La iglesia estaba totalmente colmada aquella bella y estrellada noche de primavera.  

 En los primeros bancos se podían ver sonrisas puras y alegres.

 Controlando su inquietud, los niños aguardaban con ansiedad el momento de entrar en escena.

 Se había dispuesto que aquella noche todos tendrían una participación especial, muy especial, en la hora del culto.

  La pequeña Kelyn se había preparado muy bien, con esmero y afán. Su pequeño corazoncito latía más rápidamente que lo normal a medida que las horas pasaban. No podía quedar allí quieta.

   – ¿Por qué el día no termina pronto y llega la noche para que podamos ir a la iglesia? -le preguntaba constantemente a su madre. La expectativa la tenía muy inquieta y nerviosa.

  Su ramo de flores era primoroso, por lo visto el más bonito… El pastor notó que Kelyn estaba radiante cuando entró en la iglesia. Con mucho entusiasmo los niños participaron entonando el primer himno y permanecieron reverentes en el momento de la oración.

  El pastor se puso de pie y habló con ternura a todos los niños. Ellos sabían que había llegado el momento. Con voz pausada y en tono bajo, comenzó su presentación diciendo:

  -Niños, si ustedes están aquí esta noche no es porque papá o mamá los obligaron a venir, sino porque ya han tenido un encuentro con Jesús, y Él mismo dijo que nosotros los adultos deberíamos volver a ser como ustedes para tener un lugar junto a Él. Y a continuación dijo que de ustedes es su reino.

  La noche anterior, el pastor había solicitado que después de la reunión todas las madres y sus niños permanecieran por algunos instantes más en la nave principal de la iglesia, pues tenían que tratar un asunto importante. La participación de los niños en aquella Semana de Oración y reavivamiento espiritual era trascendente no sólo para ellos sino también para la iglesia.

  Curiosos, los niños se preguntaban qué sería eso tan importante que el pastor tenía que decirles.

  -Ustedes van a hacer el culto conmigo mañana. ¿De acuerdo? Se dibujaron sonrisas vivarachas, pequeños rostros que evidenciaban desconfianza, pero todos asintieron con la cabeza.

  Se invitó a las madres a participar de esa reunión, pues también ellas desempeñarían un papel importante: Comprarían flores para sus pequeños.

  Los miembros, las visitas y los padres de los niños no entendían bien qué era lo que estaba por ocurrir, pero les resultaba interesante a pesar de que todavía no había sucedido nada.

  -Niños, ¡traigan las flores!

  Fue una bonita escena ver a diez, veinte, treinta… setenta niños pasar al frente, ordenadamente, para colocar su flor en los tres floreros que allí había.

  ¡La iglesia sonreía!

  Los miembros continuaban sin entender, porque no hubo explicaciones. No obstante, les parecía maravilloso que los niños, sus pequeños, participaran.

  El tema de la noche tenía por título: “El toque mortal”. La atención de la iglesia se centró ahora en el mensaje espiritual.

  El sermón terminó, se cantó el himno final y se hizo la última oración. Cuando todos pensaban que los que estaban en la plataforma descenderían para saludar en la puerta, el pastor se levantó y dijo:

-Niños: ¡Tomen las flores!

  Más que rápido todos se levantaron e intentaron tomar la misma flor que habían puesto en el florero, pero era casi imposible hacerlo pues había muchas flores ¡guales.

Sin embargo, la pequeña Kelyn pudo encontrar su lindo ramo.

  El pastor pidió a los niños que no llevaran las flores al papá o la mamá, sino que las entregaran a alguna visita o a una persona conocida.

 Kelyn, al tomar las suyas, no se retiró del frente. Como si estuviera hipnotizada, quedó mirando la plataforma, y en un arranque de coraje subió al púlpito, entregó las flores al pastor, puso en su rostro el beso más puro, y rápidamente corrió junto a su madre.

  El anciano de otra iglesia, que observaba con atención el desarrollo del culto, se sorprendió cuando un muchachito de diez años subió al púlpito, le entregó una linda flor y le dio un beso en el rostro. Todos notaron la emoción que trasuntaban sus ojos.

  Nunca la iglesia había presenciado algo semejante. Todos, sonrientes, abrazaban y besaban a los niños a la salida.

  ¿Cuál es el papel de los niños en los momentos de adoración?

  Pensemos en algunos.

  Pueden muy bien quedar al lado de sus padres y ser obligados a cantar o aun a murmurar una corta oración. Esa experiencia, ¿es válida? (Piénselo.)

  Pueden quedar quietecitos en los primeros bancos, en silencio, o cuchicheando quién sabe qué, y perderán todo sentido de reverencia cuando uno de ellos haga una alusión festiva. Algunos padres los tomarán de la oreja y colgando de ella los llevarán al fondo dé la iglesia para darles unas buenas palmadas. Esta actitud ¿deja un saldo positivo? (Piénselo.)

  Pueden, también, tener su reunión aparte.  Haciendo así, habrá más silencio en la iglesia y Dios podrá hacerse presente en una forma más eficaz. Pero, pregunto: ¿El silencio es reverencia? Si fuera así, un hermano o una hermana que pasara la reunión durmiendo, sería la persona más reverente de la iglesia.

  Separar a los niños ¿es el mejor método para que en la iglesia haya silencio y reverencia? (Piénselo.)

  En términos generales, los niños poseen un potencial tan grande que, debidamente canalizado, podrían convertir a la comunidad en la que están en la más progresista de todas.

  Hace más de veinte años que asisto a las reuniones de oración en nuestra iglesia. No obstante, nunca vi a un niño de cuatro o seis años levantarse y, ante toda la iglesia, elevar un pedido a Dios en oración.

  ¿No es esto hermoso?… Sin embargo, nunca ocurre.

  Aquella misma iglesia fue la que estuvo a la vanguardia. El pastor incentivó de tal forma la participación de los niños que los miembros, con emoción, vieron cómo pequeños de cinco a siete años se levantaban para agradecer a Dios por sus bendiciones y para pedir que la iglesia orase en favor de su fe.

  ¿Ya vio algo así? (Piénselo.)

  ¿Conoce usted algún otro método que podría usarse para incentivar la participación de los niños en los cultos?

  La amistad de un adulto es un asunto muy importante para un niño que todavía está en proceso de formación. Si los jóvenes y las señoritas cabalmente consagrados y preparados dedicaran más tiempo a los niños, la iglesia asistiría a verdaderos programas espirituales.

  Parecía que el cielo había descendido sobre aquella iglesia mientras el órgano llenaba el recinto con una suave música. Se vieron lágrimas en muchos ojos cuando el dúo terminó de cantar. Carlos, un joven de veinte años, dueño de una voz privilegiada, acababa de cantar un himno a dúo con la pequeña Susi, de seis años. “El contraste de las voces fue lo más sublime que jamás escuché”, dijeron algunos.

¿Cómo surgió esa presentación? Muchas más, y de diferentes maneras, pueden ocurrir.

  Ponga su mano sobre el hombro de un niño o acaricie los cabellos de una pequeña, y con toda seguridad tocará el corazón de sus padres.

  Después que finalizó la Semana de Oración, los niños se disputaban el privilegio de estar junto al pastor. La amistad era tan pura, tan patente, tan real, que si el pastor les hubiera dicho: “Niños, vayamos al hospital a hacer obra misionera”, con placer hubieran ido. Si el pastor hubiera sugerido que fueran a cantar para los presos de la cárcel, hubieran ido.

  El propósito que se persigue al dar participación a los niños en el culto no es sólo para que los padres y la iglesia toda vean los talentos que poseen, sino para que sean útiles a la sociedad.

  A partir de ese momento se dio a los niños buenas oportunidades de participación. Ellos se integraron y encuadraron en el ritmo de la iglesia de tal forma que muchos problemas desaparecieron por completo.

¿Usted lo cree?

Pruebe, y verá que..