Siempre me gusta contemplar la cruz del Calvario. Significa redención y perdón, pero al mismo tiempo nos habla de restauración y victoria.
En esa tarde sombría, allá en la cruz, todo parecía perdido. Aparentemente, todo el ministerio de Jesucristo había sido pura pérdida de tiempo. ¿Dónde estaban los frutos de su labor? Sus discípulos lo habían abandonado. Todo aquello por lo que soñó y luchó parecía reducido a cenizas. La muerte, aparentemente, le había puesto punto final al ministerio del Señor.
“Con la muerte de Cristo perecieron las esperanzas de sus discípulos. Miraban sus párpados cerrados y su cabeza caída, su cabello apelmazado con sangre, sus manos y sus pies horadados, y su angustia era indescriptible. Hasta el final no habían creído que muriera; apenas sí podían creer que estaba realmente muerto. Abrumados por el pesar, no recordaban sus palabras que habían predicho esa misma escena. Nada de lo que él había dicho los consolaba ahora. Veían solamente la cruz y a su víctima ensangrentada. El futuro parecía sombrío y desesperado. Su fe en Jesús se había desvanecido” (El Deseado de todas las gentes, pp. 717, 718).
¿Le pasó esto alguna vez? Si así fue, le lanzo un desafío: mire la cruz vacía. No hay nadie en ella. ¿Sabe por qué? ¿Sabe lo que eso significa?
La derrota es un hecho real en nuestra vida. No es fruto de la imaginación de los pesimistas. Existe, y le puede ocurrir a cualquiera. Tarde o temprano usted también tendrá que beber el amargo cáliz de la derrota. Hoy o mañana puede parecer que el mal triunfa sobre sus sueños y sus esperanzas. En algún momento de su ministerio usted podrá angustiarse al ver que su obra de toda la vida aparentemente se hace pedazos.
Sí, la derrota es un hecho trágico, pero real. Puede ser dolorosa y amarga. A veces puede ser irónica y hasta cruel. Pero, ¿por cuánto tiempo? Tal vez dure hoy y mañana, pe ro siempre hay un tercer día, cuando la tristeza se convierte en alegría y júbilo. Jesucristo se levantó de entre los muertos al tercer día, y junto con él toda su obra y todo su ministerio. Por eso, hoy le dice a usted: “No te desesperes cuando todo al parecer está en el suelo; cuando hablas y hablas, y tienes la impresión de que nadie entiende nada; cuando trabajas y trabajas, y al mirar hacia atrás parece que no has construido nada”.
En el curso de mi ministerio también he tenido mis momentos de soledad y lágrimas. Cualquier pastor joven que me observe podría creer que todo fue un mar de rosas en mi vida. Pero eso no es cierto. El pastor tiene que sonreír cuando todos lloran, aunque también tenga el corazón cargado de tristeza. El líder espiritual debe seguir avanzando, inspirando y animando, aunque muchas veces también sus pies estén sangrando por causa de las espinas de los problemas y las dificultades.
Todo el mundo puede fallar, pero el pastor debe mantenerse firme en la Roca que es Cristo. Si el capitán abandona el barco, ¿qué será de la tripulación? En esas ocasiones he aprendido a mirar a la cruz. Ella, vacía, me dice que pueden venir la derrota, la frustración y la tristeza. Pero, ¿cuánto durarán? Tal vez hoy y mañana. Al tercer día con toda seguridad resucitarán los sueños acariciados. Aparecerá el fruto de sus esfuerzos, y usted verá que no trabajó en vano.
“Cuando Jesús estuvo en el sepulcro, Satanás triunfó. Se atrevió a esperar que el Señor no resucitara. Exigió el cuerpo del Señor, y puso su guardia en derredor de la tumba, procurando retener a Cristo preso. Se airó acerbamente cuando sus ángeles huyeron al acercarse el mensajero celestial. Cuando vio a Cristo salir triunfante, supo que su reino acabaría y que él habría de morir finalmente.
“Durante su ministerio, Jesús había dado la vida a algunos muertos y había resucitado al hijo de la viuda de Naín, a la hija del príncipe y a Lázaro. Pero estos no fueron revestidos de inmortalidad. Después de haber sido resucitados, estuvieron todavía sujetos a la muerte. Pero los que salieron de la tumba en ocasión de la resurrección de Cristo fueron resucitados para vida eterna. Ascendieron con él como trofeos de su victoria sobre la muerte y el sepulcro” (Ibíd., pp. 728, 730).
A la derrota aparente le sigue la victoria. Ese es uno de los mensajes de la cruz vacía.