocimiento teórico de Dios a la íntima comprensión de la hermosura de la santidad. La música no sólo sirve para expresar una honda emoción religiosa, sino también para crearla. Habla un idioma que va mucho más allá del lenguaje articulado y logra que se entiendan hombres de diferentes credos y razas.
Hace algunos años una gran huelga de mineros de Gales amenazaba con convertirse en desastre nacional. La situación se había vuelto tan grave y los mineros galeses estaban tan empecinados, que ningún hombre de gobierno se animaba a intervenir. Se pidió entonces a un estadista de las colonias que se hallaba de visita en Londres que dirigiera la palabra a los mineros con el propósito de acabar con la huelga, o de por lo menos descubrir una salida para la situación. El aceptó hacerlo, pero en vez de hablar del apremio en que se hallaba el país o de apelar al patriotismo de ellos, invitó a los mineros a que cantasen un himno antes que él empezara a hablar. Miles de hombres unieron sus voces en la entonación del himno. El alma del galés, tan afecta a la música, se conmovió en lo profundo. Y así como se aplacó la ira de Saúl bajo la dulce influencia de la música de David, así los corazones galeses se rindieron al mágico influjo de la música, cedió la tensión y los mineros volvieron a sus socabones.
Se ha establecido que, de los seis mil que se hallaban reclusos en cierto reformatorio del oeste de los Estados Unidos, ninguno había recibido instrucción musical. Jamás se ha encerrado en la cárcel de Sing Sing a un músico que se hallara en ejercicio de su actividad profesional. Vengo comprobando desde hace treinta años que en nuestros colegios nunca tenemos dificultades con los alumnos que han hecho estudios musicales serios. La verdadera música siempre refina, eleva y ennoblece el carácter.
Lord Byron, consciente de la firme pero amable influencia modeladora de la música se expresó de esta manera: “Suaviza a los hombres de hierro, dándole virtudes que no poseen. No hay oído tan sordo ni alma tan insensible que no se sientan inflamados por el canto, al punto de que la lira de David se vuelve más grande que su trono.”
En el libro segundo de las “Leyes,” Platón indica una relación directa entre la moralidad y la buena música. Y Plutarco, el gran biógrafo griego del primer siglo de la era cristiana, descubrió que “la manera adecuada de modelar el comportamiento ingenioso y la conducta civil se basa en una educación musical bien arraigada.”
Los atributos de la música
¿Qué atributos tiene la música para producir tan profundos efectos? En primer lugar es sensible, es decir, aporta una sensación, apela a los sentidos. Afecta al oído del mismo modo que el sabor de los alimentos afecta al gusto. Pero así como el sabor no hace nutritivo a un alimento, tampoco el sonido placentero vuelve provechosa la música. Y ésta, si sólo afecta los sentidos, es perjudicial. Agrada en mucho a los indolentes y a los de inteligencia poco cultivada que se satisfacen con el placer de los sentidos y no anhelan otra cosa que el goce sensorial; pero éste puede degenerar en sensualidad y como consecuencia esa clase de música puede descender un peldaño y volverse degradante, sensual, de mala calidad. Pero cuando la música tiene corte intelectual notamos en ella un diseño y una adecuación de las partes que impide, por ejemplo, la utilización del estilo popular en la música sacra. La música ha de apelar al intelecto y despertar la imaginación. Se necesitan reflexión y estudio para apreciar los valores de la buena música.
Además del ingrediente intelectual ha de considerarse el emocional. La ira o el temor se indican con tonos agudos y chillones; el misterio y la tristeza con tonos bajos; la calma con sonidos suaves y fluidos; la agitación con sonidos espasmódicos e irregulares. Pueden expresarse musicalmente infinidad de emociones, algunas tan malas y degradantes como las que se manifiestan con la palabra hablada, porque la música es un lenguaje.
Lo sensorial, lo intelectual y lo emocional, en la debida proporción hacen de la música un arte capaz de elevarnos a una esfera superior de vida y pensamiento. La música de esta clase tiene algo de religión, porque ésta también está más allá de los sentidos, y es intelectual y emocional. El que confiesa no apreciar la música que no halaga los sentidos está tácitamente diciendo que no es capaz de apreciar las cosas más bellas de la mente y el espíritu. La religión intrascendente se parece a la música sensual: va hacia los pies en vez de dirigirse a la cabeza y el corazón. Bajo el influjo sensual de alguna música pseudo- religiosa he visto a la gente sumirse en un estado de éxtasis o hipnosis muy parecido al que se observaba en las orgías de la Grecia pagana o en las festividades sirias. Guardémonos de toda música que se base en motivos puramente sensuales o emocionales, porque no se ajusta a la palabra del Señor: “Venid luego … y estemos a cuenta.” El hombre inteligente sólo concibe el mérito ajustado a un principio. Por eso una gran obra musical ha de tener belleza sensible y elocuencia emocional, sí, pero también ha de ajustarse a las leyes de la corrección y la decencia.
El lugar de la música en el culto
El lugar que se asigne a la música en el culto, debiera preocuparnos a cada uno de nosotros. ¿Se la ejecuta para llenar el tiempo, para acallar las conversaciones mientras la congregación se reúne, o forma parte del culto? Para algunos la música tiene más sentido religioso que la palabra hablada. Ahora bien, no entraríamos en el templo mientras se ora, por considerarlo impropio del culto; y sin embargo nadie vacila en hacerlo mientras se entona un himno. Cuando se considera la música como un simple detalle para embellecer el servicio más bien que como una parte integral del mismo, se nota falta de unidad y de coherencia. Si la música elegida no tiene relación con el tema del sermón, ella es solamente adicional y no parte del culto. Hasta hace unos siglos la música sagrada igualaba a la lectura de las Escrituras en cuanto a pureza, dignidad y estilo, porque era la misma Palabra de Dios cantada. Muchos himnos de nuestro himnario son objetivos, porque nos inducen a pensar en la grandeza, la misericordia y el amor de Dios. Fijan nuestra atención en el Señor y son adecuados para la adoración. Pero en las colecciones recientes se nota una tendencia a lo subjetivo: cantamos acerca de nuestro sentir, nuestras respuestas, necesidades y deseos. La iglesia es lugar apropiado para presentar a Dios nuestras necesidades, pero en el momento del culto nuestra atención debe fijarse en el Señor.
En muchas iglesias se llama “pastor de la música” al encargado de ésta, para distinguirlo del pastor de la Palabra. En el verdadero culto todas las partes se apoyan y complementan entre sí. Y se da impresión de unidad cuando todos los detalles del culto convergen al mismo fin. “La música forma parte del culto de Dios en las cortes celestiales y debiéramos procurar que nuestros himnos de alabanza alcancen en lo posible la armonía de los coros del Cielo. … El canto, como parte del servicio religioso, constituye un acto de adoración igual a la oración.”—“Patriarchs and Prophets,” pág. 594.
Del libro “Mensajes para los Jóvenes,” página 292, extraemos un comentario adicional sobre el lugar que tiene la música en el culto:
“Cuando los seres humanos cantan con el espíritu y el entendimiento, los músicos celestiales recogen el acorde y se unen en el canto de acción de gracias… No se necesita cantar fuerte, sino con entonación clara, pronunciación correcta y dicción distinta. Dediquen todos tiempo al cultivo de la voz para que la alabanza de Dios pueda ser cantada en tonos suaves, claros, y no con un tono chillón o rudo que ofenda el oído… Sea acompañado el canto por instrumentos musicales hábilmente tocados.” (Continuará.)