De acuerdo con cierto estudio, los empleadores sólo aprecian y reciben bien al 12% de los trabajadores; eso significa que el 88% no son apreciados. En marzo del año 2000 otro estudio reveló que el 42% de los trabajadores había cambiado de trabajo por lo menos una vez, porque no les agradaba el trato que recibían de parte de sus superiores. Sin duda, esos estudios ponen en evidencia un estilo enfermizo de liderazgo. Lo extraño es que, consciente o inconscientemente, muchas veces los pastores y los líderes espirituales, fascinados por el poder, ejercen este mismo tipo de liderazgo y procuran dejar bien a las claras “quién es el jefe” o “quién manda aquí”. Se olvidan de que en la iglesia no hay una jerarquía de puestos, sino de funciones. Alguien tiene que ser presidente, director de departamentos, pastor, anciano, diácono o ejercer alguna otra función; pero todos somos iguales. Dios no tiene favoritos.
En el libro de Lucas encontramos un relato que ilustra la tentación que sufren los que ejercen algún tipo de liderazgo. En él descubrimos la lucha por el poder que se entabló entre los discípulos de Jesús. Discutían acerca de quién de ellos sería el mayor en el Reino. Enterado de lo que estaba sucediendo, Jesús les impartió algunas lecciones acerca de lo que significa ser un “gran jefe” o un “gran líder”
“Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es el mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Luc. 22:24-27).
Éste es un principio en el que debemos reflexionar. En el ministerio pastoral o en los negocios, los que dirigen algo deberían amoldar su liderazgo. En lugar de las características del “jefe” deberían cultivar las del instructor o entrenador. Dejarían, entonces, de controlar a los demás, para convertirse en capacitadores y servidores de la gente. Los líderes del pasado eran directores, administradores, supervisores, jefes y controladores de subordinados. En el concepto moderno y bíblico, un líder es un instructor, entrenador, motivador, facilitador y profesor. Sólo así estaremos capacitando verdaderamente a la gente para que ofrezca el mejor servicio a Dios.
Es posible que algunos no perciban la diferencia de valores que existe entre la mentalidad secular del jefe y la mentalidad bíblica del líder. Vea a continuación algunas de esas diferencias:
Secular / Bíblica
El jefe infunde temor
El líder infunde confianza (1 Tes. 2:10, 11).
El jefe se sirve a sí mismo
El líder sirve a los demás (1 Cor. 9:10).
El jefe busca su propio éxito
El líder lleva al éxito a los demás (1 Tim. 4:6).
El jefe dice “Yo”
El líder dice “Nosotros” (1 Cor. 3:5-9).
El jefe censura el error
El líder repara el error (Fil. 1:18, 19).
El jefe sabe cómo hacer las cosas
El líder enseña a hacer las cosas (Éxo. 18:17-27).
El jefe dirige
El líder conduce (Juan 10:11-15).
El jefe ejerce autoridad
El líder capacita a la gente (2 Tim. 2:2).
El jefe ostenta poder y autoridad
El líder realza el poder del servicio (Mat. 20:25-28).
Antes de crear un nuevo estilo de liderazgo ministerial, que produzca cambios cualitativos y cuantitativos en la iglesia y en la vida de los demás, es necesario que, primero, reconozcamos nuestra propia necesidad de ser lo que Dios siempre quiso que fuéramos cuando nos llamó al ministerio.
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Ped. 5:2, 3).
Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.