Pregunta 36 – Segunda Parte – Continuación

IV. EL METODO DE DIOS AL TRATAR CON EL PECADO Y LOS PECADORES

 1. DIOS LLEVA UN REGISTRO DE CADA PERSONA. —En la descripción del juicio dada a Daniel en visión se dice: “El Juez se sentó, y los libros fueron abiertos” (Dan. 7:10). Y el apóstol Juan escribió acerca del juicio final cuando los hombres y los ángeles malos reciban su castigo: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apoc. 20:12). Las decisiones del juicio, pues, están basadas en lo que está escrito en esos libros. No es admisible suponer que los libros mencionados sean libros de leyes, porque Juan dice que lo que está escrito en los libros es “según sus obras”. Evidentemente son libros de registro.

 Tampoco guarda la Biblia silencio acerca de lo que está escrito en los registros celestiales. Las Escrituras mencionan un libro de memorias: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero: y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe” (Mal. 3:16, 17). Este libro, aparentemente, contiene las buenas acciones de Jos hombres piadosos. El salmista puede haber estado pensando en los registros celestiales cuando escribió: “Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?” (Sal. 56:8).

 Pero las malas acciones de los hombres también son registradas: “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ecl. 12:14). Cristo advirtió a sus oyentes que “toda palabra ociosa” sería tenida en cuenta en el juicio (Mat. 12:36), y que por sus palabras, buenas o malas, los hombres serían justificados o condenados (vers. 37). Aun los pensamientos y los motivos están registrados en los libros celestiales, pues Pablo advierte que en el juicio el Señor “aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Cor. 4:5). Evidentemente el archivo celestial tiene una historia completa de la vida de cada individuo que haya vivido en la tierra, sin omitir nada que tenga algún peso sobre las decisiones que tomará el Juez omnipotente.

 En Apocalipsis 20 se menciona otro libro, el libro de la vida. Está mencionado por nombre o se hace evidente alusión a este libro en diversos libros de la Biblia. Moisés sabía de este registro especial, pues dijo “ráeme ahora de tu libro que has escrito” (Exo. 32:32), al interceder ante Dios para que perdonase a los rebeldes israelitas. Cristo dijo a sus discípulos: “Regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Luc. 10:20). Y Pablo menciona a los “colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida” (Fil. 4:3).

 El libro de la vida contendrá finalmente los nombres de aquellos que escaparán del castigo en el lago de fuego (Apoc. 20:15), y que tendrán el privilegio de entrar en la Nueva Jerusalén (Apoc. 21:27). En ocasión del juicio final, el libro de la vida contendrá solamente los nombres de aquellos que sean escogidos por el tribunal celestial para gozar de la recompensa de la vida eterna. Pero es claro que no son ésos los únicos nombres que hayan estado alguna vez en el libro de la vida. Moisés estaba dispuesto a que su nombre fuese borrado del libro. Y Dios mismo expuso la condición por la cual se efectuaría esa eliminación: “Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro” (Exo. 32:33). En visión el apóstol Juan oyó lo mismo expresado en otra forma: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Apoc. 3:5). Aquellos que obtengan la victoria sobre el pecado mediante los méritos de la sangre derramada por Cristo, serán conservados en el libro de la vida. Por el contrario, aquellos que no venzan serán borrados como pecadores contra Dios. El rey David, al identificar a sus enemigos con los enemigos de Jehová, dijo: “Sean raídos del libro de los vivientes, y no sean escritos entre los justos” (Sal. 69:28).

 Según esto parecería que este libro de la vida es el registro de aquellos que profesaron ser seguidores de Dios y emprendieron el camino hacia la vida eterna. El apóstol Pablo habla de “la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos” (Heb. 12:23). Hablando humanamente, diríamos que el libro de la vida es el registro de ¡a iglesia que se lleva en el cielo. En esa lista estarían todos aquellos a quienes Dios podría considerar como candidatos para su reino eterno, desde Adán hasta la última persona de la tierra que se vuelva anhelante a Dios no importa cuán limitada sea su comprensión del glorioso mensaje evangélico.

 La eliminación de nombres del libro de la vida es, creemos, obra del juicio investigador. El examen completo y exhaustivo de todos los candidatos a la vida eterna necesitará estar listo antes que Cristo venga en las nubes del cielo, pues cuando él aparezca las decisiones para la vida o la muerte ya habrán sido hechas. Los muertos en Cristo son llamados a la vida, y junto con los seguidores de Cristo que estén vivos son arrebatados (1 Tes. 4:15-17), para formar toda la ciudadanía del reino eterno. No habrá un tiempo posterior al segundo advenimiento para hacer tal decisión.

 2.LA ELIMINACION DEL PECADO. — Pero no sólo los nombres son eliminados del libro de ¡a vida. La Biblia también habla de la eliminación del pecado. David oró: “Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones” (Sal. 51:1), y “borra todas mis maldades” (vers. 9). Y Nehemías oró acerca de los enemigos de Dios y de su pueblo: “No cubras su iniquidad, ni su pecado sea borrado delante de ti” (Neh. 4:5). El apóstol Pedro anticipó el tiempo cuando, por el arrepentimiento de los hombres, sus pecados serían borrados (Hech. 3:19).

 Debe notarse la diferencia que se hace en las Escrituras acerca del perdón del pecado y el acto de ser borrado el pecado. El perdón de nuestros pecados es algo muy real y que puede ser conocido y experimentado mediante la fe viviente en nuestro Señor. En el divino acto del perdón, nuestros pecados son quitados de nosotros, y somos libres, salvos. Pero la destrucción final del pecado aguarda el día del ajuste de cuentas de Dios, cuando el pecado será borrado para siempre del universo de Dios.

 Las Escrituras enseñan claramente la diferencia entre perdonar y borrar los pecados. Tómese, por ejemplo, Mateo 18:23-35. Aquí se hace referencia a un siervo que le debe diez mil talentos a su rey. No teniendo nada con que pagar, ruega misericordia, el rey le perdona la deuda, y él sale sumamente aliviado. Sin embargo, halla a un consiervo suyo que le debe apenas cien denarios. Este segundo hombre tampoco tiene nada con que pagar, ruega misericordia y pide tiempo para pagar lo que debe. Pero aunque el primer siervo ha sido perdonado, ahora actúa en forma descortés y brutal hacia su consiervo, no tiene misericordia, y lo arroja a la cárcel. Cuando se entera el rey, se enoja y echa a su siervo al cual ha perdonado a la cárcel, hasta que pague toda su deuda.

 He aquí un caso en el cual el perdón otorgado es retirado. Jesús aplica la lección: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (vers. 35). Estamos de acuerdo, en principio, con las conclusiones de estos dos eruditos exégetas:

 R. Tuck (The Pulpit Commentary, sobre Mat. 18:35) dice: “La enseñanza de Cristo acerca de este punto tiene incluso un aspecto severo: hasta su perdón puede ser revocado si él comprueba, por nuestra conducta posterior al perdón, que éramos moralmente indignos de recibirlo” (pág. 242).

 Y B. C. Coffin añade en el mismo libro: “Su crueldad canceló el perdón que se le había otorgado. Su estado postrero fue peor que el primero. Aquellos que, habiendo sido una vez iluminados, caen de la gracia están en un terrible peligro. ‘Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado’” (pág. 223).

 También Alberto Plummer (Commentary on Matthew, Mat. 18:30, 35) declara: “El espíritu no perdonador provoca seguramente la ira de Dios, a tal punto que su generoso perdón a los pecadores cesa de manifestarse hacia ellos… Revive la culpabilidad de los pecados que ya les habían sido perdonados”.

 Ya nos hemos referido a la descripción que se hace en el libro de Ezequiel (Eze. 18:20-24) de la forma en que trata Dios a los santos y a los pecadores que cambian de conducta. Allí se le cancela el perdón al apóstata, así como en la parábola de Cristo el hombre tuvo que asumir nuevamente la responsabilidad de su enorme deuda. La cancelación real del pecado, entonces, no puede efectuarse en el momento en que el pecado es perdonado porque las acciones y actitudes posteriores pueden afectar la decisión final. En cambio el pecado permanece registrado hasta el fin de la vida, es más, las Escrituras indican que permanece hasta el juicio.

 La Biblia describe a Cristo como nuestro Abogado. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). Pero Cristo no puede ocuparse de nuestro caso a menos que se lo confiemos. No nos representará en contra de nuestra voluntad, ni obliga a los hombres a entrar en el cielo en contra de las decisiones de ellos. ¿Cómo le entregamos nuestra defensa? La Escritura dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Dios puede perdonarnos porque Cristo ha pagado la penalidad. Cristo es ahora el representante del pecador e intercede con los méritos de su propio sacrificio expiatorio en favor del pecador.

 Si en el cielo se registra cada detalle de la vida de cada hombre, entonces también están allí registradas sus confesiones y el hecho de que Cristo ha perdonado sus pecados. Bien puede aplicarse aquí el comentario del apóstol Pablo: “Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio” (1 Tim. 5:24). Las cosas secretas que no hemos querido confesar serán traídas a luz después que se abra el juicio (Ecl. 12:14; 1 Cor. 4:5).

 Cuando en el juicio le toca el turno al nombre de un verdadero hijo de Dios, el registro revelará que cada pecado ha sido confesado y perdonado mediante la sangre de Cristo. La promesa es: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Apoc. 3:5). Cristo establece el principio: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 10:32, 33). Parece claro para nosotros que debemos conservar nuestra lealtad durante toda la vida si esperamos que Cristo nos represente en el juicio.

 Cuando Cristo asume la defensa de un caso en el tribunal celestial, no hay la menor posibilidad de que pierda, pues él conoce todos los hechos y sabe aplicar el remedio. Cuando confiesa delante de Dios y de los ángeles santos que el pecador arrepentido está revestido del manto de su propio carácter inmaculado (la vestidura blanca que le será dada), nadie en el universo podrá negarle a esa persona salvada la entrada en el reino eterno de justicia. Ese, naturalmente, es el momento en que sus pecados serán borrados para siempre, pues Cristo lo reclama como suyo. Cuando todo caso sea decidido, del trono saldrá el decreto: “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Apoc. 22:11).

 La Biblia usa varias figuras para expresar la eliminación completa de los pecados de los hijos de Dios. El profeta Miqueas dice: “Sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq. 7:19). David describe así: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103:12). Mediante el profeta Jeremías, Dios prometió: “Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jer. 31:34). Y a través de Isaías Dios proclamó: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isa. 43:25). Parecería que Dios quisiera borrar del universo todo recuerdo del pecado, para que de esta triste y dolorosa experiencia de esta vida no haya más “memoria” ni más venga “al pensamiento” (Isa. 65:17). La eliminación completa de todo el trágico registro de los pecados es parte tan definida del plan de Dios como lo es el perdón.

 La siguiente descripción del juicio investigador, trazada por la pluma de Elena G. de White, está —creemos— basada enteramente sobre las verdades reveladas de la Palabra de Dios tal como las hemos expuesto en las páginas precedentes:

 “A medida que los libros de memoria se van abriendo en el juicio, las vidas de todos los que hayan creído en Jesús pasan ante Dios para ser examinadas por él. Empezando con los que vivieron los primeros en la tierra, nuestro Abogado presenta los casos de cada generación sucesiva, y termina con los vivos. Cada nombre es mencionado, cada caso cuidadosamente investigado. Habrá nombres que serán aceptados, y otros rechazados. En caso de que alguien tenga en los libros de memoria pecados de que no se haya arrepentido y que no hayan sido perdonados, su nombre será borrado del libro de la vida, y la mención de sus buenas obras será borrada de los registros de Dios… A todos los que se hayan arrepentido verdaderamente de su pecado, y que hayan aceptado con fe la sangre de Cristo como su sacrificio expiatorio, se les ha inscripto el perdón frente a sus nombres en los libros del cielo; como llegaron a ser partícipes de la justicia de Cristo y su carácter está en armonía con la ley de Dios, sus pecados serán borrados, y ellos mismos serán juzgados dignos de la vida eterna” (El Conflicto de los Siglos, págs. 536, 537).

 3. EL FIN DEL PECADO Y DE LOS PECADORES. —Los adventistas del séptimo día creemos que el período desde 1844 en adelante, hasta la segunda venida de Cristo, es el del juicio investigador. Hablamos de él como del verdadero día de la expiación, prefigurado por el día de la expiación simbólico. Pero durante este tiempo, como lo indicaba el servicio simbólico, la obra de la salvación prosigue continuamente para toda la humanidad, cumpliéndose así la condición prefigurada en el símbolo. Sin embargo, un poquito antes que nuestro Señor venga en toda su gloria, la misericordia cesará y el tiempo de gracia llegará a su fin, como lo indica Apocalipsis 22:11, 12.

 Cuando el sumo sacerdote del servicio simbólico concluía su obra en el santuario terrenal en el día de la expiación, salía a la puerta del santuario. Entonces se realizaba el acto final con el segundo macho cabrío, el macho cabrío para Azazel. Asimismo, cuando nuestro Señor complete su ministerio en el santuario celestial, él también saldrá. Cuando lo haga, el día de salvación se habrá terminado para siempre. Cada alma habrá hecho así su decisión a favor o en contra del divino Hijo de Dios. Entonces se carga sobre Satanás, el instigador del pecado, su responsabilidad por haber iniciado e introducido la iniquidad en el universo. Pero en ningún sentido Satanás hace expiación en forma vicaria por los pecados de los hijos de Dios. Cristo ya los llevó y los expió completa y vicariamente en la cruz del Calvario.

 Habiendo concluido su ministerio como sumo sacerdote, nuestro Salvador vuelve entonces a la tierra en gloria, y entonces Satanás es arrojado al pozo del abismo, donde él y sus asociados en la rebelión permanecen durante mil años (Apoc. 20:1). Esta es su cárcel, toda devastada. Luego, al fin de los mil años los impíos muertos son levantados a la vida, y juntamente con el diablo y sus ángeles son arrojados al lago de fuego. Esta será su recompensa: la muerte segunda, o muerte eterna (Apoc. 20:13-15). (Ver Pregunta 42.)

 En Malaquías 4:1 leemos: “Aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama”.

 Anticipando aquel día cuando todo vestigio de pecado habrá sido eliminado, el rey David dijo: “Los impíos perecerán, y los enemigos de Jehová como la grasa de los carneros serán consumidos; se disiparán como el humo” (Sal. 37:20). “Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (vers. 10, 11). “Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Hab. 2:14). Diremos entonces: “Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y Amén” (Sal. 72:19).