Desde el principio, en el trato de Dios con la humanidad caída, la Biblia menciona un juicio que incluye una etapa de investigación, previa al anuncio de la sentencia.
De todas las doctrinas de la Iglesia Adventista, la del juicio previo al Advenimiento, que habría comenzado en el cielo en 1844, ha sido, sin duda, la más cuestionada. Este cuestionamiento ha provenido de eruditos de fuera de la iglesia, y de dentro de ella también.
Desde fuera de la iglesia, Walter R. Martin, en su obra The Kingdom of Cults [El reino de las sectas], escribió lo siguiente: “Los adventistas, en opinión de los eruditos bíblicos conservadores, sin mencionar el ala liberal del protestantismo, sólo especulan con sus teorías acerca del Santuario y el juicio investigador. En efecto, la mayoría de ellos está de acuerdo en que los adventistas inventaron esas doctrinas para compensar los errores derivados de su interpretación profética”.[1]
Desde dentro de la iglesia, la objeción más completa y negativa la formuló no hace tanto mi ex mentor, el Dr. Desmond Ford. En 1980, presentó un documento de 991 páginas ante más de cien dirigentes y teólogos de la iglesia reunidos en Glacier View. En su trabajo, afirma que el juicio de Daniel 7 no es previo al Advenimiento; que las profecías apocalípticas también son condicionales, que de acuerdo con el principio apotelesmático, las profecías pueden tener varios cumplimientos, y que el Día antitípico de la Expiación comenzó en el año 31 d.C., y no en 1844.[2]
En Glacier View, se rechazaron las opiniones de Ford; no obstante, se consideró que los temas que suscitó eran de suficiente relevancia como para justificar un voto de la Junta Directiva de la Asociación General de la Iglesia Adventista, que solicitó que el Instituto de Investigaciones Bíblicas nombrara una comisión especial para volver a estudiar los libros de Daniel y Apocalipsis.
Durante los once años de su existencia, la Comisión de Daniel y Apocalipsis ha producido siete tomos,[3] que tratan muchos de los temas que se estudiaron en la reunión de Glacier View. En su informe final, declara que, “lejos de ser una pieza de museo de la teología de los pioneros, la enseñanza bíblica acerca de la etapa de investigación del juicio final, previa al Advenimiento, es de vital importancia para el cristianismo de hoy. Es un aspecto importante del amplio proceso de la salvación, y forma parte integral del mensaje de los tres ángeles”.[4]
La profecía apocalíptica y el historicismo
Generalmente, se acepta que existe una diferencia entre la profecía clásica, en la que el profeta actúa como vocero de Dios para su pueblo, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, y la profecía apocalíptica, con su énfasis en el fin del mundo y el establecimiento del Reino de Dios.
El cumplimiento de las promesas, en las profecías clásicas, guarda una relación condicional con la reacción del pueblo (Jer. 18:7-10). “Los profetas clásicos vinculaban las actividades divinas con los acontecimientos de la historia humana”.[5]
Por su parte, la profecía apocalíptica se refiere al cronograma cósmico de Dios, vinculado con el advenimiento sobrenatural del Reino de los cielos; por lo tanto, no es condicional. En otras palabras, es independiente de la reacción humana. Por ejemplo, la primera venida de Cristo no dependió de la obediencia de Israel ni de la de Judá; apareció cuando “vino el cumplimiento del tiempo [predicho en Dan. 9:24-27]” (Gál. 4:4), aunque el pueblo judío no estaba preparado para recibirlo.
Del mismo modo, las profecías de tiempo que aparecen en Daniel y Apocalipsis, que señalan hacia el fin y se refieren a la segunda venida de Cristo, son independientes de toda reacción humana. Frente a la profecía apocalíptica, nos convertimos en “espectadores de los sucesos que se desarrollan en el escenario del mundo; vemos cómo la presciencia divina desarrolla el curso del futuro”.[6]
Las profecías apocalípticas nos revelan lo que Dios previo y lo que ha determinado que suceda. Las 2.300 “tardes y mañanas” y los “tres tiempos y medio” de Daniel 7 y 8, evidentemente, no son profecías condicionales; no se las puede aplicar a diferentes épocas a gusto y conveniencia del intérprete. Sólo pueden tener un determinado cumplimiento en el curso de la historia, así como la profecía de las 70 semanas de Daniel 9 tiene un solo cumplimiento.
En el curso de la historia de la iglesia, estas profecías apocalípticas de tiempo se interpretaron de acuerdo con el método historicista. Recién durante los dos últimos siglos se ha intentado reemplazar el historicismo por el preterismo y el futurismo.
El principio de día por año
Resulta irónico verificar que una de las mejores exposiciones del principio de día por año, basado en las obras de T. R. Birks[7] y H. G. Guiness,[8] se encuentra en el comentario acerca de Daniel del Dr. Ford[9] que, por supuesto, descartó esta opinión 18 años más tarde, porque ahora, según él, este principio no tiene justificación bíblica.[10]
En oposición a esta postura, los adventistas creemos que el principio de día por año tiene una sólida base bíblica. Los principales argumentos en su favor se pueden resumir de esta manera:[11]
1. Puesto que las visiones de Daniel 7 y 8 son mayormente simbólicas, en las que una cantidad de diferentes bestias representan otros tantos imperios históricos (7:3-7; 8:3-5, 20, 21), los tiempos que allí aparecen (7:25; 8:14) también tienen que ser simbólicos.
2. El hecho de que estas visiones tengan que ver con el surgimiento y la caída de imperios históricos conocidos, que duraron cientos de años, quiere decir que los períodos proféticos relacionados con ellos también deben de ser largos.
3. La forma peculiar, diferente y hasta metafórica en que aparecen estos períodos indica que no se los debe considerar literales. Si los “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” de Daniel 7:25 se refirieran a tres años y medio literales, ¿por qué el Señor, en lugar de emplear esa expresión, no dijo sencillamente “tres años y seis meses”? En Lucas 4:25 y Santiago 5:17, donde se mencionan tres años y medio, en cada caso se emplea la expresión “tres años y seis meses”; también tenemos el caso de Pablo, que permaneció en Corinto “un año y seis meses” (Hech. 18:11); y David reinó en Hebrón “siete años y seis meses” (2 Sam. 2:11).
4. En Daniel 7, las cuatro bestias que, en conjunto, abarcan un dominio de más de mil años, están seguidas por el poder representado por el cuerno pequeño. El dominio de las cuatro bestias es el tema central de la visión, ya que se opusieron directamente a Dios. Una lucha de sólo tres años y medio entre el cuerno pequeño y el Altísimo estaría fuera de toda proporción, considerando el tiempo que se necesitó para desarrollar la historia de la salvación, que es, en último análisis, el tema central de esta visión.
Esto también se aplica a Apocalipsis 12:6 y 14, donde los 1.260 días, o tres tiempos y medio, cubren mucho del período que transcurre entre la primera y la segunda venidas de Cristo.
5. De acuerdo con el contexto, las expresiones “tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” (Dan. 7:25; 12:7; Apoc. 12:14), “cuarenta y dos meses” (Apoc. 11:2; 13:5), y “mil doscientos y sesenta días” (Apoc. 11:3; 12:6), se aplican todas al mismo período. En cambio, la expresión “tres años y seis meses” jamás se usa.
“Al parecer, el Espíritu Santo intentó agotar las frases por medio de las cuales se podía expresar ese período, excluyendo siempre la que se usaría en la redacción común de un documento, y que se emplea invariablemente en otras ocasiones en las Escrituras para referirse a un período literal. Esta situación es sumamente significativa si aceptamos el principio de día por año, pero resultaría inexplicable en caso contrario”.[12]
6. Las profecías de Daniel 7, 8, 10 y 12 nos llevan al “tiempo del fin” (8:17; 11:35, 40, 12:4, 9), el que es seguido por la resurrección (12:12) y el establecimiento del Reino eterno de Dios (7:27).
“El período histórico al que se refieren estas profecías se extiende desde los días del profeta, en el siglo VI a.C., y llegan hasta nuestros días, y aún más allá. Es evidente, entonces, que períodos literales de sólo 32 a 62 años no pueden llegar hasta al tiempo final; por eso, es necesario que consideremos que esos períodos proféticos son simbólicos, aplicables a lapsos más largos, que llegan hasta la época histórica del tiempo del fin”.[13]
7. La única medida de tiempo que no se usa en las profecías de Daniel y Apocalipsis es el año. Hablan de días, semanas y meses, pero nunca de “años”. La explicación más obvia es que, precisamente, “año” es la unidad de tiempo a la que se refieren.
8. Hay una cantidad de textos, en los relatos históricos del Antiguo Testamento, en los que la palabra “día” se aplica a “año” (Éxo. 13:10; 1 Sam. 2:19; Juec. 11:40, etc.). También en las porciones poéticas del Antiguo Testamento la palabra “día”, a veces, aparece en paralelo con la palabra “año” (Job 10:5; 32:7; 36:11; Sal. 77:5; 90:9, 10; etc.). “Estos dos usos proporcionan un fundamento adecuado para la idea de que se podría llegar a una aplicación cuantitativa más definida de esta relación en los textos apocalípticos”.[14]
9. En Números 14 y en Ezequiel 4, el Señor deliberadamente usó el principio de día por año como un recurso pedagógico. “Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día; y conoceréis mi castigo” (Núm. 14:34). Y, en una parábola representada, se pidió al profeta Ezequielque se acostara durante 390 días sobre su lado izquierdo, y cuarenta días sobre su lado derecho, “día por año, día por año te lo he dado” (Eze. 4:6).
10. En Daniel 9:24 al 27, las 70 semanas de la profecía se cumplieron matemáticamente, si empleamos, para interpretarla, el principio de día por año. Muchos estudiosos, que en otros textos apocalípticos no aplican el principio de día por año, reconocen, sin embargo, que las 70 semanas son realmente “semanas de años”; que parten de los tiempos del Imperio Medo-Persa y llegan hasta los de Cristo. De este modo, la prueba pragmática de Daniel 9 confirma la validez del principio de día por año.
Referencias al uso del principio de día por año se encuentran en documentos producidos en la época que se extendió entre los dos Testamentos. Se encuentran entre los documentos de Qumram y en otros escritos judíos de aquel tiempo;[15] por lo tanto, el método historicista de interpretación profética no es un invento que llegó tarde al escenario teológico. Por el contrario, reposa sobre sólidos fundamentos bíblicos e históricos. Y, a pesar de lo que algunos pretendan, no es un método perimido que pertenece al pasado, sino un principio válido de interpretación profética perfectamente aplicable en la actualidad.
Los adventistas creemos que el suceso descrito en Daniel 7 es un juicio investigador previo al Advenimiento. ¿Tiene esta idea alguna base bíblica, o es sólo un invento adventista antibíblico, como lo afirman algunos?
El testimonio bíblico
Desde el principio, en el trato de Dios con la humanidad caída, tal como se presenta en Génesis 3, podemos observar el desarrollo de un procedimiento judicial. Primero, el Señor investiga: “¿Dónde estás tú?” “¿Quién te dijo que estabas desnudo?” “¿Comiste del árbol?” “¿Qué has hecho?” (Gén. 3:9-13). Después, anuncia su sentencia en los versículos 14 al 19. El mismo método se observa en la forma en que trató Dios a Caín (Gén. 4:9- 12), y en la suerte de Sodoma y Gomorra. Es interesante observar que el Nuevo Testamento nos explica que Sodoma y Gomorra fueron “ejemplos”, o tipos del juicio final de Dios (2 Ped. 2:9; Jud. 7). Lo más importante de los capítulos 18 y 19 del Génesis son las investigaciones y las deliberaciones de Dios, previas al anuncio de sus castigos.
En los escritos proféticos, Israel y otras naciones aparecen a veces delante del tribunal divino. Se practica una investigación, se establecen los hechos, se convoca a los testigos y, finalmente, se pronuncia una sentencia (Isa. 5:1-7; 43:8-13, 22-28). la secuencia es siempre la misma: pecado, investigación y juicio.[16]
La idea de un juicio investigador previo al Advenimiento también aparece en el Nuevo Testamento. La parábola de las bodas, en Mateo 22, es un ejemplo de ello. “Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda” (vers. 11). La inspección del rey representa un proceso de investigación, cuyo resultado fue determinar quiénes de entre los invitados podían seguir en la fiesta y quiénes no. Es una representación del juicio investigador, que en este momento está sesionando en el cielo.
Otros textos del Nuevo Testamento que presuponen un juicio previo al Advenimiento son Juan 5:28 y 29 -donde se mencionan dos resurrecciones, una para vida, y otra para condenación-, y Apocalipsis 20:4-6. La mayor parte de los exégetas está de acuerdo en que Apocalipsis 20 enseña que hay dos resurrecciones separadas por un lapso de mil años. En vista de que sólo los “bienaventurados y santos” participarán de la primera resurrección, debe de haber habido un juicio previo, a fin de determinar quiénes formarían parte de ese grupo.
El teólogo luterano Joseph A. Seiss reconoció este hecho cuando escribió: “La resurrección y los cambios que experimentarán los vivos en un abrir y cerrar de ojos serán los frutos y la concreción de un juicio previo; serán las consecuencias de un juicio que ya se habrá llevado a cabo en relación con ellos. En realidad, los seres humanos no resucitarán ni serán trasladados para que entonces venga el juicio. La resurrección y la traslación serán los resultados de un juicio que ya se habrá celebrado. Los muertos en Cristo resucitarán primero, porque ya se los habrá juzgado aptos para estar con Cristo, y los santos vivos se reunirán con ellos en las nubes, porque ya se habrá juzgado que son santos y que han vencido al mundo”.[17]
La cosecha de la tierra está precedida, en Apocalipsis 14, por el mensaje del primer ángel: “Temed a Dios y dadle honra, porque la hora de su juicio ha llegado” (vers. 7). La sucesión de los eventos descritos en este capítulo indica claramente que el juicio del versículo 7 precede a la ejecución del juicio en ocasión de la segunda venida de Cristo, descrita a partir del versículo 14 y hasta el 20.[18]
Es evidente, entonces, que las Escrituras se refieren a un juicio investigador previo a la Segunda Venida.
El juicio de Daniel 7
El capítulo 7 de Daniel es esencialmente una visión, la interpretación que le da el profeta a esa visión y su reacción ante ella. El capítulo contiene un prólogo (vers. 1, 2) y un epílogo (vers. 28). En la visión, se describen cuatro animales, y el foco se concentra en el cuarto, que tiene diez cuernos, entre los cuales surge uno más pequeño. En el resto del capítulo, ese cuerno pequeño se convierte en el principal enemigo del Altísimo y de sus santos.
Mientras las actividades del cuerno pequeño prosiguen en la tierra, la atención de Daniel se dirige a la escena del juicio que se celebra en el cielo (vers. 9-14), en el que se condena al cuerno pequeño, se vindica a los santos y se recibe a “uno como Hijo de hombre”, a quien se le da la gloria y el dominio del reino.[19] El pasaje del juicio, en Daniel 7:9-14, contiene tres escenas: un juicio en el cielo (vers. 9, 10); el fin del cuarto animal -es decir, el resultado del juicio (vers. 11, 12)-; y la recepción del reino por parte del Hijo del Hombre (vers. 13, 14).
Es importante recordar que este juicio se desarrolla en el cielo, mientras el cuerno pequeño sigue actuando en la tierra. En la parte final del versículo 8, Daniel lo escucha proferir insolencias. Entonces, su atención se dirige a la escena del juicio celestial (vers. 9, 10). Después de describirla, su atención vuelve a las “grandes cosas” que decía el cuerno pequeño. A continuación, se refiere a él y a los animales que perdieron su dominio, aunque se les prolongó la vida aquí en la tierra (vers. 11, 12); enseguida, la visión vuelve al Reino celestial y a la victoria final del plan de Dios (vers. 13, 14).
El tiempo del juicio
Tres pasajes de Daniel 7 se refieren, sin lugar a dudas, al juicio. Se encuentran en los versículos 9,14, 21, 22 y 26. Puesto que los actos del cuerno pequeño son simultáneos, por lo menos en parte, con el juicio celestial, no puede tratarse del juicio final de Apocalipsis 20; al contrario, debe ser un juicio previo que se desarrolla en el cielo antes de la segunda venida de Cristo, como siempre lo han creído los adventistas. Además, esto ha sido reconocido también por muchos eruditos no adventistas. El autor católico-romano E Düsterwald, por ejemplo, escribió lo siguiente:
“No hay duda de que el profeta Daniel describe aquí el juicio de Dios con respecto a ciertos poderes hostiles. Ese juicio termina con la total condenación de los imperios mundiales y el triunfo de la causa de Dios. Pero el juicio que se describe aquí no es el juicio del mundo, como muchos antiguos intérpretes lo imaginaron; no se trata de que Dios juzga la tierra; aquí se nos informa que el lugar del juicio es el cielo. El contexto indica que éste es un juicio preliminar, que después quedará confirmado por el juicio general del mundo”.[20]
El erudito protestante T. Robinson calculó que ese juicio se estaría desarrollando durante el siglo XIX, cuando él escribía su comentario acerca de Daniel. Mencionó lo siguiente: “Como ya se pudo observar, éste no es el juicio general que ocurrirá al finalizar el reino de Cristo en la tierra o, como se dice comúnmente, en el fin del mundo. Parece que es un juicio invisible, que se desarrolla bajo un velo, y que se revela por sus efectos y por la ejecución de su sentencia. Provocado por las palabras insolentes del cuerno pequeño y seguido por la conclusión de su dominio, parece que ya comenzó. Pero, como la sentencia todavía no se ha ejecutado, puede estar sesionando aun ahora mismo”.[21]
A quién se juzga
En ese juicio, se abren los libros y se los analiza (Dan. 7:10). En el Antiguo Testamento hay referencias al “libro de los vivientes” (Sal. 69:28), a un “libro de memoria” que fue escrito (Mal. 3:16), y a los libros de Dios (Éxo. 32:32; Sal. 56:8). El mismo pensamiento aparece en la literatura judía posterior (1 Enoc 47:3) y en el Nuevo Testamento (Fil. 4:3; Apoc. 3:5; 20:12; 21:27). Pero la gran pregunta es la siguiente: “¿A quién se juzgará sobre la base de los datos anotados en esos libros?” Del contexto, deducimos que en este juicio se juzga:
1. Al pueblo de Dios. Si consideramos que “se da el juicio a los santos del Altísimo” (Dan. 7:22), de alguna manera, se juzga a este pueblo. Este hecho no se reconoce fuera del ambiente adventista. Puesto que muchos cristianos no adventistas aceptan la inmortalidad del alma, creen que la futura condición de una persona se decide en el momento de su muerte. Un juicio previo al Advenimiento, por lo tanto, en el que se toma una decisión final en cuanto a la salvación de alguien, no tiene sentido para esos cristianos; entienden que el muerto ya está en el cielo o en el infierno. En el caso de los católicos, también algunos de ellos estarían en el purgatorio.
2. Al cuerno pequeño. La descripción de la escena del juicio contiene varias referencias al cuerno pequeño (vers. 8, 11). Deducimos que el juicio también lo alcanza. “La evidencia contextual interna sugiere que los santos y el cuerno pequeño comparten el veredicto del juicio previo al Advenimiento”.[22] Los santos, porque reciben el reino (vers. 27); al cuerno pequeño ya se la ha quitado el dominio. Quiere decir que la vindicación de los santos (vers. 22) implica la condenación del cuerno pequeño.
Propósito del juicio
El objetivo principal del juicio previo al advenimiento consiste en confirmar definitivamente la salvación y la vindicación del pueblo de Dios (vers. 22). “Muchas veces, algunos de esos santos fueron juzgados por los tribunales de la tierra como culpables de diversos crímenes, en circunstancias que en realidad estaban sirviendo a Dios y a los hombres. En el juicio previo al advenimiento, el tribunal celeste revierte esa injusticia. Así vindicará Dios a sus santos”.[23]
Además de vindicar a los santos y condenar al cuerno pequeño, este juicio también vindica la justicia de Dios en su trato con la humanidad. Cuando los seres no caídos del universo examinan los informes relativos a los santos durante este juicio, llegan a la conclusión de que Dios ha sido justo y misericordioso en cada caso. De esta manera, será vindicado el carácter de Dios, que fue el punto crucial del gran conflicto entre Cristo y Satanás.
Así llegamos a la conclusión de que Daniel 7 describe la realización de un juicio que se desarrolla antes de la segunda venida de Cristo. Ese juicio abarca al pueblo de Dios y al cuerno pequeño. Mientras que ese poder tiránico se extingue, el pueblo de Dios experimenta la justicia salvadora y recibe la vida eterna.
Además, durante el proceso de este juicio, Dios mismo será vindicado ante el universo. En ocasión de la segunda venida de Cristo, cuando se distribuyan los galardones, los que mantuvieron una relación viva con el Salvador, y cuyos nombres permanecen inscritos en el libro de la vida, participarán del Reino eterno.
Sobre el autor: Doctor en Teología. Director asociado del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General.
Referencias:
[1] Walter R. Martin, Kingdom of the Cults [El reino de las sectas] (Grand Rapids: Zondervan, 1995), p. 407.
[2] Desmond Ford, Daniel 8:14: The Day of Atonement and the Investigative Judgment [Daniel 8:14: El Día de la Expiación y el juicio investigador] (Casselbeny, Florida: Euangelion Press, 1980).
[3] El juego de los siete tomos de esta obra está disponible en el Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General, como también en cualquier sociedad de publicaciones de la Iglesia Adventista en los Estados Unidos.
[4] W. R. Lesher y Frank B. Holbrook, “Informe final de la Comisión de Daniel y Apocalipsis”, Symposium on Revelation [Simposio acerca del Apocalipsis], editado por Frank. B. Holbrook (Silver Spring, Maryland: Instituto de Investigaciones Bíblicas, 1992), t. 7, p. 455.
[5] Dewey M. Beegle, Prophecy and Predictions [La profecía y las predicciones] (Ann Arbor Pryor Petengill, 1978), p. 90.
[6] William G. Johnsson, 70 Weeks, Leviticus, Nature of Prophecy [Las 70 semanas, el Levítico y la naturaleza de la profecía] (Washington, DC: Instituto de Investigaciones Bíblicas, 1986), t. 3, p. 278.
[7] Thomas R. Birks, First Elements of Sacred Prophecy (Los primeros elementos de la profería sagrada] (Londres: William E. Painter, 1843).
[8] H. G. Guinness, The Approaching End of the Age, Viewed in the Light of History, Prophecy and Science [La proximidad del fin del mundo, visto a la luz de la historia, la profecía y la ciencia] (Londres: Hodder & Stoughton, 1882).
[9] Desmond Ford, Daniel (Nashville, Tennessee: Southern Publishing Association, 1978), pp. 300-306.
[10] En su último comentario acerca de Daniel, él niega que las 70 semanas hayan sido separadas de los 2.300 años de Daniel 8, y añade: “Tampoco considero que el principio de día por año se deba aplicar al estudio de las profecías de Daniel, aunque reconozco que es una ayuda providencial relativa a los largos siglos de la demora de Cristo” (Ford, Daniel and the Coming King [Daniel y el Rey venidero] [Newcastle, California: Desmond Ford Publications, 1996], p. 298).
[11] Ver Ford, Daniel, pp. 300-306, y William H.
Shea, Selected Studies on Prophetic Interpretation [Estudios selectos acerca de la interpretación profética] (Silver Spring, Maryland: Instituto de Investigaciones Bíblicas, 1992), t. 1, pp. 67-104.
[12] Thomas R. Birks, Ibíd., p. 352.
[13] William H. Shea, Ibíd., p. 73.
[14] Ibíd., p. 103.
[15] Ibíd., pp. 106-110.
[16] Ibíd., pp. 1-29.
[17] A. Seiss, The Apocalypse [El Apocalipsis] (Grand Rapids: Zondervan, 1973), p. 136.
[18] Samuele Bacchiocchi, Adventist Affirm [Afirmación adventista] (otoño de 1994), pp. 37-44.
[19] Arthur J. Ferch, The Son of Man in Daniel Seven [El Hijo del hombre en Daniel Siete], tesis doctoral (Berrien Springs, Michigan: Universidad Andrews, 1979).
[20] F. Düsterwald, Die Weltreiche und das Gottesreich (El reino del mundo y el reino de Dios] (Friburgo, Herder’sche Verlagsbuch- handlung, 1980), p. 177.
[21] T. Robinson, Daniel, Comentario homilético (Nueva York, Funk y Wagnalls, 1892), t. 19, p. 139.
[22] Norman Gulley, Christ is Coming [Cristo viene] (Hagerstown, Maryland. Review and Herald, 1998), p. 413.
[23] William Shea, Ibíd., p. 328.