En su libro Leading Your Church to Growth [Cómo conducir a su iglesia al crecimiento], Peter Wagner describe el encuentro que tuvo con una persona que le manifestó su disgusto hacia los números: “Mi Biblia dice que debo alimentar a las ovejas, no contarlas”, dijo.

Posteriormente, Wagner leyó el libro de Phillip Keller, titulado A Shepherd Looks ot Psalm 23 [Un pastor, según el Salmo 23]. Keller, cuya profesión es criar ovejas, dice que “para un pastor cuidadoso, es esencial examinar su rebaño todo el día, contándolo para asegurarse de que todas las ovejas estén bien”. Entonces, Wagner concluyó que “contar ovejas es tan natural en la vida pastoral que Jesús quiso que sus seguidores supieran eso. Es bíblico alimentar las ovejas, al igual que es bíblico contarlas”.

En verdad, la única manera por la que el Buen Pastor supo que una oveja se había extraviado de su rebaño fue contarlas hasta llegar al número 99. Peter Wagner comenta: “El mismo Dios hizo cuentas. Tiene contados los cabellos de la cabeza de todas las personas. Cuando alguien, por la fe, acepta a Cristo, tiene el nombre escrito en el Libro de la Vida del Cordero. Aun la menor de sus criaturas es importante en el cielo, y es individualmente reconocida. Existe alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente (Luc. 15:7), de manera que todos deben estar bajo minucioso registro.

“Según lo veo, las personas que se oponen a los números normalmente están intentando evitar la superficialidad en el compromiso cristiano. […] Estoy vitalmente interesado en no perder a hombres y mujeres que, por la fe, nacieron de nuevo en Cristo Jesús. Estoy interesado en verdaderos discípulos que toman su cruz diariamente y siguen a Jesús. Estoy interesado en súbditos del Reino que hacen de Cristo su Señor. Estoy interesado en personas llenas del Espíritu, que experimentan su poder y utilizan los dones espirituales recibidos. Estoy interesado en creyentes responsables que continúan perseverando “en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hech. 2:42), como hacían los creyentes de la iglesia de Jerusalén. Cuando los números representan esa clase de personas, es más que un mero ‘juego de números’. En verdad, se convierte en un juego de vida o muerte; tiempo o eternidad”.

Cuando Cristo ordenó que sus discípulos fueran a todo el mundo e hicieran discípulos, estaba pensando en números: la cantidad de personas que se convertirían en discípulos. Y, para los críticos, Bayley Smith tiene una respuesta apropiada: “No nos olvidemos de que todos los números son múltiplos de uno. Cien es una centena de uno; mil es un millar de uno. Así, es posible estar sinceramente preocupado por cada uno de cien o de mil. Necesitamos preocuparnos por todos”.

En la gran comisión, está claro que la iglesia debe multiplicarse, no sencillamente mantenerse. El libro de los Hechos es la historia del rápido crecimiento de la iglesia; y eso nos habla de números. “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hech. 2:41). “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:47). “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil” (Hech. 4:4). “Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (Hech. 5:14). “Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hech. 6:7). “Entonces las iglesias […] se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hech. 9:31). “Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hech. 11:21). “Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hech. 16:5). El mensaje es obvio. Si la iglesia debe estar interesada en lo que Jesús estaba, también tendrá interés en el número de personas atraídas a su Reino.

De acuerdo con Tom Stebbins, “alguien sugirió que, antes de poder ganar una persona para Cristo, debemos ganarla para nosotros mismos. Compartir el evangelio es algo muy personal. Estamos invadiendo las áreas más privadas de la vida de una persona. Así, primeramente, debemos ganar la confianza de esa persona, y construir alguna medida de amistad”.

Por lo tanto, nuestros métodos de evangelización deben transformar a incrédulos en amigos, a amigos en discípulos; un gran número de discípulos.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación General de la IASD.