Le rogué al Señor que usted sintiera algunas de las cargas que he tenido que soportar esta semana y que me diera algunas palabras de esperanza. Pero esa mañana me recordaron que yo no soy nada más (ni nada menos) que un mensajero de Dios

Un amigo mío tenía la costumbre de arrodillarse para orar antes de empezar a predicar y pedía a la congregación que se uniera a él en ese acto devocional. Durante un culto de adoración celebrado hace poco se le ocurrió preguntar a la congregación qué era exactamente lo que pedían en esa oración particular. Les animó a que hablaran francamente. ¡Y así lo hicieron todos!

—En mi oración pedí a Dios que usted no predicara sermones tan largos. Tengo artritis y después de quince minutos mis huesos comienzan a dolerme.

—Yo pedí que predicara sermones sencillos. A veces el sermón es como una clase de teología en la que se va señalando punto uno, punto dos, punto tres, etc. Y yo todo lo que quiero es un punto que me resulte claro de modo que pueda llevarlo a casa y meditar en él durante toda la semana.

—En mi caso, oré que usted no baje tanto la voz. Es muy incómodo a veces no poder oír ni entender algunas palabras de lo que parece ser una declaración importante.

—Pues… yo pedí que el Señor me capacitara para oír atentamente y responder cuando sienta que Dios me está hablando.

—Le rogué al Señor que usted sintiera algunas de las cargas que he tenido que soportar esta semana y que me diera alguna palabra de esperanza.

—Oré para que Dios le diera valor para hablar y condenar algunos de los males de nuestro mundo actual: guerra, pobreza, injusticia y pornografía.

—Pastor, oré a Dios que usted no usara palabras difíciles ni profundos términos teológicos, sino un lenguaje que todos podamos entender.

—Yo oré pidiendo al Señor que usted no sea tan dogmático, que no insistiera en que debemos aceptar sus puntos de vista, sino que nos diera alternativas.

—Bueno… imploré a Dios que usted no usara pasajes bíblicos oscuros ni tratara de relacionarlos vagamente con nuestra actualidad.

—Le agradecí a Dios por usted y su ministerio.

—Yo oré para que Dios me ayudara a oír con una mente y un corazón atentos.

Mi amigo concluyó: “Yo no prediqué un sermón esa mañana, los miembros lo hicieron. ¡Y créame que lo necesitaba! Es muy fácil pararse ante el púlpito e imaginar que uno es Jeremías o Pablo. Pero esa mañana me recordaron que yo no soy nada más (ni nada menos) que un mensajero de Dios con la seria responsabilidad de predicar su Palabra y hacerlo bien”.

Sobre el autor: es rector emérito de la iglesia de San Marcos, Columbus, Ohio, EE. UU.