Desde el momento en que inicié mi caminar con Cristo, he tenido el desafío de comprender y captar su voluntad y sus planes para mi vida. La historia de Abraham siempre me motivó. Aquel héroe de la fe estaba enteramente comprometido con Dios, al punto de aceptar sus órdenes sin cuestionamientos e ir adonde el Señor lo enviara. Elena de White escribió, comentando acerca del patriarca: “El lugar más feliz de la Tierra era donde Dios quería que estuviese” (Patriarcas y profetas, p. 119).
Sin embargo, ni soy Abraham, ni Dios habla de modo audible conmigo diciéndome exactamente adónde tengo que ir o qué debo hacer. En este sentido, obedecer las órdenes divinas, en cuestiones específicas, se convierte en un enorme desafío. Sin embargo, el Señor jamás me desamparó. Ha utilizado diversas maneras para mostrarme su voluntad. Una de ellas fue el modo en que ocurrió mi llamado para ser misionero en tierras extranjeras.
En el año 2011, cuando aún cursaba la Facultad de Teología, sentí que Dios me estaba impulsando a un nuevo desafío. Busqué el Núcleo de Misiones de la UNASP, Engenheiro Coelho, y conversé con el pastor Berndt Wolter. Le conté sobre mi deseo de trabajar como misionero en algún país de América del Sur y que ya había elegido el Perú. Él se acomodó en la silla y me dijo: “Mira, Fabio, Perú es un país que anda con sus propias piernas, y el evangelismo está funcionando muy bien allí. Creo que necesitas algo más desafiante, algo que exija más de ti. ¿Qué piensas de Uruguay?”
Tuvimos una larga charla. El pastor Wolter me habló acerca de las dificultades que hay en aquel pequeño país: cultura liberal, ideología política humanista y fuerte influencia del secularismo europeo que ridiculiza la religión, afirmando que es retrógrada. Todos esos factores repercutían en el lento crecimiento de la Iglesia Adventista en el Uruguay. Se hicieron los preparativos y se concretó el viaje. Durante los primeros diez días intenté conocer las particularidades del lugar y apoyar a la Unión Uruguaya en lo que fuera posible. Luego, un convenio entre el Núcleo de Misiones y la Unión Uruguaya colaboró en la realización de evangelismo de Semana Santa. A continuación, participé de campañas evangelizadoras durante tres meses.
En 2012 inicié el último año de la Facultad.
Sin embargo, una duda se había instalado en mis pensamientos: “¿Por qué ocurrió todo esto? ¿Habrá sido, quizá, una experiencia más para mi currículum?” Llegó la graduación, y también mi casamiento. Recibí un llamado para ir al Estado de Río Grande del Sur (RS). Estaba feliz por los logros, pero inquieto y sin respuestas para mis dudas.
Pasaron cuatro años. Trabajaba como pastor de distrito en la ciudad de Lajeado, RS. Cierta mañana, mientras organizaba mi agenda de compromisos, recibí un e-mail del pastor responsable de mi campo. Decía que la División Sudamericana estaba buscando un pastor que estuviera dispuesto a trabajar algunos años como misionero en Uruguay. En aquel instante sentí que Dios estaba respondiendo mis dudas. Pero aún faltaba algo muy importante: la opinión de mi esposa. Le mostré el e-mail y le pregunté: “¿Estarías dispuesta a ir?” Ella me sonrió y me dijo: “¡Vamos!”
Tuvimos que pasar por un proceso selectivo, pues otros pastores también se habían candidateado. Pero tenía la certeza de que Dios nos estaba llamando.
Hace tres años pastoreo un distrito en la capital del país, Montevideo. Hay diversas dificultades. Las personas son resistentes al evangelio y es grande el preconcepto en relación con la religión. A pesar de ello, la obra ha crecido, y el Señor ha realizado milagros en la vida de muchas personas. Cada día estoy más convencido de que este es el lugar que él, años atrás, preparó para nosotros. A pesar de la distancia con la familia y de los desafíos naturales de una cultura diferente, el lugar más feliz del mundo es el lugar donde Dios desea que estemos.
Sobre el autor: pastor en Montevideo, Uruguay