Texto principal. Gén. 1:26, 27.
“Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”.
Textos afines: Gén. 5:1; 9:6.
1. Planteo del tema. El tema del hombre hecho a semejanza de Dios no aparece más que en el libro de Génesis (Gén. 1:26, 27; 5:1; 9:6). ¿En qué consiste tal imagen y semejanza? ¿En el parecido corporal con Dios? ¿En la capacidad intelectual del hombre? ¿En su inteligencia, palabra y libertad? ¿O, como afirmaban los helenistas del siglo II AC; el hombre es imagen de Dios por tener un alma inmortal?
2. Exégesis textual de Génesis 1:26, 27. Hacia el término del relato de la creación, se advierte una solemnidad mayor en las palabras con las que se describe el acto creador. Anteriormente Dios había creado todos los seres del universo con un simple mandato impersonal: “Hágase”. Para la creación del hombre Dios emplea la forma enfática “hagamos”, plural deliberativo que implica unidad en la pluralidad.
Esta actitud divina ante una obra que iba a realizar expresa la dignidad y superioridad del hombre sobre todos los seres creados con anterioridad. Dice el texto: “Hagamos al hombre” (hebreo, Adam). Aquí la palabra Adam aparece sin artículo, lo cual significa que se trata de un singular colectivo que señala no tanto al individuo en sí, sino a la especie humana.
Sigue el texto: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (vers. 26). Es significativo que la Septuaginta y la Vulgata usen las conjunciones kai y et respectivamente, para separar las dos expresiones, reconociendo que cada una tiene su valor especial. Además, originalmente parece que en el texto hebreo existió el waw copulativo, que desapareció por la influencia del waw con que termina el vocablo anterior (besalmenu). O sea que, tanto el sustantivo “imagen” como el término “semejanza”, originalmente están separados por una conjunción copulativa, lo cual significa que cada sustantivo tiene un valor particular.
a) Alcance del término imagen (selem). La palabra castellana imagen es la traducción del hebreo selem. Este término puede significar una sombra (Sal. 39:6), o una estatua (Dan. 3:5, 7, 10, 12, 18), o una escultura que representa a un ídolo (2 Rey. 11:18; Amos 5:26), y en general puede significar cualquier figura o representación. En nuestro pasaje se dice que el hombre fue creado “a imagen de Dios”; en Génesis 5:3 se lee que: ‘‘Adán… engendró un hijo a su semejanza [bidemotó], conforme a su imagen” (kesalmó).
b) Alcances del término semejanza (demut). Nuestro texto añade: “Conforme a nuestra semejanza” (kidemutenu). La palabra demut, en castellano semejanza, puede ser traducida por parecido, figura, diseño, aspecto, apariencia (2 Rey. 16:10; Eze. 23:15; 2Crón. 4:3).
A esta palabra demut le precede la partícula ke que siempre expresa una relación de semejanza, por lo cual se quiere decir que el hombre es parecido y semejante a Dios. Pero téngase en cuenta que lo que el texto quiere decir es que el hombre no es en sí la imagen de Dios, sino un ser conforme o según la imagen de Dios, lo cual está indicado por la partícula b de conformación usada en Génesis 5:3. Habiéndose afirmado que el hombre es una imagen más o menos lograda de Dios, se añade el concepto de que es semejante; de esta manera con la segunda expresión se precisa el sentido de la primera, sin repetirla.
3.El interrogante fundamental. Ahora viene la pregunta principal de esta exposición: ¿En qué se manifiesta en el hombre esta imagen divina?
a) ¿Imagen de Dios en cuanto al cuerpo? Algunos eruditos excluyen la opinión de aquellos que sostienen que el hombre es la imagen de Dios en lo corporal. Moisés rechazaría conscientemente todos los antropomorfismos que puedan evocar la presencia de Dios bajo una figura corporal. Además, añaden esos escrituristas, el texto dice que Dios creó al hombre “varón y hembra” (vers. 27), con lo cual se declararía que la mujer también es imagen de Dios. Pues bien, reafirman dichos eruditos, no se admite en Dios la existencia de dos sexos, ni se mencionan en la teología hebrea monoteísta las divinidades femeninas. Luego, concluyen esos eruditos, la opinión de aquellos que sostienen que el hombre es la imagen de Dios aun en lo corporal quedaría excluida. Desde luego, no todos los eruditos comparten esta opinión; por ejemplo, algunos escrituristas se preguntan: “¿Hay que interpretar la imagen ‘especialmente en lo físico” (Von Rad) o en el ‘terreno espiritual’ (Heinisch)? Génesis 1… concibe [al hombre] como un todo; por lo tanto, no debe excluirse lo físico de la idea de semejanza, a pesar de la imagen de Dios espiritualizada. La semejanza es de tal manera, que representa a Dios en la creación mediante la superioridad y la soberanía físico-espirituales que Dios asignó al hombre” (Enciclopedia de la Biblia, Vol. 4, col. 110). Como puede verse, esta opinión de Von Rad cala hondo en el pensamiento hebreo acerca del hombre. En el Antiguo Testamento no podemos hallar, hablando del hombre, la oposición entre el alma y el cuerpo (teoría dicotómica) al estilo de la filosofía griega; tampoco hallamos una concepción tricoto- mista (alma, cuerpo y espíritu). El hombre según el Antiguo Testamento forma una unidad psicofísica indisoluble; el israelita es monista. Las funciones psíquicas están ligadas hasta tal punto a la naturaleza física que todas se encuentran localizadas en los órganos corporales, los cuales a su vez no sacan su vida sino de la fuerza vital que los anima. No hay una yuxtaposición de órganos diferentes, sino un organismo animado por una vida única, cada uno de cuyos órganos puede ser la expresión de la vida del conjunto. Pues bien, la opinión de Von Rad es genial, pues ya que el Antiguo Testamento concibe al hombre como un todo bio-psico-espiritual, el hombre es imagen y semejanza de Dios no sólo en lo psíquico y espiritual sino también en lo físico, sin que por eso quiera afirmarse que Dios tiene una figura corporal, cayendo de esta manera en el antropomorfismo. “El hombre —declara Von Rad— representa a Dios en la creación mediante la superioridad y soberanía físico espirituales que Dios le asignó”.
b) Teoría de E. Jacob. E. Jacob, teólogo protestante francés, autor de una Teología del Antiguo Testamento, afirma en su obra que en lugar de pensar en una analogía física hay que aceptar que el hombre ha recibido de Dios una función regia, una delegación para dominar sobre las bestias. Esto está expresado en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree… en las bestias”. Esto se repite en el Salmo 8, que vendría a ser el mejor comentario de Génesis 1:26 y 27. (Véase Sal. 8: 2-8). Según E. Jacob la semejanza con Dios reside en ese poder de dominación sobre las criaturas inferiores. Pero luego añade Jacob: “Tal interpretación podría hacer pensar que el Antiguo Testamento nos presenta un ideal humano cercano al del superhombre. Pero no hay nada de esto, porque la imagen de Dios implica para el hombre la relación y la dependencia respecto de Aquel de quien no es sino el representante. Querer ser como Dios, tentación presentada por la serpiente, es aspirar a salir del papel de imagen, y el Antiguo Testamento muestra en varias ocasiones que al actuar de ese modo, el hombre, en lugar de elevarse se degrada y cae al nivel de la animalidad” (E. Jacob, Teología del Antiguo Testamento, pág. 164).
c) Interpretación helenística. El autor del apócrifo libro de Sabiduría, judío que vivió en un ambiente totalmente helenístico, probablemente en Alejandría (Egipto) hacia el siglo IIAC, afirma: “Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo imagen de su propia eternidad” (Sab. 2:23, Bover-Cantera). Este concepto, influenciado por las ideas platónicas que distinguen el alma del cuerpo (dicotomía), es totalmente ajeno a la antropología del Antiguo Testamento, eminentemente monista. Sin embargo este concepto pagano, según el cual el hombre es imagen de Dios por tener un alma inmortal, influyó no sólo en las comunidades judías, sino principalmente en muchos escritores de la iglesia primitiva, siendo como eran casi todos ellos de origen griego.
d) Interpretación de Elena G. de White. He aquí la interpretación de la pluma inspirada:
“El hombre había de llevar la imagen de Dios, tanto en la semejanza exterior, como en el carácter. Sólo Cristo es ‘la misma imagen’ del Padre (Heb. 1:3); pero el hombre fue creado a semejanza de Dios. Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas. Sus afectos eran puros, sus apetitos y pasiones estaban bajo el dominio de la razón. Era santo y se sentía feliz de llevar la imagen de Dios y de mantenerse en perfecta obediencia a la voluntad del Padre” (Patriarcas y Profetas, págs. 25, 26).
“Al principio, el hombre fue creado a la semejanza de Dios, no sólo en carácter, sino también en lo que se refiere a la forma y a la fisonomía. El pecado borró e hizo desaparecer casi por completo la imagen divina; pero Cristo vino a restaurar lo que se había malogrado” (El Conflicto de los Siglos, págs. 702, 703. La cursiva es nuestra).
“Cuando Dios hubo hecho al hombre a su imagen, el cuerpo humano quedó perfecto en su forma y organización, pero estaba aún sin vida. Después, el Dios personal y existente de por sí infundió en aquella forma el soplo de vida, y el hombre vino a ser criatura viva e inteligente” (El Ministerio de Curación, págs. 322, 323).
“El Señor creó al hombre del polvo de la tierra. Hizo participar a Adán de la naturaleza de su vida. El hombre recibió por inspiración el soplo del Todopoderoso y se volvió alma viviente. Adán fue perfecto en forma, fuerte, donoso, puro, llevando la imagen de su Hacedor” (Manuscrito 102, 1903).
4. Conclusiones.
1.El tema del hombre como imagen de Dios no deja de ser un problema.
2.La exégesis textual de Génesis 1:26 deja en claro:
a) Que cuando Dios creó al hombre empleó la forma enfática del hagamos, expresando con esto la dignidad y superioridad del hombre sobre todos los seres creados.
b) Que los sustantivos imagen (selem) y semejanza (demut), están claramente separados por una conjunción copulativa, significando con esto que cada término tiene un valor especial.
c) Que el hombre no es en sí imagen de Dios, sino un ser conforme o según esta imagen, tal como afirma la segunda parte del texto: “Conforme a nuestra semejanza” o sea, una imagen más o menos lograda a la semejanza de Dios.
3. Que si bien es cierto que hay eruditos que excluyen la opinión de que el hombre es la imagen de Dios aun en lo corporal, por un supuesto rechazo de Moisés del antropomorfismo, al tratar de la deidad; no todos los estudiosos comparten tal opinión tal como Von Rad, quien afirma que siendo que “Génesis 1… concibe [al hombre] como un todo… no debe excluirse lo físico de la idea de semejanza”, desde luego, sin que por esto se desvirtúe el carácter espiritual de Dios.
4. La teoría de E. Jacob, aunque se ajusta a la segunda parte del texto (Gén. 1:26), afirmando que el hombre es imagen y semejanza de Dios por su función regia de dominio delegado por Dios sobre las bestias, sin embargo, tal interpretación es parcial, adolece de extensión.
5. La interpretación helenística que considera al hombre como imagen y semejanza de Dios por tener un alma inmortal, desvirtúa totalmente los conceptos fundamentales de la antropología bíblica que concibe al hombre como una unidad bio-psico-espiritual indisoluble. Tal concepto dicotómico griego (alma-cuerpo) está, pues, en oposición con el concepto hebreo que es mónico.
6. Los conceptos vertidos por la Sra. Elena G. de White, tales como: “El hombre habría de llevar la imagen de Dios, tanto en la semejanza exterior, como en el carácter”, o “el hombre fue creado a la semejanza de Dios, no sólo en carácter, sino también en lo que se refiere a la forma y a la fisonomía”, se ajustan maravillosamente al concepto bíblico hebreo acerca del hombre como un todo. El ser humano es imagen de Dios como un todo, en forma entera, por ello no debe excluirse lo físico en la interpretación de este pasaje.
7. La revelación divina a través de la Sra. Elena G. de White, una persona de modestísima formación académica nos ha dejado asombrosas interpretaciones acerca de la naturaleza del hombre, libres de las concepciones dicotómicas de los grupos religiosos de sus días, seguidores de la teoría de Platón, que se hace eco de la gran mentira del Edén, el “no moriréis”, al hablar de un alma preexistente que entra en el cuerpo y a la que conviene redimir de la prisión corporal. Las interpretaciones de la Biblia y la vida que presenta Elena G. de White son pasmosamente evidentes y reales. Debemos dar gracias porque el Espíritu Santo, a través de su mensajera, guió a su iglesia en la comprensión de toda verdad revelada. Lo que nos queda es estudiar esos mensajes y vivir a la altura de esas verdades.
Sobre el autor: Director del Programa de Teología del Seminario Adventista Unión, Lima, Perú