Limitar el plan de salvación a la Cruz es minimizar la plenitud de todo lo que fue cumplido en el Calvario

De acuerdo con la creencia fundamental adventista del séptimo día número 24, “hay un Santuario en el cielo, el verdadero Tabernáculo que el Señor erigió y no el hombre. En él, Cristo ministra en nuestro favor, para poner a disposición de los creyentes los beneficios de su sacrificio expiatorio ofrecido una vez y para siempre en la cruz. Llegó a ser nuestro gran Sumo Sacerdote y comenzó su ministerio intercesor en ocasión de su ascensión. En 1844, al concluir el período profético de los 2.300 días, entró en el segundo y último aspecto de su ministerio expiatorio. Esta obra es un juicio investigador que forma parte de la eliminación definitiva del pecado, representada por la purificación del antiguo Santuario judío en el día de la expiación. En el servicio simbólico, el Santuario se purificaba mediante la sangre de los sacrificios de animales, pero las cosas celestiales se purificaban mediante el perfecto sacrificio de la sangre de Jesús. El juicio investigador pone de manifiesto, frente a las inteligencias celestiales, quiénes de entre los muertos duermen en Cristo y, por lo tanto, se los considerará dignos, en él, de participar de la primera resurrección. También aclara quiénes están morando en Cristo entre los que viven, guardando los Mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y por lo tanto estarán listos en él para ser trasladados a su Reino eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar a los que creen en Jesús. Declara que los que permanecieron leales a Dios recibirán el Reino. La conclusión de este ministerio de Cristo señalará el fin del tiempo de prueba otorgado a los seres humanos antes de su segunda venida”.

Desde Éxodo 25:8 hasta Apocalipsis 11:19, las Escrituras nunca se apartan del tema del Santuario y las realidades implícitas en sus simbolismos. Desde la primera orden de Dios a Moisés: “Y me harán un Santuario”, hasta la última visión de Juan acerca del lugar santísimo en el cielo, todo en la historia de la salvación encuentra su centro en los símbolos cristocéntricos del Santuario y las verdades enseñadas a través de ellos.

Perciba cuánto de los primeros cinco libros de la Biblia está ligado, directa o indirectamente, al Tabernáculo en el desierto. Observe cuánto de la historia relacionada con la tierra prometida de Israel, incluyendo los reinados de David y Salomón, al igual que los que los siguieron, está moldeado en el contexto del Templo de Jerusalén. Después del exilio babilónico, es difícil ignorar el hecho de que el foco era el Templo, más precisamente la reconstrucción y la restauración de su liturgia. A partir del Éxodo, poco de la historia de la salvación en el Antiguo Testamento tiene sentido aparte del ritual del Santuario.

En el Nuevo Testamento, continúa el énfasis. El ángel Gabriel se apareció al sacerdote Zacarías, en el Templo, y le anunció el nacimiento de Juan (Luc. 1). Las palabras de Juan: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29) no tendrían significado a menos que fuesen comprendidas en el contexto de la teología del Santuario. Tanto al comienzo de su ministerio terrenal (Juan 2:12-22) como al inicio del celestial (Mat. 21:12), Jesucristo se centró en el Santuario celestial; hasta se refirió a sí mismo como el Templo (Juan 2:22). Su muerte vicaria en ocasión de la Pascua (Juan 19:14), junto con el paralelo que hace Pablo entre esa muerte y el cordero pascual (1 Cor. 5:7), solo pueden ser comprendidos en términos del Santuario y sus rituales. Además, ese punto es enfatizado por el rasgado del velo que separaba el lugar Santo del Santísimo en el Templo, cuando Cristo exhaló su último suspiro en la tierra (Mar. 15:38).

Entonces, tenemos el libro a los Hebreos, que resume sus primeros siete capítulos con estas palabras: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote. El cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del Santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer. Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Heb. 8:1-5).

De todos los libros bíblicos, Hebreos es el único que establece el vínculo inseparable entre Cristo y el Santuario. Pero los eruditos han mostrado últimamente que, junto con este libro, el de Apocalipsis también fue estructurado alrededor del Santuario. Según Dick Davison, “No exagero al concluir que el último libro del Nuevo Testamento reúne las principales líneas de la tipología del Santuario en el Antiguo Testamento, y las teje en un tapiz bello e intricado, para formar el telón de fondo de todo el libro”.[1]

Así, los adventistas del séptimo día creen que están sólidamente fundamentados en la Biblia, en lo que atañe al mensaje del Santuario.

Relación con el Juicio

En verdad, un factor crucial para la teología adventista del séptimo día es el mensaje del Santuario y su relación con el juicio escatológico (Apoc. 14:6, 7). Esta es una parte de la enseñanza adventista acerca del Santuario; que se encuentra bajo la más severa crítica, a pesar de la evidencia bíblica confirmada por eruditos de muchas otras denominaciones.

Un rápido repaso de los muchos textos bíblicos acerca del Juicio revela la existencia de algún tipo de juicio final, que tiene lugar al aproximarse el fin del tiempo (Mat. 25:31-46; Rom. 14:10-12; Dan. 7:24-27). Frecuentemente, este Juicio es diferente del asociado con la segunda venida de Cristo (Mat. 16:27; Apoc. 22:12). Entre las personas que serán juzgadas se encuentran los seguidores de Cristo (Mat. 7:21-13; 22:1-13; 1 Ped. 4:17; Heb. 10:30). Un elemento crucial en esa rendición final de cuentas es nuestra relación con Jesús, revelada por medio de los actos de obediencia (Mat. 16:27; 25:31-46; Rom. 14:10-12; Ecl. 12:13,14; Apoc. 20:12).

En el proceso de ese juicio, solo dos sentencias son presentadas: el galardón para los que heredarán el reino de Dios, preparado para ellos “desde la fundación del mundo” (Mat. 25:34) y el “castigo eterno” para los que rechazaren el amor de Dios (vers. 46). Pero la Biblia también señala la existencia de un juicio antes de la ejecución de toda sentencia o resultado previsto (2 Cor. 5:10; Mat. 22:1-13; 25:31-46; Apoc. 22:12). Este concepto posee un peso legítimo pues, a fin de cuentas, ¿cómo se puede dictar una sentencia antes que un juicio legítimo haya evaluado determinada situación?

Dejando de lado la retórica, y con excepción de algunos detalles como, por ejemplo, el tiempo, muchos cristianos creen en el juicio, o en los juicios, de manera no muy diferente de lo que creen los adventistas. Pero los adventistas han desarrollado el juicio en el contexto del Santuario. De hecho, es así que debe ser desarrollado, porque el Santuario presenta el juicio como parte del evangelio; la única forma en que debe ser enseñado.

Imagine que es un antiguo israelita que ha peregrinado cuarenta años por el desierto. Ciertamente, aprendería acerca del plan de salvación a través del Santuario, donde el evangelio era presentado ante el pueblo, por medio de tipos y símbolos. Ahora, suponga que su comprensión de este quedara limitada a la muerte del animal. Si nada más le fuera explicado como, por ejemplo, el ministerio de los sacerdotes y la sangre de los animales muertos, su comprensión del plan de salvación, ¿no sería más limitada que la de alguien que comprendiera no solo la muerte del animal, sino también el ministerio en el Tabernáculo con la sangre del animal y, particularmente, el ministerio especial en el Día de la Expiación, el día del juicio?

¿Quién tiene una mejor comprensión de la salvación: la persona cuya concentración, interés y comprensión quedan limitados a la muerte de los animales, o aquella cuyo entendimiento abarca no solo eso, sino también todo el ritual del Santuario, comenzando con el sacrificio de los animales y culminando con el Día de la Expiación? La respuesta es obvia.

De manera semejante, aquellos cuya comprensión del plan de salvación está limitada solo a la Cruz, sin considerar todo lo que sucede a partir de allí, incluyendo el juicio, por la propia naturaleza de las cosas tienen una visión limitada de lo que se cumplió en el Calvario. Era imposible para un israelita comprender plenamente la muerte de un animal sin comprender el ritual que seguía. De igual forma, es imposible comprender hoy la Cruz sin captar el ministerio que le siguió; y eso incluye el Juicio tipificado en el ritual del Día de la Expiación.

No había ninguna tensión, mucho menos contradicción, entre la muerte de los animales (que simbolizaba el sacrificio de Cristo en la cruz) y el ministerio del sumo sacerdote en el Lugar Santísimo, en el Día de la Expiación (símbolo del juicio y sus propósitos finales). Los dos rituales -la muerte de animales y el ministerio del sumo sacerdote en el segundo compartimento del Santuario- no eran mutuamente opuestos ni incongruentes. Como partes de un todo, eras aspectos fundamentales de lo mismo: el plan de salvación.

Si la comprensión que una persona tiene acerca de la muerte de los animales causa conflicto con su entendimiento acerca del ministerio del segundo compartimento del Santuario, está entendiendo mal alguna de las dos cosas, o ambas. No son opuestas entre sí. Dios no las instituyó como contradicción. En ese caso, el problema no es el ritual sino la comprensión que se tiene acerca de él.

Lo mismo se aplica en relación con los acontecimientos del Calvario y el juicio previo al advenimiento. Todo supuesto conflicto entre esas dos realidades debe ser atribuido a la mala comprensión que alguien pueda tener acerca de ellas o de una de ellas. Cada evento típico sencillamente ilustra un aspecto diferente del todo.

El Juicio y el evangelio

Por esa razón, el juicio preadvenimiento, que es el antitípico Día de la expiación, debe ser estudiado en el contexto del evangelio, porque es eso lo que el modelo del Santuario tipifica. En el Día de la Expiación típico, el sumo sacerdote nunca entraba en el Lugar Santísimo sin sangre; era el Día de la Expiación, y solo la sangre expiaba el pecado. En Levítico 16, el elemento clave es la sangre. Por lo tanto, es ese elemento que es resaltado repetidamente. Después de todo, es la sangre, no la ley, lo que purifica el pecado y que hace expiación entre los seres humanos.

A pesar de todo, la verdad es que, al tomar conocimiento acerca del juicio preadvenimiento, muchas personas parecen querer entrar en el Lugar Santísimo sin depender de la sangre. Eso produce confusión y serias luchas espirituales. En el Santuario típico, aun cuando la Ley estaba en el arca, dentro del Lugar Santísimo, y formaba parte fundamental del ministerio de Dios en la vida de Israel, solamente condenaba sin perdonar. Desde el punto de vista divino, la expiación tiene como objetivo perdonar, no condenar. La Ley no tiene ninguna función expiatoria, perdonadora; no tiene poder para salvar, expiar ni perdonar. La Ley no tiene más poder de capacitar a alguien para obedecer del que tiene un espejo para mejorar el rostro de cualquier persona. Esa es la función de la sangre del sacrificio.

El mensaje del Santuario es: Cristo es su justicia, simbolizado por el ceremonial del derramamiento de sangre en el Día de la Expiación y en otros rituales de sacrificios, y quien nos garantiza y sustenta a lo largo del Juicio. Sin eso, todos estaríamos perdidos, pues ninguno de nosotros, independientemente de nuestros hechos o méritos, tiene la justicia necesaria para permanecer de pie ante un Dios santo. Los rituales del Santuario nos enseñan que, a menos que seamos vestidos por una justicia perfecta, que ninguno de nosotros posee ni puede adquirir, no importa cuán sinceramente lo intente, permaneceremos en nuestras propias obras y justicia. Eso jamás satisfará los requerimientos de Dios.

Felizmente, en el centro del mensaje del juicio previo al advenimiento que, fundamentados en una cuidadosa interpretación de la profecía de Daniel 8:14, creemos que se inició en 1844, tenemos por seguro que nadie necesita permanecer en su propia justicia: podemos obtener la justicia de Cristo Jesús. Esa justicia cubre a toda persona en el momento en que, mediante su entrega a Cristo, suplica perdón y aceptación. Y lo acompaña, aunque no incondicionalmente, a lo largo del juicio: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1). Ninguna condenación ahora, ni ciertamente durante el Juicio.

Vestimentas apropiadas

Tal vez, el ejemplo más claro de la cobertura que nos es proporcionada por la justicia de Cristo, en el Juicio, es el de la parábola de la fiesta de bodas (Mat. 22:1-14). Después de que los primeros invitados rechazaron el convite, los siervos fueron enviados “a las salidas de los caminos”, para reunir a tantas personas como pudieran encontrar, ya fuesen buenas o malas. Entonces, “bodas fueron llenas de convidados” (vers. 10). “Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (vers. 11-13).

¿Cuál fue el factor determinante para la permanencia o la expulsión de aquel hombre de la fiesta? La vestimenta que el anfitrión les ofreciera a los invitados; una costumbre de ese tiempo y lugar. El ofensivo invitad, fue a la fiesta, pero rechazó lo que se le ofreciera. Aceptó la invitación, pero no su condición esencial: la vestimenta proporcionada por el anfitrión.

La parábola señala que “malos y buenos” fueron a las bodas, sin especificar que el hombre indignamente vestido fuera bueno o malo en sí mismo. En cierto sentido, en esta parábola Jesús no hace distinción cualitativa entre los que asistieron a la invitación a las bodas. El único factor distintivo, tanto en las bodas como en el juicio, es si estamos o no vestidos con el traje que nos fuera suplido para la ocasión. Lo que todo invitado a las bodas necesita es lo mismo que necesitamos en ocasión del Juicio: algo para cubrimos, protegemos. De otro modo, seremos lanzados fuera, donde “será el lloro y el crujir de dientes”. Esa cobertura, que en la parábola está simbolizada por las vestiduras, es la justicia de Cristo, acreditada por la fe a sus seguidores, y que se convierte en la única seguridad para ellos durante el Juicio.

El lugar de las buenas obras

Todo intento por comprender el Juicio sin las obras niega una enseñanza básica de las Escrituras. Pero una distinción fundamental debe ser trazada: ser juzgados sobre la base de las obras no significa ser salvo por medio de ellas. Fácilmente, esta verdad ha sido distorsionada por muchas personas.

¿Cómo funciona esto? La vida de un profeso seguidor de Cristo es colocada ante Dios, en juicio: todo acto, todo pensamiento secreto, toda palabra negligente, a todo se le pasa revista (Mat. 12:36; Ecl. 3:17; 12:14; 2 Cor. 5:10; Rom. 14:10-12; Sal. 135:14; Heb. 10:30). ¿Quién puede subsistir a tal escrutinio? Nadie (Rom. 3:10, 23; Gál. 3:22; 1 Tim. 1:15).

Por otro lado, para los verdaderos seguidores de Cristo, él se yergue como su abogado y representante; su intercesor en el cielo (Rom. 8:34; Heb. 6:20; 7:25; 9:24; 1 Juan 2:1). Y aun cuando no tengan nada en sí mismos ni de sí mismos para presentar como mérito ante Dios, aun cuando no tengan hechos que sean lo suficientemente buenos para justificarlos ante el Señor, su vida, si bien imperfecta y defectuosa, revela verdaderamente arrepentimiento, obediencia, lealtad y fe (Sant. 2:14-20; 1 Juan 4:20; 5:3; Juan 14:15; Mat. 7:24-27). Cómo se han relacionado mutuamente; cómo han tratado al pobre, al necesitado, al prisionero; las palabras expresadas; los frutos de su vida; la obediencia (Mat. 7:2; 12:36, 37; 18:23-35; 25:31-46), aun cuando nada de eso pueda justificarlos ante Dios ni responder a los elevados requerimientos de la Ley, revela que aceptaron a Cristo como su Sustituto, su única justicia, que los cubre con vestidos de pureza, capacitándolos para enfrentar el Juicio (1 Juan 2:1; Mat. 22:1-14; Zac. 3:1-5; Lev. 16; Rom. 8:1, 34; Heb. 9:24).

“Pero ¿cómo puedo saber -alguien podría cuestionar- si tengo la calidad y la cantidad de obras que realmente revelarán que fui salvo por la fe?” Esa es una pregunta erróneamente elaborada. Refleja la actitud de los que dicen: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” (Mat. 7:22); o la actitud del fariseo, que oraba: “El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano” (Luc. 18:11,12).

En lugar de eso, en consonancia con el enunciado y el concepto bíblico de que no tenemos buenas obras suficientes para presentar a Dios, ahora ni en ningún juicio escatológico, debemos apoyamos solo en los méritos de Cristo Jesús, que murió por nuestros pecados y cuya vida y actos perfectos nos son acreditados por la fe. Es nuestra única esperanza de salvación, ahora y en el juicio final.

“Pero, aunque debemos comprender nuestra condición pecaminosa, debemos fiar en Cristo como nuestra justicia, nuestra santificación y redención. No podemos contestar las acusaciones de Satanás contra nosotros. Cristo solo puede presentar una intercesión eficaz en nuestro favor. Él puede hacer callar al acusador con argumentos que no están basados en nuestros méritos, sino en los suyos”.[2] Debemos repudiar la futilidad de confiar en nosotros mismos, en nuestros méritos, y aprender a depender totalmente de la misericordia y de los méritos de Cristo. Entonces, llenos de amor y gratitud por la garantía de nuestra salvación por medio de él, vamos a servirlo de todo nuestro corazón, con todas nuestras habilidades físicas, mentales, emocionales y espirituales.

Entonces, el Juicio pasa a ser, sencillamente, una oportunidad para aplicar el evangelio en nuestra vida; y el Día de la Expiación, de Levítico 16, consumado en nuestro favor. Separado del evangelio, el juicio es como ese capítulo bíblico sin la presencia de la sangre redentora.

Es verdad que, ahora, solo vemos una parte, no el todo. Pero, en la doctrina del Santuario, modelo del plan de salvación, Dios nos ha revelado la mayor parte de ese todo: la muerte de Jesucristo y su ministerio sacerdotal en el cielo en favor de nosotros. Para nosotros, pecadores carentes de la gracia, ahora y en el juicio previo al advenimiento, esa revelación parcial es más que suficiente.

Sobre el autor: Editor de la Guía de Estudio de la Biblia para la iglesia mundial.


Referencias

[1] Richard Davidson, Simposium on Revelation – Book One (Silver Spring, MD: Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General, 1992), p. 126.

[2] Elena G. de White, Joyas de los testimonios, t. 2, pp. 174,175.