Jesús nunca tuvo un programa de televisión. Nunca escribió libros. No construyó una megaiglesia.

No les voy a decir su nombre. Y, conociéndolo, estoy muy seguro de que no se reconocerá a sí mismo en esta descripción camuflada. Entre otras buenas cualidades, es humilde.

El mejor pastor que conozco vive en un pueblo pequeño. Pastorea varias iglesias pequeñas y distantes entre sí. Asistía a una iglesia con él recientemente, pero debo admitir que no encontré la experiencia demasiado inspiradora. Pequeña y no especialmente atractiva, la construcción de la iglesia necesitaba mejoras. La congregación de personas mayores parecía más interesada en proteger lo que tenía que en conquistar nuevos territorios.

Mi amigo predicó un muy lindo sermón, aunque no dinámico. No cayó en la trampa, como lo hacemos muchos de nosotros: no reprendió a la iglesia por su estado ni se lamentó por la maldad del mundo. Habló acerca de la capacidad de Dios más que de la incapacidad humana o la inestabilidad del mundo. Pero, no es el mejor pastor que conozco porque haya predicado “un muy lindo sermón”.

Después, se relacionó afectivamente con todos sus miembros de iglesia, desde los niños hasta los ancianos. No se aprovechó de su investidura, sino que ayudó a las diaconisas a colocar las sillas para el almuerzo de camaradería. Me dijo que visita los hogares regularmente; pero, con solo un puñado de personas en su iglesia, y no muchos más en las otras, no le lleva mucho tiempo verlos a todos.

Les podría haber dicho que era un buen pastor, pero no me di cuenta de que era el mejor pastor hasta una tarde en que caminé con él hasta la tienda de computadoras.

Cuando habíamos caminado solo una cuadra, el conductor de un camión que estaba detenido bajó su ventanilla y gritó:

-Hey, ¡pastor!

Antes de hacer otra media cuadra, otro conductor lo saludó de la misma forma. Los peatones, los conductores y las personas que estaban sentadas frente a su casa siempre lo saludaban como un amigo, y él les respondía a cada uno por su nombre.

Al pasar frente a una casa pequeña, dijo:

-Vamos a conocer a estos vecinos. Son gente maravillosa.

Golpeó la puerta y fue recibido cálidamente. Teníamos que continuar hacia nuestro destino, por lo que rechazamos las repetidas e insistentes invitaciones a entrar para tomar algo.

Después de que dejamos la casa, me explicó:

-Cuando su hija murió, los visité y les traje algo de comida.

-Estas personas ¿son miembros de iglesia? -pregunté.

-Todavía no -respondió.

En su distrito, conocía el nombre de casi todos aquellos con los que nos encontrábamos. Nos detuvimos tantas veces que pensé que nos llevaría una eternidad llegar a la tienda, porque de los negocios salían una o dos personas para saludarlo. En la tienda de computadoras, el propietario lo trató como a un viejo amigo.

-Visité a su padre en el hospital -explicó-. Luego, asistí a su funeral.

-Sus creencias son diferentes de las tuyas -dije.

-No hablo con ellos acerca de creencias -respondió-. Solo los amo y oro con ellos.

¿De qué manera desarrolló una relación tan dinámica con tantas personas del vecindario?, me pregunté.

-Me di cuenta, cuando llegué aquí -dijo-, de que si iba a concentrarme en la familia de mi iglesia rápidamente tendría muchas cosas para hacer. En verdad, no necesitan mucho de mí. De hecho, a veces pienso que ellos se resienten cuando un joven como yo viene y les dice cómo hacer las cosas. Así que, decidí que no sería solo el pastor de esta iglesia, sino también el pastor de la comunidad.

-¿Cómo haces esto? -pregunté.

-Es fácil -respondió- Solo salgo y hablo con las personas. Aprendo sus nombres. Me detengo a hablar con todos los que puedo. Oro con ellos, si lo desean.

Pienso en mis años en pequeñas iglesias. No lo hice muy bien. Estaba temeroso e inseguro, y dediqué mucho tiempo a tratar de agradar a los patriarcas y a las matriarcas de mi iglesia, que a su vez no querían ser agradados. Se pasaban la mayor parte del tiempo hablando acerca de cuán bueno había sido mi predecesor. Traté de hacer algo de evangelización, pero nadie colaboró. Estaba solo y frustrado, y casi dejo el ministerio.

Este recuerdo me llevó a hacerle otra pregunta:

-¿Trataste de hacer evangelismo? -le pregunté.

-Sí. En este pueblo, cada uno tiene su nicho religioso. Si me acerco a las personas con doctrina, las puertas se cierran -explicó-. Sin embargo, espiritualmente, las personas son ampliamente abiertas. Muchas personas aprecian que alguien conozca su nombre y las escuche. Cuando me detengo en una tienda y el dueño me cuenta las dificultades que está experimentando, digo: “¿Puedo orar por eso?” Muy pocos dicen “No”. Entonces, nos vamos detrás de la tienda o a su oficina y tenemos una breve oración.

Mostró un interés activo por la comunidad. Se presentó a sí mismo a los maestros de la escuela local e hizo amigos entre los oficiales de policía. Se unió a una liga de softbol y asistió a los juegos de fútbol de la escuela secundaria, alentándolos. Va a las asambleas municipales. El departamento de bomberos y la brigada de ambulancias son organizaciones voluntarias en su pueblo, así que realizó un entrenamiento y se unió a ellos. Reforzó mi creencia de que la extraversión es una virtud en un pastor. Si bien éltiene este don, no todos lo tenemos.

-¿De dónde sacas tiempo para todo esto? -pregunté-. Me nutrí del modo del pastor tradicional: el que viste formalmente, habla con seriedad y divide su tiempo entre su estudio, el hospital, su iglesia y la visitación a los miembros en sus hogares.

-Mis iglesias no son muy grandes -explicó-. Podría hacer todo lo que se espera de mí y estar semirretirado. Pero este no es el pastor que quería ser; así que, pastoreo a todos con los que me encuentro.

-Otros ministros ¿no se sienten afectados? -pregunté.

-Me hice amigo de ellos también -dijo-. Visito sus iglesias cuando puedo. Miran mi pequeña iglesia y se dan cuenta de que no represento una amenaza. Además, no voy a robar sus miembros. Pero, si alguno quisiera visitar mi iglesia -explica con una sonrisita-, no lo ahuyentaría.

Confesó que su mayor temor es si la iglesia está preparada para recibir a nuevas personas en su pequeña congregación:

-Mis miembros no se han involucrado en la comunidad y han permanecido apáticos durante tanto tiempo -dijo- que son escépticos. No manifiestan un interés especial por las personas que no ven las cosas como ellos. Dicen que quieren ver crecer su iglesia, pero me cuestiono seriamente esta afirmación.

-Pero, se supone que todavía debes “ir a todo el mundo y predicar el evangelio” -dije.

-Bien, es lo que estoy tratando de hacer -respondió-. Pero mi campo de acción no es tanto el edificio de la iglesia como la comunidad.

Mi iglesia

Mi propia iglesia tiene muchos miembros, y son personas ocupadas. Hay suficientes tareas de administración, estudio y aconsejamiento como para mantenerme en la oficina todo el día, si quisiera. A diferencia de mi amigo, no necesito dejar la iglesia

para encontrar personas con las que hablar y orar, dado que ellas a menudo vienen a buscarme, y la mayoría de ellos son los miembros de mi iglesia. Trato de imaginarme cómo sería conocer a la mayoría de las personas de mi comunidad (vivo en una ciudad con más de un millón de habitantes), como mi amigo lo hace.

Pasar tiempo con el mejor pastor que conozco me ha llevado a preguntarme por qué la atención pastoral se ha convertido en una tarea tan segregada. Indudablemente, es algo que tiene que ver con nuestra separación en tribus doctrinales en el despertar de la Reforma Protestante: los metodistas, los adventistas, los luteranos, los bautistas y muchos otros más. Mientras que un gobernante, un comerciante, un médico, un policía, un recolector de basura, tienen el privilegio de servir a toda la comunidad, los hermanos de mi distrito esperan que sirva a mi congregación y nada más.

“Tenemos nuestra propia iglesia”, me han dicho las personas, sin provocación, cuando me presento como pastor.

De alguna manera, mi amigo ha vencido eso. Atravesó exitosamente todas las barreras. ¿Tuvo que comprometer algo? Depende de lo que entendamos por compromiso. Ciertamente, tuvo que ser menos parroquial que la mayoría de nosotros. No mostraba sus insignias religiosas toda vez que se aproximaba a la gente. Se sumergía en su subcultura para poder hacer la clase de cosas que Jesús hacía.

-¿Estás tratando de actuar arteramente? -le pregunté una vez-. ¿Estás tratando de bajar las defensas de las personas para poder convertirlas?

-Si estuviera usando la amistad simplemente como un señuelo, no estaría actuando con sinceridad -dijo.

-Pero -insistí-, ¿y qué sucede con respecto a hacer crecer tu iglesia?

-Por supuesto, oro para que mi iglesia crezca. Pero trato de dejar los resultados en manos de Dios. No voy a alejar a nadie. Pero he escuchado decir que es más importante ser fiel que exitoso. Esta me parece la mejor manera, en mis circunstancias.

Podrías estar preguntándote por qué lo considero el mejor pastor que conozco, cuando conozco pastores de congregaciones inmensas, que son predicadores dotados, líderes carismáticos y administradores calificados. Si bien respeto lo que hacen, me parece que mi amigo se ha extendido más significativamente (y más personalmente) al mundo que lo rodeaba que los demás pastores, y en condiciones más adversas. Sus métodos se asemejan menos a los del ambiente de los negocios y más a los de Jesús. Jesús nunca tuvo un programa de televisión. Nunca escribió libros. No construyó una megaiglesia. Su trabajo era personal. Sin embargo, cambió el mundo. Si mi amigo no se desanima ni se aburre, y si permanece lo suficiente, va a tener alguna clase de legado en esa comunidad, sea que su iglesia crezca o no.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Adventista de Worthington, Ohio, EE. UU.