A lo largo de mi ministerio he tenido el privilegio de realizar varias entrevistas a los candidatos al curso de Teología. Recuerdo el modo en que muchos entraban a la oficina, llenos de entusiasmo y sueños. Siempre eran recibidos con la pregunta: “¿Por qué deseas ser pastor?” La respuesta más común era: “Porque Dios me llamó”. Y luego oía las más diversas y emocionantes historias relacionadas con el llamado. Para la mayoría de ellos, ese era su punto de referencia, el comienzo de todo, la razón para renunciar a tantas cosas y avanzar por fe. En el corazón de los candidatos, nada era más fuerte que la convicción de que un día servirían a Dios como pastores.
El ministerio se nutre por la certeza de que el llamado no es fruto del azar, de la iniciativa humana ni de algún impulso del corazón, sino que es obra directa de Dios en nuestra vida. Fuimos elegidos, y el Señor asumió total responsabilidad por esa elección. Pablo afirmó a Timoteo “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio” (1 Tim. 1:12). En medio a los desafíos pastorales de Timoteo, Pablo recordó su propio llamado y, más adelante, le pidió a su discípulo que hiciese lo mismo (4:14).
Cuando te sientas sobrecargado, incomprendido o cansado, y acuda a tu mente el deseo de desistir o de hacer otra cosa en la vida, recuerda que Dios te llamó y estará a tu lado enjugando tus lágrimas, fortaleciendo tus manos, dándote descanso y conduciendo tu vida. Cuando el horizonte sea oscuro y el miedo congele tu corazón, vuelve a tu llamado, a tus primeros años de ministerio, a tu ordenación y a las ocasiones en que Dios confirmó tu vocación. Eso te ayudará a mirar hacia adelante con coraje y fe.
¿Por qué es tan importante recordar el llamado? Porque allí está el punto de referencia del propósito de tu vida, la razón que explica por qué haces lo que haces. Quien se olvida de esto corre el riesgo de vivir un ministerio frustrado y mecánico. Mário Sérgio Cortell afirmó: “Una vida pequeña es aquella que niega la vibración de la propia existencia. […] Ocurre cuando se vive de modo automático, robótico, sin una reflexión sobre el hecho de nuestra existencia y sin conciencia de las razones por las cuales hacemos lo que hacemos” (Por que fazemos o que fazemos?, p. 7). Recuerda que el llamado es el punto de referencia que alimenta la convicción de que no estás solo y de que aquel que te llamó te dirigirá de modo seguro hasta el fin.
Mi corazón rebosa de agradecimiento a Dios cuando leo este pensamiento de Elena de White: “Dios tiene una iglesia, y ella tiene un ministerio designado divinamente […]. Hombres designados por Dios han sido escogidos para velar, con celoso cuidado y vigilante perseverancia, para que la iglesia no sea destruida por los malos designios de Satanás, sino que subsista en el mundo y fomente la gloria de Dios entre los hombres” (Testimonios para los ministros, p. 71). ¿No es esto maravilloso? El Señor tiene una iglesia, un pueblo conformado por las culturas y las características más variadas; pero en el cumplimiento de la misión ese pueblo tiene que dirigir, cuidar e inspirar un ministerio escogido por Dios. No tengo dudas de que las recompensas más grandes del ministerio pastoral serán entregadas en la eternidad. Por eso, nunca olvides tu llamado y sigue adelante, con perseverancia, confianza y entrega.
Sobre el autor: secretario ministerial de la Iglesia Adventista para América del Sur.