Quizá el aserto de que disfruto verdaderamente “recolectando” dinero suene extraño. Sin embargo, persiste el hecho de que encuentro verdadero gozo cuando invito a otros a dar generosamente para un programa o proyecto en el cual creo.
Muy al comienzo de mi ministerio tuve el privilegio de bautizar a una persona que muy pronto después de ese acto donó la cantidad de 250,000 dólares para la asociación local, como gozosa celebración por su recién encontrada fe. El gozo que ella experimentó al dar, así como el impacto que produjo su generosidad en todo lo relacionado con las posibilidades de nuestro programa de evangelización, me indujo a adoptar el blanco personal de terminar cada año de mi ministerio reuniendo más dinero de lo que la iglesia invirtió en mi sostenimiento. En suma, quiero trabajar gratuitamente por la iglesia, reuniendo suficientes fondos para cubrir mi propio salario y gastos, además de proveer fondos adicionales para expandir el reino de Cristo.
Mi objetivo de generar más dinero para la iglesia de lo que recibo de ella, tiene varias vertientes importantes. Primero, al dirigir campañas de evangelismo público, muevo y manejo, grandes sumas de dinero. Sin embargo, pronto aprendí que tales esfuerzos en la ganancia de almas no le cuestan a la iglesia. Son, más bien, buenas inversiones que producen verdaderas ganancias financieras. De hecho, una vez hicimos un estudio que demostró que, en el curso de los primeros catorce meses a partir de su bautismo, los nuevos conversos regresan todo el dinero invertido en ganarlos para la iglesia. Cualquier cosa que den después de haber devuelto lo que se gastó en ellos, es ganancia neta para provecho de la obra de Dios.
Esta realidad me llevó a predicar cuidadosamente la mayordomía en todas las campañas de evangelismo que he dirigido y a esperar que todos los evangelistas que he entrenado hagan lo mismo. Es razonable que ayudemos a la gente a comprender las expectativas del cielo, así como las bendiciones de la sociedad con Dios desde el principio de su andar con Jesús. En mi estudio personal de la Biblia llevo fotocopias de la secuencia de los talones de cheques que me envió durante dos semanas un hombre que asistía a mis reuniones evangelísticas en Occala, Florida. El primer cheque era su sueldo regular; y el siguiente, era el cheque que había ganado después de haber decidido honrar el sábado del Señor y devolver a Dios el diez por ciento del dinero como su diezmo. La segunda copia era más del doble que el pago previo por la misma cantidad de trabajo. ¡Había probado las promesas de Dios en forma sumamente rápida!
En segundo lugar, como pastor, me encanta predicar y enseñar mayordomía. Qué gozo representa para mí animar a mis miembros a que sean fieles, verlos crecer espiritualmente a medida que experimentan con el desafío de Dios de “probar” su generosidad a través de la fidelidad en la benevolencia sistemática.
Si tengo alguna familia en mi congregación que no devuelve el diezmo o no apoya a la iglesia, le hago una visita pastoral para animarla a experimentar con el “crecimiento en fidelidad”, comenzando inmediatamente con cualquier porcentaje que ellos crean que pueden dar, y luego incrementamos esa cantidad en uno por ciento cada mes hasta que experimentan una relación de fidelidad a la luz de las indicaciones de Dios.
A menos que usted piense que esto es herejía, note que Dios honra los experimentos de fe: “La experiencia verdadera es una variedad de cuidadosos experimentos hechos con la mente libre de prejuicio y no controlada por opiniones o hábitos previamente establecidos”.[1] Es lo que quiero para mis miembros: ¡una experiencia verdadera! Note cómo se produce: mediante cuidadosos experimentos.
M. Scott Peck dice: “El aprendizaje puede ser pasivo o experimental. El aprendizaje experimental es más exigente pero infinitamente más efectivo. Como ocurre con otras cosas, las reglas de la comunicación y la comunión se aprenden mejor experimentalmente”.[2] ¡Yo creo que también esto es cierto cuando se trata de las reglas del reino de Dios!
Tercero, disfruto desafiando a aquellos individuos que son capaces de dar grandes donativos para patrocinar proyectos especiales que van más allá de sus contribuciones regulares. Es un privilegio fortalecer y aumentar su fe mediante la ampliación de sus oportunidades de apoyar las aventuras misioneras que, de otra manera, no se llevarían a cabo sin su generosidad. Yo nunca pido disculpas por animar a alguien a que dé mucho más de lo que alguna vez creyó posible; y he observado a más de un individuo unirse conmigo en oración para que sus negocios o sus finanzas personales tengan más éxito, a fin de poder hacer aún mayores contribuciones. Esas personas me agradecen por haber abierto sus ojos respecto del potencial de su generosidad.
Finalmente, disfruto proveyendo oportunidades para aquellos que no pueden dar enormes cantidades para grandes proyectos. Hago esto pidiendo a esos individuos que den pequeñas cantidades cada mes. Mediante un plan así llevamos adelante el programa PREACH (Proyecto para alcanzar a todos los ministros activos en Estados Unidos), que patrocina esta revista como un gesto de cortesía profesional para los pastores de todas las denominaciones.
Esto demuestra el principio bíblico de dar, incluso más de lo que una persona piensa que es posible. “Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos” (2 Cor. 8:3,4).
De modo que, como resultado del privilegio de animar a otros a dar, me lleno de gozo, gozo para el donante y gozo para la, misión de la iglesia que se expande más y más.
Referencias:
[1] Elena G. de White, Testimonies for tbe Churcb. tomo 3, pág. 69.
[2] M. Scott Peck, The Different Drum, pág. 84.