Es algo sabido que-la doctrina de la evolución, en la mayoría de sus modalidades, se afirma en la hipótesis del origen simiesco del hombre como uno de sus firmes fundamentos.

Ernesto Enrique Haeckel (1834-1919), tan conocido en los círculos científicos por su combatividad y también por sus fraudes, señalado por muchos como el pontífice de la evolución, fue uno de los primeros en reconocer el inmenso valor del monismo para toda la doctrina de la evolución orgánica. Y en efecto, tanto argumentó y escribió en favor del origen simiesco del hombre, que llegó a ser conocido como el “apóstol del monismo”.

Cuando Haeckel, en todo su celo y apriorismo, construyó la cadena genealógica de los seres vivientes y del hombre, partiendo de las hipotéticas móneras y amebas, afirmó que habían existido entre los monos antropomorfos y el hombre los famosos eslabones intermediarios, medio hombres y medio monos, que evidenciarían el paso de los monos a los seres humanos.

Antes de que Haeckel ejerciera su marcada influencia, y cuando apenas contaba 23 años (1857), el Dr. Fuhrlott encontró en la caverna de Feldhofer, en el valle de Neanderthal (Alemania), un cráneo y otros restos fósiles de un esqueleto, sobre los que reconstruyó un ser humano con apariencia de simio. Tenía un cráneo enorme y achatado, frente pequeña, bóveda craneana estrecha y grandes arcos superciliares. Esta criatura llegó a conocerse con el nombre de “hombre de Neanderthal”. Como era de esperarse, se desató una ola de calurosas discusiones en torno al descubrimiento, de las que los evolucionistas y los monistas procuraron obtener el máximo de provecho.

Posteriormente, en todo el mundo se descubrieron restos de hombres fosilizados, tanto de la raza de Neanderthal como de otras, y no es necesario decir que cada nuevo descubrimiento aumentaba el número de los fervientes defensores del monismo, hasta que una buena mayoría lo admitió como un hecho consumado. Consideremos algunos de los restos fósiles hallados por el mundo, y, como defensores del creacionismo y de la ciencia verdadera, obtengamos algunas conclusiones.

Un hombre fósil de Asia. En la isla de Java, en una caverna de Trinil un oficial médico holandés, Eugenio Dubois, encontró en los años dr 1891 y 1892 un cráneo de más o menos 900 cc. de capacidad, un fémur, idéntico al de un ser humano, que estaba a 15 m de distancia, dos molares muy parecidos a los del mono, y un premolar humano.

La reconstitución a partir del cráneo revelaba una criatura de rapacidad craneana muy baja y características simiescas (arcos superciliares muy salientes que formaban una especie de visera, como en ciertos monos, agujero occipital fuera de su lugar, etc.). La reconstrucción hecha con el fémur permitía atribuir a ese ser una posición erecta que le valió el nombre de “Pithecanthropus erectas” (hombre-mono de posición erecta).

La alegría del mundo evolucionista fué general, los debates se tornaron tempestuosos y las conclusiones fueron muy dispares. Para algunos se trataba de un mono más “avanzado”, tal vez de la clase de los gibones del sur de Asia; para otros, era el pretendido eslabón intermedio; otros lo consideraban apenas un hombre degenerado, y no faltaron los que dijeron que eran los restos de un idiota.

El célebre patólogo alemán Rudolf Virchow opuso una tenaz resistencia a la idea del Pithecanthropus como eslabón intermedio entre los monos y los hombres. Al comienzo afirmó que no pertenecían al mismo individuo el cráneo y el fémur encontrados, pero fué rebatido por paleontólogos que pretendían haber probado lo contrario. A pesar de esto, todavía persisten marcadamente las mismas antiguas dudas.

Posteriormente, Virchow quiso probar el origen humano del fémur llamando la atención de los hombres de ciencia hacia un comienzo de fractura y la consecuente inflamación ósea, cuya curación, decía él, podía resultar únicamente de los cuidados que podía haber recibido solamente de un ser humano. Los paleontólogos mostraron varios fémures de monos con lesiones semejantes, y dijeron que éstas podían curarse sin ningún tratamiento.

Finalmente, Virchow pretendió probar el origen simiesco del cráneo llamando la atención a un profundo surco existente entre el borde superior de las órbitas y la bóveda craneana, pero el paleontólogo Nehring mostró poco después un cráneo humano procedente de Santos (Brasil), exactamente con las mismas características.

Los paleontólogos monistas de la época pretendieron haber vencido a Virchow con su argumentación, pero se equivocaron al apoyar la conclusión de la existencia de un hombre mono con un material tan exiguo y tan sujeto a controversias. Hoy los hechos obligan a los paleontólogos monistas a no incluir al Pithecanthropus en la genealogía del hombre “moderno”; pero, dicen ellos, se trata de una raza colateral de hombres que no se “desarrollaron”.

Entre 1936 y 1939, Von Koenigswald descubrió en la costa de Sangiram en la misma isla de Java, fragmento de tres cráneos semejantes al del Pithecanthropus (sin apófisi mastoides), y dos trozos de maxilares inferiores sin quijadas, con tres molares. En este caso la reconstrucción fue más fácil, y permitió suponer la existencia de los Pithecanthropus en Java. La capacidad craneana de éstos variaba entre 800 y 900 cc.

Las diferentes características simiescas de los Pithecanthropus no necesitan considerarse necesariamente como señales de “primitivismo”, porque no es raro encontrarlas, según autoridades en la materia, en los propios australianos actuales, entre quienes, en algunos casos conocidos. la capacidad craneal ha alcanzado a 900 cc. Según un informe de A. Flemming, director del Instituto de Anatomía de Australia, al estudiar los restos de algunos criminales ejecutados en Melbourne. encontró en uno de ellos características visiblemente simiescas (agujero occipital corrido hacia atrás, arcos superciliares prominentes, brazos exageradamente largos), y según el autor, su cráneo correspondía prácticamente al del propio Pithccanthropus. ¿Qué impide que en el pasado una raza de seres humanos con estas características haya habitado la isla de Java y el oriente, dejando esos restos fósiles?

Conviene destacar la falta de sinceridad científica de Dubois, que. para no “embarazar” los debates y la reconstitución del Pithecanthropus, no dió a conocer la existencia del “molar humano” durante casi 40 años, hasta 1930. Esta es una actitud reprobable en una verdadera investigación científica.

También en Java, y a unas decenas de kilómetros de la caverna de Trinil, en las márgenes del río Solo. W. Oppenoorth descubrió fragmentos mayores y menores de cráneos correspondientes a once individuos, además de dos tibias. Las características no eran tan simiescas como las del Pithccanthropus. y la capacidad craneana variaba entre 1.200 cc y 1.300 cc. En vista de la situación geográfica en que se hallaron los fósiles, los representantes de esa raza recibieron el nombre de Homo soloensis.

Los paleontólogos relacionaron estos cráneos con los del hombre de Neanderthal, de Europa. Más que una señal de primitivismo, encontramos un indicio de barbarie y salvajismo en el hecho de que los cráneos estaban quebrados, según la costumbre de los dyaks, actuales cazadores de cabezas de Borneó, que rompen los cráneos de sus enemigos para banquetearse con los sesos.

El mismo Dobois, en 1890. descubrió en Java otros dos cráneos con características simiescas bien poco acentuadas (buena capacidad craneal y arcos superciliares poco salientes), que permitieron la reconstrucción del Homo uadjakensis, al cual, piensan algunos, debería pertenecer el fémur atribuido al Pithccanthropus. Es extraño que Dubois diera a conocer esos restos hace sólo pocos años, pero las razones saltan a la vista: no poseían todas las características simiescas que procuraba o que deseaba que tuvieran.

En el museo natural que es la isla de Java, se encontró un pedazo de maxilar inferior, con un primer molar de grandes proporciones en su sitio. Los hombres de ciencia fueron inducidos a pensar que no sólo en Java, sino en toda Asia continental habitaba una raza de gigantes: el Meganthropus. porque en una droguería de Hong-Kong se encontró otro diente gigante atribuido a otro ser de enormes proporciones bautizado con el nombre de Giganthropus.

En el Asia continental, al norte de China (caverna de Chou-Koutien, cerca de Pekín) se encontraron restos fósiles pertenecientes a más de 40 individuos (8 cráneos cuya capacidad variaba entre 915 cc y 1.500 cc. mandíbulas, clavículas. húmeros. 100 dientes, etc.), que permitieron la reconstrucción del Sinanthropus pekingensis, u hombre de Pekín. Este podía producir fuego y fabricar instrumentos de hueso y cuarzo tallado. El “hombre de Pekín” sin duda fué un verdadero “Homo jaber”, y sin embargo muchos quisieran poder probar que no fué él el autor de los objetos encontrados a su alrededor.

Tenemos indicios de que en el pasado razas de hombres muy degenerados, como los pithecantfírepus y los sinanthropus, y razas menos degeneradas, como las representadas por el Homo soloensis y el Homo icadjakensis habitaron el Asia continental y la isla de Java, dejando sus restos y vestigios esparcidos.

El hombre fósil de África. Inicialmente puede describírselo como el Homo rhodesiensis, construido sobre un cráneo y otros restos de un tipo humano “primitivo”, descubierto en 1921 en la caverna de Broken Hill (Rodesia).

Los despojos eran recientes, pues no estaban completamente fosilizados, y no habían perdido toda la materia orgánica. Con todo permitieron la reconstrucción de Una criatura considerada “primitiva”, de 1,90 m de estatura y características bastante parecidas a las de los simios. Los arcos superciliares eran muy prominentes, el hueso frontal bastante hundido, la cara era grande, y para complicar el cuadro, los dientes eran sensiblemente “humanos”, y el volumen del cerebro, apenas alcanzaría 1.280 cc.

De nuevo se destaca el hecho de que a pesar de que la capacidad craneana era menor que la del hombre de Neanderthal, el agujero occipital se encuentra ligeramente desplazado hacia atrás. Esto hace al hombre de Rodesia menos simiesco que el de Neanderthal.

Restos como éstos dan mucho que pensar. Los hombres de ciencia juzgan al hombre de Rodesia emparentado con el de Neanderthal de Europa, y con el Homo soloensis de Java. Merece destacarse el hecho de que junto al hombre de Rodesia se encontraron objetos que todavía hoy son usados por los bosquimanos africanos, una raza casi extinguida de individuos de pequeña estatura que habitan en las proximidades del desierto de Kalaharí.

En el África oriental, en las márgenes del lago Njarasa. se descubrieron algunos fragmentos fósiles sobre los que se levantó el Homo najarasensis, que se considera como intermediario entre el hombre actual y el hombre de Neanderthal.

También en África oriental se descubrieron en 1925 los restos de tres cráneos sobre los que se reconstituyeron criaturas semejantes a los sinántropos de Asia.

En Kanam. Africa oriental, se descubrió una parte de un maxilar inferior perteneciente a un hombre admitido como de tipo “moderno”. Sobre él se reconstruyó al Homo kanamensis, reconocidamente “moderno”, pero hallado en terreno considerado “antiguo” según el criterio evolucionista. Este hecho obliga a los hombres de ciencia a considerar al hombre de Kanam, semejante al hombre actual, contemporáneo, si no anterior a los pithecanthropus del oriente. La conclusión es significativa: ¡el hombre “moderno”, o sea. el Homo sapiens, conviviendo, siendo contemporáneo y aun anterior a los pretendidos “hombres primitivos” que habrían habitado el mundo en la aurora de la humanidad! Hay muchos casos semejantes a éste en que se manifiesta una evidente discrepancia en el orden morfológico y cronológico de los fósiles.

El hombre fósil de Europa. Indudablemente debido a la intensa investigación en los suelos europeos y adyacentes se ha obtenido un considerable acopio de piezas paleontológicas relacionadas con el hombre fósil.

En Inglaterra, en 1913, el paleontólogo aficionado Charles Dawson presentó un cráneo sensiblemente “moderno” y un maxilar inferior sin la quijada, muy semejante al dé un chimpancé, encontrados, según él, en las proximidades de Piltdown, Sussex.

Sobre estas piezas se reconstruyó una extraña criatura, de características “modernas” y “simiescas” al mismo tiempo, que se conoció con el nombre de Homo Piltdown, el hombre más antiguo de Europa.

Pero muchos no se conformaron con la discrepancia tan evidente entre el cráneo y el maxilar. En 1949, y especialmente en 1953 y 1954, algunos hombres de ciencia ingleses tuvieron el valor de desenmascarar con ayuda de métodos y procesos extraños hasta entonces a la ciencia paleontológica, uno de los mayores fraudes de la historia de esa disciplina. El fraude estaba en considerar como perteneciente a un mismo individuo un cráneo humano reciente y una mandíbula de chimpancé o gorila, convenientemente tratados con productor químicos para encubrir la falsificación. Y, por lo que se ve, hasta renombrados hombres de ciencia fueron engañados por un paleontólogo considerado aficionado.

Hoy. más que nunca antes, es necesario estar alerta a las conclusiones de los monistas y fervientes evolucionistas, porque los nuevos métodos empleados para desenmascarar el fraude también podrán ser utilizados por personas de experiencia para propiciar fraudes futuros. En vista de lo que ha sucedido en el pasado, ¿quién da la garantía de que esto no volverá a ocurrir?

Nota de la Redacción. Conviene recordar, al terminar la lectura del artículo precedente, que los diferentes restos fósiles humanos encontrados en distintos lugares son tan fragmentarios y escasos, que en ninguna forma permiten realizar con cierta seguridad la reconstrucción del tipo de criatura a la cual habrían pertenecido, y que por lo mismo esa reconstrucción significa el empleo de una gran dosis de imaginación y fantasía.

Esta es la razón por la cual la antropología moderna ha descartado de entre sus temas de estudio el problema filático, es decir, de la génesis del hombre o sea su aparición en la tierra, reduciéndose exclusivamente al problema taxonómico, o sea el de la clasificación de las razas humanas en base a sus características.

La reconstrucción de la serie de seres intermedios entre el mono y el hombre, que hasta hace pocos años continuaba exhibiéndose en los museos, ha quedado eliminada, porque se la considera hoy mayormente fruto de la fantasía. La ciencia antropológica más moderna considera que esos pocos fragmentos fósiles hallados no constituyen elementos de juicio suficientes para trabajar con criterio realmente científico.

Con todo, esto no significa que la antropología y la paleontología hayan renunciado a su posición evolucionista. Siguen sustentando la misma hipótesis, pero recurriendo a otros elementos de prueba.

Sobre el autor: Profesor de Matemáticas y Ciencias del Colegio Adventista de Brasil.