El cuestionamiento sobre el “llamado,” el “ministerio pastoral” o, en un tono más seminarista, el “perfil pastoral”, ha sido un tema de gran importancia en el ámbito eclesiástico.[1] Sin embargo, tal vez víctima de la cotidianidad, pareciera que una densa neblina ha opacado la belleza original de estos conceptos. Debido a la clara ambigüedad (y porque no considerar la expresión “subjetividad”) de la cual son víctimas, resulta necesario interpretar con mayor precisión teológica el alcance del llamado de Dios al sagrado ministerio y, finalmente, su impacto en el desarrollo de la actividad pastoral. Naturalmente, comprender con claridad estas nociones es de suma relevancia.

En esta reflexión, procuraremos visualizar y comprender aquellos elementos que subyacen a la “vocación ministerial” del apóstol Pablo, y que posteriormente, acabaron por dar sentido a su ministerio. De igual modo, tras la síntesis, estaremos en condiciones de identificar el fundamento para nuestro ministerio hoy.

Algunas notas exegéticas de Gálatas 1:11 al 16

Intérpretes paulinos como Ernest D. Burton,[2] Hans D. Betz[3] y Frederick F. Bruce[4] concuerdan en que, a la hora de estudiar la autoridad ministerial del apóstol, Gál. 1:11 al 16 es un pasaje clave:

“Pero os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no es invención humana, pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Ya habéis oído acerca de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, que perseguía sobremanera a la iglesia de Dios y la asolaba. En el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo lo predicara entre los gentiles, no me apresuré a consultar con carne y sangre” (versión RV 95).

El segmento pareciera enmarcarse en la fórmula “el evangelio anunciado por mí” (vers. 11). El verbo gnõrizõ, que introduce el verso 11, refiere, particularmente, a una revelación que encuentra su origen en la Deidad.[5] Este aspecto, nos permite esclarecer el origen del “mensaje” (euangelion) y, consecuentemente, la autoridad del “mensajero” (vers. 1 [apostolos, bajo el influjo del vocablo hebreo shalach y de matices de profetismo veterotestamentario]). Las partículas gar –operando como una conjunción lógica explicativa– y alla –asumiendo un sentido adversativo– exhiben al autor del ministerio del apóstol: Dios (vers. 12).[6] En el verso 15, nos encontramos con una cadena verbal que establece la tesis dominante del texto: eudokeõ, “agradar”; aphorizõ, “apartar”, y kaleõ, “llamar”. La terminología paulina asume como generador al Padre.[7] Así entonces, a la luz del contexto inmediato (vers. 15, 16), interpretamos la frase “por revelación de Jesucristo” como un genitivo de objeto, lo cual deja como agente revelador al Padre y clarifica el “carácter cristocéntrico” de la revelación.[8]

Como resulta fácil advertir, el apóstol destaca la soberanía divina al momento de “llamar” o “comisionar” a una persona. Como en otras áreas de la teología cristiana, el hombre responde a la iniciativa divina.

Un suceso histórico teológico multidimensional

Basaremos esta sección del estudio sobre el libro de Hechos de los Apóstoles y sobre el conjunto del epistolario paulino. De su lectura emerge el perfil de un hombre de claras convicciones, consciente de sus limitaciones y perceptivo.[9] En este marco, y sin lugar a dudas, el llamado, la vocación y, ciertamente, el ministerio del apóstol son paradigmáticos en relación con el quehacer pastoral y teológico.[10]

Al cotejar la narrativa lucana acerca del “llamado” de Pablo (cf. Hech. 9:1-9, 26-28; 22:4-11; 26:9-18) con las distintas menciones paulinas esparcidas en su corpus epistolar (cf. Gál. 1:15, 16; 1 Cor. 15:8-10; Fil. 3:4-14; 1 Tim. 1:12-16; 2 Tim. 1:9-12), se observa ciertos elementos determinantes. Estos “elementos” nos hablan de un suceso histórico concreto que, desde una perspectiva teológica, es portador de una trascendencia multidimensional.[11]

Seguidamente listamos, a la luz de las fuentes mencionadas, el “impacto multidimensional” del llamado divino en la vida del ministro.[12]

Dimensión cosmológica. La correcta apreciación del “conflicto cósmico” tiñe todos los ámbitos de su vida y constituye la macroestructura de su pensamiento. De hecho, el ministro es consciente de la naturaleza espiritual del conflicto y, por lo tanto, busca constantemente la guía y el poder del Espíritu Santo (Rom. 5:1-8:39).[13]

Dimensión antropológica. El ministro ve a sí mismo y a su prójimo a la luz de la antropología bíblica, como una unidad bio-psico-socio-espiritual indivisible. Por otro lado, la imagen desdibujada del Creador en el hombre no inhibe sus esfuerzos por procurar, junto a la irrenunciable guía del Espíritu Santo, la “restauración” de la raza humana (2 Cor. 5:17; Gál. 6:14, 15; 2 Tim. 2:10).[14]

Dimensión soteriológica. El dilucidar las implicaciones teológicas del Santuario le permite apreciar con total claridad la naturaleza del “plan de salvación” y, al mismo tiempo, reflexionar concienzudamente sobre el carácter del Creador-Redentor (1 Tes. 5:9, 10).

Dimensión cristológica. El eje temático de las presentaciones del ministro es la obra y la persona de Cristo; sus charlas, reflexiones y sermones son netamente cristocéntricos (Rom. 10:4, 9, 10).[15] El kerygma “Jesús es Mesías/Dios” es el axioma teológico que atraviesa sus exposiciones. Asimismo, encuentra en el ministerio de Cristo su modelo pastoral (1 Cor. 11:1; 2 Cor. 4:6).[16]

Dimensión misionológica. El ministro, como maestro y protector de la pureza del evangelio (2 Tim. 4:1-3; Tito 1:9), es copartícipe, por medio de Cristo y la acción del Espíritu, de la obra salvífica divina (Rom. 1:16, 17; 2 Tim. 4:5).

Dimensión doxológica. En términos específicos, el ministro tiene como único objeto de adoración a Dios (1 Cor. 8:6; 2 Cor. 7:1). En términos generales, concibe la adoración como un estilo de vida (Efe. 5:21-6:9; Col. 3:16, 17).

Dimensión escatológica. El ministro no ignora la valía de la realidad profética que lo circunda; de allí que vive y proclama el carácter inminente del regreso de Cristo. En otras palabras, su conciencia escatológica lo impulsa a trabajar en armonía con el “cronograma divino” (Tito 2:11-13).

A modo de conclusión

A partir de lo expuesto, y sin pretender más que una reflexión pastoral, se puede apreciar que:

(a) En el “llamado”, Dios inicia un diálogo personal e íntimo con el ser humano.

(b) Dios, en su autoridad soberana (eudokeõ, “agradar”), elige (aphorizõ, “apartar”) y comisiona (kaleõ, “llamar”). La iglesia, por su parte, y bajo la dirección del Espíritu Santo, reconoce y confirma la elección divina.

(c) La certeza de la intervención divina en el llamado genera una sensación que albergará y acompañará la trayectoria ministerial; advertir que el origen de su misión se encuentra en Cristo colma al ministro de convicción, en su tarea pastoral.

(d) Las siete dimensiones del llamado divino aquí esbozadas representan, de forma breve y general, la percepción paulina del ministerio pastoral.

Concluimos, en busca de la síntesis, con la inspirada orientación de Elena de White:

“En el gran conflicto que vamos a tener que afrontar, el que quiera mantenerse fiel a Cristo deberá penetrar más hondo que las opiniones y doctrinas de los hombres. Mi mensaje a los predicadores jóvenes y ancianos es este: observad celosamente vuestras horas de oración, estudio de la Biblia y examen de conciencia. Poned aparte una porción de cada día para estudiar las Escrituras y comulgar con Dios. Así obtendréis fuerza espiritual, y creceréis en el favor de Dios. Él solo puede darnos aspiraciones nobles; él solo puede moldear el carácter según la semejanza divina. Acercaos a él en oración ferviente, y él llenará vuestros corazones de propósitos elevados y santos, y de profundos y fervientes anhelos de pureza y claridad de pensamiento”.[17]

Sobre el autor: Pastor del distrito de Junín, Asociación Bonaerense, Rep. Argentina.


Referencia

[1] Prueba de esto es la reciente preparación (2011), por parte de la Unión Argentina, del folleto titulado: “Vocaciones ministeriales”, editado por el Dr. Rubén Otto.

[2] Ernest D. Burton, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Galatians (ICC; Edinburgo: T. & T. Clark, 1920), p. 35.

[3] Hans D. Betz, Galatians: A Commentary on Paul’s Letter to the Churches in Galatia (Hermeneia; Philadelphia: Fortress Press, 1979), p. 56.

[4] Frederick F. Bruce, The Epistle to the Galatians: A Commentary on the Greek Text (NIGTC; Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1982), p. 87.

[5] Bruce, The Epistle to the Galatians, p. 88. Ver Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians (NICNT; Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1988), p. 51, nota 2; Friedrich Blass, Albert Debrunner y Robert W. Funk, A Greek Grammar of the New Testament and Other Early Christian Literature (Chicago: University of Chicago Press, 1961), p. 252.

[6] Cf. James D. G. Dunn, The Theology of Paul’s Letter to the Galatians (NTS; Cambridge: Cambridge University Press, 2003), pp. 23, 24; Richard N. Longenecker, Galatians (WBC; Dallas, Tx.: Word Books, 1990), p. 23, y Ben Witherington, Grace in Galatia: A Commentary on Paul’s Letter to the Galatians (London: T. & T. Clark, 2004), pp. 92, 93.

[7] Para los fines de este artículo no examinaremos los versos 13 y 14.

[8] Cf. Bruce, The Epistle to the Galatians, p. 89; Burton, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Galatians, p. 41; Fung, The Epistle to the Galatians, p. 54; Frank J. Matera, Galatians (SP; Collegeville, MN: Liturgical Press, 1992), p. 59; Janet M. Everts, “Conversion and Call of Paul”, en Dictionary of Paul and His Letters (ed. por Gerald F. Hawthorne, Ralph P. Martin y Daniel G. Reid; Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1993), p. 157, y Sam K. Williams, Galatians (ANTC; Nashville: Abingdon Press, 1997), p. 45. Otros comentaristas, como Longenecker (Galatians, p. 31) y Witherington (Grace in Galatia, pp. 106, 107), siguiendo de cerca la interpretación de Betz (Galatians, p. 70), consideran la “revelación” como un evento “subjetivo y objetivo”.

[9] Dado nuestro objetivo, no exploraremos el debate sobre el retrato de Pablo en Hechos y el retrato de Pablo en los documentos paulinos. Por una completa síntesis de este tema véase Stanley E. Porter, “The Portrait of Paul in Acts”, en The Blackwell Companion to Paul (ed. por Stephen Westerholm; Malden, MA.: Garsington Road, Oxford: John Wiley and Sons, 2011), pp. 124-138.

[10] Es importante evitar, dada la naturaleza de este artículo, cualquier tipo de anacronismo. Los señalamientos, por tanto, aunque basados en history, serán de carácter teológico. Ver Stephen C. Barton, “Paul as Missionary and Pastor”, en The Cambridge Companion to St. Paul (ed. por James D. G. Dunn; Cambridge: Cambridge University Press, 2003), p. 35.

[11] Corley señala cuatro ámbitos reguladores en lo referente al encuentro con Jesús camino a Damasco: Soteriológico, cristológico, misionológico y doxológico. Cf. Bruce Corley, “Interpreting Paul’s Conversion – Then and Now”, en The Road from Damascus: The Impact of Paul’s Conversion on his Life, Thought, and Ministry (MNTS 2, ed. por Richard N. Longenecker; Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1997), p. 16.

[12] Clasificamos las distintas “dimensiones” haciendo uso de las categorías que nos provee la Teología Sistemática.

[13] Recientemente Sang M. Lee (The Cosmic Drama of Salvation: A Study of Paul’s Undisputed Writings from Anthropological and Cosmological Perspectives [WUNT; Tübingen: Mohr Siebeck, 2010]) ha destacado la conciencia de un “conflicto cósmico” en la metanarrativa paulina. Véase además Frank B. Holbrook, “Gran conflicto”, en Tratado de Teología Adventista (ed. Raoul Dederen; Buenos Aires: ACES, 2009), pp. 1.085-1.128.

[14] Hemos trabajado este punto con mayor precisión exegética en Leandro Velardo, “Inferencias hamartológicas paradigmáticas en Romanos 7:13-25”, DavarLogos XI.1 (2012): pp. 31-55, esp. pp. 53, 54.

[15] Ver Joseph A. Fitzmyer, According to Paul: Studies in the Theology of the Apostle (Mahwah, NJ.: Paulist Press, 1993), pp. 106-122, y Edward P. Sanders, Paul. A Brief Insight (New York: Sterling, 2009), p. 15.

[16] James D. G. Dunn, The Theology of Paul the Apostle (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 2006), pp. 729, 730.

[17] Elena de White, El ministerio pastoral (Silver Spring, Maryland: Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, 1997), p. 22.