- El servicio fúnebre es el examen más adecuado para probar la idoneidad de un hombre para el ministerio. “Hay dos tipos de ministros: los que saben cómo celebrar un funeral y los que no saben cómo hacerlo” (Blackwood, The Funeral, pág. 14). La muerte llega sólo una vez, por lo cual el pastor no puede arruinar un servicio fúnebre.
- No hay dos funerales iguales. El pastor no puede proceder de la misma forma en todos los casos. El sentido común, la práctica y la dirección del Espíritu Santo deben inspirarlo en la preparación de cada funeral. Las sugestiones para la conducción de un funeral son de carácter general y deben ser adaptadas según las particularidades del caso.
- El pastor debe tener con su congregación una relación que en los momentos de dolor le permita acercarse a cualquiera de sus miembros en forma natural y espontánea. Un pastor superficial, sin espiritualidad y antipático, estará desde un comienzo en desventaja cuando los miembros de su iglesia necesiten consuelo y apoyo espiritual en los momentos de dolor.
- Cuando un pastor toma conocimiento de un fallecimiento en su congregación, debe acudir inmediatamente. Debe demostrar su pesar con su espíritu más que con sus palabras, dejar que la gente le abra el corazón, recordarles que Jesús los ama y orar por ellos. Debería estar atento para poder ayudar materialmente a la familia si ésta lo necesita. Si bien el servicio está a su cargo, no debiera ofenderse si la familia elige un ministro al cual conoce mejor o con el cual está ligada por algún lazo familiar o afectivo; por el contrario, debiera mostrar su solicitud por atender cualquier pedido de ese tipo, y encargarse de hacer los arreglos correspondientes.
- Cuando la familia le pide al pastor que oficie en el servicio, éste debería discutir con ella la forma en que éste se llevará a cabo, recordando que en el caso de que ya hubiera un director de funeral no se puede pasar por encima de su autoridad. En cada caso el ministro y la familia debieran resolver quiénes serán los asistentes del orador, la música que se empleará, las peticiones especiales de acuerdo a la naturaleza del servicio, etc. El ministro debe acceder a los deseos de los deudos siempre que sea posible. Cuando sus sugerencias sean impracticables o ridículas, el ministro debe recomendarles con mucha cortesía y tacto otras opciones posibles; debe dejar bien claro que él está a su servicio y quiere hacer todo lo posible por ayudarlos.
- Si hay necesidades evidentes como preparar la comida, cuidar a los niños o angustias económicas, el ministro debiera recurrir a los miembros de la congregación que están en condiciones de suplirlas. Sin embargo, ni el ministro, ni la iglesia están obligados a hacer lo que un miembro de la familia quiere y puede hacer.
- El ministro debiera asegurarse de que ha prestado toda la ayuda posible. La gente tiene derecho a tomar sus propias decisiones en cuanto a la elección del director del funeral, el costo del mismo, el lugar donde será el entierro, etc. En algunos casos un oportuno consejo pastoral puede evitar que se obtengan ventajas desleales aprovechando la condición de los deudos. En estos casos debe extremarse el tacto y la prudencia; sobre todo el ministro debe mantenerse fuera de toda riña familiar.
- El ministro debe tomar el tiempo suficiente para preparar su sermón; los sermones viejos no son adecuados para una ocasión así. Normalmente, un servicio fúnebre puede tomar medio día de estudio, oración y preparación.
- Algunas características de un buen sermón funerario:
a. Debe estar correctamente fundamentado en la Biblia.
b. Debe ser Cristocéntrico.
c. Debe recordarse al fallecido, pero sin incluir demasiados elogios. Si algo ha de destacarse de su vida pasada son sus buenas cualidades.
d. Debe ser breve, de aproximadamente quince minutos.
e. No debiera ser una exposición doctrinal.
f. Debe caracterizarse por su tono afectuoso, tierno y compasivo.
g. Las ilustraciones deben escogerse con mucho cuidado.
Tenemos que reconocer que en general el sermón funerario dista mucho de lo que debiera ser.
El ministro debiera llegar temprano al lugar del funeral. Esta ceremonia debe tener prioridad sobre cualquier otra actividad. Todo compromiso debe ser cancelado o pospuesto si se superpone o estorba a la preparación y la conducción del servicio fúnebre.
El ministro debe preparar el programa de la ceremonia y entregar copias a sus asistentes, a los encargados de la música y al director del funeral.
Un programa tipo podría ser:
a. Entrada de los ministros.
b. Lectura bíblica y oración.
c. Parte musical.
d. Obituario (necrología, biografía).
e. Sermón.
f. Parte musical.
El orden puede variar de acuerdo con las circunstancias. La lectura bíblica debe inspirar esperanza y confianza en Dios.
- El ministro debe estar apropiadamente vestido para el servicio. En algunos lugares el director del funeral acostumbra usar pantalón rayado y frac; el ministro debiera en estos casos vestirse en forma similar. De todas maneras su apariencia debe ser impecable.
- El ministro debe cultivar relaciones amistosas con los empresarios de pompas fúnebres de su distrito. Usualmente ellos están ansiosos de cooperar. La ayuda mutua es importante.
- El ministro debe comportarse en forma calmada, comprensiva y digna, sin caer en el dolor fingido, ni en la farsa de las lágrimas de cocodrilo. La condolencia sincera y el apoyo tierno son la ayuda que los deudos necesitan y esperan recibir del pastor. Debe usar cuidadosamente su voz. Los gritos, y cualquier otro recurso que produzca tensión en el auditorio, están fuera de lugar.
- Después del servicio en la iglesia, el ministro debe quedar presenciando la despedida de los restos mortales por parte de la gente. Cuando la familia se acerca a darle el último saludo a los restos mortales, el ministro debe estar cerca, fortaleciéndolos con su presencia y con sus palabras. El ministro va delante del féretro desde la iglesia al coche fúnebre.
- El servicio en el cementerio consiste generalmente en:
a. Una selección breve de textos bíblicos.
b. Una oración.
c. Posiblemente, un llamado a la consagración.
Como lo hizo en la iglesia, el ministro debe preceder al féretro desde el coche fúnebre hasta la tumba. Debe conducir el servicio en la tumba desde un lugar cercano al ataúd, próximo a su cabecera. Algunos empresarios de pompas fúnebres tienen portadores de ataúdes que van al lado de éste y colocan las borlas que llevan sobre el ataúd. El ministro debe cooperar con ellos cada vez que la ceremonia así lo requiera.
- Si el servicio fúnebre es de tipo militar, o si participa una logia, el ministro debe colaborar con las organizaciones participantes.
- Después del servicio junto a la tumba, el ministro debe tener unas pocas pero afectuosas palabras de aliento para los deudos. Debiera esperar hasta que la familia se retire para abandonar el lugar. Jamás debe mostrarse apurado.
- Muchas veces es bueno visitar la familia algunos días después del sepelio, ya que en esos casos el ministro suele ser de gran ayuda. También es una excelente costumbre el enviarles una tarjeta recordando el primer aniversario de la muerte de su familiar. La familia apreciará saber que la persona a quien amaron no ha sido olvidada por el pastor.
- Los ministros adventistas no aceptan, generalmente, pago alguno; a no ser que hayan tenido que realizar un largo viaje. Sin embargo, la costumbre de entregarle una ofrenda especial es muy común en algunos lugares; en esos casos el ministro deberá usar su propio juicio y ser consecuente en su aplicación. La ofrenda, por cierto, debe ser entregada en la tesorería de la iglesia o de la asociación.
- El ministro debe ser muy cuidadoso en la conducción de funerales problemáticos como los de un suicida, un muchacho descarriado, una madre cuyos niños son aún pequeños, o los de no adventistas. Debería ser sincero, pero jamás crudo, evitando tocar los puntos en los que nuestro mensaje podría lesionar a los deudos.
“El servicio fúnebre pone de manifiesto todo lo que hay de fortaleza o debilidad en el hombre. El contenido y el espíritu de todo lo que hace y dice revelan la verdad o la falsedad de toda su creencia doctrinal, el calor o la frialdad de su experiencia espiritual, la amplitud o la estrechez de su conocimiento bíblico, la sinceridad o la falsedad de sus condolencias, y su capacidad o ineptitud para desempeñarse como guía en la adoración” (Blackwood, The Funeral, pág. 23).