En el proceso de la comunicación el idioma desempeña un papel fundamental por medio de sus funciones. Y cuando hablamos de esas funciones, nos referimos a la razón de ser de cada mensaje que se da a través de la comunicación. En este artículo tenemos como objetivo relacionar las funciones del idioma con las diversas situaciones de comunicación que se manifiestan en los servicios religiosos.
Nadie habla sin tener un objetivo definido; eso es la misma esencia del proceso de la comunicación. Somos seres sociables, vivimos en sociedad y nos comunicamos para mantenerla funcionando. Y cuando los seres sociables comunican sus mensajes por medio del idioma hablado o escrito, están asociando las diversas funciones del idioma. En verdad, según Jakobson, para cada elemento de la comunicación (emisor, destinatario, referente, código y mensaje), corresponde una función del idioma: emotiva, conativa, referencial, metalingüística, fáctica y poética.
Es importante que sepamos que las funciones del idioma no aparecen separadas en el mensaje. Siempre encontraremos más de una de ellas. Nuestra tarea consiste sólo en juzgar o identificar la que está sobresaliendo, o incluso reconocer que dos o más funciones pueden tener una fuerza equivalente en el texto o en el discurso.
La función emotiva
Ésta función se manifiesta en el emisor. Por medio de ella expone sus sentimientos, emite su juicio de valor sobre cosas y personas. Es una forma subjetiva del uso del idioma. El emisor siente la necesidad de manifestar sus sentimientos, lo que le preocupa a su “yo interior”. Es una función que se puede manifestar en las reuniones de oración, en los momentos de acción de gracias o de confraternización.
En tales ocasiones los miembros de la iglesia tienen la oportunidad de pedir y agradecer. Son momentos solemnes, cuando lo que está adentro se encuentra por medio de las palabras con lo que se halla afuera. También son momentos cuando lo humano reconoce su dependencia de Dios, y por eso mismo se pone en contacto con la Divinidad. Esto se extiende a los momentos de confraternización que ocurren en la nueva versión de la escuela sabática. Y la iglesia reconoce la necesidad que tienen los seres humanos de expresar sus sentimientos y de darle salida, a veces violentamente, a sus angustias y alegrías.
La función conativa
La palabra “conativa” es un neologismo emparentado con “conato”. Se la usa para referirse al esfuerzo (conato, intento) que se lleva a cabo para ejercer influencia sobre alguien. La persuasión es una característica notable del mensaje que emplea esta función. Tiene como objetivo ejercer influencia sobre el comportamiento del destinatario. Como lo explica Ulises Infante: “En el proceso de elaboración de un texto, siempre se consideran las características del receptor. Eso significa que todo emisor, al producir un mensaje, hace un esfuerzo para adaptarlo a las características sociales y psicológicas del que lo va a recibir. Por lo tanto, podemos afirmar que todo texto trae, de una u otra forma, manifestaciones de la función conativa del idioma”.[1]
Durante los estudios bíblicos o las campañas de evangelización, nuestro blanco supremo es conseguir más creyentes por medio de un lenguaje argumentativo y persuasivo. Y esos nuevos discípulos modifican su comportamiento y sus actitudes bajo la influencia de la Palabra.
Por medio de los sermones se orienta a los miembros, se los alimenta y se los instruye para que siempre hagan decisiones correctas. Se los llama a arrepentirse de algún pecado, al abandono de alguna práctica que puede ser perjudicial para su vida. Es la fuerza del lenguaje persuasivo y argumentativo, que ejerce influencia sobre el comportamiento y las actitudes.
Función referencial
Esta función tiene que ver con el referente, o sea el objeto o la situación a los que se refiere —valga la redundancia— el mensaje. Hay preocupación por informar acerca de la realidad. El objetivo consiste en transmitir informaciones; por eso el lenguaje, en este caso, es impersonal, objetivo, denotativo. Es un lenguaje que busca una relación más directa entre la palabra y el objeto.
Primero presentamos los datos, lo que existe acerca del referente, para argumentar después sobre la base de la información proporcionada. Los destinatarios reciben las informaciones doctrinales y, a partir de ese conocimiento, hacen decisiones e introducen cambios en su vida.
En nuestras iglesias el papel de las noticias, ya sean orales o escritas, es fundamental. Por medio de ellas compartimos las mismas alegrías por el éxito de unos u otros, o nos hermanamos para enfrentar y vencer desafíos. A veces es una noticia acerca de un programa que ha tenido éxito; o es sencillamente una invitación para participar en un proyecto comunitario. La iglesia también se mueve, asimismo, por medio de la función referencial.
También es común que tengamos discursos en los programas de jóvenes, o en encuentros de matrimonios, adolescentes, etc. En esas ocasiones la función referencial es importante, si consideramos su objetivo de transmitir informaciones acerca de asuntos solicitados o sugeridos.
La función metalingüística
El tratamiento del código es la clave de esta función. Cuando usamos códigos para explicar elementos propios a él mismo, estamos usando la función metalingüística. “Consiste en una recodificación, y comienza a existir cuando el lenguaje se refiere a sí mismo. Sirve para verificar si el emisor y el receptor están sintonizando la misma onda”.[2]
Según Castim, “la función metalingüística presupone un lenguaje objeto, que es motivo de descripción, y un metalenguaje que traduce el lenguaje objeto o un lenguaje codificado”.[3]
Los cultos de los sábados y las clases bíblicas tienen como primer objetivo crear un metalenguaje de la Biblia en beneficio de las visitas, que se supone no tienen el hábito de leer las Sagradas Escrituras. Por eso se procura explicar el lenguaje de las enseñanzas bíblicas, con la intención de que esos destinatarios las comprendan más fácilmente.
La lección de la escuela sabática, en las unidades y en las reuniones de maestros, son otros ejemplos de la función metalingüística. El papel del maestro es discutir con la clase, prestando atención a sus preguntas. Y tiene la tarea de convertir el lenguaje de la lección en un idioma adecuado al de los alumnos, especialmente si su clase está formada por personas con poca educación formal.
El estudio de las profecías para los miembros y las visitas es otro ejemplo de metalenguaje. Cuando el conferenciante se refiere a esos asuntos, generalmente recurre a varias formas de referencia, explicando el significado de los símbolos con el fin de abordar mejor el tema. De ese modo, lo que aparentemente era impenetrable por causa del lenguaje, se vuelve comprensible. Por medio del recurso del metalenguaje consigue traducir las profecías en beneficio de sus oyentes.
La función fáctica
La función fáctica tiene como centro el canal de comunicación o contacto, que “es el soporte físico por medio del cual el mensaje va del emisor al receptor”.[4] Ésa es la función por la cual los seres humanos se mantienen en contacto. Intenta establecer, conservar e interrumpir el proceso de la comunicación. El objetivo consiste en probar el canal, o mejor aún, probar la misma comunicación.
No existe un servicio religioso específico en el cual se destaque esta función. En realidad, cada vez que el conferenciante trata de verificar si la audiencia entiende lo que se explica, está echando mano de la función fáctica. Otro momento importante ocurre cuando nos deseamos un “feliz sábado” o una “buena semana”. En esos casos también podemos añadirle a las palabras los gestos del abrazo o el apretón de manos, etc.
La función poética
El centro de la función poética en el mensaje es la forma como se elabora el lenguaje. Se exploran los recursos de estilo, de figuras de lenguaje, del ritmo, de la rima, del sonido y de la grafía. “Lo que primeramente se muestra, por así decirlo, es la realidad de la palabra, lo que ella tiene de concreto”.[5] Esta función se puede observar tanto en la prosa como en la poesía. Se la encuentra siempre que la forma y la estructura del mensaje refuerzan o modifican lo que éste intenta transmitir. Predominan la connotación y lo subjetivo.
No se puede negar la belleza poética de los himnos que forman parte de nuestros cultos, ya sea que los cante la congregación, o conjuntos, cuartetos, tríos, dúos o solistas. Sus palabras trascienden las paredes de los templos y penetran en los hogares del vecindario. Su música, a su vez, va más allá de la Tierra y busca el majestuoso trono de Dios; y los sagrados oídos se deleitan con la alabanza de sus hijos, aunque sea imperfecta.
Basta recordar algunos himnos conocidos:
“Después, Señor, de haber tenido aquí
de tu palabra la bendita luz;
a nuestro hogar condúcenos y allí
de todos cuida, buen Pastor, Jesús” (HA, 35).
“Señor, mi Dios, al contemplar los cielos
y astros mil girando en derredor,
y al oírte en retumbantes truenos.
Y al contemplar el Sol en su esplendor” (HA, 67).
“Hubo Uno que quiso por mí padecer
y morir, por mi alma salvar;
el camino cruento a la cruz recorrer,
para así mis pecados lavar” (HA, 90).
“Al contemplar la excelsa cruz
do el Rey de gloria sucumbió,
tesoros mil que ven la luz
con gran desdén contemplo yo” (HA, 91).
Rostro divino, ensangrentado;
cuerpo llagado por nuestro bien,
calma, benigno, justos enojos,
lloren los ojos que así te ven” (HA 95).
“Hay quien vela mis pisadas
en la sombra y en la luz;
por las sendas escarpadas
me acompañará Jesús.
Por los valles, por los montes
do me lleva su bondad,
miro yo los horizontes
de una nueva claridad” (HA, 116).
Sobre la autora: Profesora de idiomas de la Universidad Federal de Sergipe, Brasil.
Referencias:
[1] Ulises Infante, De texto a texto: Curso práctico de lectura y redacción (San Pablo, Brasil, Editora Scipione, 1994), p. 190.
[2] Duleta Silveira Martins y Lubia Scliar Zilberknop, El portugués instrumental (Porto Alegre, Río Grande del Sur, Editora Sagra, 1997), p. 31.
[3] Fernando Castim, Teoría del lenguaje (Recite, PE, Fasa, 1994), p. 24.
[4] Ulises Infante, Ibíd., p. 170.
[5] ’Samira Chalhub, Las funciones del idioma (San Pablo, Brasil, Editora Atica, 1991), p. 34.