El Juicio Investigador en Profecía, en Símbolo y en Principio Bíblico

Como hemos indicado en la primera parte, los adventistas del séptimo día creen que en la segunda venida de Cristo el destino eterno de todos los hombres quedará determinado irrevocablemente por las decisiones de una corte de justicia. Obviamente, tal juicio se realizará mientras los hombres aún estén viviendo sobre la tierra completamente ignorantes de lo que está sucediendo en el cielo. Es difícil suponer que Dios fracase en advertir a los hombres en cuanto a ese inminente juicio y sus resultados. Los adventistas creen que la profecía anuncia ciertamente ese juicio y señala verdaderamente el tiempo preciso de su comienzo. Además, la profecía predice un mensaje mundial que se ha de predicar a cada nación de la tierra en el que se advierte de la iniciación de ese juicio.

1. LAS PROFECIAS DEL JUICIO

  1. LA CORTE CONVOCADA EN EL CIELO. —El profeta Daniel describe gráficamente una obra de juicio: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos… Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dan. 7:9-14).

  Esta escena presentada al profeta forma parte de una visión mayor referente a cuatro bestias. Un ángel explicó que representaban cuatro reinos o dominios consecutivos que iban a regir al mundo hasta que el Dios del cielo estableciera un reino habitado exclusivamente por sus santos. “Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo” (vers. 17, 18). Puesto que estos cuatro reinos mundiales son análogos a la visión de Daniel 2, donde se dice que el primer reino es Babilonia, esta visión de Daniel 7 debe abarcar desde los tiempos del profeta hasta la segunda venida de Cristo, cuando será establecido su eterno reino de justicia. Es importante observar esto, porque el juicio descripto en los versículos 9-14 se lleva a cabo antes del fin del tiempo. Algunas de sus decisiones referentes a la bestia se ejecutan en tanto los asuntos del mundo van progresando y la supresión del dominio de la bestia bajo el control del cuerno pequeño es una obra progresiva que continúa “hasta el fin” (vers. 26).

  Otra declaración de la profecía ayuda a situar al juicio en su perspectiva adecuada. Una de las obras del juicio es la de dar al “Hijo de hombre” “dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran” (vers. 13, 14). Esto debe suceder antes de la segunda venida de Cristo, porque cuando venga a este mundo en busca de sus santos lo hará coronado como Rey (Apoc. 14:14; 19:14-16), en toda la gloria de su Padre y de sus santos ángeles y, de acuerdo con la descripción bíblica de la escena en el libro de Apocalipsis, ningún pecador rebelde se atreverá a disputar su dominio, sino que huirá aterrorizado de su presencia (Apoc. 6:15, 16).

  Con T. Robinson (“Daniel”, The Preacher’s Homiletic Commentary [Comentario homilético del predicador]) convenimos que el juicio que aquí se predice precede a la segunda venida de Cristo:

  “Delante de nosotros tenemos un pasaje de grandeza y sublimidad abrumadoras: la descripción de una escena de tremenda solemnidad. El pasaje presenta el trono de juicio de Dios, con miríadas de ángeles asistentes y la sanción de condenación dictada sobre una gran parte de la raza humana. En realidad, el juicio no es igual al juicio general de Apocalipsis 20. Es más bien el juicio de las cuatro bestias, o del Imperio Romano con sus diez cuernos o reinos, y más especialmente del ‘cuerno pequeño’, cuyo orgullo, afán persecutorio y blasfemia constituyen los principales cargos…

El tiempo del juicio. Como ya se ha observado, éste no es el juicio general que se lleva a cabo en la terminación del reino de Cristo sobre la tierra o el fin del mundo, como se lo llama más comúnmente. Más bien parece ser un juicio invisible realizado dentro del velo y revelado por sus efectos y la ejecución de su sentencia. Puesto que es originado por las ‘grandes palabras’ habladas por el cuerno pequeño y seguido por la supresión de su dominio, puede parecer que ya se ha celebrado. Pero como no obstante la sentencia todavía no se ha ejecutado de ningún modo, ese juicio puede estar celebrándose ahora” (págs. 136, 139).

  La profecía de Daniel 7 contiene otro indicio referente al tiempo del juicio descripto en la visión. En armonía con una posición protestante largamente sustentada, los adventistas creen que el cuerno pequeño de los versículos 8, 24 y 25 es un símbolo del papado, el cual ha hablado “palabras contra el Altísimo” y ha pensado “en cambiar los tiempos y la ley” (vers. 25), El cuerno pequeño iba a tener dominio sobre los santos durante “tiempo, y tiempos, y medio tiempo” (vers. 25). Se ha interpretado durante largo tiempo que este período es de 1260 años, fijándose su extensión entre los años 538 y 1798, y marcándose su fin con la captura del papa por parte del general francés Berthier. Fue precisamente en ese punto de la explicación cuando el ángel dijo: “Pero se sentará el Juez, y le quitarán su dominio” (vers. 26). Aparentemente, el juicio debe celebrarse en tanto que se va quitando su dominio al cuerno pequeño.

  2. LA HORA DEL JUICIO DE DIOS. —

  En el libro de Apocalipsis se descubre un indicio del Nuevo Testamento acerca del tiempo del juicio investigador. “Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:6, 7). Estos dos versículos son parte de una visión presentada al apóstol Juan en la cual vio tres ángeles con mensajes sucesivos para los hombres.

  Creemos que estos mensajes deben ser proclamados por mensajeros humanos dirigidos por Dios para advertir al mundo acerca de los catastróficos sucesos finales y para preparar a los hombres para encontrarse con Cristo en gloria. Los tres mensajes angélicos preceden inmediatamente a la segunda venida, según se la describe en el versículo 14 del mismo capitulo.

  Nuevamente tenemos la descripción de un juicio que se lleva a cabo antes de la segunda venida de Cristo. Pero también aquí hay otro rasgo interesante. Este juicio queda descripto con la frase “la hora de su [de Dios] juicio ha llegado”. En varios textos del Nuevo Testamento hallamos la expresión “el día del juicio” (Mat. 12:36: 2 Ped. 2:9; 3:7; 1 Juan 4:17), casi siempre con la inferencia de que se trata de un tiempo en el que se castigará el pecado. El apóstol Pedro iguala “el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Ped. 3:7) con “el día del Señor… en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (vers. 10). Pero para nuestro modo de ver “la hora de… juicio” es diferente. Aquí tenemos un mensaje que afirma que “la hora de su juicio ha llegado”, y que se está proclamando en tanto que las naciones y tribus están aquí, sobre la tierra, para recibirlo. Hay otros dos mensajes que siguen a éste y que exhortan a los hombres a abandonar su relación con la apostasía, simbolizada por Babilonia, y les aconsejan no recibir la marca de lealtad a un poder que se opone a Dios simbolizado por una bestia. A nosotros nos parece incontrovertible la afirmación de que el juicio que se realiza en esta ‘‘hora” se produce antes de la venida de Cristo en gloria y mientras los hombres aún se hallan sobre la tierra.

  Este juicio que se lleva a cabo antes del segundo advenimiento y en el cual se decidirá el destino eterno de cada ser humano debiera ser de supremo interés para toda la humanidad. Si hay algo que los hombres pudieran hacer para influir sobre las decisiones de ese juicio, ciertamente cada persona desearía saber cuándo se va a celebrar y cómo puede relacionarse con él a fin de asegurarse una decisión favorable para su propio caso. Los adventistas creen que el tiempo del juicio está anunciado en la profecía, y que los hombres pueden ser advertidos con anticipación. Comentaremos la naturaleza del juicio investigador después de considerar la profecía referente al tiempo que fija la fecha de este importante acontecimiento.

3. EL TIEMPO DEL JUICIO. —La profecía bíblica que revela el tiempo del juicio se halla en Daniel 8: 14: “Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”. La relación existente entre la purificación del santuario y el juicio investigador será comentada en la sección siguiente. Aquí trataremos solamente lo relacionado con el tiempo de la profecía.

  Creemos que el período de 2300 días de Daniel 8: 14 debe interpretarse bajo el principio bíblico de que un “día” profético representa un año literal. En otras palabras, que los 2300 días son un tiempo simbólico. La justificación bíblica de este procedimiento se halla en Ezequiel 4:6 y Números 14:34. Los 2300 días que preceden a la purificación del santuario, interpretados como años, se extienden desde una fecha antigua hasta tiempos muy recientes. Ya hemos demostrado anteriormente que la única base bíblica satisfactoria propuesta hasta ahora para computar esta profecía, es darle como punto de partida la misma fecha que a las setenta semanas de años mencionadas en Daniel 9. En ese comentario hemos demostrado que los detalles proféticos concuerdan exactamente cuándo a ambos períodos se les fija como fecha de partida la del decreto expedido en el séptimo año de Artajerjes Longimano y puesto por obra por Esdras en el año 457 AC. 2300 años contados a partir de esta fecha conducen hasta el año 1844 DC.

  Por lo tanto, los adventistas creen que en 1844 iba a comenzar algún importante suceso de los planes de Dios: en el lenguaje simbólico de la profecía “el santuario” sería “purificado”. Pero es apropiado preguntar cómo la purificación del santuario denota que en el cielo se ha de realizar un juicio investigador. La respuesta se halla en parte en la comprensión del simbolismo del antiguo santuario judío.

II. EL JUICIO INVESTIGADOR EN EMBLEMA Y SIMBOLO

  El santuario en el desierto y el templo de los días posteriores fueron vividas lecciones objetivas en el gran plan de redención de Dios para la redención de la raza humana. Nótense los siguientes puntos:

  1. Había dos fases del ministerio: a) la que se llevaba a cabo en el atrio externo y en el lugar santo cada día del año (Heb. 9:6), y b) la que se llevaba a cabo en el lugar santísimo una vez por año (vers. 7).

   2. La obra cumplida diariamente en el atrio externo y en el lugar santo era en un sentido particular la obra de reconciliación por los hombres. En contraste, la que se llevaba a cabo anualmente en el lugar santísimo era mayormente una obra de juicio. El perdón por los pecados se recibía cada día del año (incluyendo el día de la expiación). Pero este último era un día especial en que los pecados confesados eran además borrados. Creemos que en ese día Dios le daba a Israel una ilustración gráfica de su propósito de eliminar para siempre el pecado de su universo.

  3. Había tres grupos especiales de ofrendas de sacrificio en el servicio simbólico: a) los sacrificios de la mañana y de la tarde (hebreo, el tamid —“el continuo”), b) las ofrendas individuales del pecador, y c) las ofrendas especiales del día de la expiación.

  4. Cada día del año, de mañana y de tarde, se ofrecían sacrificios en favor del pueblo. De esa manera se proveía de expiación para todos los hombres, no importa cuál fuese la actitud de ellos hacia esa provisión. Dondequiera viviese el pueblo podía elevar su corazón a Dios, volver su rostro a Jerusalén, confesar sus pecados y beneficiarse con las bondadosas provisiones de la expiación (1 Rey. 8: 30). Además, el pecador individual traía su propio sacrificio si se le presentaba la oportunidad. Esos sacrificios personales eran expresión de su fe y de su aceptación de las provisiones divinas hechas para su salvación del pecado.

  5. Los sacrificios especiales del día de la expiación, sindicado ya como día de juicio, eran de una naturaleza diferente. En primer lugar estaban los sacrificios que ofrecía el sumo sacerdote por él y por su casa. Pero la principal ofrenda de sacrificio en ese día se denominaba “el macho cabrío del Señor”. Se empleaban dos machos cabríos, pero uno (el de Azazel) no era un sacrificio. Su sangre no era derramada. Únicamente la sangre del macho cabrío del Señor proporcionaba la sangre purificadera y limpiadora.

  6. El servicio en ese día era particularmente importante: a) la salvación para el pueblo era, como siempre, provista por los sacrificios de la mañana y de la tarde; pero durante ese día no había ofrendas individuales; b) la sangre del macho cabrío del Señor era para el pueblo (Heb. 7:27); era para hacer expiación para el pueblo (Lev. 16:30); era “para hacer expiación una vez al año por todos los pecados de Israel” (vers. 34); era para “todo el pueblo de la congregación” (vers. 33); c) una vez que se hacía esto, la misma sangre expiadora, en forma simbólica, limpiaba el lugar santísimo, los altares, el lugar santo y todo el tabernáculo: d) cuando se completaba la obra expiatoria por el pueblo y por el santuario, y todos los que estaban dispuestos a ser reconciliados eran reconciliados, entonces, y esto lo subrayamos, y no antes, entraba en escena el segundo macho cabrío (para Azazel). Leemos: “Cuando hubiere acabado de expiar el santuario y el tabernáculo de reunión y el altar, hará traer el macho cabrío vivo” (Lev. 16:20). En el acto que a continuación cumplía el sumo sacerdote se le daba al pueblo —repetimos— una lección objetiva de lo que Dios se propone hacer en los días finales. Los pecados se colocaban sobre la cabeza del macho cabrío vivo y luego era enviado al desierto.

  7. Un estudio cuidadoso de todos los servicios de sacrificios del santuario pone en evidencia que existía un principio fundamental y definido en todos esos símbolos —que el pecado se transfería del pecador culpable tanto a la víctima del sacrificio como al sacerdote mismo. El oferente ponía sus manos sobre la cabeza de la víctima, confesando simbólicamente su pecado y colocándolo sobre el animal sustituto que había de morir en su lugar. Cuando se asperjaba la sangre, el pecado quedaba registrado en el santuario. Por medio del profeta, Dios dijo: “El pecado de Judá… esculpido está… en los cuernos de sus altares” (Jer. 17:1). Cuando el sacerdote comía de la carne de la víctima, también cargaba con el pecado (Lev. 10:17). El pecador individual era perdonado y así liberado de su pecado, pero en las manchas de sangre que quedaban en el santuario podía percibir en símbolo un registro de los delitos que de buena gana hubiese querido ver borrados y quitados para siempre. En el día de la expiación, cuando la sangre del macho cabrío era asperjada sobre todos los muebles del santuario tanto como sobre el altar de los holocaustos, se eliminaban los registros acumulados de los pecados del año. La Escritura dice que el sumo sacerdote “así purificará el santuario, causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera también hará al tabernáculo de reunión” (Lev. 16:16). “Y saldrá al altar que está delante de Jehová, y lo expiará… Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel” (vers. 18, 19). “En este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová” (vers. 30).

   El cuadro simbólico parece claro. Los pecados de los israelitas, registrados en el santuario por la sangre esparcida de las víctimas de los sacrificios, eran eliminados y se acababa totalmente con ellos en el día de la expiación. El lenguaje empleado para describir la transacción sugiere la destrucción o expurgación del mismo registro del mal.

  8. El día de la expiación era definitivamente considerado por los hebreos como un día de juicio, como se echa de ver por lo siguiente:

“Se creía que en el día de año nuevo… eran anotados los decretos divinos, y que en el día de la expiación… se sellaban, de modo que a la decena [de días] se la conoce por el nombre de ‘días terribles’, y ‘los diez días de penitencia’. Tan terrible era el día de la expiación que se dice en un libro judío de ritual que los mismos ángeles corren de aquí para allá, temerosos y temblando, mientras exclaman: ‘¡He aquí, el día del juicio ha llegado!’” (F. W. Farrar, The Early Days of Christianity, págs. 237, 238).

  “Aun los ángeles, se nos dice en el ritual, son presas del temor y el temblor; corren de aquí para allá y dicen, ‘he aquí el día del juicio ha llegado’. El día de la expiación es el día del juicio” (Paul Isaac Hershon, Treasures of the Talmud, 1882, pág. 97).

  “Dios, sentado en su trono para juzgar al mundo, al mismo tiempo Juez, Intercesor, Perito y Testigo abre el Libro de Registros… Suena la gran trompeta; se oye una voz tranquila y suave; los ángeles se estremecen, diciendo, éste es el día del juicio… En el día de año nuevo se escribe el decreto; en el día de la expiación se confirma quién vivirá y quién ha de morir” (The Jewish Encyclopedia, tomo 2, pág. 286).

III. EL SANTUARIO CELESTIAL Y SU PURIFICACIÓN

  La purificación del santuario profetizada en Daniel 8:14 que ocurre al final de los 2300 días, o años, como lo hemo mostrado, no podía aplicarse el antiguo tabernáculo judío, porque ese santuario ha dejado de existir hace casi dos mil años. El santuario terrenal y su servicio, como lo hemos indicado en las preguntas 31 y 33, era simplemente un tipo o símbolo de la obra de Cristo en la salvación de los hombres por medio de su muerte en la cruz y de su ministerio ante el Padre en favor de ellos. El libro de Hebreos expone claramente que Cristo es sumo sacerdote en un santuario en el cielo (Heb. 8:2), donde él ministra los méritos de su sacrificio a los pecadores arrepentidos y a los santos devotos (Heb. 9:14, 15). Creemos, entonces, que es la purificación de este santuario celestial lo que ha de cumplir la profecía de Daniel 8:14.

  ¿Pero cómo podía el santuario del cielo necesitar purificación? En él símbolo, los pecados de los israelitas manchaban el santuario, y en el día de la expiación era purificado de todos esos pecados. Pero la Escritura también habla de la purificación del santuario celestial: “Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que éstos” (Heb. 9:23). Aquí parece claro que por la fraseología la expresión “las figuras de las cosas celestiales” se refiere al santuario o templo en los días de Israel. Después de decir esto, el autor menciona que “las cosas celestiales mismas” necesitan ser purificadas “con mejores sacrificios que éstos”.

  Esto, desde luego, puede ser difícil de entender a la luz de nuestro concepto de que todo en el cielo debe ser puro y santo.

  Los eruditos han pensado mucho en este asunto. Después de revisar varios puntos de vista expuestos por varios autores, el profesor Henry Alford destaca:

  “Pero esto no llena los requerimientos del caso. Allí no habrá así purificación, en lo que atañe a las relaciones de Dios y los hombres: en absoluto, a lo que pudiera aplicarse en alguna manera el efecto propiciatorio de la sangre. Por lo tanto debemos apoyarnos en el sentido llano y literal: que el cielo mismo necesitaba, y obtuvo, purificación por la sangre expiatoria de Cristo” (The Greek Testament, 1864, pág. 179).

Acerca de cómo se produjo esa contaminación, A. S. Peake, otro esmerado erudito, expresa:

“Lo que quiere significarse por la purificación del santuario celestial debe determinarse por lo que significa cuando se lo aplicó al terrenal. El ritual del día de la expiación estaba destinado no sólo a expiar los pecados del pueblo sino a hacer expiación por el santuario mismo. El sentido de esto parecería ser que el constante pecado de Israel había comunicado una cierta impureza al santuario. De un modo similar podría suponerse que el pecado de la humanidad ha arrojado su sombra aun en el cielo” (New-Century Bible, “Hebrews”, pág. 191; la cursiva es nuestra).

  Y el muy conocido Dr. Brooke Foss Westcott agrega:

  “La sangre de Cristo por la cual se inauguró el nuevo pacto estaba también disponible para la purificación del arquetipo celestial del santuario terrenal…

  “Puede decirse que aun las ‘cosas celestiales’, hasta donde incluyen las condiciones de la vida futura del hombre, contrajeron por la caída algo que exigía limpieza” (The Epistle to the Hebrews, 1903, págs. 271, 272).

  En el santuario del cielo, el registro de los pecados es la única equivalencia de la contaminación del santuario terrenal. En la siguiente sección mostraremos que los pecados de los hombres están registrados en el cielo. Es la eliminación, o borramiento, de estos pecados de los registros celestiales lo que cumple el símbolo expuesto en los servicios del día de la expiación. De esa manera el santuario del cielo puede ser purificado de toda contaminación. Esta conclusión no se basa únicamente en una interpretación de los símbolos. Hay muchas declaraciones de la Escritura, directas y positivas, acerca de los métodos de Dios en su trato con el pecado y el perdón, el juicio y las recompensas y castigos.