Vislumbres del Reino de gloria que el Padre está preparando para sus hijos.
El cielo tiene tres pisos y un subsuelo”, dijo un niño a su maestra, “El suelo son las nubes. Dios duerme en los dos primeros pisos; Papá Noel vive —con sus renos y los juguetes— en el tercer piso; y los ángeles duermen en el subsuelo. Todas las casas son hechas de pan y miel, y los ríos tienen colores diferentes: rojo, azul, rosado, verde, anaranjado… ¡eso es todo!”
¿Será así “el cielo” en el que todos los salvos morarán después de la Parousía? Esa palabra significa “aparición”, “presencia”, “venida”, “manifestación”; y expresa la esperanza de los cristianos: el Advenimiento de Cristo. El Rey de reyes vendrá como relámpago, que “sale del oriente y se muestra hasta el occidente” (Mat. 24;27).
El Hijo de Dios despertará a los justos, que se levantarán incorruptibles de las sepulturas, y los vivos serán transformados. Serán reunidos por los ángeles, y elevados para encontrar al “Señor en el aire”. Todos los impíos morirán, y el enemigo de Dios quedará cautivo en este planeta desolado, mientras que los redimidos permanecerán en el cielo durante mil años. Después de ese período, Cristo descenderá junto con los salvos y establecerá la Ciudad Santa —la Nueva Jerusalén— en la Tierra; que, terminada la acción del fuego que consumirá al diablo, a los ángeles malvados y a los impíos, será el eterno hogar de los salvos (1 Tes. 4:13-17; Apoc. 20:21).
Aunque la Biblia sea clara con relación al asunto, entre las confesiones cristianas existe un enmarañado de ideas confusas: pretribulacionismo, arrebatamiento secreto, sionismo, posmilenismo y amilenismo. Esto se debe a una equivocada interpretación de la escatología.
Los redimidos glorificados disfrutarán del ambiente celestial. No habrá vestigios del mundo pecaminoso. Apenas un recuerdo permanecerá; Jesús llevará para siempre las señales de su crucifixión; las únicas marcas de la maligna obra que efectuará el pecado.
Al final de los mil años, con Jesús al frente, los salvos descenderán a la Tierra. Entonces, con imponente majestad, Jesús llamará a los impíos muertos, que resucitarán con los cuerpos enfermos con los que descendieron a las sepulturas. El enemigo de Dios verá aquella innumerable multitud, y reunirá un gran ejército para la última gran lucha por la supremacía del universo. Marcharán por la superficie de la Tierra, con la intención de destruir la ciudad y al pueblo santo; pero descenderá fuego del cielo y consumirá a todos (Apoc. 20:9, 10). El fuego que destruirá a los impíos purificará la Tierra. “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios” (Apoc. 21:2). Elena de White, en el último capítulo del libro El conflicto de los siglos sintetiza ese glorioso hogar: “Allí, las vastas llanuras alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En aquellas pacíficas Ranuras, al borde de aquellas corrientes vivas, es donde el pueblo de Dios, que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar. La adquisición de conocimientos no cansará la inteligencia ni agotará las energías. Las mayores empresas podrán llevarse a cabo, satisfacerse las aspiraciones más sublimes, realizarse las más encumbradas ambiciones […]. Todos los tesoros del universo se ofrecerán al estudio de los redimidos de Dios”. Alzarán vuelo hacia los mundos distantes, adquirirán la sabiduría de los seres no caídos. La cruz de Cristo será su estudio por toda la eternidad.
Todos constituirán una familia unida y feliz. Habrá casas bellísimas, con lindos bosques; sin embargo, no habrá ningún árbol de la ciencia del conocimiento del bien y del mal. El sábado será observado, y la Ley de Dios permanecerá firme y existirá por toda la eternidad (isa. 66:23).
El Gran Conflicto terminará en breve. Estamos en camino al hogar eterno. La vida en la Tierra es una preparación para la vida en el cielo. Lo que somos hoy es el prenuncio de aquello que seremos en la eternidad.
Sobre el autor: Editor Asociado de Ministério, edición de la CPB.