No hace mucho tiempo, mi esposa y yo visitamos la Universidad Adventista de Fridensau, localizada a aproximadamente una hora de Berlín, Alemania. Esa es una de las grandes universidades de nuestra iglesia, que provee entrenamiento para el ministerio pastoral, además de ofrecer carreras en otras áreas.
En el bien conservado campus, visitamos el Jardín de la Biblia, que reúne una selección de ciento diez plantas, árboles, flores, vegetales y hierbas mencionados en las Escrituras Sagradas. Ciertamente, ya había leído los textos que se refieren a ellos, pero ver todo aquello en un solo lugar es una experiencia muy especial. Aun cuando represente un largo período después de que el Jardín del Edén fuera retirado de la tierra, aquel jardín todavía nos recuerda el poder creativo de Dios y su amor por la belleza.
Mientras caminábamos a través del jardín, recordé que Dios cultiva otro jardín, compuesto por personas. Específicamente, estoy ahora pensando en un jardín repleto de los que fueron llamados a ser pastores, administradores, profesores, capellanes, y a trabajar en otras áreas del servicio misionero. ¿Qué ve nuestro Dios en este “jardín ministerial”?
Seguramente, ve a muchos pastores valiosos que, a semejanza de la “palabra dicha como conviene”, son como “manzanas de oro con figuras de plata” (Prov. 25:1 1). Ese valor no es el resultado de la posición ocupada, sino del papel que desempeñamos. En verdad, algunos de nosotros caemos en el engaño de determinar nuestro valor por la posición que ocupamos. Esta no es la visión de Dios. Algunos de los pastores más valiosos son los que cumplen fielmente su llamado, aunque son desconocidos fuera de su área inmediata de responsabilidad.
Otros pastores “brotarán entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas” (Isa. 44:4). Tal vez ya haya experimentado un reavivamiento en su ministerio; quizás hasta ayudó a un colega a experimentarlo. En ambos casos, renovada alegría ha inunda do su vida. Por otro lado, hay razones para la preocupación dentro del jardín.
Después de algunas palabras introductorias, el profeta Joel pinta un cuadro desanimador del juicio sobre la tierra y el pueblo. Y termina su discurso con estas palabras desoladoras: “La vid está seca, y pereció la higuera; el granado también, la palmera y el manzano; todos los árboles del campo se secaron, por lo cual se extinguió el gozo de los hijos de los hombres” (Joel 1:12).
Estos versículos pueden describir, trágicamente, el ministerio de algunos pastores: campos áridos, sin esperanza en relación con el futuro. Algunos no encontrarán alguna razón para continuar su ministerio, porque “se extinguió el gozo”. ¡Qué trágica condición!
Pero existe esperanza. En el mismo jardín encontramos vides, y esperanza asociada con ellas. Las palabras de Jesús: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador” (Juan 15:1) nos dan la esperanza necesaria. Estamos bajo el cuidado de Dios, y no necesitamos desesperarnos. Todos nosotros, aun los que poseen poca esperanza, podemos encontrar vida en el que es “la vid verdadera”.
Hoy es un nuevo día. Y cada día es el momento apropiado para revaluar nuestra vocación, nuestros motivos, nuestra vida. Así como el jardinero constantemente presta atención a la condición del jardín, y así como Dios vigila su jardín pastoral, también necesitamos evaluarnos. Los que en esta evaluación perciben que el orgullo ha sido un obstáculo en el trabajo, pueden volverse al Siervo de los siervos: Jesucristo. Quien está desanimado, puede aprovechar esa oportunidad para renovar su vida en el Señor. El que perdió su foco puede recomenzar; en los pasos de Jesús, jamás perderá de vista su misión.
Los que cometieron deslices pueden escuchar las palabras de aceptación y restauración de aquel que no rechaza a nadie. Los que pensaron en renunciar pueden dedicar tiempo con el que nos ayuda a reencontrar dirección en el ministerio. Aquellos cuya vida de oración se marchitó pueden buscar al Señor, que puede regar la aridez y restablecer el vínculo.
Sugiero que todos aprovechemos la oportunidad de este día que el Señor nos da, para renovar nuestro compromiso con él, aceptando su invitación: “Permaneced en mí y yo en vosotros’ (Juan 15:4). ¡Qué maravillosa oportunidad para aproximarnos a Cristo, mirando por fe el futuro, que está en sus manos!
Sobre el autor: Editor de Ministry.