Parte V. Preguntas sobre el sábado, el domingo y la marca de la bestia

Pregunta 15: ¿Cuál es la base que justifica la observancia del sábado como el día de reposo de los adventistas, en lugar del domingo, comúnmente llamado día del Señor o día de reposo cristiano?

Creemos que el sábado fue instituido en el Edén antes de la entrada del pecado, que fue honrado por Dios, apartado por voluntad divina, y dado a la humanidad como recordativo perpetuo de una creación acabada. Se fundamenta en el hecho de que Dios mismo descansó de su obra creadora, bendijo su sábado, o día de descanso, y lo santificó, o lo apartó para el hombre (Gén. 2:1-3; Mar. 2:27). Creemos, además, que no fue otro que el Hijo de Dios, la segunda persona de la Deidad eterna, el Creador de Génesis 1:1-3, y quien designó, por lo tanto, el sábado original (Juan 1:3; 1 Cor. 8:6; Col. 1:16, 17; Heb. 1:1, 2).

Mientras el sábado está entronizado en el mismo corazón de los mandamientos de Dios, debe recordarse que Jesús dijo: “El Hijo del hombre es Señor aun del sábado” (Mar. 2: 28). En otras palabras, es su autor y su hacedor. Es su protector. El sábado es el “reposo para Jehová tu Dios” (Exo. 20:10). Por eso Cristo es su Señor; el sábado le pertenece. Es su día; es el día del Señor. Así como nosotros, sus hijos, comprados mediante su sangre, le pertenecemos a él y vivimos en él, y é’ vive en nosotros (Gál. 2:20), cuán natural es que la observancia del sábado, entre otras manifestaciones de amor y lealtad hacia él, se revele en nuestras vidas.

Entendemos que el sábado no fue dado al principio sencillamente para proveer reposo del cansancio físico, sino que fue para el bien del hombre en grado sumo —espiritual, intelectual y físicamente. En primer término debía ser para la comunión con Dios, puesto que es la presencia de Dios la que proporciona descanso y santifica. Pero después de la caída del hombre, también proporcionó el necesario reposo físico.

Varios siglos después, el séptimo día sábado semanal fue refirmado en el Sinaí (Exo. 20:8-11; 31:16, 17). Dios le dio a su pueblo elegido un sistema organizado de culto. Este precepto sabático se colocó en medio de la ley moral, o Diez Mandamientos, la cual le fue dada por Dios al hombre. La ley enunciaba principios que son eternos y que, en su aplicación a esta tierra, están basados sobre la permanente relación del hombre con Dios y del hombre con el hombre. Así el sábado le recuerda al hombre acerca de la obra de Cristo como Creador, Sustentador, Benefactor, y ahora, a causa del pecado, como Redentor.

En adición se introdujeron ciertas festividades anuales, o sábados ceremoniales, que caían en días especificados del mes y se relacionaban con los servicios de sacrificio mosaicos. Estos prefiguraban la provisión evangélica de salvación mediante el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29) que vendría. Pero el Decálogo, sellado por el labio y el dedo de Dios, fue ensalzado por encima de todos los ritos y las ceremonias judíos. Esto resulta evidente del hecho de que e’ sábado fue establecido antes de que el hombre pecara, y por lo tanto antes de que tuviera necesidad alguna de un Redentor. No formaba parte de las regulaciones ceremoniales ocasionadas por el surgimiento del pecado, y que fueron anuladas por la muerte de Cristo (Col. 2:17). Así los Diez Mandamientos y el Evangelio en figura, en unión indisoluble, fueron confirmados para el Israel de la antigüedad.

Así que el sábado establecido en el Edén fue guardado por los patriarcas, los profetas y el pueblo de Dios durante los siglos de la oscuridad pagana. Y cuando Cristo vino, en su encarnación, él también observó el séptimo día como reposo (Mar. 6:1, 2; Luc. 4:16, 31), y fue “Señor aun del sábado” (Mar. 2:28) —el Creador que había establecido el séptimo día original de la semana de la creación.

El también cumplió, como realización de lo simbólico, los símbolos de la redención que figuran en el Antiguo Testamento —al morir como “Cordero de Dios”, una muerte vicaria, completamente eficaz y expiatoria, por el hombre, en el día especificado, el catorce (o Pascua) del primer mes. El Salvador murió, creemos, en el sexto día de la semana. Luego, después de permanecer en la tumba durante el séptimo día sábado, Cristo resucitó triunfantemente en el primer día de la semana. El sistema ceremonial simbólico cesó cuando Cristo completó su gran acto redentor. Pero el Decálogo y el Evangelio escrito permanecieron como guías constantes del cristiano, el uno estableciendo la norma, el otro proporcionando el poder capacitador para su observancia.

Los pasajes del Nuevo Testamento que mencionan específicamente el primer día de la semana (Mat. 28:1; Mar. 16:1, 2, 9; Luc. 24:1; Juan 20:1, 19; Hech. 20:7, 8; 1 Cor. 16:1, 2) no pueden considerarse como un respaldo razonable de la observancia del domingo, o como transferencia del día de reposo del séptimo al primer día.

El séptimo día de reposo continuó siendo observado por los seguidores de Cristo durante varios siglos. Pero junto con la observancia del sábado aumentó la de un día conocido como a fiesta de la resurrección, celebrada en el primer día. Esta se observó por lo menos desde mediados del siglo segundo (véase Sócrates, Historia Eclesiástica, V. 22). Y la primera observancia registrada ocurrió en Roma (Justino Mártir, First Apology, cap. 67).

Con el tiempo, estas dos observancias —del sábado y de la “fiesta de la resurrección”— corrieron parejas. En el siglo cuarto, la iglesia que iba en camino a la apostasía —primero, en el Concilio de Laodicea (en el canon 29[1]— anatematizó a los que insistían en “judaizar”, o reposar en el séptimo día de la semana, y decretó la observancia del primer día en su lugar (Hefel, History of the Councils of the Church, tomo 2, pág. 316). Así la costumbre eclesiástica fue puesta en vigencia por primera vez por la acción de un concilio eclesiástico.

Los adventistas creemos que este cambio está predicho por la profecía bíblica, en Daniel 7:25. La iglesia de Roma tomó la iniciativa en el cambio del día de reposo al domingo. Desde entonces el domingo fue observado por la mayor parte de los cristianos, antes, durante y después de la Reforma Protestante del siglo XVII. Sin embargo el sábado todavía continuó observándose por algunos en varios lugares de Europa y en otros países.

El reavivamiento de la observancia del sábado se produjo mayormente en el siglo XVII merced al movimiento bautista del séptimo día de Inglaterra y el continente. Los adventistas del séptimo día comenzaron la proclamación de la verdad del sábado alrededor de los años 1845- 46, en los Estados Unidos.

Creemos que la restauración del sábado está indicada por la profecía bíblica en Apocalipsis 14:9-12. Creyendo sinceramente esto, consideramos la observancia del sábado como la prueba de nuestra lealtad a Cristo como Creador y Redentor.

Los adventistas del séptimo día no confiamos en nuestra observancia del día de reposo como un medio de salvación o de obtener mérito delante de Dios. Somos salvos únicamente por la gracia. Por esto nuestra observancia del sábado, como también nuestra lealtad a cualquier otro mandamiento de Dios, constituye una expresión de nuestro amor por nuestro Creador y Redentor.


Referencias

[1] Los cánones del concilio provincial de Laodicea fueron incorporados como leyes de la iglesia por determinación del concillo general de Calcedonia, en el año 451, y así se convirtieron en obligatorios para toda la iglesia.