El mayor de los pobres, era el mayor de los ricos. Y cuando el mayor de los ricos se hizo el mayor de los pobres, el mayor de los miserables fue enriquecido. El mayor de los ricos es Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. El mayor de los ricos es Aquel que es Señor de todos los millones de mundos, de estrellas, de soles, de planetas, de cometas y de galaxias. Aquel que conoce todo este incontable ejército y lo llama por su propio nombre. Sí, El, JESUS, es el MAYOR DE LOS RICOS.

Cuando el pecado puso en peligro la estabilidad, la armonía y aun la supervivencia de sus dominios, el mayor de los ricos se hizo el MAYOR DE LOS POBRES, y de esa manera puede enriquecer la vida del mayor de los miserables: EL PECADOR.

Yo, tú, todos los que nacieron en este mundo traen la herencia mortal del pecado.

El texto sobre el cual estamos hilvanando estos pensamientos es 2 Corintios 8: 9. “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.

Cuando Dios quiso salvar al mundo, se hizo pobre por amor, y al tornarse pobre por amor, Cristo no perdió ni un átomo de su dignidad. Al hacerse el mayor de los pobres, al tornarse el más pobre de los pobres, manifestaba en realidad toda la grandeza de su amor por los perdidos. ‘No tengo donde reclinar mi cabeza”. Al venir aquí como embajador de parte del Padre, se le negó el derecho de reposar la cabeza por primera vez en una maternidad o en una hostería. El establo fue su primer hogar, el pesebre su primera cuna. Desde su nacimiento dio testimonio de haberse vuelto el mayor de los pobres. Ante la escena del pesebre el orgullo y la presunción quedan reprendidos. Muchos no quieren aceptar la honra que se obtiene mediante la humillación. El, el MAYOR DE LOS RICOS, no tenía hogar en este mundo, a no ser el que la bondad de los amigos le deparaba como peregrino; y cuando no aparecía el gesto amigo con una invitación hospitalaria, Jesús iba a los montes, pues si no tenía donde reclinar su cabeza, tenía dónde doblar sus rodillas, y allí quedaba en oración durante toda una noche gozando el compañerismo del Padre.

Comentando el texto que estamos considerando, en Los hechos de los apóstoles, página 274, se nos dice: “Conocéis la altura desde la cual se rebajó, la profundidad de la humillación a la cual descendió. Puesto que aprendió la senda de la abnegación y el sacrificio, no se apartó de ella hasta dar su vida. No hubo descanso para él entre el trono y la cruz”.

Cuando Dios nos entregó su amado y único Hijo, quedó con las manos vacías. Dios no reservó ni guardó nada para sí. Dio todo. El mundo había entrado en tal desgracia que solamente Aquel en quien están escondidos todos los tesoros podría salvar, redimir, rescatar y enriquecer el producto de sus manos, caído en las garras de Satanás y por eso mismo empobrecido.

Vino, y al venir enriqueció la historia. Enriqueció todas las artes: escultura, pintura, música, etc.

Más todavía, enriqueció y enriquece vidas. Los pobres pecadores son más felices que los más ricos monarcas de la tierra. Una pecadora arrepentida, es más feliz que la más rica dama. Pedro, Juan, María Magdalena, Zaqueo, la mujer samaritana, el ladrón de la cruz, todos ellos y muchos millones de seres humanos fueron enriquecidos por la pobreza que enriquece.

¡Oh, Jesús! El mundo te aceptaría fácilmente si estuvieras reclinado sobre una almohada de terciopelo como hacían los reyes y faraones, pero es en los brazos ensangrentados de tu cruz que te encontramos.

El Nuevo Testamento describe a los apóstoles diciendo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”. Ellos tenían la pobreza que enriquece. En 2 Corintios 6: 10 se describe a la iglesia “como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo”.

Como un estridente contraste se nos presenta a una iglesia que dice: “Soy rica, no tengo falta de nada”. Sin embargo, el Mayor de los ricos que también es el Mayor de los sabios nos aconseja: “¡Compra de mí la verdadera riqueza; yo soy el Mercader Divino, estoy a tu puerta! ¡Permite que yo enriquezca tu vida con los tesoros de la fe, con los tesoros del Espíritu! ¡Yo, el Mayor de los ricos, estoy a tu puerta! ¿Abrirás?”